EL MUNDO › OPINIóN

Lo que mueve al partido de la prensa

 Por Gilson Caroni Filho *

La lectura diaria de los periódicos puede ser un interesante ejercicio de sociología política si tomamos los contenidos de los editoriales y las principales columnas de opinión por lo que son en realidad: una traducción ideológica de los intereses del capital financiero, una partitura de las prioridades del mercado. Lo que leemos es una propaganda, a través de los principales órganos de la prensa, de las políticas neoliberales recomendadas por las grandes organizaciones económicas internacionales que usan y abusan del crédito, de las estadísticas y de la autoridad que todavía les queda: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio. Es a ellos, más allá de las simplificaciones elaboradas por las agencias calificadoras de riesgo, a los que les ofrecen vasallaje los editoriales de política y economía de los grandes medios corporativos.

Claramente partidario, el periodismo brasileño practica una legitimación adulatoria de una nueva dictadura, en la que la política no debe ser nada más allá de una tribuna de seudodebate entre partidos que exageran la dimensión de las pequeñas diferencias que los distinguen para disimular mejor la enormidad de prohibiciones y sumisiones que los une. Es en este contexto que se entiende que se produzca un desencanto electoral y la descalificación de los actores políticos y del Estado. Hasta 2002, era fina la sintonía entre esa práctica editorial y el estáblishment encastrado en las estructuras de poder. El discurso “modernizante” pretendía –y todavía pretende– sustituir el “arcaísmo” del quehacer político por la “eficiencia” de lo económicamente correcto. Pero, ¿cuál es el peligro del Estado para el partido de la prensa? ¿No será que amenaza sus formulaciones programáticas y sus intereses económicos?

El Estado no es una realidad externa del hombre, alejado de su vida, apartado de su destino. Es una creación humana, un producto de la sociedad en que los hombres se congregan. Incluso también cuando el Estado negocia los intereses de sólo una clase, como en las sociedades capitalistas, no se aparta de los intereses de las demás categorías sociales.

El reconocimiento de los derechos humanos, aunque sea un reconocimiento formal del Estado burgués, prueba que éste no puede ser una institución enteramente vinculada a los miembros de la clase dominante. La mayor o menor sensibilidad social del Estado depende de la conciencia humana de quien lo encarna y vista desde la perspectiva que se da en la lucha por la hegemonía. De un lado, los que quieren un Estado ampliado en el curso de una democracia progresiva; del otro, los que sólo conciben una dimensión puramente represiva, brazo armado de la seguridad de la propiedad.

El partido de la prensa odia los movimientos sociales, los sindicatos, la nación –que prevé como antesala del nacionalismo– y un pueblo siempre embriagado de populismo. Detesta todo lo que representa un obstáculo al libre mercado, la desregulación, las privatizaciones. Aprendió que la expansión capitalista sólo es posible basándose en las “ganancias de la eficiencia”, con desempleo a gran escala y con reducción de los costos indirectos de la seguridad social, a través de recortes fiscales.

Cuando leemos las injurias de sus principales columnistas contra las políticas públicas como Bolsa Familia, ProUni (Programa Universidad para Todos) y Plan de Erradicación de la Pobreza, entre otros, debemos tener en cuenta que trabajan como cuadros orgánicos de una política fundamentalista que, de 1994 a 2002, implementó un mecanismo de decadencia autosustentada, caracterizada por el endeudamiento, el desempleo y la anemia de la actividad económica.

Como emisarios de un orden excluyente y ventrílocuos de la injusticia, en nombre de un supuesto discurso de competitividad, impulsaron una alienación de casi todo patrimonio público, llevando adelante una ofensiva contra la cultura cívica del país. Son intelectuales orgánicos del totalitarismo financiero: tienen con él una relación simbiótica. Es así como deben ser concebidos, como agentes de una lógica oblicua.

Merval Pereira, Miriam Leitao, Sardenberg, Eliane Catanhede, Dora Kramer y otros pertenecen a esta categoría. Sin más ni menos.

* Profesor en Sociología, columnista de Carta Maior.

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