EL PAíS › OPINION

Los hits del verano

Las vacaciones y la licencia presidencial, que ya termina. Algunas buenas nuevas económicas. Las paritarias, un desafío repetido con novedades. Los números en danza. Las lecturas del Gobierno y de los gremios. El peso del 54 por ciento y su eventual uso. Digresiones sobre acelerador y freno.

 Por Mario Wainfeld

Durante las vacaciones se corroboran varios motivos de la popularidad del Gobierno. El consumo masivo, la afluencia de (casi) toda la escala social a playas y lugares de veraneo dan cuenta de un tono de época, que se viene repitiendo. El “modelo” se palpa en realizaciones, en demanda, en incorporación de bienes materiales y derechos. Como la realidad se empecina en ser dialéctica, en ese rosal del Gobierno hay algunas espinas. En tan hedónico contexto es difícil instalar la idea de “sintonía fina” o el concepto de una nueva etapa en la que se mantienen el rumbo y los objetivos aunque se anhela moderar la velocidad y controlar variables económicas.

La licencia de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner –que está por terminar– transcurrió con muy contados sobresaltos. La suplencia ejercida por el vicepresidente Amado Boudou acunó debates fragorosos que ignorarán los manuales de historia de las décadas por venir, sean dorreguistas o academicistas. El “falso positivo” o los aposentos que ocupó el vice durante su interinato recalentaron la imaginación mediática. No trascenderán el verano, como tantos romances, más apasionantes.

Cristina Kirchner, única titular del Ejecutivo según la Constitución, está en actividad. Los indignados crónicos se sulfuran ante tamaña obviedad: es lo suyo. La mandataria mantiene comunicación radial con los funcionarios de más alto rango, por vía telefónica de ordinario. En “Amado” reposa en buena medida el rol de intermediario con ministros o secretarios, observan los comentaristas de Palacio. Boudou es quien más asiduamente recala en Olivos, sin alharaca.

El panorama de comienzos de año es, en promedio, satisfactorio para las expectativas del Gobierno. Desde luego, hay problemas incluyendo aquellos de los que deberá hacerse cargo sin haberlos generado. El más vasto: la crisis económica de los países centrales, que Europa viene pateando para adelante vaya saberse hasta cuándo o hasta dónde. El más cercano es la sequía, cuyos alcances (como los de la debacle del capitalismo especulativo) son indeterminados y difíciles de profetizar... pero jamás serán menores. ¿Se viene un revival del 2008 y 2009, años tremendos para el kirchnerismo, que luego resucitó de sus cenizas? En el primer nivel del oficialismo, aunque con un grado de prudencia “no tan K”, se supone que no. En el terreno interno, las tratativas con las entidades agropecuarias son menos agonales y más sensatas. El Gobierno habilita “mesas” de diálogo, interactúa con los gobernadores y con las patronales agropecuarias. Estas, sin referencia política alguna y escarmentadas de sus devaneos políticos, practican un tino de-sacostumbrado.

En el plano global, las proyecciones que proveen Economía, Industria y el Banco Central pintan un escenario menos afligente que el de 2009.

Aun con la Unión Europea (UE) en recesión y Estados Unidos con un crecimiento módico, la hipótesis oficial es que el crecimiento del PBI se sostendrá, con una merma respecto de las tasas chinas. Y se preservará al consumo interno como dinamizador de la economía. La coyuntura arranca bien: en enero, el real se revaluó en Brasil, lo que es una buena noticia. El Banco Central ganó la feroz pulseada de diciembre y, según sus ponderaciones, terminará comprando cerca de mil millones de dólares durante este mes, lo que sumado al bruto acopio hecho en diciembre refuerza las reservas, un bastión de autonomía económica.

Con tales coordenadas, la idea fuerza del Gobierno es reacomodar las variables económicas sin renunciar al “modelo”, ni al “rumbo”. Con mayor gradualismo, una novedad que es más sencillo enunciar que poner en práctica. La denuncia de sobreprecios del gasoil, telecomandada desde Olivos por Cristina, es una señal en ese sentido. El objetivo es moderar un gasto superfluo y abusivo, no para “ajustar” sino, precisamente, para reducir el nivel de los subsidios. La poda para usuarios domiciliarios de servicios públicos marcha tranqui, lejos de las profecías apocalípticas y también marcando diferencias con la praxis de los últimos años.

Las convenciones colectivas, una poliarquía en acción, son un desafío mayor para la táctica del Gobierno.

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Palabras y cifras: En la Casa Rosada y zonas de influencia no se mencionará el mandato “hay que bajar la nominatividad” (acuñado por el economista Miguel Bein). Ni se aludirá en público al 18 por ciento (u otro guarismo) como tope para las negociaciones salariales. Pero la cifra se menea en paliques reservados con gremialistas y la Presidenta tiene el propósito de inducir una merma en remarcaciones de todo tipo, anche en las paritarias.

Cristina sí expresó en más de un discurso que, en una etapa de progreso de la clase trabajadora, es razonable (re)adecuar los reclamos a las circunstancias. Eso quieren subrayar Boudou y el ministro del Interior, Florencio Randazzo, cuando piden “racionalidad” en las paritarias. “Racionalidad” es, traducido a garbanzos, no repetir los acuerdos (mayoritariamente) alcistas de 2011. Convenios colectivos hay centenares, tantos como realidades sectoriales. Según estudios oficiales, que Cristina Kirchner reclamó y viene leyendo, la media salarial de los trabajadores formales subió el año pasado más que la inflación. “Medida como uno quiera, hasta con el índice de la Piba.” El así apodado es el índice de precios al consumidor que remixa los cálculos de consultoras privadas, la única tarea recordable del “Grupo A” en el Congreso. Un Frankenstein de escasa seriedad, una suerte de castigo bíblico para el desquicio que hizo el gobierno en el Indec. Los dirigentes sindicales prefieren el “índice del changuito”, esto es su propio ojímetro. En la Babel aritmética es difícil imaginar una resultante calma, sobre todo cuando los aumentos anuales o más frecuentes se hicieron regla. La multiplicidad de actores, que ponen en juego su reputación, agrega dificultades por si hiciera falta.

El ejemplo a seguir, pregonan en el Gobierno, es la frugalidad que primó en 2009. Su criterio es que la vara (siempre genérica y supeditada a las tratativas de cada sector) sea la inflación presunta de 2012 que (en esto sí hay coincidencia general) será inferior a la de 2011, en buena medida como correlato de la crisis internacional.

Los sindicalistas (fuera cual fuera su cercanía política al kirchnerismo) argumentan que la inflación a contemplar no es la hipotética que vendrá sino la tangible que redujo el poder adquisitivo del salario. Ahora parece mucho. El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, se arremanga para una nueva instancia institucional que hasta ahora, términos redondos, funcionó muy bien. Las condiciones son otras: menos “resto” fiscal, marcado afán oficial para controlar lo que el Gobierno considera desmadres y “los muchachos”, legítima defensa de derechos. La interna de la CGT agrega irritabilidad y competencia entre los líderes sindicales. Tomada, en las tratativas preliminares, trata de explicar que los objetivos de este mandato presidencial son los de siempre: bajar la desocupación, acaso para quedar técnicamente en condición de pleno empleo. Y achicar drásticamente el empleo informal. Claro que un punto porcentual de empleo y (digamos) diez de baja del “trabajo en negro” requieren mucho más laburo e inversión que cuando se salía del infierno. Y el lapso para llegar a esas metas es más largo.

De nuevo: ningún gremialista puede negociar cara a cara con su patronal y ceñirse al consabido 18 por ciento sin afrontar costos con sus bases y la opinión pública. La competencia lo enfrenta a los empresarios, pero también a sus representados y al resto de las cúpulas gremiales. En la dinámica formidable de numerosas mesas suena muy peliaguda una desaceleración alta. Dicho en plata: si el Gobierno consiguiera bajar 3 o 4 puntos con relación a 2011 indicaría una tendencia, pasible de ser reforzada en los años venideros. Tomada procura persuadir a secretarios generales exigentes con el argumento de que “no se juega todo ahora, hay repechaje en doce meses”, el mismo razonamiento puede valerle al Gobierno.

Dos factores centrales enriquecen el horizonte, en sentido inverso. Uno es el enfrentamiento con el secretario general de la CGT, Hugo Moyano. Otro, el poder de la Presidenta consagrado por la soberanía popular. Dos datos que no integraban la ecuación de 2009.

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El 54 por ciento: En despachos de postín se comenta que en estas semanas hubo poco asedio al Gobierno. ¿Será “el 54 por ciento” o “el efecto tiroides”? se interrogan y la escéptica mayoría opta por la segunda variante. “El 54 por ciento” es un modo coloquial de nombrar a la enorme legitimidad de Cristina Kirchner, ganada en buena ley. La traducción parlamentaria de la primacía se comprobó en diciembre, se redoblará a partir de marzo.

En disputas de intereses, en especial con corporaciones fragorosas, el peso de la autoridad legítima está menos cuantificado y es más volátil. ¿Podría la Presidenta exhortar (con cierto punch) a una conducta “racional” en la negociación colectiva? Cuesta dar una respuesta tajante, quizá porque no la haya. La metodología para instalar el tópico podría variar: desde los planteos discursivos hasta reuniones con los referentes gremiales o patronales. Un tinglado institucional (Acuerdo Marco, Consejo Económico Social u otra variedad) sería un marco propicio, pero da la impresión de ser impracticable. Así se va palpando desde 2007, cuando la hipótesis cobró algún vigor.

Si se promedian lo que interesa el punto al Gobierno y la vocación predicativa de Cristina puede presuponerse que lo pondrá en palabras cuando retorne al ruedo y al micrófono. En su cercano derredor hay quien fantasea que, acaso, hasta le saque punta a la palabra “racional”, poniéndole números. Lo cualitativo y lo cuantitativo entreverados, de nuevo la dialéctica...

La decisión, es regla, está encriptada y la tomará la Presidenta.

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Un mal momento: El distanciamiento con Moyano hubiera sido preocupante en cualquier trance, el actual da la impresión de ser especialmente desdichado. La dinámica plural de las paritarias jamás admitió (mirada con mínimo rigor) un techo universal fijado por los camioneros, pero alguna referencia era, en los buenos tiempos. De cualquier modo, la heterogeneidad de sectores productivos y de poder sindical forzaba diferencias a la suba o a la baja. En 2011, rezongan documentadamente en Gobierno, lo sobrepasaron muy lejos varias actividades, diz que los encargados de casas de renta se llevaron el Olimpia de Oro en ese torneo.

Como fuera, el conflicto y la distancia se ahondan, lindando aquí y ahora con la incomunicación. Cuitas personales acicatean la mala onda. Moyano rezonga por no haber recibido mensajes de pésame por la pérdida de un hijo. En Olivos se enfadan porque “el Negro” no se interesó por la operación de la Presidenta. La bronca subjetiva es consecuencia del conflicto de intereses y de liderazgos, pero cobra vida propia y dificulta la hipótesis de acercamiento.

En torno de Cristina se valora el silencio de Moyano durante la licencia presidencial. Fue prudente: no arrojó leña al fuego. En el otro platillo de la balanza, los tweets del judicial Julio Piumato son leídos como provocaciones.

La renovación de autoridades de la CGT exacerba las desconfianzas y acelera las operaciones. Moyano siempre contó con un núcleo reducido de aliados propios, insuficientes para ganar solos un Confederal. Las restantes adhesiones llegaron por tracción, por combatitividad tanto como por el aval del Gobierno. Ese cuadro no rige ya ni surge un liderazgo sustituto de igual volumen. Por ahí no es posible, por ahí tampoco es deseable. Pero es lo que hay, en el tórrido sábado en que se cierra esta nota.

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El tripartismo y los actores: La deseable gimnasia de la negociación colectiva expresa tendencias usuales desde 2003. Es un salto de calidad superador de todo lo ocurrido desde 1975, por la parte baja. Ubica a la Argentina en una cómoda primacía regional y un lugar expectable en el mundo. Pero los indicadores (formalidad, desigualdad, proporción de asalariados informales) siguen siendo insatisfactorios para las demandas y la memoria de los argentinos. La gimnasia durante la era “K” fue eficaz aunque incompleta. Los convenios resultaron más fértiles en aumentos de sueldos que en mejora (y aun abordaje) de las condiciones de trabajo o de retribuciones extrasalariales. Las responsabilidades, opina el cronista, son compartidas. La Presidenta explicó ante el G-20 que la crisis es una oportunidad para el tripartismo. Compromiso y verdad que cuesta plasmar con los actores corporativos reales de la Argentina.

La ocasión pinta calva para que sindicatos de punta con contrapartes prósperas pongan sobre la mesa herramientas “nuevas”, hasta la participación en las ganancias. Claro que eso es para la crema de la clase trabajadora y exige cuadros a la altura. El titular del sindicato del neumático, Pedro Wasejko, se ilusiona con paritarias para dos años, con revisiones cuatrimestrales. En su ejemplo se conjugan un dirigente de calidades infrecuentes con una patronal que se la lleva con pala. Son circunstancias muy particulares, claro.

Del otro lado del mostrador, las cúpulas patronales, en promedio, no capacitan ni para el reconstruido Nacional “B”. El rústico ex titular de la UIA Héctor Méndez tira su numerito (quince por ciento) y eso clausura su dotación de ideas. El actual pope, Ignacio de Mendiguren, alardea de movilidad y se ofrece como (por ahora vano) puente entre “el Negro y Cristina”. Pero tampoco les junta la cabeza a sus pares para (de)poner algo sobre la mesa. En la Rosada deploran que la hiperquinesis no incluya un compromiso sectorial preciso.

Persistir en el rumbo bajando la velocidad es más exigente que pisar el acelerador a fondo, para todos los protagonistas. La inercia seguramente impone una reducción progresiva, poner el freno de sopetón puede resultar más gravoso que ir menguando de a poco.

La paritaria docente, otro avance de este gobierno con contrapartidas pesadas, es un comienzo denso. Ya están en gateras, con los compañeros gobernadores preocupados por sus equilibrios fiscales que sostienen porque el gobierno nacional prorrogó, otra vez, el vencimiento de sus deudas con la Nación. El federalismo, dendeveras, no es pura expoliación, como se simplifica por ahí.

Enero transcurre, otra vez vacaciones “para todos”. En febrero, despuntan las paritarias, en marzo todo se pone en acción. En esta semana regresa (y, quién lo duda, se hará oír) la máxima protagonista de la política, que marcará la agenda, como es su costumbre.

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Imagen: Télam
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