EL MUNDO › UN VIAJE AL MISTERIOSO PAIS QUE PROVOCO AL MUNDO CON SU PRUEBA NUCLEAR

Corea del Norte, desafiante y desconfiada

El cruce de la frontera más fortificada del mundo para ingresar a la reserva ecológica que abarca la zona desmilitarizada es el comienzo de un viaje a un mundo desconocido y enigmático. Del otro lado, soldados que saludan junto a las trochas muertas de un tren, campos recién cosechados a la vera de las colinas y prohibiciones varias.

 Por Ramiro Trost *

Desde el Paralelo 38

Cruzar el Paralelo 38 que separa a ambas Coreas es transitar por la herida más profunda que tienen los coreanos. Es revivir el recuerdo del enfrentamiento fratricida, de la muerte y la miseria que asolaron esta península entre 1950 y 1953 y que dejaron sus marcas hasta hoy. La reciente prueba nuclear de Norcorea y el misterio que caracteriza a ese país son los alicientes que nos llevan a tratar de descubrir qué hay del otro lado de la frontera. Página/12 es el primer medio argentino en entrar a Corea del Norte luego del ensayo atómico.

El desafío es atravesar por tierra la frontera más fortificada del mundo y sumergirnos en una desconocida y enigmática zona. El autobús avanza en la ruta hacia el norte sorteando madejas de alambradas y barricadas. La tensión se incrementa a medida que vamos superando los distintos controles surcoreanos y se va abriendo una reja tras otra.

En una oficina de migración en el Sur dejamos los teléfonos celulares, grabadores y cámaras de fotos cuyas lentes superan lo permitido. Recibimos las identificaciones que tendremos que tener colgadas en el pecho todo el tiempo desde ahora. En ese cartón quedará estampado el sello de entrada a Norcorea, ya que el Sur no reconoce al Norte como otra nación, y viceversa. Figurará en nuestro pasaporte la marca de salida e ingreso a Corea del Sur. En medio, no habrá registro de dónde estuvimos. La sensación de estar entrando a otro mundo se agiganta.

Desde ese momento está prohibido sacar fotos hasta llegar al complejo de hoteles que nos espera en el Norte. Una vez allí, también sabremos que tampoco podremos hacerlo en los traslados, sólo en los sitios habilitados. Pero el instinto y las ganas de registrar lo que ven nuestros ojos pueden más. La última barrera de hierro en el Sur es abierta por dos soldados. En forma paralela al camino y junto al Mar del Este de la península se extienden también los rieles ferroviarios. Las vías tienen su recorrido truncado y no existe aún la decisión ni las condiciones políticas para reconectarlas.

Uno siente, en un primer momento, estar entrando a algo muy parecido a la imagen que tenemos del paraíso. Es la denominada Zona Desmilitarizada (ZDM), que es una franja de 3,2 kilómetros de ancho y una longitud de 242,9 kilómetros de oeste a este de la península. Esa área impide el contacto directo entre los soldados de ambos lados y es una reserva ecológica dominada por colonias de aves migratorias y animales silvestres, en medio de una naturaleza exultante. Aquí no hay vestigios de conflicto, de alambradas y de armas. Es cierto que se asemeja a un edén, pero es asimismo la puerta a lo que se anticipa oscuro y enigmático.

El autobús se detiene y dos soldados norcoreanos abren un gran portón. Varios otros nos observan desde el interior de una garita. Es el primer contacto que tenemos con el Norte. Sus caras son imperturbables, sus miradas muy inquisidoras y sus uniformes, mezcla de estilos soviético y chino, nos erizan la piel. No nos han hecho nada, pero hay que luchar con el bagaje con el que uno llega. Esa carga viene alimentada de noticias sobre miles de personas que escapan por sus fronteras perseguidos por el hambre y la opresión del régimen, los informes de campos de concentración para presos políticos y un ejército poderoso que desarrolla misiles y armas nucleares mientras la población sufre la miseria. El conflicto norcoreano es tan particular que incluso aquí no hay cadenas internacionales transmitiendo en vivo, simplemente porque no les permiten ingresar al país.

Entramos a Corea del Norte. El cuadro que se ve desde el vehículo que nos transporta es opaco. Los campos parecen recién cosechados y las montañas a ambos lados de la carretera no son de gran altura. Hay soldados por todas partes, en medio de la nada, parados como espantapájaros. Y nos miran, confirmándonos que a partir de ahora estamos siendo observados. En cuestión de pocos kilómetros hemos entrado al pasado. Una era de intrigas, de control y de espionaje que creíamos parte del pasado. Norcorea vive encerrada en ese clima, y más aún cuando hay extraños de visita.

Otra nueva detención y todos debemos descender del coche con los bolsos. Por los altoparlantes, instalados siguiendo la trocha muerta del tren, suena una canción norcoreana: pangapsumnida, encantado de conocerlo. La cálida acogida parece ser sólo musical.

En una improvisada tienda, un guardia en actitud marcial revisa los pasaportes. La cartilla de identificación provista previamente en el Sur funcionará a modo de visado. Vuelta al micro, que nos llevará como por un túnel del tiempo. A uno y otro lado de la carretera las imágenes se repiten. Comienzan a aparecer los primeros camiones militares, viejos y desvencijados. A primera vista, no parecería que el ejército norcoreano, uno de los más numerosos del mundo, pudiera hacer frente a una guerra moderna, donde un ataque “quirúrgico” ejecutado a distancia y por satélite puede más que miles de hombres luchando codo a codo.

En las cimas de los montes e incrustados en sus laderas se divisan cubos de cemento, desde donde asoman cañones y tanques. Otro camión estacionado a un costado de la ruta proyecta la secuencia de una película. Amontonados en la parte trasera del vehículo, varios soldados fuman y hasta parecen disfrutar de un momento de distensión.

Las primeras aldeas de campesinos van apareciendo. El viaje recién empieza.

* Primera nota de la serie.

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Kim Jong Il, el líder norcoreano a quien la población rinde culto, aparece junto a jefes militares durante una inspección.
Imagen: AFP
 
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