EL PAíS › OPINIóN

Contraluces del contracorte

 Por Luis Bruschtein

“Señores del campo: Vinimos a la plaza y no nos pagó nadie”, decía un cartel casero, de cartón, que llevaba un hombre con el uniforme del SAME, con su esposa y sus dos hijos. La frase traslucía el sentimiento de ofensa por uno de los argumentos que usaron los caceroleros que apoyaron el lockout de los productores agropecuarios y que fue tomado por muchos medios de comunicación y una parte de la izquierda. Para esos caceroleros, solamente ellos son ciudadanos manifestantes conscientes y civilizados, en tanto los que se les oponen serían todos “acarreados”, “matones”, o “ejércitos civiles” a sueldo del Gobierno –como dijeron algunos dirigentes de la Federación Agraria en los cortes—, ladrones y narcotraficantes. El hombre del cartelito no estaba en ninguna columna y se paseó por toda la concentración para que lo leyera todo el mundo. Era una forma espontánea de dignificar su decisión de ir al acto.

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Había otro señor, más bien de clase media, que también se había hecho su propio cartelito: “Señores de TN: Yo también soy “La Gente”. Se paró frente a los camiones de exteriores de los canales para que lo enfocaran, pero no tuvo suerte. Entonces se contentó con despotricar contra los medios en los corrillos que se armaban a su alrededor. Fue también otra expresión de la sensación de ciudadano de segunda que se promovió desde el lockout agrario –y desde muchos medios y dirigentes políticos– contra quienes no estaban de acuerdo con ellos. “Yo también soy la gente”, “yo también soy ciudadano”. Eran dos carteles espontáneos que daban cuenta de las irrealidades que crea a veces la coyuntura y sobre todo el discurso inmediatista y demagógico de muchos medios.

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Había una idea instalada de que el acto sería una gran demostración de aparatos y, al mismo tiempo, que su composición sería mayoritariamente de trabajadores convocados por la CGT y de sectores más humildes que movilizan los movimientos sociales. Y que no habría espacio para la clase media, que suele movilizarse con mayor independencia. Es cierto que en su mayoría eran trabajadores y sectores muy humildes y, por supuesto, en las inmediaciones había cientos de colectivos. Pero también fue sorprendente la gran cantidad de gente espontánea, suelta, que deambulaba por Avenida de Mayo y por las diagonales. En su mayoría eran personas de clase media media o media baja, como si esta vez hubieran sido convocados los barrios que no asistieron al cacerolazo rural.

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En los viejos actos de la CGT era impresionante ver las columnas de obreros con sus ropas de trabajo, overoles y cascos, obreros de la industria, sobre todo de la UOM y el SMATA. Pero ahora, las columnas más grandes, con 10 o 15 mil personas, fueron las de Camioneros, que encabezó Pablo Moyano, y UPCN. Los demás gremios movilizaron grupos más chicos que fueron sumando en cantidad hasta ocupar Bernardo de Irigoyen y parte de la Plaza de Mayo, que esta vez estaba completa porque las vallas se habían retirado hasta Balcarce, donde estaba el palco oficial.

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Así como el movimiento obrero ya no es el mismo que en otras épocas, los movimientos sociales constituyen un nuevo factor en estas convocatorias. Luis D’Elía, que se convirtió en la gran bestia negra en los días previos, entró a la cabeza de una columna muy nutrida de la FTV –su agrupación—, CTA Barrios, el Frente Transversal y otras agrupaciones. A la cabeza iba D’Elía con Edgardo De Petris y el dirigente del Partido Comunista Patricio Echegaray y Víctor Mendívil, de la CTA, y los judiciales bonaerenses. Detrás venía otra columna muy nutrida de Libres del Sur y Barrios de Pie, entremezclados con contingentes del PI y el Partido Socialista de la provincia de Buenos Aires. Estas columnas cubrían toda la Diagonal, desde la Catedral hasta el Obelisco. El Movimiento Evita y el MUP entraron por Avenida de Mayo con manifestantes de las intendencias del conurbano.

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Se cantó el Himno al comenzar el acto, pero la marchita peronista sólo se escuchó en algunos sectores aislados. Porque ese también constituye un factor nuevo en este tipo de concentraciones, donde antes la gran mayoría era peronista. Esta vez, los movimientos sociales que ingresaron por Diagonal Norte no se definen como tales, aunque muchos de ellos tienen identidades afines, con banderas del Che y de Evita, por ejemplo. Por Avenida de Mayo ingresó otra columna del Partido de la Victoria, encabezada por la senadora Vilma Ibarra, Graciela Ocaña, Gabriela Cerruti, Abel Fatala y Eduardo Sigal, del Frente Grande, junto a socialistas de la Capital Federal como Ariel Basteiro y Oscar González, entre otros. Con matices, desde identidades más cercanas al peronismo y otras más relacionadas con la izquierda o el progresismo, estos manifestantes no se consideran integrados a la disciplina del Partido Justicialista y conformaban una gran parte, casi la mitad, de la plaza.

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Previo al acto, una camioneta estacionada cerca de la Catedral emitía viejos discursos de Evita a todo volumen. Desde los altoparlantes del palco oficial se escuchaban “La memoria” y otras canciones de León Gieco. También a los Coplanacu. En otras épocas hubiera resonado en la Plaza la marchita cantada por Hugo del Carril.

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“Lamentablemente, en esta coyuntura parte de la izquierda apoyó al gran capital”, afirmó Patricio Echegaray, el secretario general del Partido Comunista. “El PC no es neutral –dijo—, está aquí contra la derecha y por la distribución de la riqueza.” Algunos sectores de izquierda, como el PCR, Castells y una asamblea de San Telmo, apoyaron el lockout patronal agrario que desabasteció los centros urbanos. Otros, como el PO, organizaron un corte de calle frente a la Facultad de Filosofía y Letras, en repudio al discurso de Cristina Kirchner del lunes, al mismo tiempo que se realizaba otro por el mismo motivo en Santa Fe y Callao. El POR, trotskista, en cambio, participó en la movilización de ayer en la plaza.

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Desde la mayor parte de la concentración era imposible ver el palco por la gran cantidad de pancartas. El discurso fue escuchado con atención, pero sin ver a la Presidenta. Solamente se sintió un estruendo de bombos y gritería que avanzó desde la cabeza del acto hacia Bolívar cuando Hebe de Bonafini le entregó su pañuelo a Cristina Kirchner, que había mencionado a las Madres en su discurso. Cuando el locutor se percató, comenzó a vociferarlo por los altoparlantes y recién allí la mayoría entendió el motivo del ruido y se sumó.

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Imagen: Presidencia
 
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