EL PAíS › OPINIóN

Lo imperioso

 Por Eduardo Aliverti

Hay un punto unificador de los dos grandes “cuerpos noticiosos” habidos la semana pasada. Es por antítesis. Lo abstracto y lo concreto, en plenitud.

Uno fue y es el casi incomprensible fárrago parlamentario en torno de la modificación a la ley del impuesto al cheque, capaz incluso de oscurecer –si es por cotejar informaciones conexas– que en unos días comienza el canje de deuda. Y el otro, la imponente manifestación por la entrada en vigencia de la ley de medios audiovisuales, que tan previsible como repugnantemente sufrió el ninguneo de los grandes medios. Para este segundo caso, en consecuencia, podría ponerse en duda el rótulo de “noticia”, porque en la agenda de las corporaciones multimediáticas se trató del caos en el tránsito porteño. O de una lejana ubicación y despliegue respecto del aéreo que sufre Europa por un volcán en erupción. Sin embargo, aun viéndolo de esa manera es en efecto un episodio de enorme relevancia: ¿o acaso no es noticia que no sean noticia decenas de miles de personas ganando la calle en pos de un objetivo específico? ¿No es noticia, por recordar, que una tilinguería de cincuenta cacerolas en Callao y Santa Fe, en defensa del “campo”, convoque de inmediato a todos los móviles de la radio y la televisión; y una marcha que compactó codo con codo entre el Congreso y Tribunales sea una pesadilla automovilística? Claro que es noticia, a menos que se considere como tal cosa, con exclusividad, a lo que se propaga desde el grande periodismo. Es noticia, precisamente, por la cantidad de gente percatada de que no deben ser otros quienes le cuenten lo que están tramando ahí fuera. A nada de eso le hace mella el mugriento recurso de haber acudido (¿quiénes?) al escrache de un grupo de colegas.

Razones de la espectacularidad confrontativa que suele allegar rating, y de ¿conquista? en la ley del cheque porque eso –unirse o articular– es lo que los medios le exigen a la oposición, llevaron a sitio preferencial uno de los conventillos más embarrados e indefinidos de los últimos tiempos. Conviene dividir a este folletín en tres partes. La primera es acerca del carácter completamente vago que tiene, si se lo aprecia desde su incidencia real. Conducido por una grosera equivocación o impericia crónica de Cleto Gardiner, el bloque opositor del Senado se apuró y enredó en una táctica que le permitió sancionar cambios en el impuesto al cheque, con pronóstico de pan para hoy y hambre para mañana. Detenerse en los vericuetos legales del asunto no sólo excede la voluntad del autor, sino que carece de mayor sentido porque, sea que termine en la Justicia, en el rechazo de Diputados o en el veto presidencial, lo dictaminado tiene la nada como destino más probable. Del mismo modo, las idas y vueltas en el mercado de pases y posicionamientos parlamentarios no hacen a ningún fondo de cuestión (así se incluya a la rata, cuyas actitudes y declaraciones, a estar por lo que se ve y comentan algunos de sus pares, más parecen ligadas a problemas de senilidad que a negociaciones de otra índole; e igual si fuera al revés). Un segundo aspecto es que, sin perjuicio de lo anterior, la forma en que se reparten los impuestos entre Nación y provincias es tema sustantivo; y del cual el del cheque es apenas una parte, que al parecer es la única que le interesa al capital concentrado. Tanto como el pago de deuda con reservas, merecería un debate de estatura que bajo las presentes circunstancias es imposible. El kirchnerismo se ampara en que la distribución impositiva, a pesar de la injusticia que castiga a los estados provinciales, es suficiente para haber obtenido un buen nivel de ayudas y obras públicas. La oposición sostiene que eso no es excusa para continuar apropiándose de una porción descomedida de la torta. Tiene razón, al margen de lo muy gracioso que es escuchar a la derecha hablando de repartir mejor. Pero en vez de subirse a ese señalamiento con los argumentos de peso que no le faltarían, actúa enceguecida por su furia contra el Gobierno. Se conforma con acusar desde un espectro en el que resaltan los desvaríos de Carrió, apuntando que vivimos bajo un régimen de ladrones nazis; y las ínfulas del radical Morales, que debe creerse el líder de algo. De tal manera se disparan a los pies, entre su ausencia de cuadros políticos –particularmente en el Congreso, tal vez– y el campeonato vanidoso de quienes presumen o aspiran a serlo. Por último, todo esto queda sobrevolado por una inferencia que parecería estar partiendo las aguas, en forma creciente, respecto de cómo pararse en política. Y sobre todo cuando, frente a temáticas ásperas, enmarañadas, del tipo coparticipación federal o DNU, se saca la cuenta menos dificultosa de quiénes están de un lado y de otro. Porque en uno de esos dos se ubican Duhalde, Macri y Barrionuevo, por ejemplo.

Cabría la conjetura de que esa composición de lugar tuvo un papel protagónico, al momento de interpretar la notable asistencia que tuvo la convocatoria del jueves. Cualquiera que haya estado, e incluso sin haberlo hecho, debió advertir que esa enorme participación encerraba un espíritu de unidad superador del propio llamado. Eso no significa disminuirlo, porque es vital gritar a los oídos de la Justicia cuando es allí donde recurrieron las cadenas mediáticas para recobrar lo que finalmente perdieron en la acción político-social y en el Congreso. Les quedan los tribunales, nada más, a la espera de que en ese lodazal se prolongue el estadio de limbo, y llegar así a un eventual cambio de escenario en 2011. Hasta ahora les fue bien, y con la complicidad de una Cámara mendocina, bien emparentada con la dictadura, lograron el virtual retroceso hacia la normativa militar que tanto defendieron desde 1983. Pero se notó otro disparador, además de ir por la exigencia de que la Corte escuche. Se percibió que había la vocación de juntarse porque hay una amenaza global, no solamente a propósito de quiénes manejan los grandes medios de comunicación. Esto es cierto, y muchos se quejaban de su ausencia en la cobertura del acto. Uno piensa, en cambio, que si hubieran estado habría querido decir que en algo estamos equivocados los que pujamos por otro orden mediático. Pero el peligro al que se alude excede a eso. Es el de que se pueda perder lo logrado como piso (al techo, afortunadamente, nunca se llega). Lo alcanzado en este proceso plagado de errores, contradicciones, carencias, desaguisados y, si se quiere, con corrupción también. Aunque si es por esto último, ¿alguien creerá que enfrente hay el campamento de algún noviciado?

En Buenos Aires y en varios lugares del país hubo el jueves pasado, como ya se intuía, una manifestación popular –orgánica y suelta, y hasta a la inversa mejor– volcada al espacio público por, queda dicho, algo más trascendente que el respaldo a la ley mediática de la democracia. Esa muchísima gente salió a la calle porque, más allá de diferencias de matices y pertenencias políticas, tiene claro que lo imperioso es no confundir al enemigo. Salud.

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