EL MUNDO › OCASO DE UN MODELO DE LA DEPRESIóN

Límites para el Grexit

 Por Claudio Scaletta

Grecia, desde Argentina, no interesa por un súbito despertar internacionalista. Tampoco por las notables similitudes con el proceso del fin de la convertibilidad, sino porque es el emergente del ocaso de un modelo económico que está sumergiendo al mundo en depresiones de largo plazo. Sí es cierto, no obstante, que los economistas que comprenden la recuperación local posterior a la dura crisis de 2001-2002 podrían ser muy buenos asesores para el camino de un potencial Grexit, una alternativa posible pero remota, pues el gobierno de Syriza debe pasar este domingo por las horcas caudinas de una voluntad popular asustada, bombardeada desde todos los rincones por los “indecibles padecimientos” que le aguardarían en caso de romper el statu quo del ajuste permanente. Una sociedad que, además, experimenta a pleno la vivencia nada sutil de un corralito y a la que nada le gustaría más que regresar al espejismo de una “normalidad europea”.

Pero imaginando incluso un triunfo del “no” en el referéndum del domingo, pues muchos destacan tanto la torpeza de los voceros de la UE como la habilidad del premier Alexis Tsipras para movilizar el hartazgo del pueblo por la recesión interminable, el camino recién comenzaría. Si quedarse en la zona del euro supone condenarse a un estancamiento que sacrificaría a no menos de una generación, un punto que no merece mayor debate pues los resultados están a la vista, salir supone un cambio absoluto de paradigma.

Es a partir de este punto, entonces, donde comienzan las principales diferencias con el caso argentino. Lo primero que se repite es que “Grecia no tiene soja”. Luego del shock de salida de la convertibilidad en el verano de 2001-2002, a los pocos meses comenzaron a entrar los dólares de la cosecha, una potente inyección de recursos a los que se sumaron los ahorros de divisas implícitos en la cesación de pagos y el efecto riqueza de los connacionales que supieron poner a resguardo sus divisas. Estos dólares son los que alimentaron la puesta en marcha de la capacidad instalada ociosa. El país salió adelante con recursos propios, un proceso que fue acompañado por precios internacionales muy favorables que se conjugaron con la retroalimentación del estímulo a la demanda y el mercado interno: el resultado, una década de crecimiento a tasas chinas. Cuando los voceros de las finanzas globales amenazan a los griegos con que podría “ocurrirles lo mismo que a Argentina” es evidente que alguna de las dos partes desconoce de qué está hablando. La opción argentina sería fantástica para Grecia.

Pero no es el caso. Si bien en los últimos años Grecia redujo su déficit comercial, que en 2008 rondaba los 40.000 millones de euros, alcanzando un leve superávit en 2014, se trata de un efecto más recesivo que estructural. De acuerdo a los números del Banco de Grecia las exportaciones de bienes fueron de 23.480 millones de euros el año pasado y las importaciones de 41.330 millones, mientras que las exportaciones de servicios fueron de 31.150 millones y las importaciones de 11.531 millones. Sumando ambos componentes, bienes y servicios, se obtiene un escaso superávit comercial de 1769 millones de euros. A muy grandes rasgos, Grecia exporta servicios turísticos y marítimos, algo de sus astilleros y agroindustria, e importa fundamentalmente alimentos y energía. Como tiene importantes refinerías, la caída de la demanda por la recesión significó un aumento en las exportaciones de combustibles, que son las explican el pequeño superávit del último año. El panorama de recursos propios no es desesperante, pero tampoco muy alentador. El contexto mundial es, además, muy desfavorable, con recesión en toda Europa. El dato positivo es que su principal rubro de exportación, los servicios turísticos, es uno de los pocos del mundo con elasticidad positiva al tipo de cambio, es decir que las “exportaciones” aumentan frente a mejoras cambiarias. Una salida del euro supondría una devaluación importante, en particular dadas sus escasas reservas internacionales, de apenas unos 5000 millones de euros. Las devaluaciones siempre son contractivas, pero esto sería equilibrado por dos factores, por un lado la elasticidad del tipo de cambio del turismo, por otro, buena parte de los euros que se fugaron en el último tiempo lo hicieron al colchón y es probable que comiencen a regresar al circuito económico, aunque sea porque los griegos tendrán que vivir y las empresas funcionar. Un dato importante es que buena parte de los costos de un Grexit ya se pagaron: salida de divisas, recesión y control de capitales. El principal efecto positivo, sin la menor duda, sería la recuperación de la política monetaria, lo que permitiría pensar en un plan de desarrollo con direccionamiento del crédito, pero estos son procesos que se concretan, en el mejor de los casos, en el mediano plazo. En el corto sería indispensable recurrir parcialmente al crédito, obviamente extra europeo. Hay conversaciones y planes con Rusia para que la nación helénica sea el centro de distribución de los hidrocarburos rusos en Europa y China está muy interesada en el puerto de Atenas, dos datos geopolíticos muy potentes para Estados Unidos y su gran colonia europea.

Pero si desde la economía el camino del Grexit aparece menos terrible que la lenta agonía de la permanencia en el euro bajo condiciones disciplinarias, la posibilidad geopolítica de salida es remota. Primero, y menos importante, porque no es la voluntad de Syriza ni el mandato del pueblo griego. La promesa de Tsipras al electorado siempre fue terminar con la austeridad, pero sin salir del euro. Tener un plan económico que morigere la profundidad del ajuste y que se financie mediante una reestructuración de la deuda. El referéndum del domingo, al margen de cómo quieran presentarlo los negociadores europeos, no es contra Europa ni contra el euro, sino contra las condiciones draconianas que se le intentan imponer a Grecia. Tsipras llama al referéndum para consolidar no sólo su frente interno, sino el de su propia coalición de gobierno, en la que conviven extremistas y moderados. También para enviar una señal dura a la troika de que el ajuste tiene límites políticos muy concretos. El segundo aspecto, el más importante, es el geopolítico. Al margen de la exaltación punitiva de las tribus nórdicas, conducidas por economistas ultramontanos que harían palidecer al propio José Luis Espert, son muchas las voces que parecen advertir el alto costo económico y simbólico de una salida de Grecia. No sólo por la mala señal hacia el resto de la periferia en problemas, los vilipendiados PIGS, con un impredecible efecto contagio y de gran incertidumbre para ahorristas y acreedores de estas naciones, quienes ahora sabrían que les pueden soltar la mano, sino porque al sur de Grecia reaparecen las presiones de los movimientos islámicos, al oeste está Rusia y los capitales chinos permanecen expectantes. Aunque Alemania sienta que no necesita a Grecia en la UE, es difícil creer que Estados Unidos permanezca indiferente ante lo que para cualquier analista racional se vislumbra como el inicio de una crisis financiera regional sin precedentes.

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