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No hay pago como mi pago

La presidenta que habló del tsunami y otros discursos similares. Una Asamblea en un contexto inolvidable. La reapertura del canje: celebraciones y cautelas. Los objetivos del Gobierno. Sus nuevos pasos, después de la 125. Avances y defectos de terminación. La agenda larga y la mediática.

 Por Mario Wainfeld

Es la presidenta de un país emergente, convalidada hace poco por el voto popular. Llegó su turno en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas. Se apoyó en el atril, por ahí tocó los micrófonos y fue drástica: “La incertidumbre económica se propagó como un tsunami en todo el planeta, anulando los avances conseguidos”. E ironizó respecto de la ciudad anfitriona, epicentro de la crisis económica: “No sólo en la isla de Manhattan, también en las Islas Filipinas”. María Gloria Macapagal Arroyo, presidenta de Filipinas, se despachó así a pocas cuadras de la alicaída Wall Street. Su verba conjugó con muchos otros discursos, plenos de reprimendas para los demiurgos del orden financiero que, un buen día, quedó desnudo.

Varios mandatarios, en su mayoría oriundos del otrora apodado Tercer Mundo, expresaron reproches y aun sarcasmos. La realidad es tan brutal que el sarcasmo vale como un alivio y funciona como un eufemismo. Lula da Silva, Cristina Fernández de Kirchner y Nicolas Sarkozy sintonizaron una longitud de onda parecida a la líder filipina. La mayoría de las crónicas argentinas, de innegable sesgo parroquial, le atribuyeron al discurso de su presidenta una excepcionalidad que no tuvo, sin reparar en su congruencia con el de otros expositores, allende las especificidades de su estilo oratorio.

La Asamblea fue caja de resonancia de una crisis colosal. También albergó el canto del cisne de George W. Bush, un irresponsable de marca mayor, un depredador de la paz y de la economía en el mundo entero, incluyendo su poderoso país.

Las comparaciones del tsunami financiero con hechos precedentes son meras aproximaciones. Las extrapolaciones a futuro, audacias del pensamiento. Entre prever racionalmente el futuro y adivinar hay una diferencia que no suele respetarse en demasiadas narrativas.

El unanimismo optimista de los años recientes cedió lugar a las divergencias. Entre una gama tan amplia de pronosticadores, alguno acertará. Hay quien piensa que los Estados Unidos se darán maña, otra vez, para mantenerse como la mayor potencia mundial. Otros avizoran un nuevo orden multilateral o, acaso, un nuevo desorden. En su editorial del jueves, titulado “Un mundo multipolar”, el diario Le Monde otea ese horizonte, que “durante décadas reclamó la diplomacia europea en sus oraciones”. Pero, como advertían Sor Juana Inés de la Cruz y Truman Capote, nada daña más que las plegarias atendidas. “El mundo multipolar que se viene” no es, pinta el editorial de Le Monde, una construcción ordenada, “es, al contrario, desordenado, casi anárquico. Ningún principio de organización parece presidirlo”. El porvenir es impreciso, el presente es abrumador.

Las secuelas distan de haber terminado y, como enunció la presidenta que invocamos, son ecuménicas. Irlanda es una star mimada de la Unión Europea (UE), un caso a menudo sugerido como ejemplo a seguir por la Argentina. En un artículo publicado en la revista-libro Umbrales, el filósofo político Bernat Riutort Serra explica cómo una hábil estrategia permitió que esa economía pequeña creciera mucho más que otros países más grandes de la UE. En esta semana, después de casi un cuarto de siglo invicta, Irlanda entró en recesión. Del éxtasis al padecimiento... no será un caso aislado.

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Los bonistas pródigos. En el contexto de ese marasmo y de esa semana brutal en Nueva York, Fernández de Kirchner anunció la reapertura de las negociaciones con los holdouts. Aunque se habían goteado anticipos de la medida, el efecto general fue de sorpresa ante un cambio de rumbo. Mayoritariamente, se lo ensalzó.

Era un hecho, desde 2005, que si la Argentina salía del pozo debería, en orden secuencial, saldar sus deudas con el Club de París y reabrir las tratativas con los bonistas que rehusaron la oferta original de quita y refinanciación. Las fechas de estos dos tramos estaban indeterminadas pues dependían de muchas variables, entre ellas la capacidad del Gobierno nacional de ir regulando los tiempos.

En menos de un mes, la Presidenta decidió (de modo unilateral) el pago al Club de naciones acreedoras y (en base a una propuesta conversada con tres grandes bancos) la nueva interpelación a los acreedores privados. La primera acción, que se caía de madura y estaba en la agenda del kirchnerismo desde fines del 2007, fue recibida con flema aunque positivamente por los gobiernos de las potencias implicadas. Y bastante maltratada por economistas críticos del oficialismo, aun por aquellos que pedían a gritos el pago al Club de París.

La noticia propalada en la Gran Manzana, en cambio, cosechó un consenso extendido entre economistas del más variado pelaje. Este cronista, sin ser un experto, prefiere enrolarse en la línea propuesta en PáginaI12 del miércoles por el colega Alfredo Zaiat: la reconexión no ofrece motivos para entusiasmarse y acentúa riesgos que Argentina venía gambeteando en los últimos años. Acelerar esa jugada, inexorable en el mediano plazo, es lanzarse de improviso a un horizonte dominado por la impredecibilidad. El cebo del financiamiento internacional fue muy dañino para la Argentina, el reingreso a ese “paraíso perdido” amerita, cuanto menos, alzar la guardia.

Aun si se ponen entre paréntesis las polémicas, quedan por descifrarse avatares obvios de la operación. La magnitud del canje, punto central, dependerá de la proporción de acreedores que acepten. Los bancos proponentes (ensalzados por la oratoria de la Presidenta y con especial exorbitancia por Sergio Massa) aseguran “juntarle la cabeza” a una cifra enorme de bonistas. Por puro costumbrismo, habiendo sobradas pruebas flamantes sobre el valor de la palabra de los grandes banqueros, sus promesas deberían tomarse con pinzas. El alcance y la consiguiente eficacia de la propuesta serán proporcionales a la dimensión del acuerdo final, tanto como la cantidad de “fondos frescos” que alegran al oficialismo. Habrá que ver.

Los datos precisos son pocos, se irán dilucidando en el trámite institucional que incluye el pasaje por el Congreso, que debe resolver si deroga la sabia ley cerrojo dictada oportunamente.

La principal apuesta del Gobierno, por una vez concordante con el dictamen de la mayoría de los economistas, es que la reapertura del canje tendrá nimio impacto fiscal y aliviará mucho los vencimientos de deuda de los años próximos. Eso calza bien con el rumbo general previsto y deseado por la cúpula del kirchnerismo: sostener la gobernabilidad, mantener el crecimiento y las líneas maestras de su “modelo” neodesarrollista. Estar “líquido” para lograr solidez política, el abecé del elenco gobernante.

A nadie le escapa, tampoco a los ocupantes de la quinta de Olivos, que el marco local y también el mundial son peliagudos. Las restricciones políticas y económicas son superiores a las de cinco años atrás. Las demandas sociales son más acuciantes y más sofisticadas. La respuesta oficialista es atenuar sus pretensiones, amoldarse a ese escenario, reversionando los pilares de su praxis. A cuenta de mayores precisiones podría hablarse de un giro conservador, sin resignar el norte.

La caja robusta es siempre prioridad, la gobernabilidad ligada a un esquema productivista también. Mantener firme el timón, articular con los gobiernos provinciales (incluyendo los ariscos, que son más que antaño y por ende más costosos) y poder responder a zozobras políticas con acciones visibles vinculadas con el ingreso de los trabajadores, activos o pasivos.

La nueva cartilla incluye, de modo desperdigado pero inconfundible, rectificaciones a los tiempos más pródigos del kirchnerismo: aumentos de tarifas, reducciones muy rústicas en gastos de infraestructura. Pero no se resignan los incrementos de haberes, jubilaciones y asignaciones familiares.

Como siempre, se trata de disponer de recursos económicos para responder de volea a desafíos políticos de toda laya. En aras de ese objetivo se elevan las concesiones a adversarios, aliados chúcaros o corporaciones.

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En fila india. En el acontecer cotidiano, el Gobierno consigue la iniciativa mediante medidas que va lanzando en fila india, de a una en fondo. Parte del afán es disputar la agenda mediática, también se supone que los “planes” atan las manos e implican expectativas arduas de saciar. En el mandato de la presidenta Cristina, los resultados de esa operatoria son más etéreos que en el de Néstor Kirchner. La repercusión de las acciones se sostiene durante lapsos muy breves. Y flota la sensación de que se está improvisando y sin seguir una hoja de ruta precisa. Sensación acentuada por la falta de enunciación de un horizonte nuevo, que trascienda los logros de la administración anterior,

El Club de París y la reapertura del canje son, en sustancia, un combo. Un cambio de reglas con “el mundo” o, por expresarlo de forma menos ampulosa y más franca, con el sistema financiero. Con las consecuencias a la vista da la impresión de que hubiera sido (y parecido) más sólido presentarlo en block y no en etapas que no dieron mucho oxígeno.

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La primera pregunta. La Presidenta incurrió en un desliz remanido al empacarse (y, para colmo, explayarse) en la negación pública de la inflación y la defensa del desquicio en el Indec. Se prestó a preguntas abiertas ante un auditorio suspicaz. Era de cajón que una de las primeras sondearía ese tópico, máxime si la presentación de Cristina Kirchner lo omitía a pleno. No medió sorpresa, ni novedad: también fue la pregunta inicial en la conferencia de prensa de Olivos. La réplica ensimismada es chocante para “los mercados”, a los que se quiso seducir con los otros anuncios. Y deja en off side al Gobierno ante un auditorio más amplio y más importante: los ciudadanos de a pie, que padecen la inflación como problema diario. Máxime aquellos que sólo viven de su salario, incluidos los de menos ingresos, que son el sector social que congrega los mayores apoyos al oficialismo.

El traspié presidencial es menos explicable si se escuchan reflexiones “off the record” de funcionarios de postín que, amén de reconocer que la inflación es un incordio, puntualizan que se está atacando y que está mermando. Algún atrevido especula acerca de qué puede pasar con el Indec cuando los índices oficiales y los reales converjan, o casi.

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Medio enfadados. Varias políticas nombradas en esta nota proyectarán sus efectos mucho más allá del año 2011, tal es su talla. El Gobierno presupone que la economía real y la vida cotidiana de los ciudadanos mejorarán en consecuencia. Su suposición, su anhelo, es que el sentido común apuntalará un voto racional, oficialista. Los frutos, en la economía y en la política, se cosecharían en el mediano y largo plazo.

En paralelo, como cualquier gobierno, el actual se desespera por predominar en la agenda mediática. Es un ágora muy arisca, donde políticas de Estado compiten en paridad con noticias menos densas pero más atractivas o, sencillamente, más contreras.

No es una exclusiva cuestión técnica, alusiva al sensacionalismo o a la noticiabilidad. Se transita una etapa signada por el antagonismo entre los más grandes y el oficialismo. Las crónicas adversas al Gobierno tendrán más centimil, la oposición tiene un pilar en un sector relevante de la prensa, conforme es regla en el nuevo mapa político de América del Sur.

El caso Antonini Wilson seguirá incordiando al Gobierno. El múltiple agente se desdice cada cuatro palabras. La sincronía entre su testimonio y el discurso de la Presidenta en la ONU es chocante, aun para la mirada más indulgente. Pero la inverosimilitud del pintoresco valijero no absuelve al Gobierno de su pecado original, que fue su presencia en un avión oficial.

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Cisnes negros. No le luce tanto ni lo proclama, pero los Kirchner internalizaron el severo retroceso impuesto por el conflicto de las retenciones móviles. El Gobierno acusó el golpe y algo escarmentó de sus errores más flagrantes. Desde entonces, domina la escena y eslabona decisiones racionales, gambeteando juegos de “suma cero” y confinando sus pretensiones fundacionales.

Algunas medidas son encomiables (las jubilaciones móviles), otras inevitables (estatización de Aerolíneas), las hay de gran magnitud y por ende complejas, como las que comentamos en esta columna. La confrontación frontal se ahorra, hay más consagración en el armado de coaliciones contingentes.

Esa sensatez se resiente por “defectos de terminación” en casi todas las medidas, trasuntando el escaso volumen predominante en la primera línea de los cuadros de Gobierno. La sintonía fina nunca fue el fuerte del kirchnerismo, en este trance la carencia es más ruidosa.

Confrontado a un cuadro internacional que mete miedo, el Gobierno apela a saberes propios, extendidos en la región. Lo central es confiar más en la voluntad política autóctona que en las recetas del centro del mundo y de su patética City. Desde luego, ese criterio valorable debe cimentarse en acciones congruentes. Los Kirchner confían en su trípode: gobernabilidad, caja sólida, activismo político. Y dan por hecho que la economía real sostendrá sus lazos con una primera minoría que domine el escenario electoral.

La idea central es sugestiva, su implementación sobrecondicionada por un entorno peligroso, contagioso y poco claro en su proyección.

Ningún gobernante, menos los de países emergentes, domina las variables esenciales. El devenir de la economía real, el precio sostenido de los commodities, los records de exportaciones (bastiones del “modelo”) no están asegurados en el mediano plazo, como predicaba un sentido común ABC1 hace unas pocas semanas. Y no dependen de la muñeca de los Kirchner, ni de Bush, ni de su sucesor. En el frenesí de la timba global, parecen más sujetos a los manes de Tata Dios o al azar puro. A lo indeterminado, pues.

Predecir escenarios con fundamento racional es un arte esquivo, pocos lo practican aunque sobran voces altaneras. Hace cosa de cinco meses este cronista aconsejó la lectura del ensayo El cisne negro, cuyo autor es el inclasificable Nissim Nicolás Taleb. Taleb enseña que los saberes humanos son irrisorios frente a lo inesperado. No a lo inesperado inexistente sino a lo que estaba predispuesto pero se ignoró. Los cisnes negros, lo real invisible a los ojos, existen desde siempre pero muchos humanos (limitados por su geografía intelectual) no se habían percatado y contaban con que todas esas aves son blancas.

Las crisis económicas son cisnes negros por antonomasia. Taleb, que prosperó en la corporación de los gurúes financieros, activa una alarma digna de escucha: “Determinados profesionales, aunque creen que son expertos, de hecho no lo son. Si consideramos los antecedentes empíricos, resulta que no saben de la materia de su oficio más que la mayoría de la población en general pero saben contarlo mejor o, lo que es peor, saben aturdirnos con modelos matemáticos. También es probable que lleven corbata”.

Arrastrado por esos locos con carnet y corbata, el mundo tuvo una semana convulsionada.

Cristina Fernández de Kirchner pasó por el centro de la aldea global con anuncios relevantes y errores discursivos.

En territorio nacional transcurrió la presidencia interina de Julio César Cobos, un cisne negro por antonomasia que hizo saltar la banca hace dos meses. Ahora jugó en el bosque mientras la Presidenta no estaba. Su exhibicionismo de campaña lo llevó a sobreactuar su rol opositor en el momento institucional menos indicado.

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