EL MUNDO › EL FUNDADOR DE LA REVISTA MEXICANA PROCESO HABíA ENTREVISTADO A JFK Y AL CHE

Murió Scherer, periodista de periodistas

Scherer fue referente no sólo de un oficio en riesgo permanente en México, sino también una pieza clave en la democratización y el empoderamiento de la sociedad civil. Escribió veintidós libros y recibió títulos honorarios. Murió a los 88 años.

 Por Gerardo Albarrán de Alba

Desde México, D.F.

“A la vida le temo como no le temo a la muerte. La muerte es inevitable. Cae. El terror en los límites de la cordura, es asunto personal”, escribió Julio Scherer García (México, 1926) en su antepenúltimo libro, Vivir (Grijalbo, 2012), anticipando su partida, con la que México y Latinoamérica han perdido a uno de sus mejores periodistas. El fundador de la revista Proceso, en 1976, y director del diario Excélsior de 1968 a 1976, falleció en la madrugada de ayer en su casa, al sur del Distrito Federal.

Scherer fue referente no sólo de un oficio en riesgo permanente en este país, sino también una pieza clave en la democratización y el empoderamiento de la sociedad civil. En 2002 recibió de manos de Gabriel García Márquez el premio Nuevo Periodismo Cemex-FNPI, el primero entregado a la trayectoria periodística por la fundación creada por el Premio Nobel de Literatura. En 1971 le fue otorgado el premio María Moors Cabot y en 1977 fue reconocido como el periodista del año por Atlas Word Press Review de Estados Unidos.

Para Elena Poniatowska, quien se iniciara en las páginas del mítico Excélsior, dirigido por Scherer, “no es posible entender la realidad de México sin la pluma” de este periodista, “cuya actitud en la vida ha sido el sello moral de nuestro gremio”.

Célebres fueron sus entrevistas a Fidel Castro, al Che Guevara, Augusto Pinochet, Olof Palme, Chou En Lai, Salvador Allende, John F. Kennedy, Dimitri Shostakovich, André Malraux y Pablo Picasso. Una de las más profundas, al muralista David Alfaro Siqueiros, se convirtió en libro, su formato favorito: en poco menos de medio siglo sumaría un total de 22 reportajes de largo aliento así publicados.

El periodismo fue su pasión, y abandonó una vida que se prometía cómoda para abrazar las incertidumbres de un oficio sin reconocimiento social. Nieto del banquero alemán Hugo Scherer, aposentado en México desde fines del siglo XIX, Julio ingresa a la Escuela Libre de Derecho, pero en apenas un año abandona la posibilidad de la abogacía para ingresar al periódico Excélsior como mandadero, en 1946. Su padre, Pablo, ya nacido en México, peleó en la Gran Guerra en las filas del kaiser, obligado por el servicio militar, cuando el conflicto lo sorprendió en Alemania, adonde lo habían enviado a estudiar desde niño. Volvería años después, a finales de la Revolución, para convertirse en dueño de una exitosa agencia bursátil. Su abuelo materno, Julio García, fue presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación entre 1929 y 1933.

Julio Scherer se formó como periodista en el México de los años ’40 y ’50, en un tiempo que se caracterizó por una prensa servil, en el que los reporteros aprendían a posponer su independencia de criterio (Monsiváis dixit) a fuerza de corrupción –moral y material–. En tanto, Scherer se rodeaba de colegas e intelectuales con los que practicó un periodismo diferente. Bajo su dirección, Excélsior se convirtió en el periódico referente en el mundo de habla hispana y uno de los mejores diez diarios del mundo. Con él, Octavio Paz fundó la revista Plural, y Vicente Leñero encabezó Revista de Revistas.

En 1976 fue protagonista de uno de los mayores atentados contra la libertad de prensa en México, cuando fue expulsado de la dirección de Excélsior mediante una asamblea espuria de cooperativistas, manipulada desde el gobierno. El golpe orquestado desde el poder político y económico –maquinado por el presidente Luis Echeverría Alvarez, en complicidad con el líder empresario Juan Sánchez Navarro– pretendió poner fin a un ejercicio periodístico que le había perdido el miedo a la Presidencia Imperial, la “dictadura perfecta” a la que se referiría Mario Vargas Llosa catorce años después. Sin embargo, la salida de Scherer de las instalaciones de Excélsior, a mediados de 1976, no fue el triunfo de la censura, sino de la dignidad profesional que dio vida a las revistas Proceso, dirigida por el propio Scherer, y Vuelta, dirigida por Paz, así como del diario unomásuno, dirigido por Manuel Becerra Acosta. Fue, sobre todo, el instante en que cambió para siempre la relación entre periodismo y poder en México.

Octavio Paz recordó así el episodio en el editorial del primer número de Vuelta, en diciembre de 1976: “En 1971 el director de Excélsior, Julio Scherer, nos propuso la publicación de una revista literaria, en el sentido amplio de la palabra literatura: invención verbal y reflexión sobre esa invención, creación de otros mundos y crítica de este mundo. Aceptamos con una condición: libertad. Scherer cumplió como los buenos y jamás nos pidió suprimir una línea o agregar una coma. Actitud ejemplar, sobre todo si se recuerda que más de una vez los puntos de vista de Plural no coincidieron con los de Excélsior”.

Siendo un hombre de poder, vivió fascinado por los grandes personajes del poder político y económico, que en México son lo mismo: “El periodista observa la vida privada de los hombres públicos y se entromete en su trabajo, asiste como puede a las reuniones a puerta cerrada y se hace de documentos reservados. El periodista escucha lo que no debe escuchar y mira lo que no debe mirar en la búsqueda afanosa de los datos y signos que informen a la sociedad de lo que ocurre en las esferas del poder (...) Políticos y periodistas se buscan unos a otros, se rechazan, vuelven a encontrarse para tornar a discrepar. Son especies que se repelen y se necesitan para vivir. Los políticos trabajan para lo factible entre pugnas subterráneas; los periodistas trabajan para lo deseable hundidos en la realidad. Entre ellos el matrimonio es imposible, pero inevitable el amasiato”.

Uno de los trabajos periodísticos más célebres de Scherer lo hizo en marzo de 2001, ya fuera de la dirección de Proceso, cuando entrevistó al Subcomandante Marcos en las cámaras de Televisa, la empresa de comunicación que se definió a sí misma como soldado del PRI, cómplice de un sistema al que siempre escrutó.

El más controvertido lo hizo nueve años después, en abril de 2010, cuando acudió al llamado del narcotraficante Ismael “el Mayo” Zambada, con quien se reunió en su guarida, fiel a lo que siempre consideró su compromiso con los lectores: “La información en el límite de lo posible”. Scherer sabía que el encuentro con el Mayo Zambada sería un golpe periodístico, y eso le atraía más que nada, era su razón de ser como reportero. Sabía también que, tras la publicación, vendrían las diatribas, las críticas enconadas, “las ganas contra nosotros”

Scherer apoyó su decisión editorial con una postura vital: “Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”. Años atrás, Carlos Monsiváis lo explicaba así: Scherer siempre dialogó con “toda persona sospechosa de albergar noticias”.

El periodista fallecido a los 88 años rechazó honores y lisonjas. Sus funerales se realizaron ayer mismo en privado. “Los ojos están hechos para mirar, los oídos para escuchar y el tiempo de la reflexión ocupaba en mí un segundo espacio. No soy un intelectual ni aspiro a la erudición. Soy persona que existe a través de los sentidos, no de mi inteligencia”, decía de sí mismo.

Aun así, varias universidades le otorgaron el grado de Doctor Honoris Causa, como la Universidad de Guadalajara en 2006 y la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, donde en un mensaje enviado a través de su hijo, Julio Scherer Ibarra, el periodista advirtió que el presidente Enrique Peña Nieto pisaba ya “terrenos peligrosos”.

No en balde, en abril de 2010, Zambada ya le anunciaba a Scherer lo que sería el futuro inmediato de México: “Si me atrapan o me matan... nada cambia”.

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Con la partida de Scherer, México y Latinoamérica han perdido a uno de sus mejores periodistas.
 
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