EL PAíS › EL PANORAMA DE PELEAS Y DIVISIONES ENTRE LOS SECTORES DE OPOSICION DESPUES DE LAS PRIMARIAS

Lo que queda del día

La agenda opositora, una denuncia tras otra. El juego de la silla, todos contra todos. Y las internas, todos contra los propios. La diáspora Cívica, dos guerras civiles en el espacio de Alfonsín y De Narváez, las deserciones entre federales. Una suerte de tragedia con dioses severos que exigen mucho y humanos demasiado apremiados.

 Por Mario Wainfeld

Denuncias mediáticas pusieron en la mira al juez Eugenio Raúl Zaffaroni. Legisladores opositores se abalanzaron sobre él, en pos de protagonismo hicieron del tópico eje de su repertorio electoral. La opinión pública no se plegó a la Cruzada, surgieron numerosas y calificadas voces enalteciendo a Zaffaroni. Diarios y formadores de opinión que habían atizado el caso se hartaron de él, “la oposición” lo bajó de cartelera.

Las acusaciones contra Sergio Schoklender eran previas a las Primarias Obligatorias, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Se duplicaron después. Las acusaciones a Zaffaroni, sumadas a alucinaciones sobre posible juicio político, procuraban pegarle de carambola al oficialismo. Los embates contra Schoklender iban por una redoblona: la Casa Rosada, las Madres de Plaza de Mayo. Schoklender “era” Cristina Fernández de Kirchner y Hebe de Bonafini, aunque ésta lo acusara y denunciara.

De pronto, el hombre mutó, de un aliado “del Gobierno” a un fiscal de la República. Está siendo investigado en Tribunales, su abogado renunció a patrocinarlo, se mandó solo. Para disipar cargos en su contra, acusa y presiona. Es un arte común de cualquier sospechoso, merece poco crédito, de movida. En el Honorable Congreso lo reciben como si fuera un fiscal o un juez del Mani Pulite. El diputado Eduardo Amadeo y la ex ministra Graciela Ocaña lo parangonan con un “arrepentido”. No son abogados pero algo deberían estudiar: la legislación no habilita la figura en este caso, es un posible procesado que prende el ventilador para desconcertar y presionar. Sería decepcionante que los poderes del Estado le prodigaran impunidad o alguna tutela a cambio de carne podrida.

Los medios y un par de columnistas (en La Nación primero, en Clarín ayer) revierten su propio discurso de semanas: Schoklender, vaya primicia, dista de ser un emisor confiable. Los diputados departieron durante horas con él, desgrabaron una sesión olvidable, se la remitieron al juez federal Norberto Oyarbide. Si Schoklender declaró algo que pudiera perjudicarlo, el acto es inválido pues contradice las garantías del juicio penal. Si alegó algo contra otros, poco agrega.

La mayoría de la dirigencia opositora fatiga esa agenda espamódica, renuncia tácitamente a formular propuestas políticas o económicas. Sus intervenciones periodísticas consagran el mayor tiempo o centimil a las cuitas intestinas, a pronosticar resultados voluntaristas en octubre, a fulminar adversarios que ha poco fueron compañeros de ruta.

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Serruchar el piso: Las PASO arrojaron un saldo desolador para casi todo el espectro de la oposición. La tarea de remontar era ardua, sonaba difícil empeorar el panorama. Toda valoración de campaña recién debe cerrarse con el veredicto de las urnas. Aun con esta salvedad, cunde una percepción ecuménica: la mayoría de la dirigencia opositora parece obstinada en agravar su situación, de por sí preocupante.

La arrasadora victoria de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner forzosamente debía desatar una competencia interna entre sus rivales, una puja por restarse votos, por mejorar posiciones relativas. En un alocado juego de la silla es difícil mantener la compostura, mucho más la falaz retórica “dialoguista” de la que se valió el Grupo A hace dos o tres años. La disputa por el electorado común induce a resaltar las diferencias.

Dos subgrupos se bosquejan y atizan rencillas entre semejantes. Los peronismos federales, por una parte. El radicalismo y el Frente Amplio Progresista (FAP), por el otro. La vida te da sorpresas, que devienen lecciones: rehusaron dirimir supremacías en las PASO, terminan confrontando en octubre, a cielo abierto.

Los que corren de atrás, los gobernadores Hermes Binner y Alberto Rodríguez Saá, están más calmos que el diputado Ricardo Alfonsín o el ex presidente Eduardo Duhalde. A diferencia de estos, no se hacían grandes ilusiones en la primera vuelta. Ahora tienen más perspectivas de mejorar que de caer. El santafesino elude confrontar o perder estilo, el puntano es más frontal, aunque adorna su rostro con una sonrisa y su oratoria con buena onda, lo que lo distingue mucho de Duhalde. La tranquilidad y el discurso menos belicoso parecen generar empatía con el tono de la sociedad y sinergia con el voto.

Hay pocas encuestas, que concuerdan con los análisis políticos más extendidos. Todos deben leerse con precaución, ya que nadie gana elecciones sólo con sondeos o análisis favorables. Así y todo, el cuadro indica que la Presidenta mantiene su caudal o lo incrementa un poco, que Binner treparía al segundo lugar aunque sin llegar ni a 20 puntos porcentuales. Y que, perdida su hipotética condición de portadores de voto útil, Alfonsín y Duhalde diluyen su (no envidiable desde el vamos) convocatoria.

Las rencillas internas son el aditamento inesperado con el que las oposiciones serruchan su piso, o su sótano.

Confrontar con los ex aliados es una imposición de la circunstancias, pura lógica política. Mantener compacto el frente interno, aún (especialmente) en trances desdichados un mandato que muchos no han sabido honrar. Repasemos ejemplos, que no agotan el inventario pero subrayan las líneas maestras.

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Compañeros en diáspora: Nadie se afana mucho en esconderlo: es pésima, lindante con la inexistencia o algo peor, la relación entre Eduardo Duhalde y el saliente gobernador de Chubut Mario Das Neves. No concuerdan en ninguno de los ejes de campaña. Al chubutense le agrada decir que se parece al ex presidente brasileño Lula da Silva, en lo físico y en lo político. Tal vez peque de imaginativo, pero esa analogía lo induce a suponer que sería mejor un discurso de campaña menos confrontativo y derechoso que el de Duhalde. Se lo comentó media vez, luego no tuvieron ocasiones para comunicarse.

Das Neves tampoco creyó que las denuncias de fraude en las PASO fueran una genialidad, como parece suponer el ex presidente. Empecinado en ellas, Duhalde hasta perdió el favor de los grandes medios que se hastiaron de un eje tan perdedor.

Das Neves rezonga por los contenidos de la campaña. Los duhaldistas lo ningunean. En un inusual amago de autocrítica, se reprochan haber llevado como compañero de fórmula a quien no supo ni pudo conservar la adhesión de su sucesor en la gobernación, Martín Buzzi. “Un perdedor”, fulmina una mano derecha de Duhalde. Como en las peleas conyugales, la despiadada descripción del otro puede ser certera pero falta introspección para mirarse al espejo.

Las malas ondas paralizan la campaña, la falta de fondos le quita combustible. En 1988, Luis Barrionuevo raspó a fondo la lata del Sindicato de Gastronómicos para bancar un acto masivo de apoyo a Carlos Menem en la cancha de River. Arriesgó mucho, fue compensado. Menem ganó al galope la interna peronista y luego las elecciones generales. Esa perspicacia le valió a “Luisito” entrar con el pie derecho a una etapa áurea. Con el mismo olfato, ahora cierra los piolines de la bolsa. El peronismo es procíclico en materia de adhesiones, así lo expresa la verdad veintiuno.

Los medios toman distancia de Duhalde, que fuera uno de sus preferidos antes de agosto (si no el favorito, tout court). Algunos le deben mucho, leyes generosas que licuaron deudas o beneficiaron a deudores VIP. Pero la derrota ahuyenta.

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Diáspora y centrifugadora en la Udeso: La Unión para el De- sarrollo Social (Udeso) atraviesa una crisis fenomenal. Como es una coalición de dos fuerzas (el radicalismo y el partido de Francisco de Narváez) coexisten en su seno dos pequeñas guerras civiles en vez de una.

La primera es la que enfrenta al Colorado con Ricardito. Es ya ostensible que hacen campañas separadas, que buscan aliados a como hubiera lugar. De Narváez descuenta que los correligionarios no le harán la pata en Buenos Aires, trajina dirigentes peronistas en busca de cobijo. En público, declama su voluntad de destronar al gobernador Daniel Scioli. En privado, se conforma con un segundo puesto “digno” y con sacar buena ventaja a los socios radicales.

La segunda interna divide a los émulos de Alem e Yrigoyen. Alfonsín padece desdenes inopinados, le vienen de la fuerza propia. El ex gobernador mendocino Roberto Iglesias rompió el fuego, convocando a cortar boleta para recuperar la provincia de manos peronistas. En Santa Cruz, el candidato Eduardo Costa va por un enjuague similar, en este caso condimentado por un acuerdo explícito con el duhaldismo. Alfonsín se enojó de lo lindo con Iglesias; la defección hiere sus posibilidades. También choca con su idea de lo que debe ser un partido político, con conducta orgánica y lealtades. En eso, opina el cronista, le sobra razón, aunque juegan en su contra su carencia de liderazgo y de arrastre electoral.

Sus correligionarios-contendores refutan a este diario. “Nuestro refugio”, describen y prescriben, “son las provincias y las intendencias. Seremos segunda minoría en el Congreso y el partido con mejor despliegue territorial. No podemos sacrificar eso, en aras de una elección nacional que ya está perdida. Alfonsín nos pide disciplina que no tuvo en su mejor momento. Se la creyó, no nos consultó para juntarse con De Narváez o para poner a Javier González Fraga como compañero de fórmula. Lo primero es siempre el partido, ahora depende de los territorios”.

Cada cual atiende su juego y las apuestas son diferentes. Las miradas se desvían de la Casa Rosada, inalcanzable. Viran hacia capitales provinciales (Mendoza ya está, Córdoba puede ser hoy, Resistencia pronto), acaso alguna hacia nueva gobernación. La provincia de Mendoza no está perdida, si consigue sacarse la mochila nacional, se ilusionan en Cuyo (ver asimismo nota aparte). Los guarismos de las PASO desalientan la esperanza, la performance del gobernador Celso Jaque le hace favor.

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La diáspora cívica: La diputada Patricia Bullrich, primera espada de la Coalición Cívica (CC), busca ser reelecta. Podría conseguirlo si su partido repite, casas más o menos, el desempeño en las PASO. No parece sencillo, la derrota ahuyenta adhesiones y votantes. Su partido cae en tirabuzón, su idiosincrasia tiene la respuesta: es hora de buscarse otro, más taquillero. El momento llegará tras los comicios, ojalá que aferrada a una banca, fantasea la Piba.

Elisa Carrió nada dice en público sobre la transfugueada de Bullrich, enésima de su carrera. En privado, despotrica. Como dos personajes borgeanos, simulan seguir juntas, hasta que el voto las separe. Es lógico que se deseen lo peor y que lo callen, aunque lo peor damnificaría a ambas.

La CC hizo gran elección en 2007, cuando Carrió salió segunda, con la mitad de los votos que consiguió la presidenta Cristina Kirchner. Luego ganó, con inestimable ayuda del PRO que se autosaboteó, las dos bancas senatoriales de la Ciudad Autónoma.

Los bloques se fueron desgranando: varios diputados emprendieron rumbo al generoso espacio que fue dejando Lilita hacia su izquierda. Marcela Rodríguez se abrió hace muy poco, herida por gestos personales e institucionales de Carrió.

El senador Samuel Cabanchik ahuecó el ala meses atrás, para formar un monobloque por secesión, originalidad del sistema parlamentario autóctono.

La renovación y la disgregación signan el futuro inminente de la CC. Cualquier simulación sobre la futura composición de Diputados asegura que será el bloque con más bajas respecto de su integración actual, ni hablar en el comparativo con 2007.

Bullrich y Carrió se detestan, en ese contexto. No lo extrovierten, no se le escapa a nadie. Ni siquiera a los medios dominantes que les concedieron un espacio generoso durante cuatro años.

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Tragedia y dioses insaciables: Numerosos referentes políticos son protagonistas de algo así como una tragedia, en sentido clásico. Los dioses (los mass media) les ordenan tareas heroicas, los ensalzan y lanzan al ruedo. Como Ringo Bonavena cuando le sacaban el banquito y sonaba el gong, quedan contra un contrincante fuerte, supeditados a sus propias fuerzas. Cuando flaquean o yerran, los dioses los desamparan y apostrofan. La caída es más veloz que el ascenso. Lo acontecido desde agosto es una remake, acelerada y paródica, de la crónica de los tres últimos años. “Animémonos y vayan”, les ordenan. Y los dejan de garpe cuando van y vuelven sin la cabeza del Minotauro o de la Hidra de Lerna.

“La oposición” fue construida como un mito, un embeleco que se desbarató en estos meses de querellas internas. Un conjunto republicano y pródigo en acuerdos. Un espacio dialoguista, aderezado por diferencias históricas que le añadían riqueza. Hubo, desde el vamos, una excepción, un reclamo de los dioses que los héroes no atendieron: unirse. La unidad, que (convengamos) refutaba toda lógica o historia política, no convenía a sus fines particulares. ¿Para qué, si según los augurios oraculares, el kirchnerismo sería arrollado por cualquier challenger en 2011? El objetivo, sensato si regía la premisa principal del sofisma, era ser el primus inter pares.

Los dioses, al vaivén de las circunstancias, nominaron un listado de presidenciables: el vicepresidente Julio Cobos, el senador Carlos Reutemann, su colega Ernesto Sanz, el jefe de Gobierno Mauricio Macri, el diputado Felipe Solá. En el peor de los casos, el gobernador Daniel Scioli, que pegaría el salto antes de caer en la irrevocable debacle del kirchnerismo.

Un sentido común suicida aunó a dioses y aspirantes a la presidencia. Bastaba verse bien en el espejo de los medios o de las corporaciones. Eran superfluas usuales misiones políticas, resultaba suficiente ser vitoreado o bendecido por las cámaras, los formadores de opinión, el coloquio de IDEA, la platea VIP en la Rural. La competencia interna, más exigente que la lupa de novatos, fue dejando en la banquina a los presidenciables. Otros se apearon, astutos en el juego corto.

Los opositores desconfiaron de las PASO. No leyeron que eran una oportunidad para legitimar pretendientes en el rush final de la carrera. Tampoco tuvieron idoneidad para organizar internas al uso nostro, entre compañeros o correligionarios. Fueron a todo o nada en agosto, el resultado los sorprendió, aunque no era tan asombroso. Habitaron un falso Olimpo, inmersos en un microclima.

Después del chubasco era peliagudo encontrar una táctica salvadora. Si la ambición es mucha, quizá no la haya. Sólo puede esperarse que se dé vuelta la taba si nace un “cisne negro” o se produce una catástrofe. Pero podría avanzarse en pos del objetivo sensato, que llegado el caso se verbalizó, que es remontar un poco y mejorar la ecuación en el Congreso. Para eso, sería necesario pensar en clave de política de masas, sintonizar el estado de ánimo colectivo que vienen expresando las votaciones nacionales y provinciales, asumir que el Gobierno tiene un grado de legitimidad alta y que hay acuerdos sociales importantes con muchas de sus medidas y propuestas. Y tomar las riendas del propio destino, desoyendo los cantos de sirena de las corporaciones. Un giro vital, acaso imposible a esta altura de la tragedia... o de la campaña. Todavía quedan cinco semanas, habrá que ver.

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