EL MUNDO

Cómo es “La Montañita”, el barrio rojo que bajó a defender a Chávez

“La Montañita” es uno de los cerros cuya población bajó a Caracas a defender a Hugo Chávez en el fallido golpe de 2002. Página/12 estuvo allí y cuenta por qué la gente hizo lo que hizo.

 Por Martín Piqué

Página/12
en Venezuela
Desde Caracas

Entre los cerros que rodean Caracas se hizo famoso en el golpe de Estado de abril de 2002. Es “La Montañita”, un cerro que, como todos los que cercan a la capital, está poblado por desocupados, obreros, trabajadores que hacen changas, vendedores ambulantes, amas de casa, empleadas domésticas. “La Montañita” está al sudoeste del centro histórico, al borde del camino obligado para entrar en Caracas, la ruta Panamericana. De noche, miles de luces forman un triángulo luminoso que asombra por su dimensión: esos focos pertenecen a “El Valle”, una de las parroquias en que está dividida la capital de Venezuela (las parroquias son algo similar a las comunas que se quieren crear en la ciudad de Buenos Aires). Desde las alturas del barrio, entre torres de alta tensión, se ve muy claro el césped del Fuerte Tiuna, un cuartel del Ejército en el que estuvo detenido Hugo Chávez en los primeros momentos del golpe de Estado de 2002. Aquella vez, tras un primer momento de confusión, miles de personas “bajaron del cerro” (una expresión que cambia de sentido según sea pronunciada por el oficialismo o la oposición) para gritar: “¡No ha renunciado, lo tienen secuestrado!”.
Los arbustos se ven amarillentos porque todavía no empezaron las lluvias. Algunas casas están pintadas de colores, otras todavía muestran las paredes descoloridas y hasta sin revocar. Casi no se ven negocios, los pocos que hay son casas de familia improvisadas como comercios. La calle es muy empinada, pero los jeeps cubiertos marca Toyota que transportan pasajeros o alumnos que vuelven de la escuela la transitan a gran velocidad. Suben la loma –que cansaría a cualquiera que pretenda subirla a pie– tocando bocina porque la calle 18, que es la más importante del barrio, no es lo suficientemente ancha como para que pasen dos vehículos al mismo tiempo. De esa calle –que los vecinos también llaman “vía principal”– salen pasillos laterales que separan las casas. Esa es la primera imagen que se tiene cuando se sube al Valle, la parroquia que ocupa toda “La Montañita”. Este lugar es famoso por ser un reducto del oficialismo, donde la gran mayoría de sus vecinos son simpatizantes o militantes de la coalición que apoya a Chávez.
Basta con escuchar a Ramona Hernández, una mujer de más de setenta años que pasea con un pañuelo rojo atado a su cabello. El rojo es el color del chavismo, no por nada a las movilizaciones de apoyo al gobierno se las llama “marea roja”. “Tengo como cincuenta años en este barrio y sé lo que ha ocurrido aquí. –subraya Ramona a Página/12 mientras sube la loma con voluntad–. Ahorita estamos mejor porque éste es el primer presidente que ha hecho cosas por nosotros, los pobres. Antes las universidades eran sólo para los ricos, y ahora nuestros jóvenes están haciendo sus estudios gracias a la misión Sucre.” La misión Sucre es uno de los programas educativos y de alfabetización que el gobierno de Chávez está llevando adelante desde hace un año. Los dos planes más conocidos y ambiciosos son la Misión Robinson –que permite alfabetizar y enseñar los contenidos de la escuela primaria– y el Barrio Adentro, por medio del cual 10.000 médicos cubanos se instalaron en los barrios pobres de Caracas para atender a la población que no accedía a la salud estatal o a las prepagas del sector privado.
Uno de los barrios que forman la parroquia El Valle se llama Negro Primero. El nombre es en homenaje a uno de los lugartenientes de Simón Bolívar. Página/12 recorre sus caminos –tan estrechos como los pasillos de una villa miseria argentina, aunque aquí las casas son de material y el lugar se parece más a un barrio como Ciudad Evita o Isidro Casanova– mientras conversa con Josefina Mejía, una negra de 63 años que colaboró con la guerrilla del MAS venezolano en la década del ’60. “Lo que necesitaban se lo llevábamos a la montaña”, recuerda. Ahora es una de las principales líderes del chavismo en El Valle, que –como todos los barrios populares de Caracas– parece gobernado por mujeres. Como los hombres están ausentes porque los días de semana trabajan o buscan trabajo, la organización del barrio está casi monopolizada por mujeres. Ellas se encargan del Comité de Salud, por medio del cual se apoya la labor de los médicos cubanos, y del Comité de Tierra Urbana (CTU), que se encarga de varias cuestiones: investigar la historia del barrio, diagnosticar y planificar actividades, y regularizar la propiedad de la tierra de cada familia que vive en la zona. Algunas de las líderes del barrio han viajado a Cuba para hacer cursos de formación en esos temas, otras esperan hacer el viaje. Josefina no ha viajado ni espera hacerlo. Mientras sube por la calle va presentando a sus vecinos con la ayuda de Mallil Domingo, Rosaura Rodríguez, Yamilén Chávez y Cilia Chirino. Todas son dirigentes en sus barrios, del Comité de Salud o del CTU, y por supuesto son chavistas.
La caminata bajo el sol del mediodía venezolano –que parece perforar la tierra– tiene su primera parada en el consultorio de uno de los cuatro médicos cubanos que atiende y vive en la calle 18. Aunque en la comitiva de 10.000 médicos enviados por Fidel Castro hay unas cuantas mujeres, en los cerros de Caracas trabajan sólo varones, por cuestiones de seguridad. El consultorio del médico es una sala limpia y humilde de una casa de familia. Las paredes están pintadas de colores chillones, hay imágenes de santos y un crucifijo. No difiere mucho de cualquier salita médica del conurbano, como las que impulsan movimientos piqueteros o agrupaciones políticas. Pero hay una diferencia sustancial: esta iniciativa es impulsada por el Estado venezolano con el apoyo de Cuba.
El médico tiene un nombre que suena típicamente cubano. Se llama Rafael Pérez de Camino, tiene 35 años, barba y pelo largo atado con colita y es de La Habana. Cuenta que en el año 2002 pidió ir a Zimbabwe para trabajar como médico en ese país. “Fue duro”, admite a Página/12. Enseguida plantea las diferencias con Venezuela, a su alrededor lo observa un grupo de mujeres venezolanas. “Venezuela es un país rico pero donde hay mucha gente excluida de la salud. No tienen dinero para ir a la clínica. Las enfermedades crónicas no están bien tratadas. Hay hipertensión, diabetes, asma. Tengo sólo dos desnutridos sobre una población de 1144 personas”, explica. Todos los domingos, Pérez de Camino se reúne con los otros cubanos para jugar al béisbol contra los choferes de jeeps, a quienes los vecinos llaman “jeezeros”. Cuenta que el clima es de calidez y camaradería, que los tratan muy bien y los cuidan cada vez que salen a caminar por el barrio: “Me tratan como a un bebé”, se ríe. Pero parece que no siempre es así, porque cuando se le pregunta por las mujeres venezolanas se calla y sonríe.
Página/12 recorre otras tres salas médicas. En cada una hay un médico de Cuba, todos menores de 40 años, que han rendido un examen antes de ser enviados a Caracas. Sólo en la capital venezolana hay 290 médicos enviados por Fidel Castro. Hace un año, cuando empezaron a llegar estos médicos, los medios de comunicación privados decían que no eran médicos, que eran especialistas militares que no sabían nada de medicina, que no contaban con los medicamentos adecuados, que en su labor usarían medicinas usadas por veterinarios para tratar animales. “Ahora ya no dicen nada. Como no pueden criticar porque los resultados están siendo muy buenos, la estrategia es no contar nada. Ocultar todo a la población”, se queja un vecino que se ha acercado para charlar con el “periodista extranjero”. Según las estadísticas del gobierno, el plan Barrio Adentro ha tratado a más de un millón y medio de personas en un año. La oposición cuestiona que sean cubanos porque eso implica una discriminación de los médicos del país. “Los médicos venezolanos no querían entrar al barrio, y cuando lo hacían, venían acompañados por la Policía Metropolitana”, contesta Luis Piñero, un dirigente barrial del chavismo que vive en la región.
La recorrida por “La Montañita” termina cerca de las cuatro de la tarde, antes de que empiece a oscurecer. Tras bajar el cerro, un grupo numeroso de vecinos de El Valle se concentra ante el Fuerte Tiuna para festejar, bailar y saludar a los extranjeros que han visitado “las barriadas”. Durante el trayecto, a lo largo del día, los visitantes han visto cuál es por estos días la principal apuesta del chavismo: consolidar su base política –los pobres– con un paquete de ayuda social sobre la base de una consigna: “Para luchar contra la pobreza, hay que darle poder al pueblo”. La gente que vio este cronista parece sentirlo así.

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Una de las múltiples expresiones de apoyo al presidente en una ciudad polarizada.
 
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