EL PAíS › UN PEóN RURAL Y UN PRODUCTOR CUENTAN CóMO LA “SOJIZACIóN” CAMBIó LAS FORMAS DE VIDA Y TRABAJO

Ricas ganancias, pobres empleos

La expansión de la siembra directa, y en particular de la soja, desplaza a los trabajadores de producciones tradicionales, genera mercados más inestables y menos puestos de trabajo, además en condiciones de mayor precariedad.

 Por Laura Vales

Hijo de trabajadores rurales, Alejandro Esteche nació y creció en el norte de Santa Fe, en una zona ciento por ciento agropecuaria. “Siempre trabajé en el campo. Mi viejo estaba en un tambo y ésa fue mi primera ocupación. Después, cuando llegó el momento de independizarme, me fui de puestero; era algo que se usaba mucho, ser puestero o tractorista, te contrataban con un sueldo, te daban una casa y vos formabas tu vida ahí. Pero, con los grandes productores sojeros, todos estos trabajos fueron desapareciendo, se cerraron tambos y se empezó a criar menos ganado. A raíz de eso yo dejé de ser puestero y aprendí a manejar la siembra directa, para la soja y el maíz. También a fumigar los cultivos con mosquito. Ese fue el último de los trabajos que estuve haciendo”, cuenta a PáginaI12 desde Plaza Josefina.

Aunque es un peón con experiencia en una zona de alta actividad, en la que no hay hectáreas improductivas, en los últimos tres años su vida cambió completamente: ya no vive en el campo sino que tuvo que mudarse a las afueras de la ciudad, a una casa prestada por un amigo, donde los contratistas van a buscarlo cuando necesitan mano de obra. La mayor parte del año, Alejandro ya no está arriba del tractor sino manejando un remís.

Su historia podría ilustrar el estudio de Susana Aparicio, “Trabajo y trabajadores en el sector agropecuario de la Argentina”, en el que la investigadora del Conicet plantea que aunque el agro es referenciado en el discurso público como un motor fundamental de la economía y un importante generador de empleo, la realidad resulta ser bastante diferente. “La ‘pampeanización sojera’ en gran parte del país desplaza a trabajadores de producciones tradicionales (no sólo a campesinos) y los ‘oasis’ modernos y ‘dinámicos’ no reemplazan ni constituyen mercados estables de trabajo”, sostiene la socióloga al describir los cambios en el mundo laboral agropecuario. Dos elementos centrales de esa situación pueden resumirse de la siguiente manera: la tendencia ha sido a generar menos puestos de trabajo y en condiciones de mayor precariedad.

–Es difícil creer que sea difícil conseguir trabajo en el campo.

–Trabajo se consigue, pero, ¿qué pasa? Conseguís trabajo por un mes o un mes y medio –contesta Esteche–. Si se siembra trigo, por ejemplo, trabajás 45 días y después vienen seis meses en los que no tenés nada, hasta la otra siembra.

–¿Cuánto le pagan?

–Entre 50 y 70 pesos por día. Te subís arriba del tractor y... a hacer hectáreas. Es un trabajo lindo, porque en pocos días podés hacer plata, en un mes podés ganar 1800 o 2000 pesos, y el que maneja una cosechadora mucho más, hasta seis mil. Pero en realidad, cuando mirás a largo plazo, estás perdiendo, porque tenés mucho tiempo inactivo.

Los trabajos y los días

Carlos Armando es el productor que se hizo famoso por su respaldo a las retenciones móviles. Cuenta que ha tenido muchos peones, “pero desde 2005 dejé de tener empleados para contratar servicios a terceros”. La siembra, la cosecha y la fumigación están tercerizadas.

–¿Por qué lo prefiere?

–En el caso mío, porque trabajo con una máquina sola, si no, tendría que tener un parque de herramientas muy grande y sería demasiada estructura. Con los equipos modernos, con dos personas se siembra, una maneja el tractor y otra carga la semilla. Se hace muy rápido: dos personas pueden hacer 100 hectáreas por día. Además, como no tengo todo el campo junto, contrato para trabajar una parte a un contratista, y para otra parte a otro, y así siembro simultáneamente.

–¿Hay diferencias en esto según los cultivos?

–No hay grandes diferencias. Soja, trigo, maíz y girasol son similares porque son siembra directa.

–¿Cuántos días de trabajo requiere todo el ciclo, desde la siembra hasta la cosecha?

–Le hago el cálculo con 100 hectáreas, en un día y medio o dos las sembrás. Generalmente se fumiga en dos oportunidades, lo que lleva dos o tres días cada vez, y después tenés que revisar periódicamente, una vez por semana, que no aparezcan hongos, insectos o malezas, pero ése es un trabajo que hace un ingeniero agrónomo o un productor experto. Después viene la cosecha. En cinco o seis meses se trabaja, sumando todo, como mucho quince días.

No hay datos certeros sobre el número de trabajadores agrarios que hay en la Argentina. Aparicio señala que el censo de población no refleja el empleo transitorio, que en este sector es muy elevado. Una de las fallas del registro es que los censistas preguntan al censado sólo si en la semana anterior al relevamiento tuvo alguna ocupación, por lo que el trabajo temporal queda subestimado. El censo se realiza, además, lejos de las cosechas importantes.

La socióloga señala que “en términos absolutos, tanto el censo de población como el agropecuario muestran un descenso significativo de la población actualmente ocupada con relación a los años ‘70. El censo de población evidencia una pérdida del 31 por ciento respecto de 1970, mientras que el agropecuario es aún más acelerado: se pierde el 57 por ciento de los permanentes entre 1969 y 2002”.

El movimiento interno

En ese descenso hubo a su vez un movimiento interno: “Productores y familiares abandonan el trabajo a un ritmo superior al de los asalariados. Esta situación pone en evidencia un agro empresarial y la pérdida de la producción familiar”. También una relación diferente entre trabajo y hectáreas: “En 1988, una persona se ocupaba de 171,5 hectáreas; hoy atiende 225,5”.

Armando cuenta que, así como cambió la situación de los peones y la de los productores, los contratistas cobraron fuerza como nuevos empleadores.

–¿De qué sectores sociales vienen los contratistas?

–Los hay de dos tipos: productores que tienen campos y compraron maquinarias que les sobran para trabajar su campo, y entonces se dedican a sembrar otros. Y gente que compró maquinaria y se dedica a hacer servicios a terceros. No son antiguos peones, ni pequeños productores, sino nuevas figuras que antes no existían. Una máquina sembradora está en los 100 mil dólares, son maquinarias que un productor chico no podría ni le conviene tener, y que para una persona que trabajó toda su vida como peón son inalcanzables.

Las características del trabajo, la dispersión de los trabajadores, la posición de los contratistas como nuevos empleadores, ya sin un vínculo estable con el territorio, son factores que agravan el tradicionalmente bajo cumplimiento de los derechos laborales.

Esteche cuenta que, una vez que perdió la relación de dependencia y pasó a ser trabajador temporal, dejó de cobrar aguinaldo, salario familiar y aportes jubilatorios. En esa situación de debilidad no es extraño que su último trabajo haya sido el de fumigador, una tarea que afecta la salud. “El trabajo de la pulverización implica mucho manejo de herbicidas, de pesticidas. Yo trabajé cinco años fumigando, sabía por el INTA que cada seis meses tenés que hacerte un chequeo, pero nunca lo tuve. Te usan un tiempo y cuando te empezás a avivar de estas cosas mayormente te descartan.” Describe así los síntomas que tenía mientras se dedicaba a ese trabajo: “Mucho dolor de cabeza, picazón en el cuerpo, abajo de la piel, irritación en la vista, las manos te quedan como una lija. Te pasan muchas cosas en el físico”.

–¿Vio el uso de “chicos bandera” para señalizar dónde fumigar?

–Sobre todo cuando empecé con el trabajo de la soja, en el ‘91, se usaba mucho. También yo hice de banderillero, para marcarle al avión que fumigaba dónde se terminaba lo sembrado y tenía que girar. Para eso se usa mayormente a chicos porque lo arreglás con poca plata, generalmente con el hijo del puestero. Pero hoy quedan menos, los usan sólo los pequeños productores que no pueden acceder a un GPS (un marcador satelital).

Esteche resume los cambios en el paisaje rural de su región: “Antes, vos recorrías 10 kilómetros y te encontrabas ocho casas, y en esas ocho casas había gente. Hoy en esos mismos caminos son todas taperas. Esas ocho familias se quedaron sin trabajo, ya no son más gente de campo, sino personas que cobran un Plan Trabajar o viven de algún otro sistema de subsidios”.

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Entre siembra, fumigación, control de plagas y cosecha, “en cinco o seis meses se trabaja, como mucho, 15 días”, cuenta un productor.
Imagen: Alejandro Elías
 
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