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Tacos en la Casa Blanca

 Por Santiago O’Donnell

En estos días se habla mucho del voto latino, o voto hispano, en los Estados Unidos. Por primera vez, el voto latino juega un papel fundamental en las primarias del Partido Demócrata, no ya en un par de estados, sino a nivel nacional. También asoman como un factor pequeño pero creciente en la elección general, donde el republicano John McCain enfrentará a los demócratas Hillary Clinton, Barack Obama, o ambos.

Los latinos conformaron el 5 por ciento del padrón electoral de 95 millones de votantes en 1996. El 6 por ciento de 105 millones en el 2000, el 8,5 de 122 millones en el 2004 y más del 10 en esta elección de la que participan 130 millones de votantes. “No se puede ganar sin el voto latino. Es el voto de hoy, el voto del futuro”, dijo Barack Obama la semana pasada en una entrevista con Radio Univisión, de idioma español, donde además se animó a cantar “México lindo y querido”. Tiene razón Obama. El voto latino es el voto del futuro. Los latinos tienen más hijos que la población promedio y son más jóvenes: el 49 por ciento tiene menos de 50 años y seguirá votando mucho tiempo más. Hay 43 millones de latinos en Estados Unidos y la población crece cinco veces más rápido que la población general. Entre ellos hay más de 10 millones esperando en fila para ser legalizados, y tarde o temprano habrá que legalizarlos. A más tardar, cuando sus hijos estadounidenses alcancen la mayoría de edad.

Por razones casi obvias el voto latino puede ser muy importante para el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica. Basta decir que el latino promedio conoce y se interesa más por lo que pasa en nuestra región que el norteamericano promedio. Si le interesa al votante le tiene que interesar al candidato. Y si le interesa al candidato, eventualmente le puede interesar al presidente, sobre todo cuando se acerque la próxima elección. En las primarias demócratas, el voto latino se hizo sentir en todos los grandes estados, en los estados fronterizos y aun en otros más alejados como Georgia y Minnesota. En lo que resta de la campaña será crucial en Texas, el premio mayor de los estados en danza, y podría ser decisivo en Maryland y Virgina. En Nueva México, el más latino de todos, el 38 por ciento del padrón es hispano. En California, el más poblado de todos, más de un cuarto de los votantes son latinos.

Hasta ahora se calcula que el voto latino favoreció a Clinton en proporción de 2 a 1, pero no es un voto monolítico. Dos meses atrás la proporción era de 4 a 1 y los primeros análisis del supermartes sugieren que en muchos estados fue más bien de 3 a 2. Obama ganó el voto latino en su estado, Illinois, e hizo muy buenas elecciones entre votantes latinos en Nueva Jersey, Nueva México y Colorado, estado que ganó. Todo indica que va ganando adeptos a medida que lo van conociendo: en abril del año pasado una encuesta nacional mostró que el 38 por ciento de latinos no lo conocía, contra un 8 por ciento que no conocía a Clinton. En enero de este año otra encuesta de latinos en Nevada y California mostró que el 27 por ciento seguía sin conocer a Obama, Pero entre los latinos que lo conocen, la imagen favorable del senador triplica la negativa. Paradójicamante, la mejor credencial de Obama en la comunidad latina es el apoyo que recibió hace dos semanas del clan Kennedy, ya que JKF es una figura muy conocida y querida en la comunidad.

La carta de presentación de Hillary es la presidencia de Clinton: el matrimonio dejó un buen recuerdo en la región. Basta recordar la visita que hicieron a la Argentina en 1997, durante la cual Hillary se reunió con las Abuelas de Plaza de Mayo e hizo campaña en favor de los derechos reproductivos. Fue la visita más bienvenida de un presidente norteamericano a la Argentina en más de medio siglo. Meses más tarde, cumpliendo una promesa a las Madres, Hillary hizo apurar la desclasificación de documentos oficiales sobre la dictadura que resultaron de gran ayuda en los juicios a los represores que actualmente se llevan a cabo en el país. Hillary lleva muchos años trabajando con los latinos y recibió el apoyo de sus principales figuras y del emblemático gremio campesino United Fruit Workers (UFW).

Eso no quiere decir necesariamente que Hillary sea la mejor candidata para los latinos, o para Latinoamérica. A diferencia de Hillary, Obama ha dado a entender que no tendría problemas en reunirse con Hugo Chávez o Fidel Castro para limar diferencias. En el tema de derechos civiles se ha mostrado más progresista que Hillary, y específicamente en el tema de la tortura y el cierre de Guantánamo ha sido muy claro en su condena, mientras la ex primera dama va y viene. Lo mismo con la propuesta de extender licencias de conducir a inmigrantes ilegales. Ambos favorecen la eventual legalización de los indocumentados, pero también votaron por el muro y quieren mano dura en la frontera.

En las próximas semanas Obama y Hillary gastarán millones de dólares en publicidad para convencer a los votantes latinos. Hillary tiene una jefa de campaña latina y ya escribió un editorial en El Universal de México. Y Obama, además de balbucear en español, adoptó “sí se puede”, el slogan que en los ‘60 enarboló el legendario líder de la UFW, César Chávez, sólo que traducido al inglés (“yes we can”) como principal latiguillo de campaña.

En la elección general la candidata o el candidato demócrata deberán enfrentarse con John McCain. McCain es co-autor, junto a Ted Kennedy, de la reforma migratoria que fracasó en el Congreso el año pasado, la que ofrecía un camino hacia la legalización para los 10 a 12 millones de inmigrantes sin papeles, casi todos latinos, a cambio de kilómetros de muros, patrullas y radares en la frontera mexicana. Para los republicanos es casi un hereje por haber promovido una alternativa a la deportación masiva y sumaria que imaginan posible. McCain es además el veterano senador de un estado fronterizo, Arizona, y lleva años cultivando su relación política con una variedad de figuras y punteros de la comunidad hispana. Aunque las bases partidarias lo forzaron a endurecer su posición antes de las primarias de New Hampshire, cuando su campaña naufragaba en gran parte por culpa de su reforma. McCain es, sin dudas, el mejor candidato republicano para disputar el voto latino con los demócratas y obligarlos a delinear una política para la región que vaya más allá de la guerra contra el terrorismo y los tratados de libre comercio. Pero la de McCain puede ser una causa perdida.

Históricamente el voto latino ha ido para los demócratas por un margen de 2 a 1. En el 2000, el republicano George W. Bush, cuñado de una mexicana y entonces gobernador de un ex territorio mexicano (Texas), subió el listón de su partido al 34 por ciento. En el 2004 batió todos los records con el 40 por ciento del voto latino. Pero ya en el 2006, con la guerra a full y América latina en el freezer, ese apoyo cayó al 28 por ciento y Bush perdió más de 1,3 millones de votos latinos. Desde entonces los republicanos no han hecho más que denigrar a los inmigrantes y acusarlos de todos los males en Estados Unidos. Dado que inmigración es el principal tema electoral para los latinos, y que en su inmensa mayoría sostienen una posición exactamente contraria a la de los republicanos, es de esperarse que ese apoyo decaiga por lo menos al nivel del 20-25 por ciento.

Haciendo cuentas, si los latinos representan casi el 10 por ciento del padrón y votan 4 a 1 en favor de los demócratas, esto representa una diferencia de cinco puntos, más que suficiente para decidir una elección.

Aun cuando los latinos voten menos que otros grupos por razones culturales (en Estados Unidos el voto es optativo), y que su voto no sea tan monolítico como algunos piensan, ningún candidato serio puede ignorarlos. El voto latino está ahí, está en todas partes, y al futuro presidente de los Estados Unidos no le queda otra que salir a buscarlo. ¿Qué hacemos con eso? Ni idea, pero no sería extraño que el próximo presidente o la próxima presidenta sirva tacos en la Casa Blanca. Y eso no puede ser tan malo.

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