EL MUNDO › CRECE EL RECHAZO EN ESTADOS UNIDOS A LA INTERVENCION EN IRAK

La guerra no se siente, pero definirá

 Por Yolanda Monge *
Desde Washington

No tienen cartillas de racionamiento para el azúcar. No han subido los impuestos. No sufren un reclutamiento obligatorio. Tampoco se practican simulacros de ataques nucleares como se temía durante la Guerra Fría. En las calles del país no existen protestas masivas como las que se vivieron durante la guerra de Vietnam. La mayoría de los estadounidenses, los que disfrutan de la placidez de sus hogares, aseguran que no están en tiempos de guerra. Después de tres años, la guerra en Irak no ha afectado a la dieta, al bolsillo o a la rutina de los norteamericanos. Sí lo ha hecho a su psicología. “Muchos de nosotros sólo queremos llorar”, dice Carol Lee. Según el último sondeo de USA Today/CNN /Gallup, la mitad de los encuestados asegura que la guerra los ha hecho llorar. Nueve de cada 10 dicen que los ha hecho rezar.

Nunca antes en la historia de Estados Unidos un esfuerzo tan grande -gastos de 150 millones de dólares por día, más de 2300 soldados muertos, 17.000 heridos– ha involucrado a tan pocos. “A menos que se esté ante una base militar o de una comunidad cuya Guardia Nacional ha sido desplegada en Irak, no existe gran impacto en la vida de cada día”, asegura David Segal, sociólogo de la Universidad de Maryland. “Sabemos que hay una guerra porque escuchamos la retórica de los tiempos de guerra”, puntualiza el historiador de la Universidad de Georgetown, Michael Kazin. Y sin embargo, tres años después de que Estados Unidos iniciara la invasión, la guerra de Irak domina por completo la presidencia de George W. Bush. Lo tiñe todo de muertos y bombas. La oposición reclama la salida de las tropas, sin fecha por decidir. Y definirá su legado.

Cuando se lanzó la primera andanada de bombas sobre Bagdad, un 69 por ciento de los estadounidenses pensaba que la guerra en Irak se ganaría. Un 25 por ciento aseguraba que la victoria era posible. Aquellos porcentajes son historia lejana. El último sondeo habla de un 57 por ciento de estadounidenses que cree que la guerra fue un error. Y sólo un 35 por ciento aprueba la gestión de la guerra de su presidente. Rose Gill, de 56 años y de Texas, perdió a su hijo como consecuencia de la explosión de una bomba en Irak en julio pasado. Desde entonces, ella ha perdido tres trabajos. No se concentra. No piensa en nada más que en la guerra, en el hijo caído en un combate en un país lejano que ni sabe situar en el mapa. Pero para la gran mayoría de la población, la contienda en Irak es poco más que la pegatina de un lazo amarillo en un árbol como símbolo del apoyo a las tropas, una pulsera que supone haber perdido a un ser querido en acción, una fotografía en el periódico o una imagen en la televisión. Según otro sondeo de USA Today/CNN /Gallup, el 45 por ciento de los estadounidenses dice que tres años después, la guerra en el país mesopotámico no les ha afectado mucho personalmente. Una gran mayoría asegura que nunca envió una carta, un correo electrónico o un paquete de apoyo a las tropas; no votó por el candidato a presidente en términos de la guerra y no se manifestó a favor o en contra del conflicto. Siete de cada diez congresistas republicanos aseguran que enviar las tropas a Irak no fue un error. Ocho de cada diez demócratas opinan lo contrario. Esto último también lo piensan seis de los 10 escaños de independientes.

Los aliados de Bush comparan a éste con Harry Truman, impopular durante gran parte de su legislatura, pero muy valorado en retrospectiva. Los críticos del actual presidente lo sitúan al nivel de Johnson, otro tejano cuya presidencia fue devorada por la guerra de Vietnam. Las lecciones que se extraen tanto de Truman como de Johnson son similares: que la guerra triunfa sobre cualquier otra cosa. Desde que se fundaron los Estados Unidos de América, el país sólo se ha visto envuelto en cuatro campos de batalla mayores que el de ahora: la Guerra Civil (1861-’65), la Primera Guerra Mundial (1914-’18), la Segunda Guerra Mundial (1939-’45), el conflicto de Corea (1950-’53) y la guerra de Vietnam (1965-’73). “La guerra mata cualquier otra política de gobierno”, asegura Robert Dallek, biógrafo de Lyndon Johnson y autor del libro Hail to the Chief: The making and Unmaking of American Presidents. “Consume la energía de la administración, de la opinión pública y de la prensa”. Parece que Bush también tiene en mente los libros de historia. Cuando el comentarista Fred Barnes lo entrevistó para su libro Rebel in Chief, Bush le hizo saber que había leído, no sin cierto sobresalto, tres libros que hablaban sobre el lugar en la historia del primer presidente de EE.UU. “Incluso 200 años después, se sigue revisando a George Washington”, recuerda Barnes que le dijo el actual mandatario. “¿Qué dirán sobre mí?”, planteó Bush.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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