EL MUNDO › MIENTRAS CONTINúAN LAS PROTESTAS EN TODO EL PAíS, EL GOBIERNO ACEPTA LA DEMANDA PRINCIPAL

Marcha atrás para los aumentos en Brasil

Los alcaldes de Río de Janeiro, Eduardo Paes, y de San Pablo, Fernando Haddad, y el gobernador paulista, Geraldo Alckmin, anunciaron formalmente que a partir del lunes los pasajes de autobús y metro vuelven a lo que eran.

 Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro

Ha sido un día de tensiones y emociones. Al final de la tarde, luego de la victoria de Brasil sobre México por dos goles a cero (ver pag. 26), y de manera casi simultánea, los alcaldes de Río, Eduardo Paes; de San Pablo, Fernando Haddad, y el gobernador paulista, Geraldo Alckmin, anunciaron formalmente que a partir del lunes los pasajes de autobús y metro vuelven a lo que eran. Es decir: el aumento de veinte centavos –menos de diez centavos de dólar– quedó anulado. El gobernador de Río, el gordito parlanchín Sergio Cabral, que jamás huye de la fascinación de las cámaras, esta vez prefirió abstenerse de enfrentar a la prensa.

El día terminó así: una victoria de Brasil y de los manifestantes que empezaron a quejarse del aumento en los pasajes de autobús y luego vieron su reivindicación transformarse en un movimiento que se expandió por todo el país y por todos los temas, sorprendiendo al gobierno y a la oposición.

Ya por la mañana hubo manifestaciones en San Pablo, con cortes de carreteras y avenidas que conforman el cinturón vial de la mayor ciudad sudamericana. Poco antes del mediodía fue el turno de Fortaleza, donde por la tarde se enfrentarían Brasil y México por la Copa Confederaciones. Horas antes del enfrentamiento deportivo manifestantes y la policía militar local se enfrentaron a dos kilómetros del estadio. Hubo balas de goma, hubo gas lacrimógeno, hubo spray de pimienta y, claro, hubo muchos heridos. Entre los heridos, familias que no tenían nada que ver con la manifestación y sólo querían llegar al estadio. Y también varios turistas mexicanos, atrapados en medio de una refriega de la cual apenas tenían noticia. Uno de ellos, Reinaldo –omitió su apellido–, aseguró a la radio Bandeirantes que desistió de volver al país el año que viene para acompañar el Mundial. Los que, como él, vinieron para la Copa Confederaciones seguramente se asustaron no sólo con las manifestaciones y la violencia policial, sino también con el absurdo de aeropuertos que no funcionan, carreteras que son trampas mortales, precios estratosféricos, desorganización generalizada.

Ayer, en Belo Horizonte y Brasilia, en Niteroi y San Gonzalo, región metropolitana de Río, más manifestaciones, más depredaciones, más enfrentamientos con la policía militar. Al anochecer, una multitud cruzó, caminando, los trece kilómetros del puente que une Niteroi con Río. Y en San Pablo, los jóvenes del MPL (Movimiento Pase Libre, que empezó toda esa historia) anunciaban una nueva manifestación para mañana, pero esta vez, dijeron, para celebrar su victoria.

Y es exactamente en este punto que nace la pregunta: ¿con la victoria, toda esa movilización terminará? ¿Con la marcha atrás en los veinte centavos de aumento en los pasajes de autobús los manifestantes, que han sacudido al país en las últimas dos semanas, se darán por satisfechos?

El drástico cambio de ruta del alcalde de San Pablo, Fernando Haddad, del PT, se debe en buena medida –si no totalmente– al encuentro que mantuvo, en el anochecer del pasado martes, con la presidenta Dilma Rousseff y con el ex presidente Lula da Silva. El malestar, tanto de los dos como del mismo PT, era y es evidente. En una reunión ocurrida poco antes del encuentro con el alcalde, Lula y Dilma recriminaron, al unísono, la poca visión y la absoluta inhabilidad de Haddad por no haber negociado de inmediato con los manifestantes. El pasado jueves, cuando la policía militar estadual reprimió con brutal violencia a los manifestantes, Haddad debería de inmediato haber dado marcha atrás con el aumento, creen Lula y Dilma. Y en vez de eso prefirió mantenerse firme a pesar de que a aquellas alturas el movimiento de protestas evidentemente se extendería muy rápidamente por todo el país, amenazando no sólo la popularidad sino también la misma estabilidad del gobierno.

Todo eso ocurre en un momento en que hay poco crecimiento económico y en que la gran prensa hegemónica exagera con la inflación (que, en realidad, se mantiene dentro de los parámetros previstos, a pesar de la presión). Como resultado de ese escenario, la popularidad de la presidenta Dilma Rousseff cayó ocho importantes puntos. Luego de las multitudinarias manifestaciones de esos últimos días, podrá caer aún más. Su reelección en octubre del año que viene, considerada hasta ahora un paseo tranquilo, podrá complicarse. La falta de proyecto y de consistencia de la oposición no significa que no se abra espacio para la insatisfacción de grandes parcelas de la población que hasta ahora permanecían en las sombras. De ahí la irritación tanto de Lula como de Dilma con la tenaz persistencia de Haddad en no conceder lo que pedían los manifestantes. Fue preciso que las movilizaciones creciesen a niveles insólitos para que él se diese cuenta de lo obvio.

Ahora, el problema es otro. La petición inicial, la mecha de todo lo que viene ocurriendo, finalmente fue atendida. Pero, ¿y las otras? ¿Y las exigencias de mejor salud pública, mejor educación pública, mejor transporte público? ¿Y las furibundas reclamaciones sobre la inmovilidad de los partidos políticos, de la corrupción, del descrédito de los parlamentarios? ¿Y las denuncias de la falencia de las instituciones?

Por la primera de sus exigencias ganaron las calles. ¿Y por las otras? Esa es la pregunta que tendrá que ser contestada por las autoridades, y con urgencia. Al mismo tiempo: Neymar fue genial en la cancha. ¿Habrá algún Neymar en el gobierno?

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Un móvil del noticiero incendiado ayer durante una protesta en San Pablo.
Imagen: Télam
 
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