EL PAíS › EL BARRIO FAVALORO, EN JOSE C PAZ, Y

Historia de dos ciudades

Son idénticamente carenciados y con estructuras políticas más que similares. Pero en uno ganó el peronismo K, en el otro De Narváez. Una recorrida de estas calles donde hubo una batalla.

 Por Alejandra Dandan

Pablo pone primera, el auto chapucea en un camino de tierra hasta arrancar. “¿Cómo te puedo explicar?”, dice mientras avanza entre los cráteres de la entrada al barrio René Favaloro, levantado por el gobierno de Cristina Fernández en José C. Paz. “El dirigente tiene que estimular al militante –sigue– y el militante tiene que ir y tapar afiches, como yo cuando veo un afiche de De Narváez, que es como que te da una alergia. Así que vas y lo tapás.”

El barrio empieza detrás de los baches: una hilera detrás de otra con casas de techo de tejas, dos cuartos, paredes de colores fuertes, pequeños jardines y niños en las veredas. Como el sueño del mundo protegido de los countries, pero habitado por pobres. Cristina entregó la primera parte de las 3000 casas mucho antes de las elecciones, en marzo de 2008. Desde entonces, el barrio empezó a convertirse en una isla entre las avenidas del segundo cordón del conurbano con casas o talleres de puertas abiertas que sacan afuera lo que sea para ponerlo a la venta.

José C. Paz es el distrito bonaerense en donde el kirchnerismo sacó la mayor cantidad de votos el domingo pasado: 52,28 por ciento. No tiene un polo industrial ni tendido de cloacas y los vecinos la mencionan como una ciudad dormitorio. “La gente se va a la mañana y vuelve a la noche, pero los cambios de los últimos años se notan –dice Pablo, militante, peronista, en la recorrida–. Si vos te ponés a pensar, en el 2001 los trenes se iban totalmente vacíos y ahora, acá, todo es un hormiguero. Si querés conseguirte un asiento tenés que viajar a las once de la mañana.”

El voto

Pocos meses antes de las elecciones, Mario Ishii se reunió con Néstor Kirchner, como otros caciques peronistas. Kirchner habló de las obras públicas. Empezaba la campaña. “Mario le dijo a Néstor –sigue Pablo– que afloje con las obras, que la gente no tiene para morfar, que le dé la plata, que las obras no te dan de comer, y jugó a fondo para la campaña.”

En un extremo del barrio, un grupo excava encima de la nada, un baldío fronteras afuera que alguna vez se irá a trasformar. “Mario jugó a fondo, no como el resto de los intendentes –sigue Pablo–. Acá repartió comida, pero ¡repartió 10 millones de pesos con los planes de veredas!” Es que en lugar de obras públicas o además de las obras, un mes antes de las elecciones Ishii inscribió a 10 mil personas en el Plan Veredas, por el que cobran mil pesos al mes, durante los próximos diez meses.

En el barrio, entre esos beneficiarios, Página/12 salió a preguntarle a la gente por qué votó al kirchnerismo. Lo mismo hizo más tarde entre los beneficiaros de planes o de obras en Tres de Febrero, donde ganó De Narváez. Las respuestas fueron distintas, pero el largo brazo de un Estado protector y poderoso en José C. Paz parece haber hecho la diferencia. En Tres de Febrero lo que aparece es el paisaje de un desguace, y un Estado que no alcanza y no llegó, también por zancadillas de la política.

Estela Maris Parra barre el patio alrededor de su casa, la número 4 de la Manzana 31 del barrio Favaloro. El domingo después de votar, comió en la casa de su madre, prendió la tele y, poco a poco, mientras avanzaba la tarde empezó a darse cuenta: “Es como que no lo podíamos creer –dice–. Sinceramente se lo digo, no lo podíamos creer”.

Ella votó a Kirchner como María Olga Gerez, una ex inspectora de tránsito que cruza la calle con un perro en una cajita, o como Rosa Mayea, una de las vecinas de la vuelta que se desangra por dentro por un cáncer terminal por el que no logra resolver el tema de los medicamentos. Estela Maris alquilaba un departamento a medio terminar por 700 pesos en el barrio Astolfi antes de llegar acá, un lugar un poco más grande. “Un día llevé mis papeles a la municipalidad –dice–, y sinceramente pensamos que la casa no iba a salir porque yo ya me había anotado en otro lado.” Como el barrio se abrió sin escuela, durante el día ella se sube a una bicicleta con uno de sus hijos y pedalea cuatro kilómetros hasta la escuela. A la tarde sale de vuelta.

Desde la esquina se acerca María Olga, la ex inspectora. “Nuestro intendente hizo muchas cosas –dice con pericia de militante–. Hizo otra universidad, colegio para ciegos, otro para discapacitados... acá en el barrio casas para discapacitados... no había cementerio, y también lo hizo.”

Por el camino, aparece una hilera de casas en obras, casas de dos plantas como dúplex. En otro sector, detrás de unas vallas, las casas más grandes se construyen a través de otro plan de viviendas del que participan las cooperativas de trabajo en las que 12 y 15 personas construyen su propia casa. A unas cuadras de la inspectora, un cuñado visita a Rosa Mayea. Fornido, del gremio de Hugo Moyano, es conductor de un camión en una empresa de carga. “Yo lo voté a De Narváez –explica–. No me gustan las reacciones de Kirchner”, dice y repite algunos de los latiguillos reclamados por la oposición como la plata de las AFJP. Además, aclara, “cuando hay una manifestación a mí me obligan a ir porque si no nos descuentan el día, pero yo no quiero ir, quiero ir a mi trabajo y trabajar y esto para mí fue como lo De la Rúa: uno lo eligió porque el tipo estaba parado del otro lado”.

Vilma Carrasco es la almacenera del barrio. Ishii hizo mucho, dice, atornillada a las rejas. “Y para mí que a Kirchner no lo votaron: si no no podía perder. A mi parecer el problema principal fue la enfermedad que hay, él no tenía que haber hecho las elecciones... Lo segundo la inseguridad”. Pablo, que sigue atento la recorrida, se aleja del almacén con un murmullo, como si no pudiera dejar de hacerlo. “Si no se hacían las elecciones –dice–, se incendiaba el país. Y además –dice de nuevo–, lo que el camionero no entiende es que si él tiene ese sueldo que tiene es porque Moyano se mueve y se para. ¿O te creés que Ishii esto lo sacó gratis?”

Del otro lado

El camino hacia Tres de Febrero sigue sembrado de afiches de campaña. Los volantes K, celestes, abarrotan los postes y a medida que avanza el camino sólo cambian de nombres, con el paso de los intendentes a modo de indicadores de los pueblos. Hasta el domingo, Tres de Febrero era uno de los bastiones del peronismo kirchnerista. Hugo Curto no puso su nombre, pero su mujer encabezó las listas y ubicó a la Tigresa Acuña como cuarta concejal. Curto es el jefe político del PJ bonaerense, y su distrito una clave. Las pegatinas aún conservan su nombre en un primerísimo primer plano y a veces, sólo a veces, aparece el nombre de Kirchner y algunas más el de Daniel Scioli. De Narváez sacó en Tres de Febrero 33,45 por ciento contra 30,98 por ciento de los K. En el bunker del PJ disidente de la zona la agenda estuvo movidita después del domingo: la Quinta de San Vicente por el aniversario de la muerte de Perón, un almuerzo con Antonio Cafiero, una reunión con Felipe Solá y los corrillos políticos para instalar al patriarca Eduardo Duhalde en la cabeza del verdadero peronismo.

“Las boletas cortadas salieron de acá –bromea uno con cara de ángel y bandido–. Si acá te ponés a mirar –aclara– la mitad de las mesas femeninas votó a De Narváez porque es lindo, sale en la tele y tiene guita.” Y uno de los problemas de Curto, dirá poco después, fue la Tigresa Acuña: se enojaron las militantes peronistas. Tres de Febrero está pegado a la Capital y muchos dicen que vota parecido. Los sectores más empobrecidos no están diseminados, como en José C. Paz, sino enclavados en puntos como Fuerte Apache, el barrio Podestá, Loma Hermosa, Villa Firpo y el barrio Churruca, hasta donde nos guían los disidentes.

Carmelo Pereyra es Tito “Ropero” en el barrio, un viejo peronista, ex delegado municipal. En el Churruca pasa de todo, dice, hay aguas estancadas, no hay cloacas ni agua corriente, hay una enfardadora de cartón con ratas y las aguas servidas que causan mal olor. Todos los meses, Tito llama a una persona del barrio y paga 150 pesos para que le saquen el depósito de agua que se le acumula.

A unos metros, está la enfardadora. Marta Tomassi vive justo enfrente, tiene cerca de 70 años y está cansada de las elecciones. “¿Querés saber por qué ganó De Narváez? –dice–. ¡Para hacerle la contra a Kirchner!” Enseguida se arriman otros más. Juan Monje es un vecino de paso, contento con los K, y María Acosta, que es una empleada doméstica, acaba de volver de su trabajo. “¿Las luces? –dice Tomassi–. ¡Sí! Las pusieron pero sobre las avenidas ¡adentro del barrio todavía no llegaron!” A unas cuadras, hay una gran plaza, que hasta hace unos años era pura maleza con un mástil. El anillo de casas que hasta entonces oteaba en torno del basural ahora respira el color de los juegos, pero ni eso alcanzó.

Irma Fara sale de su casa, justo frente a la plaza, con un bolsito. Su hermana colabora en Cáritas de Villa Martelli y ella cada tanto se lleva ropa por kilo, muy barata, para venderla por dos o tres pesos, casa por casa. “Acá no hicieron nada –dice–, cloacas tampoco, supuestamente dicen que sí, pero dónde están las cloacas no sabemos, agua corriente tampoco, y esto era un descampado de yuyos.”

–¿No le cambió un poco la vida con la plaza?

–Un poco sí, pero están rompiendo todo. Hay mucho vandalismo.

–¿Y de De Narváez qué le gustó?

–No sé por qué lo voté, porque éstos no sirven, me pareció a mí que no hicieron mucho. Entonces yo dije: “Vamos a probar con éste”.

–¿Por qué le creyó?

–No sé si le creí.

–¿Lo conoció en la televisión?

–No veo mucha televisión. Yo lo conocí acá. Estuvo acá en la plaza, un rato, y estuve hablando un poco con él pero ya vino tarde, un ratito y se fue. Ni sé lo que dijo: ¡yo no creo más nada!

Natalia Sasarí hacía seis meses pedía chapas en Acción Social de la comuna, pero no se las dieron. El lunes pasado escuchó un rumor: en la municipalidad estaban entregando chapas. Se fue para allá, se anotó, al otro día se encontró directamente con el camión del reparto: le dieron diez de las doce chapas que había pedido. “Yo tengo a los chicos, no puedo salir a trabajar, pero se ve que en la calle no hay trabajo: mi papá trabajaba en una fábrica, repartía con camiones, pero lo echaron hace seis meses, después le sacaron el plan”, dice. Su compañero trabaja en una empresa de limpieza en Capital. Ella también votó al empresario colombiano. Una vecina un día se le acercó para decirle que junte los papeles de los chicos que iba a entregárselos “personalmente” a De Narváez para que les hagan los documentos. Natalia se fue a un galpón un mes y medio antes de las elecciones y entregó a una secretaria los papeles “personalmente”. “Yo me fui a Caseros y me prometieron documentos.”

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Imagen: Rolando Andrade
 
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