EL MUNDO › LA DIRIGENTE EVANGELISTA QUE HEREDO LA CANDIDATURA DEL PARTIDO SOCIALISTA BRASILEÑO IGUALA EN LOS SONDEOS A DILMA ROUSSEFF

Marina Silva y su fe en la tercera vía a la brasileña

La candidata ambientalista brasileña promete construir una nueva política. Su programa está más cerca del mercado que de la izquierda.

 Por Darío Pignotti

Desde Brasilia

Luiz Inácio Lula da Silva no adscribe a la “nueva política” ofertada por Marina Silva. “Yo no creo en alguien que hace apología de la no política... les pido que no le crean a alguien así, porque no es posible que alguien gobierne Brasil por fuera de la política... esta no es la hora de negar la política.” Como jefe del Partido de los Trabajadores (PT) a Lula le cupo la tarea, políticamente incorrecta, de contrarrestar el aluvión publicitario a favor de la “tercera vía” a la brasileña, un sendero ideológicamente gaseoso, situado más lejos de la izquierda que del mercado, planteado por la candidata presidencial Marina Silva, la dirigente ambientalista más importante del país.

“La nueva política que proponemos –prometió Marina– la vamos a construir sin aceptar las imposiciones de los partidos... la haremos dialogando con los mejores hombres del PT y del PSDB (Partido de la Socialdemocracia Brasileña)”, del ex gobernante Fernando Henrique Cardoso, el cuadro más refinado, y escuchado, del bloque de poder que continúa siendo dominante, aunque esté fuera del gobierno desde 2003. Representante del Partido Socialista Brasileño al que se afilió por compromiso hace menos de un año, Marina alcanzó el 34 por ciento igualando a la presidenta Dilma Rousseff, según los números de una encuesta divulgada ayer por la agencia Datafo-lha. En caso de que nadie supere el 50 por ciento de los votos válidos en la primera ronda del 5 de octubre habrá otra el 26 y allí Marina sería electa con el 50 por ciento contra el 40 de la actual jefa de Estado.

Si esa proyección se confirma el 31 de diciembre marcará el fin del ciclo de gobiernos petistas iniciado el 1º de enero de 2003 con la asunción de Lula da Silva, reelecto en 2006 y su heredera Dilma vencedora en 2010.

Todas las empresas de opinión pública, unas más confiables que otras, coinciden en describir el ascenso de Marina como un huracán surgido el 13 de agosto, cuando se estrelló en el interior de San Pablo el jet Cessna 500, valuado en 9 millones de dólares, a bordo del cual viajaba el entonces candidato socialista, Eduardo Campos.

Para el director de Datafolha no quedan dudas sobre la consistente popularidad de la ex ministra de Medio Ambiente entre 2003 y 2008, aunque resta constatar si resistirá los embates iniciados el jueves pasado por Lula, a los que se sumó Dilma, cuando calificó como “gravísima” la tesis de instaurar un régimen post partidario. “Quien no gobierna con los partidos políticos está coqueteando con el autoritarismo”, lanzó ayer Rousseff.

Como en el ’89

Aunque la honesta evangélica Marina Silva imagine ser la encarnación de lo nuevo, su papel en la narrativa electoral reproduce un libreto al que ya echaron mano las elites para contener a las fuerzas progresistas, populares y nacionalistas que han tenido al PT como su representante político, no el único, desde la década del 80, después de las huelgas encabezadas por Lula, desafiando a la dictadura que se vio obligada a iniciar el repliegue concluido en las elecciones tuteladas de 1985.

En las presidenciales de 1989, ahora sin proscripciones, los socios civiles del régimen, por caso la Federación de Industrias de San Pablo y la cadena Globo, se coludieron para abortar la victoria de Lula al precio que sea. De allí surgió Fernando Collor de Mello, un Frankenstein con partes de Carlos Menem, Alberto Fujimori y Carlos Salinas de Gortari, pero más musculoso que ellos. Amigo sobreactuado de George Bush, Collor asumió el gobierno en 1990 con una base parlamentaria alquilada –como la que deberá rentar Marina si gana en octubre– que lo abandonó poco antes de su renuncia en 1992.

Collor, quien llegó a ser personificado como héroe de una novela de la Globo, se presentó ante el gran público como un “cazador de marajás”: un outsider de la política que habría de luchar sin cuartel contra los corruptos.

Por cierto, la biografía de Marina Silva no se confunde con la de Collor. Ella trabajó junto al dirigente campesino asesinado Chico Mendes, militó en el trotskismo, emigró al PT, fue senadora por ese partido y luego ministra de Medio Ambiente durante el gobierno de Lula, del que se fue en 2008 iracunda por la construcción de represas en la Amazonia. Su enemiga jurada era la ministra Dilma Rousseff, impulsora de grandes obras de infraestructura.

Se cuenta que cuando dejó el Planalto algunos ministros dijeron confidencialmente estar hasta la coronilla con la “santa”, el apodo que recibió Marina por su actitud mesiánica y presunción de superioridad moral. Rompió con el PT en 2009 y en 2010 fue candidata presidencial por el Partido Verde, del que se iría un año después, y con el que recogió sorprendentes 20 millones de votos, en su mayoría de la clase media, media alta, ambientalistas, jóvenes, petistas desencantados y ongueros (de ONG). Surgía una corriente de opinión ecléctica, habituada a militar en las redes sociales, los “marineros”, que participaron en las movilizaciones multitudinarias de junio de 2013.

A pesar de su historia política meritoria, su fuerza de carácter, su compromiso, lo que emparenta a Marina con Collor es la funcionalidad de ambos: ellos representan el antipetismo. En 1989, cuando el PT proponía revisar y condicionaba el pago de la deuda externa, Collor asumía como propios, aunque quizá los hubiera leído en parte, los postulados del Consenso de Washington. Veinticinco años más tarde, transcurridos casi tres gobiernos petistas, Dilma y su agrupación son los “enemigos a vencer”, señala privadamente Cardoso, vocalizando el parecer de banqueros, editores y algunas embajadas, tal el caso de la norteamericana.

Pragmáticos, los dueños del poder se contentan con la ascendente Marina porque su candidato ideal, Aécio Neves (del partido de Cardoso), quedó fuera de juego con el 15 por ciento de las adhesiones. Y Marina acepta, a pesar de su discurso con sabor a clorofila, el pacto con el diablo para llegar al Palacio del Planalto.

En su programa de gobierno redactado contrarreloj, bajo la supervisión de la heredera del Banco Itaú, Maria Alice Setúbal, publicado el viernes pasado, están expresadas las tesis de un modelo pensado para iniciar una era post PT.

El centro de gravedad del programa está en el compromiso de “asegurar la independencia del Banco Central de forma institucional lo más rápidamente posible”, según resumió la agencia Reuters. Es decir, fin de la heterodoxia dilmista, con la implantación de un Banco Central impermeable a cualquier gobierno electo (incluso el de Dilma), garantía para el retorno a los postulados noventistas basados en tasas de interés sin regulación política, superávit primario alto para el pago de los intereses de la deuda a costa de las inversiones públicas y políticas sociales, combate severo a la inflación y cambio flotante. Se propone, además, reducir los subsidios estatales a los bancos de fomento como el Banco Nacional de Desarrollo Econômico y Social y la Caixa Econômica, que financia viviendas populares.

En el plano energético la plataforma “marinera” impone restricciones a la política de expansión de Petrobras, especialmente en la explotación de las reservas gigantes de los yacimientos de aguas profundas, en las que la legislación de 2010 otorga atribuciones especiales a la compañía estatal.

“¿Qué va a pasar si entra en vigor (ese) programa? No sólo va a perder importancia Petrobras, sino que también van a imponer restricciones al BNDES y la Caixa... se acaba (el plan de viviendas) Mi Casa, Mi Vida”, protestó ayer Dilma.

El antipetismo diplomático se resume en dos incisos contenidos en las más de 240 páginas del plan de gobierno para una “nueva política”.

Primero, fin de la cláusula que obliga a los miembros del Mercosur a negociar en grupo acuerdos comerciales con terceros mercados, lo que allana el camino para pactos bilaterales de Brasil con la Unión Europea y, eventualmente, con Estados Unidos. Segundo, posible, por no decir seguro, archivo de las demandas brasileñas a Washington debido al espionaje de la agencia NSA del que fueron objeto Dilma, Petrobras y millones de ciudadanos, según se reveló en los documentos presentados por Edward Snowden. Marina, en su propuesta de política exterior conocida el viernes, considera que “ha llegado el momento de adoptar un diálogo maduro, equilibrado y propositivo que no dramatice las diferencias naturales entre socios con amplios intereses económicos y políticos”.

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Marina Silva alcanzó el 34 por ciento igualando a la presidenta Dilma Rousseff, según los números de Datafolha.
Imagen: AFP
 
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