EL PAíS › MASSERA FUE OPERADO, ESTA CON
PRONOSTICO RESERVADO EN EL HOSPITAL NAVAL

Cuenta regresiva para el Almirante Cero

El genocida sufrió una hemorragia cerebral y fue operado de urgencia. Es difícil que sobreviva y, si así ocurriera, es casi imposible que no sufra secuelas graves. Tiene 77 años. Pasó sus últimos tiempos en prisión domiciliaria, a consecuencia de sus crímenes.

 Por Victoria Ginzberg

El dictador Emilio Eduardo Massera está en estado crítico. Sufrió una hemorragia en el cerebro y fue operado de urgencia. Es difícil que se reponga y quede sin secuelas. Y como la muerte, o su cercanía, no hace mejores personas a los asesinos, no muchos están rezando por su recuperación. En el cierre de la XXII Marcha de la Resistencia, la presidenta de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, le dejó su deseo: “Ojalá que sufra y reviente como un perro” (ver aparte). “Me hubiera gustado que terminara sus días en una cárcel común”, aseguró Taty Almeida, de Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora.
El último parte médico del Hospital Naval Cirujano Mayor Dr. Pedro Mallo indicaba ayer que el dictador se encontraba internado en terapia intensiva con “pronóstico muy reservado”. Massera llegó al lugar por la mañana, ya inconsciente, después de haber sufrido una hemorragia. Fue llevado desde su departamento de Libertador y San Martín de Tours, donde cumple su arresto domiciliario por su responsabilidad en el robo de bebés durante la última dictadura, hecho por el que está procesado.
A los 77 años, Massera vivió más de tres veces lo que la mayoría de sus víctimas. Nació en Paraná el 19 de octubre de 1925. Ingresó en la Escuela Naval Militar el 2 de febrero de 1942 y egresó en diciembre de 1946 como Guardamarina del escalafón comando. Fue alumno de la Escuela de las Américas, donde estudiaron los represores de todo el continente, y a pesar de su antiperonismo acérrimo, fue Juan Domingo Perón, por consejo de José López Rega, quien lo nombró, en diciembre de 1973, comandante en jefe de la Armada. Pasó a retiro, con sueños de armar su propio partido político, en 16 de septiembre de 1978, después de haber montado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) el mayor centro de torturas y muerte de la historia argentina.
“Es un hombre grande. Que Dios lo juzgue cuando le llegue la hora. Nosotras ya lo hemos juzgado y condenado. No nos vamos a poner tristes, pero el lema de las Abuelas es no venganza”, aseguró Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, organismo que devolvió a Massera a la prisión.
En 1985, el Almirante Cero, El Negro, fue condenado en el juicio a las Juntas por tres homicidios agravados por alevosía, 12 tormentos, 69 privaciones de la libertad calificada por violencia y amenazas y siete robos. Poco, si se lo compara con las 30 mil personas desaparecidas, miles de torturados y exilados de los que fue responsable. Alcanzó, sin embargo, para castigarlo con la pena máxima. Pero para quien había violado sistemáticamente y de la manera más perversa la ley, cárcel no significaba rejas. Un reportero gráfico del diario Sur lo fotografió poco después mientras se subía a un auto en una transitada avenida porteña. Fue el mismo desdén por la justicia el que manifestó cuando fue sorprendido por la agrupación HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) y fue increpado por el periodista Martín Sivak fuera de los límites de su quinta de El Talar de Pacheco, donde los generosos jueces le habían permitido pasar los días de encierro por robo de bebés. Los nueve mil metros cuadrados arbolados no le alcanzaban para sus paseos matinales. Su desprecio por las leyes fue compartido por el presidente Carlos Menem cuando lo dejó en libertad, en diciembre de 1990, a través del indulto firmado el día de los inocentes, que lo benefició junto a los otros máximos jerarcas de la represión, como Jorge Rafael Videla. Pero el perdón presidencial no significó la absolución popular. No pudo, a diferencia de su colega Antonio Domingo Bussi –y a pesar de sus aspiraciones de travestirse de político– ganar adeptos en las urnas porque la sociedad argentina no perdonó sus crímenes sin castigo. Aun antes de que se difundieran los escraches, sus apariciones públicas le costaban muchas veces el repudio social, también en los lugares más exclusivos.
En 1995, en Punta del Este, los comensales de un restaurante lo insultaron y se fueron en cuanto lo vieron. Había sitios en los que sesentía más cómodo, como en el homenaje al fundador de la Triple A, Alberto Villar, que se realizó en el panteón policial de Chacarita. Sin embargo,
el desprecio le llegó hasta del fútbol, ya que en 1997, la Comisión de River Plate lo dio de baja como socio. El rechazo llegó incluso a manifestarse entre sus pares, quienes en marzo de 1998 le negaron la entrada a la sede del Círculo de Oficiales del Mar, que reúne a suboficiales de la Armada. La comisión directiva “por unanimidad” le comunicó a uno de sus miembros que quería hacer un almuerzo en honor al Almirante, que no era conveniente que el dictador ingresara a ese círculo. En ese momento a Massera le faltaba poco para ser arrestado nuevamente, pero ya se conocía el pedido de captura internacional que había librado en su contra el juez español Baltasar Garzón. También se sabía que se había negado a declarar ante la Cámara Federal porteña, que lo había citado para que dijera qué había ocurrido con las monjas francesas, Rodolfo Walsh, las madres de Plaza de Mayo secuestradas en la iglesia de la Santa Cruz y todos los desaparecidos de la ESMA. Ese día, el dictador, sin poder mirar a ninguno de los presentes a la cara, respondió 120 veces “no voy a declarar” y su abogado, Pedro Bianchi, aseguró: “Si Massera sabe algo se lo lleva a la tumba”. Está cerca.

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Emilio Massera, en una foto de archivo que recuerda una actividad usual en sus últimos tiempos.
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