EL MUNDO › EL EX PRESIDENTE LULA RECORRERá BRASIL HACIENDO PROPAGANDA DE LA CANDIDATURA DE SU “COMPAñERA DILMA”

Una dupla fuerte que encara un año clave

Copa del Mundo primero y elecciones presidenciales después. La derecha buscará que el clima se enrarezca y Rousseff no gane en primera vuelta. Las policías provinciales no están acatando las políticas del gobierno.

 Por Darío Pignotti

Desde Brasilia

Lula por entero. Faltando poco más de cuatro meses para el inicio de la Copa del Mundo y casi ocho hasta las elecciones presidenciales, los dos momentos excluyentes del año político brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva se mostró en público con barba, por primera vez desde las sesiones de quimioterapia a las que fue sometido en octubre de 2011, cuando se le diagnosticó un cáncer en la laringe del que está curado. Animal político absoluto, escogió exhibir su novedad capilar en el Palacio de Alvorada, la residencia presidencial en Brasilia, junto a una Dilma Rousseff tan sonriente como él.

Se espera que el ex presidente y líder del Partido de los Trabajadores (PT) recorra el país haciendo propaganda de la candidatura de su “compañera Dilma”, mientras ella cumpla con sus compromisos de gobierno y está previsto un acto con la participación de ambos posiblemente el 1º de abril en conmemoración de los 50 años del golpe militar que derrocó al presidente João Goulart.

Lula es un caso de libro: se trata del único ex presidente brasileño vivo al cual el paso del tiempo no logró erosionar su liderazgo ni su popularidad, gracias a la cual en 2010 fue electa presidenta la hasta pocos meses antes desconocida Dilma, y en 2012 ocurrió lo mismo con el ignoto Fernando Haddad, que gracias al ex mandatario ganó la alcaldía de San Pablo.

En términos de mercadeo electoral, la dupla Lula-Dilma aparece como imbatible en los comicios del 5 de octubre, ya que prácticamente todos los sondeos dan al ex mandatario como favorito si fuera candidato (pese a que los diarios conservadores escamotean esas encuestas), y a Dilma como la segunda personalidad con mayor respaldo, gracias a una aprobación situada en la banda del 47 por ciento en diciembre del año pasado, cuando recuperó los 20 puntos perdidos durante las manifestaciones multitudinarias de junio.

A pesar de que Lula aventaja a su compañera en las encuestas, es seguro que ella será la candidata del PT y él actuará como el gran timonel de una campaña que se insinúa anómala. Esto porque la derecha partidaria, con el ex presidente Fernando Henrique Cardoso (Partido de la Socialdemocracia Brasileña) como su oráculo mayor, luce exhausta y fracturada luego de tres derrotas consecutivas a manos del PT en 2002, 2006 (triunfos de Lula) y 2010 (venció Dilma), y duda de su capacidad de sobrevivir a otro traspié en octubre, lo que la lleva a apostar al aventurerismo.

Veinte ejecutivos de grandes bancos consultados por el bien informado diario Valor Económico coincidieron en sus reservas ante lo que consideran “excesivo intervencionismo” de Dilma y reconocieron, a condición de anonimato, que ninguno la votará. Traducción: los banqueros entienden que llegó la hora de cerrar el ciclo petista en el gobierno, un parecer al que se sumarían la, así llamada, comunidad financiera internacional que, a través de las agencias de riesgo, podría bajar el rating de la deuda brasileña en marzo.

El bloque conservador (partidario, económico y mediático) reconoce que aunque Dilma seguramente será la más votada en la primera vuelta de octubre, si no resulta electa en esa instancia, podría ser derrotada en el ballottage a manos de una eventual alianza de todo el antipetismo formado por el socialdemócrata Aecio Neves, la ecologista Marina Silva (por quien suspira una parte del establishment financiero) y el socialista Eduardo Campos.

De ese análisis realista, las derechas deducen que es necesario lograr, a como sea, que se dispute una segunda vuelta, y para ello no descartan echar mano de tácticas sucias similares a las de sus congéneres sudamericanos, como fomentar la convulsión social regresiva.

Igual que en la Argentina (2013) y Ecuador (2010), por citar sólo dos ejemplos de insubordinaciones relativamente recientes, las policías de las 27 provincias brasileñas no acatan las políticas de seguridad recomendadas por el gobierno federal y reprimen por igual a estudiantes, agrupaciones de personas sin techo, manifestantes contra el derroche de la Copa o los neonatos rolezinhos, en los que adolescentes negros y pardos, inundan shoppings alborotadamente despertando reacciones racistas de los consumidores blancos.

Saben los formuladores de la estrategia electoral derechista que las mafias policiales son funcionales a su propósito de enrarecer el ambiente.

Recuerdan que la convulsión de junio de 2013, que llegó a eclipsar la Copa de las Confederaciones, comenzó con las marchas minúsculas por el boleto gratis en San Pablo, las cuales sólo se nacionalizarían cuando miles de personas tomaron las calles en repudio a la represión policial de aquel puñado de militantes. Posteriormente se diseminó una atmósfera de descontento viral en el que se entremezclaban quienes marchaban por mayor presupuesto para la educación y la salud, en lugar de construir estadios con un confort disparatado para permitir los negocios de la FIFA, con los partidarios de la pena de muerte, defensores de la reducción de la edad penal, opositores al matrimonio homosexual y otros desvariados.

El antipetismo sueña con reproducir esa combustión social amorfa el 13 de julio durante la final de la Copa del Mundo en el Maracaná.

Es de esas usinas de pensamiento, respaldadas orgánicamente por la empresa de (des)información y entretenimiento Globo, que se demanda la participación de las fuerzas armadas en la represión de protestas civiles, violando lo establecido por la Constitución, siguiendo la tesis según la cual “el orden es un requisito previo a la democracia”, citada a menudo por el politólogo Bolivar Lamounier e insinuada por Fernando Henrique Cardoso.

Curiosamente, un documento elaborado en el Ministerio de Defensa, bajo presunta presión militar, prevé que éstos actúen contra “movimientos organizados” (léase movimientos sociales) si ello fuera necesario para restablecer el orden.

El caso es que la seguridad durante la Copa fue un tema recurrente en las reuniones de Dilma y sus ministros en lo que va del año, y es seguro que los funcionarios del Planalto analizaron con lupa las manifestaciones violentas, pero poco numerosas, del sábado en San Pablo, a las que se sumaron otras poco concurridas y pacíficas en decenas de ciudades donde se coreban consignas como “¡fuera FIFA!”, “Dilma, mira y escucha, en la Copa habrá lucha” (ver aparte).

El gobierno está advertido de que si bien los mundiales recientes (2002, 2006 y 2010) no contaminaron el humor electoral de los brasileños, éste, por jugarse en casa, es diferente: el oficialismo puede perder votos si hubiera convulsión callejera, represión y el Scratch no conquista su sexto título: en esto vale la máxima de Felipao Scolari, “el único resultado posible es ser campeones”.

La entrada al campo de Lula, tan conocedor del fútbol como de la política, garantizará al gobierno y a la candidatura de Dilma el diálogo con los movimientos sociales, como ya ocurrió el año pasado en los momentos de mayor tensión, lo cual permitió restablecer una cierta racionalidad política a las protestas y evitar que sean masa de maniobra de oportunistas.

Con la barba algo rala y la voz menos potente que otrora, Lula está de vuelta para trabajar a tiempo completo por el segundo mandato de su compañera Rousseff, y el cuarto consecutivo del PT. Contando con un jugador como él, cualquier equipo se sentiría ganador.

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En términos de mercadeo electoral, la dupla Lula-Dilma aparece como imbatible.
Imagen: EFE
 
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