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El momento de la despedida

 Por Eduardo Jozami *

La sociedad argentina tiene la sana costumbre de salir a la calle cuando algo la conmueve. Es bueno que esto suceda, porque la creciente presencia de los medios, en todo el mundo, tiende al aislamiento de los ciudadanos consumidores en su ámbito privado. Pero lo que está ocurriendo en estos días de recuerdo a Néstor Kirchner supera esa generalizada vocación por ocupar el espacio público, los argentinos están reaccionando como lo hacen en contadas ocasiones: cuando despiden a una figura política que les cambió la vida y, además, lo reconocen como uno de los suyos. Como ocurre siempre en estos casos, las columnas organizadas pierden peso ante los miles de pequeños grupos –familias, amigos, compañeros de barrio o de trabajo– y los concurrentes espontáneos. Esa dispersión, que por momentos parece organizada, ofrece la mejor imagen de lo que hoy podemos llamar pueblo argentino.

Esa multitud aún sorprendida y, quizás, confundida sobre las consecuencias políticas de la pérdida entrañable, tuvo una actitud respetuosa, si exceptuamos el previsible y unánime repudio a Julio Cobos –cuyo lugar nunca se manifestó tan imposible como en esta situación–, quien vio frustradas sus aspiraciones de convertirse en el gran maestro de ceremonias. Como también era de prever, la oposición evitó cualquier crítica frontal al líder desaparecido pero, con prudencia, ya comenzaron a insinuarse algunas previsiones y deseos –“lo que seguramente esperan todos los argentinos”– que llevarían a concluir que la ausencia del ex presidente significará la desaparición del kirchnerismo como corriente política.

Hasta un ex presidente cuyo descrédito lo había llevado a abstenerse de declaraciones creyó llegado el momento de ofrecer su colaboración para restablecer el diálogo. Otro veterano dirigente del radicalismo –como si se hubiera concertado con el PJ disidente y con todos los que vuelven a hablar de unidad del peronismo– contestó una pregunta, quizás ingenua, sobre la posibilidad de reemplazar a Kirchner, señalando que seguramente el peronismo sería capaz de renovarse para cubrir ese vacío, excluyendo de hecho a la Presidenta. El más ingenioso fue el editorialista opositor que, en un gesto que se pretendió benévolo, anunció el fin del antikirchnerismo, para que sus lectores sacaran la conclusión de que ese proceso, obviamente, sería una lógica consecuencia del fin del kirchnerismo.

El sustento de todas estas manifestaciones, que insinúan más de lo que dicen, es considerar lo que estamos viviendo como una crisis política. Se expresan para fundamentarlo algunas obviedades sobre el vacío que deja toda gran figura y, los que se animan, traen el recuerdo de lo ocurrido tras la muerte de Perón. Las diferencias entre ambas situaciones y –entre esta Presidenta, que ha demostrado saber y talento político, y la figura pálida de Isabel Perón– son evidentes, lo que no impide que, instalando esa idea de crisis, se sugiera que es inevitable algún cambio de rumbo.

Las multitudes que protagonizaron en todo el país esta conmovedora demostración de amor y agradecimiento no piensan de ese modo. No es improbable que algunos dirigentes que ya habían comenzado a probarse otra camiseta aprovechen la ocasión, pero tendrán que enfrentarse con el repudio de millones de personas que fueron a despedir al presidente muerto, también para decirle a Cristina que habrán de apoyarla al frente del proyecto.

Curiosa enfermedad la de la política que nos impide abandonarnos al dolor que esta muerte provoca y nos lleva siempre a pensar sobre las futuras consecuencias. Pero este dolor de hoy es también esperanza. Los que aguardaron muchas horas para despedir a Néstor Kirchner, llevando a sus hijos pequeños, portaban, muchas veces, escritos y otros testimonios de agradecimiento. Los más humildes, sobre todo, se preparan con esmero para ese momento en que enfrentan el cuerpo del líder amado. Así ocurrió en los velatorios de Evita y de Perón y lo mismo se repitió estos días. Algunas medidas de este gobierno han calado muy hondo y ese sentimiento de gratitud, que no es por las prebendas –como piensan algunos–, sino por el reconocimiento de los derechos, puede transformarse en una energía social muy poderosa para sostener este proceso de cambio. Mucho hizo en vida Néstor Kirchner para esto y su muerte nos permitió advertir cuán profundos eran los sentimientos que generaba y cuán poderoso es el sustento social que este proceso puede tener.

*Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.

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Imagen: Pablo Dondero
 
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