EL PAíS › MARIA CAROLINA GUALLANE HABLA TRAS EL PROCESAMIENTO DEL JUEZ LUIS MARIA VERA CANDIOTTI

“Es tan responsable como los militares”

 Por Adriana Meyer

Alivio es lo que siente María Carolina Guallane tras haber recorrido un larguísimo y amargo camino para que algo empiece a cambiar. Lo sintió al enterarse del procesamiento del juez santafesino responsable de haber dado marco legal a su adopción, cuando era un bebé de 14 meses y había sobrevivido al secuestro y asesinato de sus padres, en 1977. Luis María Vera Candiotti se convirtió en el primer magistrado encausado por el delito de apropiación y sustracción de identidad. Nacida Paula Cortassa, esta mujer lleva en el cuerpo las marcas de su historia y relata el horror sin pausas. Víctima de los genocidas, fue protagonista de la recuperación de su propia identidad y de los restos de su mamá, y ahora lo es de la búsqueda de justicia. “Ese juez me tomó como un paquetito y me dio en adopción como NN sabiendo quién era yo”, sintetizó.

A sus 35 años, María Carolina dice que su hijo Nicolás, de 7, “ya sabe algo porque me ve en los diarios, porque vio el documental Botín de guerra, y pregunta... tengo carpetas enormes con recortes, es la historia que le quiero dejar”. Cuando se puso en acción para saber si podía ser hija de desaparecidos corría 1995. “Tuvo repercusión porque era el primer caso de búsqueda que se daba al revés, hasta entonces las Abuelas buscaban a sus nietos”, relató en una entrevista con Página/12.

–¿Cree que pudo haber sido un ejemplo para otros?

–Sí, lo sé porque me lo dijeron. En el ’95 yo tenía 19 años. Quisimos hacer la búsqueda en privacidad porque parecía que podía ser una lluvia de abuelas y de parientes de desaparecidos, y no quería ilusionar a nadie ni a mí misma. Nos manejamos con Abuelas y Madres en silencio, pero luego de tres años que no pasaba nada un periodista de Santa Fe me dijo que tenía el dato que se había filtrado de un Juzgado de Menores.

–Pero ya tenía la duda.

–Desde chica sabía que era adoptada; a los 7 u 8 años tenía siempre los mismos sueños: ruidos de explosiones, sangre, gente uniformada. A los 11 o 12 se repitieron. Luego cuando empecé la secundaria y me tenía que llevar mi viejo, me sentía perseguida y espiada. Veía un Falcon verde y me ponía mal, sin tener ni idea qué relación tenía con la época.

–¿Le causaba algo en el cuerpo?

–Muchas cosas que me estaban alertando, y cuando supe lo que había pasado en el país y coincidía con mi edad empecé a sentir que por ahí venía, que mi origen estaba relacionado con eso. Y ahí fue cuando le pregunté a mi mamá si yo era hija de desaparecidos, a los 12. Se me quedó mirando sin saber de dónde había sacado eso. En esa época habían aparecido los mellizos Reggiardo Tolosa. Mi vieja estaba cocinando y casi se cae de culo, era una duda que ellos también habían tenido durante años. Tenía miedo de que me restituyeran a la familia biológica y me separaran de ellos, así que quise esperar hasta los 18, pero esos años fueron terroríficos, una adolescencia muy rara porque la duda ya estaba. A los 19 estudiaba en Rosario y empecé otra vez con las pesadillas, entonces una psicóloga me dijo “es hora de que empieces a rearmar tu historia”, así que pegué la vuelta, abandoné los estudios y empezamos a buscar.

–¿Cómo es que fue a la casa de Vera Candiotti?

–En ese momento era fiscal, me llevó Irma Soria, la hermana de la asistente social Blanca Soria. Se suponía que Vera Candiotti no sabía que íbamos, y cuando abre la puerta se me queda mirando y dice “Carolina, cómo no me voy a acordar de tu cara”. No me cerró, se acordaba de mi cara pero no se acordaba de nada más. Estaba todo armado porque la asistente social estuvo prendida, lamento que esté muerta. La hermana también, me decía “para qué vas a buscar, quedate con la familia que tenés”.

–En 1998 sí lo hace público.

–Sí, y fue enloquecedor pero sirvió; la primera nota fue en julio, y en noviembre estaba recuperando la identidad. Fue mostrar la cara por todos lados. En Canal 3 de Rosario termina el noticiero y llama una mujer pidiendo mi teléfono. Me veía parecida a un vecino que sabía que tenía al hijo desaparecido, a la nuera y una nietita. Con su hija buscaron en la guía y llamaron, pero como llamaban tantos no di bola, para no enloquecerme. Se encontraron con mi mamá y la mujer les contó lo que le parecía. Entonces, fueron con una colaboradora del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos a lo de Delfina Cortassa, que tenía 85 años. Se hicieron pasar por testigos de Jehová, para entrar en confianza, hasta que le dijeron: “Delfina, tenemos información de que tiene un hijo de- saparecido”. Ahí paró la antena y le dijeron la verdad. Le pidieron una foto y tenía de mi mamá biológica. Cuando mi vieja la vio dijeron “acá está, es la mamá de Carolina”. La viejita buscó más fotos, una de Paula de meses. Cuando me la mostró sólo dije que era parecida a mí. Estaba medio negada. Dije que era una broma de mal gusto, que era una foto mía que tenía escondida y me querían hacer creer que era una tal Paula. “No te das cuenta, sos vos”, me dijo mi mamá. Fue todo muy difícil.

–¿Por qué?

–Del ’95 al ’98 viajamos con mi papá por todos lados, nos mintieron en Madres, nos reunimos con Sergio Schoklender que prometió ayudarnos, y nunca llamaron. Yo llamaba y me decían que Hebe estaba muy ocupada. A mí papá se le cayó una ídola, mi viejo es de esa generación y le dolió mucho porque pensábamos que estábamos en el lugar indicado. En Abuelas tampoco nos fue bien, y tampoco en la Comisión por la Identidad, una tal Lita Abdala ni se movió. No lo podía creer, yo quería buscar porque ya tenía la confirmación de que era hija de desaparecidos, y nada.

–¿Cómo tuvo esa certeza?

–La hermana de la asistente social dijo que no podía ayudarme a saber sobre mis padres verdaderos pero me aseguró que era hija de desaparecidos. Su hermana se lo había confiado.

–Les habrá parecido extraño que fuera una nieta la que buscaba.

–Justamente, habrán dicho que estábamos locos, mi papá y yo del interior. Pero no fueron sutiles en el desprecio que nos hicieron, fue muy notorio. En ese tiempo hacíamos un gran sacrificio en viajar a Buenos Aires.

–¿Cómo siguió esto luego del ’98?

–El teléfono sonaba todo el día, había pegado fuerte la historia en los medios y me creyeron. A su vez llamaba gente todo el tiempo que me decía “podrías ser mi sobrina, podrías esto o lo otro”. Parecía que me corté sola pero en realidad me cortaron. Cuando se localiza a Delfina y vemos las fotos, el MEDH pide la intervención de Abuelas para una rápida extracción de sangre. En noviembre de 1998 da positivo, y tuve que soportar el veredicto leído por el juez de menores Roggiano (N. de R.: destituido en 2003 por un pedido de coima), que no había movido un dedo en tres años. Cuando me presenté planteando mi búsqueda entró a buscar datos y sabía perfectamente quién era yo. Cuando termina de leer hizo un circo, me da copia del resultado y trae mi partida de nacimiento como Paula Cortassa. Antes, cada vez que quisimos hablar del operativo de calle Castelli nos decía que no, que no era. Y sí, era ahí donde me secuestraron. Ahí también sabían todo, Vera empezó el ocultamiento pero todos los demás lo siguieron. Después de que recupero la identidad la causa pasa al Juzgado Federal, 1, de Víctor Brusa. Hubo declaraciones, tuvo que ir Galtieri, y un día me tomó declaración a mí, me acuerdo que estaba rojo como un tomate porque vivía tomado. Fueron un desastre esos años.

–¿Cuándo recuperó los restos de su mamá biológica, Blanca Zapata?

–En 2000, gracias al periodista Juan Carlos Tizziani, que investigó, y a la fiscal Griselda Tessio, además de la gente del MEDH. Había un nicho en el cementerio municipal que figuraba como vacío, y encontraron huesos que venían de una fosa común donde habían enterrado a mi mamá en el ’77. Había sido Brusa que en el ’84 ordenó sacarlos de la tierra, ponerlos ahí, y que figurara vacío. El primero que me ayudó fue Guillermo Teper, de LT10.

–¿Cómo tomó el procesamiento del juez Vera Candiotti?

–Asombroso. Con la identidad recuperás muchas cosas, la historia total de lo que era la militancia de ellos, en Montoneros, y Enrique Cortassa había sido uno de los fundadores del Peronismo Auténtico en Rosario. En el expediente no coinciden las fechas, se notaba que era un expediente armado con notas falsas. El hecho fue el 11 de febrero del ’77 pero figura que el Ejército me entregó al juzgado el 4. Pretendieron quitarle responsabilidad al Ejército por haberme tenido en cautiverio.

–¿El operativo fue en la que era su casa?

–Sí, en Castelli al 4500. A Enrique se lo llevan, y a Blanca, embarazada a término de quien sería mi hermana o hermano, la sacan a la vereda y la ejecutan de un tiro en la cabeza. Pero no la matan, estuvo agonizando dos semanas, tuvo el aborto espontáneo, murió y la enterraron como NN. A mí supuestamente ese 11 de febrero me dejan un par de horas con vecinos, que colaboraron mucho, los Villalba. Ellos me tuvieron, yo estaba ahí envuelta en una sábana y ensangrentada, a escondidas esa gente se anima y les dice a los milicos “¿por qué no me dejan a la nena para curarla?”. Terminaron de robarse todo, parecía que se habían olvidado de mí pero no. A las dos horas volvieron y me llevaron al mismo chupadero para utilizarme durante la tortura psicológica de Enrique. Desde ese 11 de febrero hasta abril estuve en cautiverio. Vera Candiotti arma el expediente como NN, como si yo hubiera caído del cielo, y al esquivar los datos de mi procedencia evita que mi familia biológica me reclame y le quita responsabilidad al Ejército sobre mi cautiverio.

–¿Cómo llegó al Juzgado de Menores?

–Tenía 16 meses y estaba al borde de la muerte: shock emocional, tuberculosis, desnutrición, hepatitis, todo por el abandono, y problemas de motricidad, edemas en las piernas que hacen suponer que me metieron en un cajón, por eso caminé recién a los tres años. Todavía hoy me atormenta, tuve años de depresión, de terapia. Le planteo a mi psiquiatra que me revuelve el estómago, fue como una violación. Cuando tuve a mi hijo de un año en brazos, le daba teta en casa de mamá, y le dije “así era yo cuando de un minuto a otro me sacaron de brazos de mi papá y de mi mamá”. Siendo madre y viendo cómo los hijos nos reclaman hasta cuando nos vamos a bañar, ¿cómo se puede ser tan animal? Me tortura la cabeza lo que debo haber pasado... Le pegaron un balazo a mi mamá, su olor, su piel, de golpe perdí todo eso, pensar en lo que debo haber llorado, pasado, visto, y la matan a ella, y me tuvieron tres meses en un chupadero. Cuando salí no sabía comer, pedía pan y agua, lloré cuando mi mamá me dio comida.

–¿No la curaron antes de entregarla en adopción?

–Los militares me entregaron al Juzgado cuando ya me estaba muriendo. Vera Candiotti recibe a esta nena, que era una bomba de tiempo, e inventa que me tenía en el juzgado desde febrero. Hicieron como que estuve en Casa Cuna, pero estuve sólo un día o dos para blanquearme. Después, como estaba muy enferma me lleva la asistente social a su casa. Lo de Vera Candiotti no me lo había planteado como algo urgente y necesario, quería que culparan a los militares. Pero ahora veo que aun siendo civil es tan responsable como ellos. Ahora está en libertad y no va a ir preso porque es viejo. Pero lo importante es que salgan los nombres, que no quede como que un grupo de represores hizo todo solo. Es un alivio, es importante la verdadera identidad, y esto es un pasito más para saber la verdad. Por más dolorosa, aberrante y deprimente que sea, es mi historia.

–¿Tiene trato con los Cortassa?

–Sí, con mi abuela Delfina de Rosario tuve una muy linda relación. Falleció en el 2005 pero esos ocho años los vivimos con todo, era su única nieta, porque Enrique era su único hijo. Y con la familia de Entre Ríos también, son muchos, en especial con Silvia, la hermana menor de mi mamá biológica, que por edad casi es más una hermana que una tía. Nos parecemos y eso es muy lindo, no lo puedo explicar.

–¿No tuvo ni tiene militancia política?

–Me lo han propuesto, me dicen que soy un ejemplo. Tengo mis gustos y orientaciones, por supuesto que reivindico la lucha de la generación que desapareció, pero no tengo ganas, y no estoy en condiciones, quiero estar tranquila, tengo que estar bien por la familia que tengo. Ya demasiado con lo que una carga en la cabeza.

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María Carolina Guallane tiene 35 años y recuperó su identidad en 1998, después de una intensa búsqueda junto a sus padres adoptivos.
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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