EL PAíS

Retroceder nunca, rendirse jamás

 Por José Natanson

A casi tres meses de iniciado, el conflicto entre el Gobierno y los productores del campo ha consumido la mitad del mandato de Cristina Kirchner en una secuencia desgastante de reuniones, portazos, comunicados, acusaciones, actos públicos y discursos. La pulseada, a esta altura exasperante, parece no tener fin. Al contrario, cada día que pasa la resolución se ve más lejos. En este contexto complejo y con actores que desconfían mutuamente y se recelan, ¿será posible llegar a un acuerdo?

Tolerancia al dolor

William Zartman, profesor de la Johns Hopkins University de Washington, es el padre de la teoría moderna de la negociación y resolución de conflictos, para lo cual ha dedicado su vida al estudio de casos al lado de los cuales la pulseada campo-Gobierno parece una pavada: la guerra árabe-israelí, la descolonización africana, el conflicto armado en Colombia.

Aunque pensada para estas crisis dramáticas, su teoría incluye una definición que resulta útil para el aquí y el ahora. Zartman indaga las condiciones necesarias para iniciar un proceso de diálogo que conduzca a una resolución consensuada y sostiene que, para que el conflicto pase de un estado de confrontación a uno de negociación, se necesita que alcance cierta madurez. ¿Cuándo ocurre esto? Cuando el nivel de dolor que genera el statu quo es mayor a lo que cedería cada parte en caso de que se abriera una negociación.

“Esto plantea una paradoja”, explica Pablo Lumerman, director adjunto de la Fundación Cambio Democrático y especialista en manejo de crisis, negociaciones complejas y resolución de conflictos. “El sentido común indicaría que, cuanto menos avanzada se encuentra una crisis, más fácil es llegar a una solución. Que lo más sencillo es negociar al principio. Pero la experiencia demuestra que muchas veces es necesario que el conflicto avance, madure, para que las partes se den cuenta de lo que están perdiendo con él.” Para Lumerman, esto es lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Francia y Alemania coincidieron en que se había producido tal nivel de dolor que era necesario resolver el problema, en este caso integrando primero sus recursos estratégicos, luego sus economías y finalmente sus instituciones.

–¿Cuándo se llega este punto? Si hay que esperar a una guerra mundial...

–Bueno, depende de la cosmovisión de los decisores de uno y otro lado, del nivel de compromiso con sus posiciones de fuerza y de sus recursos materiales, de cuánto son capaces de aguantar. En el caso de la Guerra Fría, la distensión se explica más por la incapacidad de la Unión Soviética de sostener materialmente la escalada armamentista que por una voluntad de negociar.

Y ahora, en la disputa Gobierno-campo, ¿habremos llegado al punto de inflexión? Lumernan explica que, aunque parezca que la cosa no da para más, no necesariamente es así. “La teoría de la tolerancia al dolor tiene un problema, también fuente de muchas investigaciones: en la medida en que el conflicto se alarga, los actores van invirtiendo en él más recursos y más capital simbólico, lo que hace que después les resulte más difícil bajarse, porque tienen mucho que recuperar. El precio de la negociación se encarece.

–En el conflicto con los productores del campo parece que se llegó a un límite y, sin embargo, se sigue extendiendo.

–El daño es evidente, en términos económicos, sociales, políticos, de inflación. Sin embargo, también es verdad que tanto el Gobierno como los productores han invertido mucho: el Gobierno, mucho capital político, como muestran las encuestas que indican una baja en la imagen de la Presidenta. Y los productores seguramente mucho capital material. Eso hace que a ambos les cueste más llegar a un acuerdo.

Halcones y palomas

Los actores involucrados en un conflicto no son entidades monolíticas, sino universos complejos dentro de los cuales conviven intereses, percepciones y posiciones diferentes. En todo conflicto se da un juego de duros y blandos, una tensión entre quienes buscan escalar y quienes sugieren calma. El problema es la dinámica gravitatoria, casi natural, que tiende a la polarización.

–¿Los halcones siempre se comen a las palomas?

–Tiende a ocurrir eso. En Venezuela, en la crisis antes del referendo que ganó Chávez en el 2004, se hablaba con desprecio de los “ni ni”, los que no estaban ni de un lado ni del otro. Las voces moderadas quedan eclipsadas por los duros, porque la misma dinámica tiende a anestesiar la sensación de dolor. En estos casos, siempre es más simple defender el blanco-negro, bueno-malo, pueblo-oligarquía, sobre todo si conectan con clivajes históricos o que tienen cierto arraigo social.

–¿Por qué?

–Porque el conflicto genera una sensación de peligro, de incertidumbre. Y esto tiende a generar una polarización y una verticalización de la toma de decisiones, como parece que ocurre ahora en el Gobierno. El mejor ejemplo es la ciudad sitiada. Los que dicen “miremos fuera del muro, hablemos, negociemos” son calificados de blandos o de traidores. Se anula la deliberación y prevalece la opinión del jefe. En situaciones de sitio ocurre esto, como demuestra el caso de Cuba. Nadie se anima a decir que hay que autorizar la compra de celulares hasta que el jefe decide: llegó el momento de los celulares.

Tercer lado

Una forma clásica de resolver situaciones de conflicto es apelar a un tercer lado. No necesariamente un árbitro o un juez que toma decisiones vinculantes, sino un negociador –facilitador en jerga ONG– que busca acercar a las partes. Como demuestra el conflicto árabe-israelí, en el que actuaron diferentes negociadores, desde la ONU hasta Estados Unidos, no siempre da resultado. Pero puede funcionar. Para ello, afirma Lumerman, se necesita que el facilitador, sea una persona o un grupo, tenga no sólo capacidad de articulación horizontal, sino también vertical. Es decir, que actúe como nexo entre el Gobierno y las entidades del campo, pero también como vínculo entre los productores de base y las cúpulas, entre Eduardo Buzzi y Alfredo De Angeli.

–¿Qué pasa cuando uno de los actores es el presidente, es decir la máxima autoridad política del Estado?

–Obviamente es más difícil encontrar un esquema facilitador de un proceso de consenso, pero no es imposible. El Gobierno puede entender que habilitar los buenos oficios de terceros no es necesariamente un signo de debilidad. En el conflicto actual, el campo propone como mediadores al defensor del Pueblo y a la Iglesia. El Gobierno los rechaza con el argumento de que están parcializados, sobre todo la Iglesia. Pero tal vez el Gobierno podría proponer a un tercero que lidere un esquema de facilitación, preservando la autoridad de la Presidenta. Se puede buscar candidatos en el Senado de la Nación, donde están representadas las provincias y a su vez el PJ tiene mayoría; pueden ser los gobernadores de las provincias afectadas, puede ser una comisión de notables.

–Suponiendo que se llegue a esa instancia, ¿qué puede pasar?

–Que el facilitador traslade la confianza que las partes depositan en él y genere confianza en un proceso plasmado en una hoja de ruta. Esa hoja de ruta incluye los resultados esperados, la agenda de puntos a tratar y su orden, por ejemplo el esquema de retenciones y los subsidios a los pequeños productores; otros temas que se tratarán más adelante, por ejemplo una política agropecuaria de largo plazo. A su vez, se acuerdan los tiempos y ciertos comportamientos que las partes se comprometen a no seguir, por ejemplo cortar rutas o armar contramanifestaciones. Una de las cuestiones más delicadas es la comunicación de los resultados parciales de la negociación.

–¿El rol de los medios?

–Sí. Es clave consensuar la manera de comunicar. Aunque existe ese lugar común de que toda reunión debe ser pública y transparente, nada más dañino que los medios amplificando los desacuerdos entre las partes. Por eso es recomendable la selección de un único vocero o un mensaje. Es muy riesgoso que después de cada reunión las partes salgan a dar su versión por separado. Cada parte tiene percepciones distintas y está, por supuesto, condicionada por ciertos intereses. Esta fue, de hecho, una de las razones del fracaso del diálogo previo al 25 de mayo.

Conflictos y consensos

Es realmente irritante el latiguillo del faltan consensos, del siéntense a negociar, como si todo se arreglara en una sola jornada con los protagonistas reunidos en una habitación. Estas visiones se apoyan en la ilusión de que los conflictos de este tipo –que involucran intereses, legitimidades, millones de dólares– se pueden resolver a través de una simple receta técnica. Pero descartar estas fantasías no implica caer en las miradas schmittianas que solo perciben el mundo en lógica permanente de amigo-enemigo. La política exige un balance. Y lo mismo el conflicto.

Zartman, después de explorar los dramas más terribles del mundo moderno, dice que el conflicto es parte de la esencia del ser humano. Lumerman completa la idea citando al antropólogo francés René Girard. “El origen de la cultura se encuentra en el conflicto mimético, en la confrontación entre pares por la apropiación de un mismo objeto de deseo. Yo quiero algo que vos también querés. Entonces te pego con un palo en la cabeza, vos me devolvés el golpe. Poco a poco, la espiral de venganza por la agresión recibida nos hace olvidar qué era lo que queríamos en primer lugar. Para evitar esta violencia autodestructiva, las sociedades establecen una serie de mitos, ritos y prohibiciones que regulan el conflicto mimético. Es la raíz de la cultura y las instituciones.”

–¿El conflicto no necesariamente deriva en autodestrucción?

–No. Al contrario, puede ser positivo si se transforma constructivamente. El conflicto genera aprendizajes. Volvamos al campo: yo nunca supe tanto como ahora sobre lo que almuerzo y ceno todos los días, dónde se produce, cuánto cuesta, cuánto gana el que lo produce. Los tres meses de conflicto tal vez puedan derivar en una nueva política agraria, pueden hacer que repensemos el modelo de desarrollo, que se busquen alternativas a la exportación de productos primarios. El conflicto puede ser un motor de progreso, pero solo si se lo maneja con una mirada de largo plazo, evitando suponer que el contrario es solo un enemigo a doblegar. La clave aquí sería que las partes duden de sus propias percepciones y presten atención al reclamo de aquellos que, desde un tercer lado, advierten sobre el dolor generalizado que genera la escalada.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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