EL PAíS › EL ENTRECRUZAMIENTO DE LOS JUICIOS POR ROBO DE BEBéS Y LAS VíCTIMAS DE AUTOMOTORES ORLETTI

Ponerles rostro para tratar de entender

Sara Méndez estuvo buscando durante más de veinte años a su hijo nacido en cautiverio, Macarena Gelman vivió más de veinte años con otra identidad. Las dos dialogaron con Página/12 sobre la vivencia de estar cara a cara con los represores en los juicios.

 Por Alejandra Dandan

Es un espacio poco mirado: un pasillo que atraviesa la planta baja de los Tribunales de Retiro, con algunas curvas, de extremo a extremo. En la sala de uno de los extremos se sentaron Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone. En la sala del otro extremo se sentaron Raúl Guglielminetti y Eduardo Cabanillas. En la primera sala, empezaban a ser juzgados los autores intelectuales del robo de bebés de la dictadura; en la otra, se oían los alegatos contra la patota de espías que operó en Automotores Orletti, el centro clandestino base del Plan Cóndor. Entre uno y otro extremo, algunos advirtieron el ir y venir de dos mujeres en los pasillos. Sara Méndez necesitaba estar en uno y otro lugar a la vez, aunque dice que nunca pudo hacerlo completamente. Macarena Gelman se sentía parte de una reconstrucción colectiva en una de las salas y en la otra, una hija que en el juicio de sus padres encontró el tercer nombre de quienes se llevaron a su madre al Uruguay.

Sara Méndez contó muchas veces su historia. La secuestraron el 13 de julio de 1976 en un departamento de Belgrano, se había escapado de Uruguay con un grupo de militantes del Partido de la Victoria que vivían refugiados en Buenos Aires. Llegó al centro clandestino del barrio de Flores sin Simón: a su hijo de 20 días se lo habían quitado y no volvió a verlo más hasta el año 2002. Macarena es la nieta del poeta Juan Gelman, la hija de María Claudia Irureta Goyena, secuestrada en agosto de 1976 y prisionera en Orletti. María Claudia dejó Buenos Aires en uno de los traslados ilegales de los prisioneros a Uruguay, una cosa que Macarena nunca entendió; dio a luz en la sede de la side uruguaya (SID) que funcionaba como campo de exterminio; Macarena recuperó su identidad en el año 2000.

Las dos declararon como testigos en el juicio de Orletti. Sara, entre los sobrevivientes; Macarena relató su caso en función de los de sus padres. En el Plan Sistemático ambas se paran en situaciones distintas. Macarena participa de un juicio por el que se juzga a un grupo de ocho represores ahora por ella misma, porque ella es uno de los 35 “casos” que se investigan. Y Sara lo hará, en cambio, como víctima, pero no en el lugar de la sobreviviente si eso pudiese separarse sino en el lugar de la madre. Un espacio robado, y que está aprendiendo a entender de a poco, esas veces en las que su cuerpo se pone en contacto con su hijo cuando se encuentra en medio de los juegos con su nieto.

“Mi presencia en el juicio no era la de una concurrencia cualquiera”, dice. “Es una mezcla de sentimientos. Yo era una persona que estaba ahí y había sido víctima de la represión, soy también una sobreviviente de un centro de tortura y exterminio, viví cinco años de prisión, sin saber nada de la suerte corrida por mi hijo; dónde estaba, si aún vivía. Recibiendo durante esos años, dentro de la poca información, las noticias de muertes o desapariciones de compañeros y amigos. Y a la vez fui una de las pocas madres sobrevivientes. Para cuando se retoma la democracia en Argentina, había dos tipos de casos –dice–: estaban las madres que habían tenido que salir del país y habían dejado a sus hijos con algún compañero o algún familiar y los estaban reubicando, pero esos niños no habían sido apropiados”. Después estaban aquellas embarazadas que entraron a los circuitos de los centros clandestinos y, entre ellas, en general no había sobrevivientes. “En el ’84, me voy a Buenos Aires por datos que tenían las Abuelas y me acuerdo en ese momento de haber pensando que las Abuelas eran abuelas, no eran madres, y que yo pertenecía a la generación de los que no estaban, por lo tanto también veíamos la cosa con visiones distintas: la abuela, en alguna medida con el correr de los años, no esperaba encontrar a sus hijos, y buscaba a esos nietos como parte de esos hijos que no esperaban encontrar. Y ese sentimiento yo no lo tenía en la medida en que el que se habían llevado era un hijo mío, con grandes posibilidades de encontrarlo con vida , eso era muy fuerte”.

El caso

“Qué sé yo –dice Macarena–, uno ve multiplicada su situación: si bien todos tienen particularidades, había elementos en común que es lo que se da en llamar este Plan Sistemático, entonces mas allá de las historias que uno conoce, escucharlas es muy impresionante.”

La repetición. Los nombres. Las fechas. Los circuitos. La enumeración enorme de nacimientos casi siempre en los mismos tres lugares: la ESMA, Campo de Mayo y Pozo de Banfield. Los partos. El dato de algún médico. La voz de un testigo sobreviviente que contó que a aquel niño su madre llegó a ponerle un nombre antes de que ocho horas, diez horas o quince horas después –como sucedía– se los separara.

“La mayoría de los nombres los conozco obviamente, estaban incluidos los casos de chicos que después aparecieron y también de quienes aparecieron entre el momento de la elevación a juicio y este momento, y ésa era una diferencia: chicos que se mencionaban como desaparecidos estaban en la sala. Eran varios. El proceso llevó tantos años que la situación ha cambiado, lamentablemente otros no han aparecido todavía. Yo escuchaba los nombres y miraba y estaba ahí: ¿eso también, no? Uno piensa con estas cosas que pasan cuáles son los tiempos de la Justicia y cuáles los de las personas. Porque hay una gran diferencia: por ahí un proceso de estos cuántos años llevó, mas allá de que quedó afectado por las leyes (de punto final y obediencia debida), desde aquel momento, ¿cuánto tiempo pasó para que lleguemos hoy a juicio? También hay que pensar que además de la aparición de los chicos, que es bueno, las abuelas a veces no están, no llegan a verlo y obviamente eso dificulta más la reconstrucción.”

Macarena es un “caso”, pero nunca llegó a presentarlo porque le costó demasiado entender cuántos eran los procesos: “Ahora evalúo adherir a una querella, hasta el momento no lo había podido hacer, porque cuando uno se entera de todo y empieza a buscar, son tantos los juicios y tal es el mundo que uno muchas veces no comprende. Yo me enteré a los 23 años y me enteré de todo junto: yo desconocía la historia de mi familia, desconocía que no era hija biológica de los padres que me habían criado, y desconocía gran parte de la historia de la Argentina y de Uruguay, entre lo que uno se va enterando, empieza a saber de estos procesos que llevan años y años. Es difícil comprender todo enseguida”.

En la sala, entre las primeras filas, el primer día estuvieron sentados los ocho acusados: Videla y Bignone, pero además Jorge “El Tigre” Acosta, Ruben Oscar Franco; Antonio Vañek, Omar Riveros, Jorge Azic y el médico Jorge Luis Magnacco. Hubo tiempo de seguir los movimientos de las caras. Las cámaras del Incaa los iban buscando en primeros planos incómodos. Excepto Magnacco y Azic, los otros son los responsables políticos del robo de niños.

“Verles la cara es ponerles rostro a los autores y responsables de esta cosa tan horrible”, dice Macarena. “Cuando uno habla de los responsables es muy abstracto, porque en realidad no los conocés, no sabes quiénes son. Ponerles rostro y nombre es importante para tratar de entender, procesar, obviamente no son los únicos, en realidad supongo que son los ideólogos de toda esta cosa tan macabra que fue repartir los chicos y robarles su identidad y robarlos de su familia.”

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Sara Méndez encontró a su hijo Simón en 2002. Macarena Gelman recobró su identidad en 2000.
Imagen: Guadalupe Lombardo y EMG Fotos
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