EL PAíS › CRISTINA KIRCHNER Y MICHELLE BACHELET EN EL VATICANO CONMEMORARON EL TRATADO DEL BEAGLE

A 25 años de cuando se hizo la paz

La argentina y la chilena homenajearon a Juan Pablo II y recordaron al cardenal Samoré, que ayudó a evitar la guerra entre las dictaduras. El papa Ratzinger les obsequió medallas de plata y se descubrió una placa.

 Por Martín Piqué

Desde Ciudad del Vaticano

Las paredes de la Sala Clementina lo advierten, son muros para alertar a cualquier distraído. También para el desatento que camine sin entender dónde está poniendo el pie. Creado en homenaje al papa Clemente VIII –de allí el nombre– el salón más usado por el Sumo Pontífice para recibir visitas protocolares está decorado con pinturas por los cuatro costados. Como El martirio de San Clemente, el fresco del holandés Paul Bril, un pintor del siglo XVI que trabajó a pedido de la Santa Sede. Entre las imágenes que adornan el salón del Palacio Apostólico Vaticano hay una que se repite al mejor estilo Andy Warhol. Como una marca, aunque sin los colores del arte pop. Son las dos llaves de reino cruzadas y la tiara, el sombrero de cono vertical que identifica a los obispos, cardenales y, por supuesto, a los obispos de Roma, los Papas.

El escudo vaticano avisa que “son dos mil años de historia, 1500 millones de católicos alrededor del mundo”, como comenta a Página/12 un miembro de la delegación argentina. El poder silencioso de los símbolos no tarda en hacer efecto sobre la comitiva que acompaña a la presidenta Cristina Fernández en su esperada visita al papa Benedicto XVI. Junto a la mandataria chilena Michelle Bachelet, la argentina ingresa al Palacio Apostólico a través del patio San Dámaso, flanqueado por los guardias suizos de casco, pica y uniforme rojo, azul y amarillo. Las presidentas fueron invitadas por el propio Vaticano para recordar los 25 años del Tratado de Paz y Amistad entre la Argentina y Chile, firmado a fines de noviembre de 1984 tras seis años de mediación papal. La visita conjunta apunta a hacer un reconocimiento público a Juan Pablo II y al cardenal Antonio Samoré, actores claves de aquella mediación.

Tras reunirse por separado con Benedicto XVI y con el secretario de Estado del Vaticano Tarcisio Bertone, la Presidenta y su par chilena entraron en la Sala Clementina. Allí las aguardaban los miembros de las dos delegaciones. A la izquierda los argentinos y a la derecha los chilenos. Entre los invitados hay varias personalidades que sufrieron el terrorismo de Estado en sus seres más queridos. Estela Carlotto aprovecha la espera para sacarse una foto con Viviana Díaz, de la agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos de Chile. Díaz lleva la imagen de su hijo muerto como un estandarte. Luego se acerca el senador Juan Pablo Letelier, hijo del ex canciller Orlando Letelier, asesinado en Washington por la policía secreta de Pinochet. En la Sala Clementina esperan también los periodistas. A las 11.45 de Roma (7.45 de la Argentina), el papa Ratzinger ingresa por una puerta lateral. Sotana blanca y capa roja, el alemán se sienta en una silla en el medio de las dos mandatarias. Ambas visten de negro.

Dos damas y un Papa

El Sumo Pontífice lee su discurso en buen castellano. “El Tratado de Paz y Amistad, y la mediación que lo hizo posible, está indisolublemente unido a la amada figura del papa Juan Pablo II, el cual, movido por sentimientos de afecto hacia esas queridas naciones y en sintonía con su incansable labor como mensajero y artífice de paz, no dudó en aceptar la delicada y crucial tarea de ser mediador en dicho contencioso. Con la ayuda inestimable del cardenal Antonio Samoré, él mismo siguió personalmente todos los avatares de esas largas y complejas negociaciones, hasta la definición de la propuesta que llevó a la firma del tratado”, entona el Papa. Su lectura incluye un párrafo que no pasará inadvertido para funcionarios, miembros de la delegación y periodistas. La frase contiene todos los tópicos clásicos del discurso eclesial, algunos subrayan la referencia a la corrupción. “La consecución de la paz requiere la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud, unida al fortalecimiento de la familia como célula básica de la sociedad. Requiere también la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario”, dice Ratzinger.

Benedicto XVI termina su discurso. Kirchner y Bachelet llaman a sus colaboradores y le entregan al Papa un obsequio conjunto. Se trata de un bajorrelieve de cobre con los rostros tallados de Juan Pablo II y del propio Ratzinger, que recuerda los 25 años del tratado de paz entre Argentina y Chile. El Pontífice retribuye el gesto con una medalla de plata a cada una de sus invitadas.

El Papa está acompañado por unos cuantos obispos y también por los gentilhombres del Vaticano, ciudadanos distinguidos por los servicios prestados a la Iglesia. El argentino Esteban Caselli, emblema del menemismo, se encuentra entre esos privilegiados, pero esta vez no está en el grupo que viste jaqué y se muestra por los salones con sus condecoraciones. Entre los obispos que rodean al Papa están Bertone, los argentinos José María Arancedo, Leonardo Sandri y Marcelo Sánchez Sorondo, y también el francés Dominique Mamberti, secretario de Relaciones con los Estados.

El mismo lugar,
25 años después

La visita de Kirchner y Bachelet continúa por la cripta de la Basílica de San Pedro y por la tumba de Juan Pablo II. Esta parte de la gira está vedada a la prensa. Guiados por funcionarios de la oficina de prensa del Vaticano (conocida como Stampa), cronistas, fotógrafos y camarógrafos son trasladados a la Casina de Pío IV. En ese lugar funciona la Pontificia Academia para las Ciencias y las Ciencias Sociales. En el salón principal se firmó el tratado de paz que puso fin a la tensión entre Argentina y Chile por las islas del canal de Beagle. Fue justo hace 25 años. El camino desde el Palacio Apostólico hasta el edificio que fue escenario del acuerdo está rodeado de palmeras, plátanos y árboles aún floridos a pesar del otoño. En el aire se respira mucha humedad. En tiempos remotos, las tierras que hoy ocupa el Vaticano eran llamadas “los pantanos”: sus habitantes solían enfermarse de paludismo.

La actividad en la Casina de Pío IV es el epílogo de la jornada. La Presidenta y su par chilena llegan al salón de conferencias acompañadas por el secretario de Estado del Vaticano. Primero Kirchner y luego Bachelet hacen discursos en los que recuerdan el diferendo por el Beagle y elogian la mediación de la Iglesia. La Presidenta se las ingenia para nombrar a su esposo, el gran ausente de este viaje. Al nombrar a Samoré, Kirchner cuenta que cuando Néstor era intendente de Río Gallegos bautizó con el apellido del cardenal una plaza de la capital santacruceña. “La guerra con Chile hubiese sido una tragedia irreparable. Haber evitado una guerra fue un logro del papa Juan Pablo II y del cardenal Samoré, cuyo nombre lleva una plaza en Río Gallegos colocada por el ex intendente Néstor Kirchner”, dice.

Cuando llega su turno, Bachelet recuerda que el actual nuncio apostólico en Londres, Faustino Sainz Muñoz, es el único sobreviviente de la misión de la Iglesia que medió en el conflicto por el Beagle. “El compartió con el pueblo de Chile el histórico momento de la recuperación de la democracia”, cuenta. Luego habla Bertone, quien vuelve a leer un discurso escrito con anterioridad. En el Vaticano no se deja nada librado al azar, tampoco a la improvisación. El acto en la Casina Pío IV termina con el momento que estaban esperando las dos presidentas. En una sala contigua, el secretario de Estado y las dos mandatarias dejan al descubierto una placa de mármol que recuerda los 25 años del tratado de paz y hace una mención especial a la “intercesión de Juan Pablo II”. La placa está escrita en latín. Menciona en ese idioma a las dos jefas de Estado. “Michaela Bachelet Jeria, Chilae Praeses, Christina Fernandez de Kirchner, Argentinae Praeses”, dice la lámina de mármol de Carrara.

Cuando todo termina, CFK se cruza con el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, traje impecable, camisa y corbata. “¿Viste, Hugo? Néstor no tuvo nunca una placa así”, comenta con una sonrisa.

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Las presidentas en el Palacio Apostólico, escoltadas por los guardias vaticanos.
 
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