EL PAíS

El día de los 24 plebiscitos

Todas las lecturas posibles, todas. Los posibles cambios en el Congreso. Buenos Aires, epicentro ayer y hoy. Kirchner y Scioli, candidatos recurrentes. De Narváez y Reutemann, sus futuros posibles. Macri, no tan solo, espera. Cobos, en gateras. Y una mirada sobre el peso del voto popular y los deberes de los políticos.

 Por Mario Wainfeld

Será una jornada decisiva, que se dirimirá en las 24 provincias. Despuntará, luego, una batalla por el sentido, abierta a varias interpretaciones. Cada contendiente tendrá su variable favorita, algunas se han ido adelantando. La oposición, en general, subrayará la disminución de votos del oficialismo respecto de compulsas anteriores y la pérdida de bancas en el Congreso si (como todo lo sugiere) se produce. El Acuerdo Cívico y Social, ya lo anticipó Elisa Carrió, se declarará ganador si amplía su dotación de diputados y senadores nacionales.

El oficialismo centrará la mira en la sumatoria de votos, que seguramente lo dejará primero a buena distancia. Y también la cantidad de provincias obtenidas, otra variable que puede favorecerlo.

Claro que todos observarán, ante todo, la suerte de Néstor Kirchner y Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires. También serán cruciales las performances (derrota o victoria) de otros presidenciables que integran las listas (Carrió, Carlos Reutemann) y de quienes son representados por compañeros, correligionarios o aliados (Hermes Binner, Julio Cobos, Mauricio Macri). Un análisis sensato debería combinar, sin dejar de jerarquizar, todos esos datos. Quien gane o quien pierda en su distrito será un dato cualitativo, central. Lo cuantitativo, los guarismos y las diferencias también tendrán su impacto.

Se pondrán a prueba las encuestas previas que ya influyeron en las peripecias y decisiones de la campaña. Reconfiguraron las ambiciones, también. Nadie termina de confiar en los sondeos, todos aceptan los trazos gruesos de los escenarios que delinean. Lole Reutemann se sentiría pleno ganando por un voto, cuando hace meses pintaba para golear. El segundo puesto en Capital y el ingreso de Elisa Carrió, que en su momento eran el piso de las pretensiones del ACyS, devendrían ahora una fiesta. El kirchnerismo se tranquilizaría si la lista de Carlos Heller consigue dos diputados y si Kirchner gana, aunque sea a corta distancia. Julio Schiaretti ya no sueña con puntear en Córdoba, bailaría en una pata con la medalla de plata y un senador por minoría. Hay más ejemplos, tantos que es imposible mencionarlos.

Cuarto oscuro, su ruta

El oficialismo viene creciendo en las urnas desde 2003. El Congreso formado en 2007 albergó su representación más amplia. Ni aun entonces accedió a la mayoría propia en Diputados, pero dispuso de una generosa primera minoría que fungió como tal. El conflicto por las retenciones móviles (uno de los hechos que repercute más nítidamente en el cuadro actual) le drenó parlamentarios en ambas cámaras, desde el vamos. Así y todo, bajo la conducción de Agustín Rossi el FPV primó en Diputados en la votación de todas las leyes del año pasado y las pocas que se trataron en 2009, incluida la referida a la Resolución 125, la reestatización del sistema previsional y de Aerolíneas Argentinas, la restauración de la movilidad jubilatoria y el adelanto de las elecciones, sin agotar la nómina. Ese logro no fue producto de una mayoría obediente y autosuficiente sino de un manejo firme y también dialogal con las otras fuerzas. La primera minoría seguirá siendo la misma aunque, casi es un hecho, menguará su número. Si mermara en 10 diputados, sería un buen saldo para el FPV, a la luz de las previsiones más extendidas.

La diversidad del universo opositor se declarará mayoría, queda por verse si consigue aunarse salvo en materia de retenciones a la soja, su temible factor de unión. En el Senado el oficialismo cuenta, después de la sangría (que lo privó, entre otros, de Reutemann y su aliada Roxana Latorre), con ceñida mayoría propia. Suena difícil que pueda conservarla, aunque ganará un curul en Tucumán, pasando de minoría a mayoría a expensas del bussismo. Se renuevan ocho provincias, no es el día aconsejado para hacer predicciones, pero es verosímil que Mendoza, Corrientes y Catamarca sean determinantes en la sumatoria final.

El Congreso será, presumiblemente más plural. Por el verosímil achicamiento del FPV. Y por los frescos aportes de una izquierda de tono “nacional y popular” máxime si coronan sus pretensiones Fernando Solanas en Capital y Martín Sabbatella en “la provincia”. La perspectiva del oficialismo dependerá de su muñeca y de la generosidad para articular con otros bloques ante cada proyecto, tanto como de su cintura para imantar a peronistas díscolos. Un resultado general auspicioso de las elecciones sería un catalizador esencial.

El epicentro

Buenos Aires fue central para anticipar las derrotas del alfonsinismo (a manos del peronista Antonio Cafiero, en 1987), del menemismo (Graciela Fernández Meijide en 1997) y de la Alianza (Eduardo Duhalde en 1999). Y cimentó a los respectivos oficialismos en 1993 y 2005, formateando las revalidaciones presidenciales de Menem y de los Kirchner, dos años después. La constante se repite, Buenos Aires es el epicentro de la elección. El kirchnerismo tiene tres candidatos de fuste para sus grandes batallas: los dos Kirchner y Daniel Scioli, desde 2003 han integrado sus boletas. Néstor Kirchner en 2003 y ahora, la presidenta Cristina Fernández en 2007. Scioli es el más trajinado, participó en 2003, 2007 y en la de hoy, sí que con el exótico ropaje “testimonial”. El kirchnerismo trasunta la importancia que da a la elección, en la que arriesga a dos de sus barajas ganadoras: su jefe político y su más posible delfín, a la sazón gobernador.

Es difícil imaginar las consecuencias de una derrota de ambos, para su futuro y para la gobernabilidad en el territorio nacional y provincial. Cabe presuponer que serían muy vastas. Atados a su suerte común, Kirchner y Scioli emergerían fortalecidos si sacan ventaja, el quántum también algo diría. El oficialismo conservaría tres presidenciables, siendo digno de mención que el capital accionario de Scioli subiría lo suyo.

Francisco de Narváez es el gran outsider de esta elección, su desempeño es asombroso, fuera cual fuera el desenlace. El sentido común de protagonistas, analistas y consultores augura que (en el peor de los escenarios para él) recibirá muchos más votos que Hilda González de Duhalde en 2005 y que el ACyS. Las encuestas hablan de un final cerrado, por añadidura. El empresario-diputado trepó a ligas mayores en un rush fulgurante. Si gana, será la estrella de mañana y, al menos en los días venideros, sería difícil suponerle un techo. Sería número puesto para ir por la gobernación en 2011. Y algunos de sus allegados hasta hurgan hendijas legales para colar su candidatura a presidente, pese a su condición de argentino naturalizado. No es el momento ni el lugar para adentrarse en la seriedad y viabilidad de esa fantasía, que sí da la medida de la proyección que podría tener su victoria.

Su acumulación sería más problemática si saliera segundo, aun con gran performance. Un bloque justicialista armado de apuro tras un candidato no ganador es una convocatoria a la dispersión. Los compañeros, en especial si de bonaerenses se trata, son propensos a honrar la verdad veintidós: hay que correr presurosos en auxilio del ganador.

Como en espejo le pasa a Kirchner-Scioli, la diferencia entre el primer y segundo puesto puede no cambiar mucho el número de bancas conseguidas, pero abre dos horizontes políticos abismalmente distintos.

Sabbatella, sin recursos económicos y con un discurso de infrecuente racionalidad y tolerancia, necesita una carrada de votos para llegar al Congreso. Buenos Aires es enorme, tres o cuatro puntos porcentuales exigen más voluntades que decenas en otros territorios.

La reina del Plata

Macri es, tal vez, el presidenciable que puede amanecer más sereno hoy. Las profecías concuerdan en que prorrogará su supremacía en la Capital, esta vez a través de Gabriela Michetti. Habrá que contar las costillas de la pretendiente a la Jefatura de Gobierno pero lo básico, una seguidilla de victorias, parece estar sellado. El jefe de PRO acrecentará su patrimonio con la avanzada de De Narváez en provincia. Sigue teniendo el karma de su destino metropolitano, que siempre soñó resolver consiguiendo que se le pliegue el peronismo. Por eso, apostará a derrotas de Reutemann y Kirchner, que dejarían al justicialismo sin referencias fuertes. El ACyS ha sido zarandeado en encuestas y análisis, hoy medirá su dimensión, no salir segundo sería letal para las prospectivas de Carrió. Pino Solanas resultó el batacazo hasta ahora, se verá si las urnas lo corroboran. Heller salvaría la ropa con dos diputados, le tocó bailar con la más fea: un distrito hostil muy mal trabajado por el FPV. Los socialistas y Aníbal Ibarra, que tuvieron buena convocatoria antaño, parecen estar en figurillas para acceder a una banca de diputado.

La otra provincia

Reutemann produjo una de las maniobras más audaces, a doble o nada. Si su ruptura deriva en un triunfo, quedará en excelente posición dentro del PJ. Será, seguramente, el presidenciable más consensuado por los gobernadores, por la dirigencia en general y por el establishment económico y mediático. Un garante del regreso a tiempos de mayos porosidad entre el poder político y los poderes fácticos y corporativos. Si se quedara sin nafta en las últimas vueltas, su porvenir sería melancólico.

Hermes Binner lo enfrenta en el subibaja. Tal vez exponga menos. Si Rubén Giustiniani queda corto por una diferencia pequeña, el gobernador no quedará tan herido como Reutemann. Pero retrocederá varios casilleros en la puja interna del panradicalismo-socialismo de cara al 2011.

Si Binner, que puso todo el cuerpo en la campaña, desplazara a Lole, miraría atento cómo les fue a Carrió y a Julio Cobos. El vicepresidente, en caso de recuperar Mendoza, sería el preferido de los radicales para dentro de dos años, entre correligionarios hay más afinidades. Cobos es el plan “B” de la coalición destituyente, también. Paradójicamente, si anda bien en Mendoza tendrá que ir pensando en la renuncia que (en aras de la calidad institucional) debió presentar un año atrás. Si se mancan Lilita Carrió y Binner, el campo se le hará orégano.

Otros pagos

Luis Juez ansía la revancha de las elecciones de 2007, en la que le birlaron la gobernación entre sombras. En apariencia, lo logrará, ascendiendo de líder vecinal a provincial, todavía sin despliegue nacional. Córdoba no es la única provincia con referentes locales potentes, que esperan vencer por amplia diferencia para discutir luego los armados de las presidenciales. Varios peronistas están en eso. José Alperovich, se presume, sacará una diferencia sideral. El mapa político es tan variable que en Santa Fe será menester cerca del 40 por ciento del padrón para conseguir un senador por minoría. En Tucumán, chimentan los consultores, bastarán apenas más de 10 puntos para alzarse con una banca en la Cámara alta. Los gobernadores peronistas, en general, confían en tener una jornada auspiciosa, cuando no goleadora. Luego, pretenden barajar y dar de nuevo con el PJ y con el gobierno nacional. Los escenarios imaginables para ese Confederal que todos descuentan son tantos, que es mejor desensillar y postergar su tratamiento hasta mañana, cuando aclare.

Constantes y rupturas

Las figuras de 2007 ya estaban en el candelero en 2003: Cristina Kirchner, Macri, Scioli, Carrió, Binner, Juez. Treparon o cayeron unos escalones en ese lapso, ya eran competitivos en sus inicios.

Ahora hay dos emergentes nuevos, Cobos y De Narváez, ambos opositores, referencia sugestiva. Son secuelas del conflicto con “el campo”, del prematuro debilitamiento del Gobierno y de un cierto renacer opositor. Dan tono a la etapa, tanto como a dos secuelas del enfrentamiento. La primera, la mala onda hacia el FPV en el interior de las provincias de la Pampa húmeda, que dejará huellas en las urnas. La segunda: el aluvión (no zoológico, tal vez sojero) de dirigentes agropecuarios devenidos candidatos, superando a los sindicalistas o a los militantes sociales.

En compulsas previas, desde 2003 en adelante, los oficialismos locales llevaron la delantera, con amplitud. Esa constante benefició, de cajón, al peronismo (en todos sus lemas) que controla la mayor cantidad de provincias e intendencias. La tendencia será puesta a prueba hoy.

También se condicionará el futuro del oficialismo y el esquema de gobernabilidad. Contra el sentido común mediático, el cronista supone que la pondría en riesgo una ofensiva de una oposición sin liderazgo claro ni programa. Mucho más que una convalidación moderada del oficialismo, con un llamado de atención del electorado. Su pretensa hegemonía ya no existe, ahora, antes de los comicios. Su capacidad de implementar un programa y seguir lo que le marque el voto popular está en cuestión.

En un país que conoció violencia, dictaduras y proscripciones, cada rutina electoral es una fiesta, una estabilidad que se cimenta. Quienes padecimos esas experiencias, seguramente las tenemos más presentes (en nuestros diagnósticos y nuestras pesadillas) que la creciente cantidad de argentinos que atravesaron toda su existencia en democracia. Buena es esa diversidad, como todas.

Una elección, amén de una fiesta y un modo de dejar atrás el pasado atroz, es el punto cúlmine de la participación popular. Hay otras modalidades, más vale, pero ninguna combina tan bien implicación, consecuencias institucionales y mensaje colectivo a la corporación política. Leer los resultados, acatar el veredicto popular es un desafío que interpela a todos los protagonistas. Algunas veces, cuando hay goleada, es relativamente sencillo. Escenarios más trabados compelen a trajinar más. Pero siempre hay un mandato popular que todos deben atender, no para los lógicos festejos o duelos, sino para corregir rumbos. Ojalá que sea una jornada con gran participación, sin incidentes graves y que la voz popular sea escuchada, atendida y acatada por quienes son sus representantes.

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