EL MUNDO › EMPIEZA EL ENCUENTRO INTERNACIONAL SOBRE MEDIO ORIENTE EN EE.UU.

Aislar a Irán, también en Annapolis

El objetivo es revivir el diálogo entre palestinos e israelíes. Pero la presencia siria y saudita resignifica el encuentro.

 Por Sergio Rotbart
desde Tel Aviv

“La cumbre de Annapolis también está destinada a repeler la influencia de Irán”, confesó hace pocos días la canciller norteamericana, Condoleezza Rice, en la convención de los dirigentes de las comunidades judías de su país. ¿Cómo se concretará la meta expresada mediante este “subtema” adicional en la agenda del encuentro internacional que se celebra hoy en los Estados Unidos? La respuesta no se encuentra, por cierto, en el leit motiv de la convocatoria: las negociaciones en torno del conflicto que libran israelíes y palestinos, cuyas respectivas representaciones no lograron siquiera ponerse de acuerdo en la formulación de una declaración conjunta. Hay que buscarla, en cambio, en los ingentes esfuerzos invertidos por el gobierno de George Bush y por los Estados miembro de la Liga Arabe, con Arabia Saudita a la cabeza, para obtener la disposición de Siria a sumarse al evento. A cambio, Damasco recibió la promesa de que, de algún modo, el tema de las Alturas del Golán estará incluido en las sesiones de Annapolis.

La presencia siria es fundamental para encontrar una salida a la crisis en la que está sumido el Líbano, donde la confrontación entre los partidos pro-occidentales y el Hezbolá, que responde a Irán, tiene paralizada a la política del país. De alguna manera, la cumbre de Annapolis viene a superar los magros resultados obtenidos por el ejército israelí en la guerra que mantuvo contra la milicia chiíta libanesa el año pasado. A Washington le llevó más de un año llegar a la conclusión de que, sin el levantamiento del veto a negociar con los sirios, el Líbano podría convertirse en otro escenario caótico propicio para que las fuerzas pro-iraníes aumenten su tajada. El ataque aéreo israelí contra un objetivo estratégico sirio (una planta nuclear secreta erigida con la ayuda de Corea del Norte, como sostienen algunas fuentes), ocurrido el pasado mes de septiembre, ayudó a convencer a la administración Bush de que era posible “disuadir” a Bashir el-Assad, el presidente de Siria.

Con un atraso evidente, Israel “paga” ahora el precio de la malograda aventura militar desplegada en el Líbano. La incapacidad de asestarle, en la contienda de 2006, un golpe mortal al Hezbolá le cuesta ahora ceder a la demanda de encaminarse a un acuerdo con los palestinos que requiere la imprescindible y consabida “renuncia” a gran parte de los territorios conquistados en 1967 (incluido el Golán, el precio de la reconciliación con Siria). Esa es la senda inevitable que conduciría al fortalecimiento de la “coalición de moderados” en Medio Oriente. Así lo expresó el propio primer ministro israelí, Ehud Olmert: “La continuidad del statu quo conducirá a resultados mucho más graves que una cumbre no exitosa. Provocará el desborde de Hamas hacia el dominio de Judea y Samaria (Cisjordania) y el debilitamiento, hasta su desaparición, de la corriente palestina moderada. Si esta última no logra crear un horizonte político, el resultado será desastroso”.

Los primeros encuentros mantenidos entre representantes israelíes y los dirigentes palestinos de Fatah que responden al presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, con vistas a la cumbre de Annapolis estuvieron teñidos por la intención de debatir los focos cardinales del conflicto: los límites definitivos entre Israel y un Estado palestino, la partición de Jerusalén y el retorno de los refugiados. Desde entonces, las declaradas intenciones del premier Olmert colisionaron con las amenazas de sus socios de la coalición gubernamental ubicados a la derecha del partido de gobierno. Así, tanto el ultranacionalista laico Avigdor Lieberman como el partido religioso Shas vetaron cualquier iniciativa que implicaba, de acuerdo con su lenguaje, una “traición a la esencia del Estado judío”. En tal sentido, la llegada a Annapolis con las manos vacías, es decir sin una mínima declaración conjunta sobre los principios que deben guiar a israelíes y palestinos en las negociaciones destinadas a ponerle fin al conflicto, refleja la fragilidad política de Olmert en el escenario doméstico.

Completando el cuadro, no menos endeble es la posición de Mahmoud Abbas en la dividida y desmembrada sociedad palestina. Aunque aún controla Cisjordania, la “dirigencia moderada” es incapaz de revertir el cerco y la escasez que castigan a los 1.500.000 habitantes de Gaza, dominada por el movimiento islamista Hamas, y a la que el gabinete de Defensa de Israel declaró “entidad hostil”, en represalia a los ataques con cohetes contra poblados israelíes. Frente a semejante desventaja en las relaciones de fuerza con Israel y con sus enemigos internos, la conducción de la AP sólo puede consolarse con la participación de los Estados miembro de la Liga Arabe. A ese logro diplomático que, de hecho, conlleva un reforzamiento del aislamiento del Hamas en el mundo árabe, se refirió un vocero del movimiento islamista quien, desde la perspectiva opuesta, afirmó: “La decisión de los cancilleres árabes es un golpe rotundo para los palestinos, dado que ella abre un espacio hacia la normalización de las relaciones con la fuerza ocupante, pese a su creciente agresividad”. Las fuerzas de seguridad israelíes pronostican que, a raíz de esa percepción preocupada del Hamas, su brazo armado intentará aguar la fiesta de los moderados mediante la realización de atentados terroristas.

Es precisamente la participación de Arabia Saudita, Egipto, Jordania y Siria la que debe preocupar a los que esperan que Annapolis sea un mero encuentro fotogénico sin trascendencia política alguna. Sus respectivos cancilleres no viajan hasta allí sólo para posar junto a Bush y a Olmert. Sin un compromiso serio, orientado a desmantelar la ocupación israelí de los territorios ocupados en 1967, la coalición anti-iraní no puede subsistir. Hasta ahora, los gobiernos norteamericano e israelí supeditaron la aplicación de cualquier paso de descolonización a la demanda de que la dirigencia palestina cumpla su parte en la “lucha contra el terrorismo”. Como lo expresa el analista Akiva Eldar, el desafío actual, para aquellos interesados en reavivar la dinámica negociadora interrumpida en el año 2000, consiste en puentear el dilema del huevo y la gallina: “Si la paz (el fin de la ocupación) está antes que la seguridad o la seguridad antecede a la paz. El papel de los Estados Unidos es mediar entre el temor de Olmert de que si el acuerdo definitivo obliga a Israel a retirarse de Cisjordania, entonces Hamas se apoderará del territorio, y el argumento de Abbas, según el cual el acuerdo sobre la finalización de la ocupación es la única barrera para frenar a Hamas”.

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El presidente palestino, Mahmud Abbas, y el premier israelí, Ehud Olmert, se encontraron ayer.
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