EL MUNDO › MIEDOS, MUDANZA LIBERAL DE LA SOCIALDEMOCRACIA, EMPUJE DE LA EXTREMA DERECHA Y EUROESCEPTICISMO

Crisis y rebelión antes del voto en Europa

Las elecciones europeas que se celebran entre el 22 y el 25 de mayo próximo tienen un halo de muchas incertidumbres. La hostilidad contra la ortodoxia liberal de Bruselas dio lugar a un trastorno profundo de las geometrías electorales.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

Fronteras, inmigración, eurofobia, partidos socialdemócratas en plena mudanza liberal, empuje de la extrema derecha, miedos y rechazo a las directivas de la Comisión Europea, las elecciones europeas que se celebran entre el 22 y el 25 de mayo próximos tienen un halo de muchas incertidumbres. En Francia, un sondeo publicado en la primera semana de mayo ofrece un testimonio cifrado de la desconfianza que se ha instaurado entre los ciudadanos y el proyecto eurocomunitario. Apenas 51 por ciento de los franceses es favorable a que Francia pertenezca a la Unión Europea. Hace diez años, el porcentaje era de 67 por ciento. En términos de corrientes políticas, los euroentusiastas se encuentran el en Partido Socialista, los centristas del Modem y la derecha de la UMP. En cambio, los eurofóbicos son mayoría en los sectores ubicados a la izquierda de la izquierda y en la extrema derecha del Frente Nacional. Ochenta por ciento de sus electores consideran como algo malo la pertenencia de Francia a la UE. Desde mediados de 2013, la hostilidad contra la ortodoxia liberal de Bruselas y las políticas nacionales aplicadas en su nombre dieron lugar a un trastorno profundo de las geometrías electorales. Europa acude a las urnas con dos adversarios del proyecto: uno, identificado desde hace décadas, las extremas derechas, otro, más reciente: los antipolíticas de austeridad.

En Alemania, el partido antieuro AFD, Alternativa para Alemania, conoce desde hace varios meses un avance notable, lo mismo que la extrema derecha austríaca del FPÖ, Partido por la Libertad, los eurofóbicos del británico Nigel Farage, los ultrahúngaros del Jobbik o las extremas derechas escandinavas. Al igual que en Francia con la extrema derecha del Frente Nacional, la formación de Farage, el UKIP, lidera los sondeos de intenciones de voto para las elecciones europeas. En 2014 se han ido agregando nuevos ingredientes al cóctel de votantes que antes marcaban la consulta europea: al tradicional voto antiinmigración o anti Bruselas se le pegó una nueva categoría de electores que hizo crecer la ola de euroescépticos: los anti Alemania y antitroika Banco Central Europeo-Fondo Monetario Internacional-Comisión de Bruselas. La cadencia repetida de planes de austeridad dictados por los imperativos presupuestarios desde la Comisión Europea elevó la oposición al proyecto de construcción europea tal y como está planteado hoy, o sea, liberal y antisocial. El sondeo realizado en Francia vuelve a ser decisivo para entender los sentimientos temerosos que despierta ahora lo que, hace todavía una década, era un sueño: 70 por ciento de los encuestados dice tener miedo de las consecuencias económicas y sociales derivadas del proyecto europeo, 63 por ciento teme que se sacrifique la protección social en nombre de Europa, 60 por ciento tiene miedo de que Europa signifique más inmigración y 52 que la identidad nacional se diluya. Un dato electoral funciona también como puente entre el alto porcentaje de euroescépticos y la desconfianza que inspira la Comisión Europea: durante las elecciones municipales celebradas en Portugal en septiembre de 2013, el PSD, el partido de gobierno de centroderecha que ejecutó uno de los planes de austeridad más fuertes que haya conocido el Viejo Continente, fue castigado duramente en las urnas en beneficio de la oposición socialista. En Francia, después de dos años en el poder y de una serie de ajustes de corte liberal, el PS sufrió también una de las peores derrotas de su historia en las elecciones municipales de abril. En suma, cada partido cuyo programa se ve asociado a las políticas neoliberales o a los programas de austeridad teledirigidos desde Berlín o Bruselas paga el tributo en las urnas.

Hay una suerte de doble rebelión: una, la de los ya conocidos movimientos de extrema derecha y sus plataformas neonacionalistas que promueven la salida del euro y la restauración de las fronteras; dos, los indignados por la austeridad. Europa es, en su conjunto, una suerte de caja donde se expían todos los males y las responsabilidades locales. Todo el mundo le pega a la Vieja Europa: los ultras de la derecha, la izquierda de la izquierda, la derecha y, en menor medida, la socialdemocracia. Europa es culpable de casi todo. Alain Lamassoure, eurodiputado francés del Partido Popular Europeo (derecha), desmenuza con acierto esa contradicción: “Desde la crisis de la deuda, los países del Sur están persuadidos de que Berlín tiene la culpa de lo que les ocurre mientras que los países del Norte estiman que es por culpa de Bruselas que tienen que dar dinero a los del Sur”. El proyecto europeo aparece así estancado, sin otra cabeza profunda más que la de las políticas liberales. Christophe Barbier, director de la redacción del semanario de derecha liberal L’Express, anota: “La Unión está podrida de la cabeza. Y si no tiene ni estrategia monetaria, ni ambición industrial, ni programa social, ni armonización presupuestaria, ni eficacia diplomática, ni existencia militar, ni sueño cultural, ni proyecto educativo se debe a que su gobernabilidad es mala, a que los tratados (europeos) inventaron una aberración: el poder impotente”.

Casi todo el discurso que circula es escatológico. Desde luego, a menudo no le falta razón. El gran proyecto cultural, el gran sueño, quedó sepultado bajo la mecánica de la unión monetaria (el euro), los dictámenes del Banco Central Europeo y la medicina mayor que consiste en el control de los déficit públicos (máximo 3 por ciento del PIB) en detrimento de un proyecto social. Nadie propone otra alternativa, a no ser la del miedo por partida doble: el miedo de quienes promueven a Europa como una amenaza, y el miedo de quienes arguyen que sin Europa no hay otra cosa que el abismo. En una columna publicada por el vespertino Le Monde, el presidente francés, François Hollande, escribió: “Salir de Europa es salir de la historia”. Para el jefe del Estado, abandonar el euro equivale a “caer en la trampa de la decadencia nacional”. Otra vez el miedo. Anni Podimata, vicepresidenta del Parlamento Europeo (partido griego Pasok) reconoce que “el proyecto europeo se encuentra ante un gran peligro. El sentimiento antieuropeo se agrava cada vez más”.

En realidad, le verdad es más compleja y ambigua. Más que sentimiento hay reclamos veraces. En gran medida, los ciudadanos le reprochan a la dirigencia europea ocuparse más de los bancos que de ellos, así como dejarse envolver en una interminable tecnocracia o estar sometida a los grupos de presión. Como lo demuestran las sucesivas encuestas que se hacen regularmente a escala continental, el ideal europeo no ha muerto, pero sí la confianza en quienes detentan los destinos de Europa. Existe, de hecho, la sospecha de que una suerte de tecnooligarquía europea opera contra las democracias que componen la Unión y, por consiguiente, contra los pueblos. Sin embargo, el ejercicio electoral es altamente democrático y paradójico. Cerca de 380 millones de personas eligen un Parlamento cuyos poderes se han ido reforzando con los años. Es decir, también eligen una enorme contradicción: una encuesta de opinión encargada por el Parlamento Europeo a la organización independiente Vote Watch Europe muestra que son los partidos euroescépticos o eurofóbicos que se manifiestan radicalmente opuestos a formar parte de la UE los que serán los grandes ganadores de la consulta europea. Los electores identifican al oficialismo comunitario como el responsable del estancamiento, o sea, a la derecha del Partido Popular europeo, a los socialdemócratas del SD y a los liberales. Si estas previsiones se cumplen, el peligro que se corre es importante. En caso de que las extremas derechas y los eurofóbicos confirmen en las urnas los porcentajes de los sondeos habría enormes dificultades para avanzar en las políticas comunes. La extrema derecha europea puede duplicar su número de diputados. Con 150 eurodiputados estaría en condiciones de derribar cualquier proyecto de integración.

Inmigración, nacionalismo, críticas masivas al modelo de la Unión y su gestión presiden una elección que podría incrementar el poder de quienes sueñan con restaurar muchas de las herencias negras del pasado.

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Marine Le Pen, líder del partido de extrema derecha Frente Nacional, un partido eurofóbico y xenófobo que crece en Francia.
Imagen: AFP
 
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