EL PAíS › OPINION

Dos CGT y el resto del mundo

 Por Mario Wainfeld

En 1989, en el contexto de la lucha del sindicalismo menemista contra el liderazgo resistente de Saúl Ubaldini, los grandotes de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y los barrabravas de Chacarita devenidos soldados gastronómicos armaron una batalla campal en plena avenida Corrientes. Esta vez no se esperaba tanto. Pero, tal vez, en marzo podía fantasearse con un congreso tenso, pujas vibrantes en la Junta Electoral y quién le dice, algunas sillas volando por el aire. Nada de eso sucedió, hubo dos cónclaves reservados, bastante tranquis, para sellar la fractura de la Confederación General del Trabajo (CGT). Lo real es siempre posible, lo contrafáctico resbala en el terreno de la especulación. Hoy y aquí dos conglomerados reclaman ser la única CGT. Luis Barrionuevo mantiene su rancho aparte, la apodada CGT Azul y Blanca. Maestro en el pragmatismo o en el cinismo, “Luisito” acuñó en estos días otra frase emblema: “No hay que hablar con el que se va”, aludiendo a Moyano.

El grupo más nutrido en gremios poderosos es el que promueve al metalúrgico Antonio Caló. Ese colectivo heterogéneo se reunió el martes en la UOM. De momento, carece de una conducción fuerte o reconocida por todos, más allá del rechazo a Hugo Moyano y una relativa (y variable, según los actores) cercanía al Gobierno.

Moyano queda en su territorio, rodeado de varios aliados de siempre (perdió otros en el camino) y en plan de oposición al “gobierno de turno” que, menudo detalle, es el que acompañó durante nueve años en una alianza estratégica que ayer terminó de entrar en el pasado.

Ambos grupos seguirán la brega por la legalidad, que tendrá nutridos episodios en Tribunales. La legitimidad en la representación se mide en otras magnitudes y otros escenarios, que se irán develando.

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Compañías y soledades: Las huestes de Caló organizaron un calendario escalonado que recién culmina en octubre. La liturgia incluyó la ya clásica mesa provista de sanguchitos y masas, por ahí deberían consultar a otro asesor de imagen; Moyano pasó del microestadio a la cancha de fútbol para mostrar uno de sus potenciales: la capacidad de movilización. Los camioneros coparon la parada, en una posible prueba de sus recursos y de sus márgenes.

A Moyano le fue imposible seducir a otros gremios, la Unión Ferroviaria fue el último que se le separó, ayer mismo. Tal vez, confían en la UOM y zonas de influencia, la diáspora continúe. En todo caso, suena difícil que “Hugo” imante adhesiones en el corto plazo, que es el que más cuenta. El discurso de Moyano fue muy crítico respecto del Gobierno, imposible imaginar otro contenido. La frase que más resonará, aquella de repensar el voto en 2013, es menos pretenciosa que la de mocionar un trabajador como presidente, aunque no la deroga. Amagar con ser un gran elector es ambicioso, pero menos que conducir al “Movimiento”.

El tránsito político de Moyano, uno de los factores esenciales de su contienda con la Casa Rosada, no fue muy fructífero. El Negro sabe que puede contar con la izquierda de banderas rojas para un acto antikirchnerista, pero que esa sociedad sólo funciona con la idea compartida de valerse del otro, con estrategias polarmente distintas.

La intención de interpelar adhesiones del peronismo territorial tampoco prosperó. Los gobernadores, excepción hecha de Daniel Scioli, desoyeron su convocatoria, que suponía un grado de conducción que no le reconocen. Los intendentes del conurbano tienen una colección de argumentos en su contra, desde las presiones gremiales vinculadas con la recolección de basura hasta su gestualidad avasallante cuando desembarcó en el PJ.

Articular no le sale bien a Moyano, la soledad lo corrobora. Hasta Scioli, revisionista de los actos propios, hace esfuerzos tan denodados como vanos para trasladar su simbólico picadito de futsal de la página política a la deportiva.

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Debilidad matizada: El combate callejero evocado en las primeras líneas de esta columna derivó en la existencia de dos CGT. No fue la primera ocasión, ni la única. El cuadro de situación, entonces, reconoce precedentes. Hay razones organizativas que explican la recurrencia, al menos en parte. Según comenta el politólogo Andrés Schipani en Le Monde Diplomatique, “la legislación fomenta la creación de sindicatos nacionales por rama de actividad sumamente poderosos (pero) por el otro concibe una CGT débil con escasas herramientas de gobierno sobre la vida sindical”. Otro especialista, Sebastián Etchemendy, ha realizado estudios comparativos y subraya esa relativa debilidad versus, por ejemplo, la central mexicana que cuenta con un haz de recursos para intervenir en la vida de los gremios. La herramienta de las convenciones colectivas y el poder variopinto que conllevan las obras sociales, glosa este cronista, son prerrogativas de los gremios y no de la CGT. Ese hilo argumental germina en el imaginario oficialista hoy día.

La base está, es cabal. Pero, contrariando la moda epocal, conviene no exagerar y matizar el análisis. La “chapa” de la CGT no es inocua, máxime en manos avezadas. El sindicalismo peronista es hijo del Estado y sabe mantener una relación de amor e intereses con su padre. Hay articulaciones, acceso a cargos públicos o a funcionarios, elementos para conseguir derechos o beneficios. El intercambio entre Moyano y el senador Aníbal Fernández, si se lee entre líneas, alude a esa zona gris y estimable. Moyano sabe que ha perdido esos recursos y sus adversarios confían en contarlos de su lado, a esos efectos incide un liderazgo en la CGT.

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Tiempos viejos y actuales: Otros avances institucionales en el universo de las relaciones laborales, que estuvieron en el menú del Gobierno, devinieron quimeras. Un Consejo Económico Social, proyectado en 2007 cuando Cristina Kirchner iniciaba el primer mandato, tropezó con el conflicto con “el campo”. La fragmentación de las dos centrales de trabajadores archiva la promisoria idea.

Paradojas te da la vida: el reconocimiento de la Central de Trabajadores Argentinos fue dejado de lado en aras de la relación con la CGT de Hugo Moyano. Para añadir complejidad, en el Gobierno había quien explicaba que el principal obstáculo no era el secretario general de la CGT, sino la contumacia de ciertos aliados, ahora encolumnados (por así decirlo) con Caló.

Los pronósticos para horizontes lejanos son insalubres para quien pretende escribir con responsabilidad. Delinear el escenario es, al contrario, casi forzoso. Los firmes enfrentamientos entre el oficialismo contra Scioli y Moyano autorizan a enunciar que entra en el ocaso una etapa de la gobernabilidad kirchnerista. Comenzó mediando la presidencia de Néstor Kirchner y consistió en la ligazón con los gobernadores, los intendentes y el movimiento obrero, o sea con el peronismo con poder terrenal. En conflicto con “Daniel” y con “Hugo” la construcción pierde razón y sentido. Como en los clásicos textos de Gramsci o en párrafos bellos de Leopoldo Marechal, lo viejo cesa y lo nuevo no termina de delinearse, aunque está construyéndose.

Un año difícil da contorno a la división de la CGT. La economía se desacelera, en el mundo, en Brasil y en Argentina.

Un interrogante central es sugerido por Hache en un recomendable post publicado en el blog Artepolítica. Dice Hache: “La Argentina no está acostumbrada a atravesar crisis con pérdidas parejas tanto para el capital como para el trabajo, ni mucho menos con perdidas mayores para el capital. Este último es el desafío al que se apunta actualmente: a que la crisis no la paguen los trabajadores”. La duda es si la coyuntura sindical es funcional para resolver virtuosamente ese reto. Con la relatividad propia del seguimiento diario de los hechos y de un parecer personal, este cronista piensa que no. Habrá que ver.

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