EL MUNDO › OPINION

Beirut, ciudad fantasma

 Por Robert Fisk *

Se podían ver los misiles israelíes atravesando las nubes de humo, chocando como rayos contra los bloques de departamentos de Ghobeiri. El ruido de las explosiones era tan fuerte que mis oídos siguen escuchando el silbido, aun horas después, mientras escribo este artículo. Sí, supongo que podría decirse que es un objetivo “terrorista” ya que estas nefastas y tenebrosas calles son –o en realidad eran– los cuarteles centrales de Hezbolá. A pesar de que la estación de televisión del movimiento, Al Manar, quedó hecha ruinas en la calle, su señal continuó transmitiendo desde un bunker subterráneo. Pero, ¿qué pasa con las decenas de miles de personas que viven acá?

Los pocos que no se escondían en sus sótanos corrían gritando por las calles: no eran hombres armados, sino mujeres con niños llorando, familias con sus valijas, desesperadas por dejar atrás las siluetas de los edificios dañados, los bloques de departamentos totalmente destruidos, las veredas cubiertas por los balcones hechos trizas y por los cables de electricidad sueltos. “No tienen que ayudar a la resistencia”, le dijo Sayed Hassan Nasrallah, el líder de Hezbolá, a la televisión libanesa anoche. “La resistencia está en la primera línea y los libaneses detrás de ella”, aseguró.

Es falso, por supuesto. Son los libaneses y sus más de 140 muertos, la mayoría civiles, los que también están en la primera línea. En Israel, 30 murieron, 15 de ellos civiles. Por lo tanto, la tasa comparada de muertes en esta guerra sucia es ahora aproximadamente de un israelí por cada cinco libaneses. Tantos libaneses han huido de Beirut a Trípoli en el norte del Líbano o al valle de Bekaa en el este –o a Siria–, que la capital, en donde vive un millón y medio de personas, se convirtió ayer en una ciudad fantasma. Los habitantes que quedaban estaban sentados en sus hogares, compartiendo la tristeza y la frustración de aquellos que creyeron que el país estaba finalmente resurgiendo después de los quince años de guerra civil. Fue Nasrallah el que dijo que hay “más sorpresas todavía”, y los libaneses temen que los israelíes también tengan más sorpresas para ellos.

Anoche, los misiles de Hezbolá –después de matar a diez israelíes en Haifa– caían sobre los territorios sirios ocupados en las Alturas del Golán, incendiando los bosques, y sobre la ciudad israelí Acre. La advertencia de los sirios sobre una respuesta “ilimitada” si Israel los atacaba –los israelíes están afirmando, falsamente, que las tropas sirias y las iraníes están dentro de Líbano, ayudando a Hezbolá en esta batalla– y la respuesta absurda en la cumbre del G-8 (ver aparte) fueron recibidas sin esperanzas. Tony Blair, que ahora aparentemente también es el ministro de las Causas Fundamentales, cree que Siria e Irán están detrás del primer ataque de Hezbolá. Tiene razón. Pero es a Damasco adonde Occidente tendrá que ir para terminar esta guerra sucia.

Claramente, el débil primer ministro libanés Fouad Siniora no puede hacer esto. Luego de que su gobierno fuera acusado por Israel de ser responsable de la captura de los dos solados israelíes, el miércoles pasado –una afirmación tan absurda como errada–, el premier salió por televisión casi llorando para pedir a las Naciones Unidas que interceda para conseguir un cese al fuego para su “nación golpeada por los desastres”. Los libaneses apreciaron las lágrimas, aunque probablemente no harán que el presidente Bush se estremezca.

Pero, ¿dónde están los otros supuestos titanes de la política libanesa? ¿Qué está haciendo en Kuwait Saad Hariri, el hijo del ex premier asesinado Rafik Hariri –que reconstruyó el país que ahora Israel está destruyendo–? ¿Está charlando con los kuwaitíes sobre el problema de su país? El Ejército kuwaití difícilmente vendrá a defender el Líbano. ¿Por qué Hariri hijo no está en su jet privado camino a la cumbre del G-8 en San Petersburgo, para demandarle al presidente Bush que proteja al gobierno democráticamente elegido y a la nación, a la que sólo un año atrásfelicitaba por su “Revolución del Cedro”? ¿O la democracia no importa cuando Israel está destruyendo al Líbano? La respuesta es no, no importa.

La resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU demandaba la retirada siria del Líbano –que fue cumplida–, pero también pedía el desarme de Hezbolá, lo que definitivamente no se cumplió. Muchos aquí sospechaban que la resolución 1559, redactada por los franceses y los estadounidenses, tenía la intención de debilitar al Líbano y prepararlo para la firma de un tratado de paz con Israel. Bueno, ya no. Fue el presidente libanés, Emile Lahoud, que todavía sigue la línea siria –después de todo, él es el hombre de Siria–, el que dijo ayer que el Líbano “nunca se rendirá”.

Mientras tanto, Nasrallah les dijo a los israelíes: “Si no quieren jugar según las reglas, nosotros podemos hacer lo mismo”. Fue una pequeña siniestra amenaza, obviamente dirigida a contestar la también pequeña y siniestra amenaza de Ehud Olmert, que advirtió que habrá “consecuencias más importantes” por el ataque a Haifa. El argumento que utilizó Nasrallah en la televisión –Hezbolá quiso inicialmente restringir los ataques a los objetivos militares– no convencerá a Israel. Sin embargo, podría ganar apoyo entre los muchos libaneses que originalmente repudiaron el ataque de Hezbolá al otro lado de la frontera el miércoles, pero que luego fueron silenciados por la cruel respuesta de Israel. “Esta es la última batalla del umma”, dijo Nasrallah, en referencia al territorio árabe que reclaman. Ay, esto fue lo que los líderes árabes dijeron cuando se unieron a la lucha de Lawrence de Arabia contra el Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial. Siempre es la “última batalla”.

* Desde Beirut. De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Laura Carpineta.

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