EL PAíS › SE INAUGURO EL MUSEO DE LA ESCUELA ARGENTINA

Mucho más que guardapolvos

La Secretaría de Educación porteña y la Universidad Nacional de Luján realizaron la reconstrucción de la historia de la escuela en el país. La sede del museo es el Instituto Félix Bernasconi.

 Por Nora Veiras

“Papá detiene el auto delante del puente. No puede.
Le piden los papeles. No los tiene.
Anotan los datos.
¡Una multa!
¡Papá lo lamenta tanto!”

El texto del libro Pupi y yo que se usaba para enseñar a leer y escribir muestra el infructuoso esfuerzo de los autores por armar oraciones con sentido sólo con las 13 letras permitidas por la última dictadura. Sí, por disposición oficial los maestros tenían la obligación de “retener” el aprendizaje de los chicos en primer grado. Ese es apenas uno de los hallazgos del Museo de la Escuela que se inauguró ayer en el Instituto Félix Bernasconi. El recorrido por la historia de la educación argentina engarza objetos, textos y relatos del pasado con la idea de “seguir construyendo el futuro”.
“Me siento parte del Museo. Yo aprendí caligrafía con el tintero y la pluma”, exclamó el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, mientras recorría las vitrinas acompañado por el secretario de Educación, Daniel Filmus; la coordinadora del proyecto Silvia Alderoqui y Cristina Linares, curadora y especialista en contenidos de la Universidad Nacional de Luján, institución que organizó el Museo junto con la Ciudad de Buenos Aires. La idea surgió hace cuatro años en la cátedra de Historia Social de la Educación de esa institución. La falta de apoyo del gobierno bonaerense terminó con el traslado de todo lo reconstruido a la comuna porteña.
“No se trata sólo de ver cosas viejas para evocar recuerdos sino una apuesta a seguir defendiendo la escuela pública. Ver lo que se conserva, lo que cambia y cómo imaginar la escuela del futuro”, explica Alderoqui. Entre las cosas que sorprenden aparecen las míticas “orejas de burro” y la “lengua larga” con la que se ridiculizaba a los “lentos” y a los “charlatanes” hasta fines del siglo XIX. “En 1884 con la sanción de la ley 1420 se prohíben todos los castigos corporales, el mismo Estado prohíbe esos métodos que sin embargo continúan durante bastante tiempo en los establecimientos privados”, explica Linares. Los “castigos” pasaron a expresarse en las notas y en la repetición casi infinita de frases como “En ausencia de mi maestra debo portarme bien”, según se lee en un impecable cuaderno de la época.
Cuadernos y libros
Hasta principios del siglo XX, cada chico contaba con una pizarra sobre la que tomaba los apuntes de clase. “Respecto a los borradores de los niños, se les prohibirá que empleen su saliva para lavar la pizarra”, advertía un aviso escolar. La incorporación del cuaderno permitió tener registro de lo aprendido en la escuela y, sobre todo, dio lugar a la tarea para el hogar.
La forma y el material de los libros de texto también muestra cómo fue cambiando la relación con la lectura. “Hasta 1975, los libros eran de tapa dura y chicos. Durante muchos años la posición de lectura era parados con los talones juntos, las puntas separadas, la mano izquierda sosteniendo el libro de abajo y la derecha de arriba. Era una lectura expresiva más que para entender. Haciendo el recorrido a lo largo de los años se ve que los libros se van agrandando y ya los últimos que se muestran son grandes y la actitud de lectura es en círculo y sentados”, detalló Linares.
En los paneles ubicados en el primer piso del imponente edificio del Bernasconi se desarrolla el origen del Museo: el proyecto Historia Social de la Enseñanza de la Lectura y la Escritura en la Argentina (Histelea) de la Universidad Nacional de Luján dirigido por Rubén Cucuzza. “Hasta avanzado el siglo XIX los que leían eran muy pocos y los que escribían aún menos. La escuela ha recorrido un largo camino hasta la fusión de lecturay escritura. En 1895 aparece El Nene de Andrés Ferreyra que se usó hasta 1959. En ese camino, aunque conocido, llama la atención ver los libros de la época de Perón que con la imagen de Evita enseñaban a escribir. Se usaba Evita como palabra generadora: a la par de ‘Mi mamá me ama’ se enseñaba ‘Evita me ama’. Fue a partir de 1952 cuando se impuso La Razón de mi vida como libro de lectura obligatoria.”
Al llegar a la dictadura se descubre a Pupi y yo y también un volumen de Terrorism in Argentina, editado por el Poder Ejecutivo Nacional en 1980 para contrarrestar “la campaña antiargentina”. La traducción de un fragmento es elocuente: “Escuelas preescolares y primarias. Operaciones subversivas fueron llevadas a cabo por maestros que, por la edad de sus alumnos, fácilmente influenciaron su sensibilidad mental (...) utilizando charlas informales, lecturas de cuentos prejuiciosos y libros publicados a tal efecto. Utilizando literatura infantil el terrorismo trató de dar el tipo de mensaje que estimulara, y creara el espacio para ‘autoeducación’, basada en ‘libertad’ y ‘búsqueda de alternativas’”. Esa concepción se tradujo en más de 600 docentes detenidos-desaparecidos.
Emoción
Delia Jovita Rosende tiene 87 años y llegó ayer al Bernasconi con su hermana de 89. Ella hizo un curso de costura en la Escuela Profesional que funcionaba en el Instituto y como prueba lleva un artículo de La Prensa de setiembre de 1938 donde aparece joven y bella entre las egresadas. Ella donó “un tesoro” de la familia. El libro de lectura artesanal que le hizo al curso de su hermano la “señorita” Felisa de Bazán. “Vivíamos en La Pampa, la maestra quería que los chicos estudiaran y no había libros, entonces ella dijo ‘lo fabrico yo’. Y lo hizo. Y es así, las cosas si no están hay que hacerlas”, dice Jovita con los ojos empañados por tantos recuerdos.
Entre pupitres de madera, tinteros, secantes, delantales blancos, libros, pizarras, bolitas y figuritas con brillantina los chicos miraban con asombro y los maestros se dejaban llevar por su nostalgia. La coordinadora general del Bernasconi, Aixa Rafael de Huequin, le dio sentido a la reconstrucción de la memoria para avanzar hacia el futuro: “La educación es lo único que nos iguala. Nos enseña a defender y a defendernos, nos enseña a luchar”.

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La sala de la dirección, con tintero, máquina de escribir y guardapolvo blanco, se puede recorrer.
 
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