EL PAíS › MOIRA MILLAN, LIDER DE LOS MAPUCHES

Tierra y cultura

Es una lucha casi desconocida entre nosotros: la de la posesión de la tierra, la conservación de la cultura, la preservación del medio ambiente. Un fascinante diálogo con una joven activista mapuche que fue “warriache” –gente de ciudad– y volvió a su cultura viviendo en una comunidad cerca de Esquel, y explica el activismo contra los dueños de todo y contra la minería.

 Por Miguel Bonasso

Es joven (32 años), menuda, elegante, de rasgos suaves e inconfundibles. Detrás de su sonrisa franca se adivina un carácter fuerte y decidido, que se ha probado en decenas de movilizaciones contra “el remate de la Patagonia”. Moira Millán vive con su compañero y sus cuatro hijos en una comunidad mapuche, Pillán Mahuiza, a cien kilómetros al sur de Esquel, en uno de los parajes más hermosos y codiciados de la Argentina. El 25 de abril vino a Buenos Aires para participar con otros integrantes de los pueblos originarios en una marcha a Plaza de Mayo en contra de los desalojos, la venta indiscriminada de tierras y la explotación de una mina de oro que puede envenenar –literalmente– el medio ambiente. La movilización contó con el apoyo de organizaciones piqueteras y defensoras de los derechos humanos y rompió en parte el aislamiento geográfico, político y social que les impuso secularmente el poder. Después regresaron el silencio y la indiferencia, mientras allá en el territorio se renovaban las persecuciones.
Millán, que es huerquén (vocera) de su comunidad y cofundadora de la organización “11 de Octubre” (el 12, recordemos, llegó Cristóbal Colón a estas tierras) ha sido procesada por un corte de ruta. Hace poco, ciertos patéticos personajes del gobierno provincial intentaron arrebatarle a su hija Llanka acusando a la madre de tenerla “desnutrida”. Burda maniobra racista que fue desbaratada.
Días atrás, Moira le envió un mail a este cronista que era como un SOS desde la soledad de lagos y bosques: había rumores de que podían desalojarlos de las tierras que cultivan, que antaño ocupaba la policía provincial y que la comunidad mapuche convirtió en un vergel. Paradójicamente, los medios nacionales seguían guardando silencio frente a la lucha de la etnia contra Benetton, contra la mina de oro de la Meridian Gold y otros combates silenciados en el país que sí atrajeron la mirada de la prensa extranjera. Como respuesta parcial a su justo reclamo aquí va esta entrevista, donde se trasunta el espíritu vivaz, por momentos irónico, de esta mapuche (con sangre tehuelche por parte de madre) que vivió en las ciudades durante muchos años, como lo habían hecho sus padres y sus abuelos hasta que un día descubrió que “no era Claudia Schiffer” y decidió regresar a los orígenes, a Mapu (la madre tierra), a esa comunión permanente con el cosmos que singulariza a todas las etnias originarias de este continente, desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego. Ese proceso le llevó dieciséis años, en los que anduvo errando por el sur con su familia, acompañando al padre que era ferroviario. “Por eso –dice–, amo al ferrocarril y odio a Carlos Menem que lo destruyó.”
–¿Cómo fue ese proceso de recuperación de la identidad?
–Nos llevó bastantes años ir descubriendo nuestra identidad. Yo la descubrí en Brasil. Tenía 16 años y como siempre fui una apasionada, me convertí al evangelismo y no podía ser una evangélica normal, quería revolucionar el mundo con Cristo. Así que a los 16 años me fui de misionera a Brasil. Allí trabajé en las favelas con gente de Lula y conocí a un chamán indígena que estaba ya integrado. En esa misma época descubrí que no me parecía a Claudia Schiffer, que tenía rostro mapuche. Así que empecé a investigar mis raíces.
–¿Por qué estaba negada la identidad, si sus padres eran mapuches?
–Supongo que ellos asociaban su identidad al dolor. Mi mamá hizo segundo grado, apenas sabía leer y escribir. Desde los siete años limpió casas ajenas, todo fue explotación, discriminación. Y ella siempre decía frases del tipo, “uno se casa con quien puede, no con quien quiere”, “una es fea, bruta, india, qué puede esperar de la vida”. Así, una resignación terrible. Que cambió con los años, porque murió peleando.
–¿Y su padre?
–Por su trabajo casi no estaba en casa, pero también se sentía menos por ser indígena. Así que no queríamos ser eso que simbolizaba la marginalidad. Sin embargo hay un fenómeno que me fascina, que me causa inmensa alegría, y es que a pesar de todo el sistema orquestado para despojarte de tu identidad, un día vos te veas y digas: “Soy esto”. Cuando eso ocurrió dejé de ser cristiana, me decidí a cambiar mi vida y les causé una gran desilusión a mis padres.
–¿Eso fue tras la experiencia de Brasil? Hasta ese momento usted compartía el mundo de los blancos.
–Completamente, yo me crié en Bahía Blanca. Nací en el Maitén pero me crié en Bahía Blanca y a los 12 años empecé a trabajar en casas de familia mientras hacía el secundario y militaba. A los quince años fui secretaria de los centros de estudiantes de Bahía Blanca. Y me acuerdo que me iban a mandar a Rusia y mi mamá le consultó al pastor, porque éramos todos evangélicos, y le dijo que no porque eran todos comunistas. No se lo perdoné nunca. O sea, siempre sentí la necesidad de hacer algo desde lo social, pero no sabía bien cómo. Estuve en distintas organizaciones. Tengo mis pecados ocultos, pasé por el Partido Humanista. Pero así, fugazmente. Yo pasé por una depresión enorme en Bahía Blanca, hasta que descubrí que no tenía más nada que hacer ahí y me fui a la Quebrada de Humahaca.
–¿A qué edad?
–A los diecinueve. Me fui a Maimará, a las comunidades quechuas, y fue terrible ese año, porque ahí empecé a descubrir lo que era la discriminación, la explotación. Terminé en cana, terminé en la alcaldía y de ahí me pasaron a la comisaría de mujeres. Un mes estuve así.
–¿Por militar?
–Yo era una especie de directora de Cultura del municipio de Maimará y había muchas luchas en ese momento. Como las de los municipales que conducía el Perro Santillán. Nos pagaban con bonos, que acá todavía no existían. Y entonces hubo mucha lucha y en la represión grande quedaron un montón de detenidos, entre los que estaba yo. Y yo lo padecí más porque no estaba organizada. No quería ser parte de ese grupo porque desconfiaba de ellos y no tenía familiares allá, no tenía nada. Era una loca suelta que andaba haciendo lío. Fue terrible, estuve dos semanas sin bañarme, sin cambiarme, sin que nadie me asistiera. No nos daban comida. Estuve detenida con nenes de tres años de edad, en una celda en la que también nos pusieron a una loca que hacía strip-tease por la calle. Esa era la administración de Justicia de Jujuy. Y encima me dijeron: “Vos salís a boconear, a hablar esto y nosotros sabemos que tus viejos viven en Cerro Mesa”. Y Cerro Mesa es un pueblito de Río Negro que no conoce nadie, ¿viste? Sin embargo ellos sabían que estaban ahí mis viejos. Así que cuando salí me fui de Jujuy. Me fui a vivir a Esquel.
–¿En qué año?
–En enero del ‘91. Pasé todo un año hacia adentro, con muchos temores y en el ‘92 con mi hermano Mauro fundamos la organización 11 de Octubre. Mauro es mi hermano mellizo pero él se robó la altura y me dejó petisita. El es más bien tehuelche. Con él empezamos la organización 11 de Octubre. Y lo maravilloso de esa organización es que hoy no queda nadie en la ciudad: todos están en tierras recuperadas.
–¿Cómo empezó el trabajo actual con las comunidades?
–En el ‘92, cuando los españoles armaron lo del Quinto Centenario. Nosotros hicimos un programa de radio donde hablábamos de personajes históricos que considerábamos patéticos y levantábamos a los nuestros, como Calfucurá. Desde ese espacio largamos un festival en contrafestejo, del que participó muchísima gente. Y al siguiente año otro festival. Y de repente un día subió una viejita y dijo “me están desalojando, la gente de la Forestal, de Bunge y Born”. Era Aurora Huisca. Y nos dijimos: estamos meta hablar de lo que pasó hace quinientos años atrás y aquí viene estamujer y nos dice que la están desalojando los poderosos de siempre. Y nos metimos de lleno a apoyarla. Hasta que por último ganamos la batalla, el conflicto terminó con la toma del Instituto Autárquico de Colonización. ¡Mirá cómo se llama, eh! El que administra la tierra en Chubut se llama así, Instituto Autárquico de Colonización.
–Lindo nombre...
–Y hace honor al nombre. Por eso ahora las transnacionales están todas ahí. Lo tomamos durante 27 horas. Era la primera vez que los mapuches hacían algo así, muy violento, y no lo podían creer. Sabíamos que nos iban a apalear pero habíamos ido a tormarlo y lo hicimos. Se armó una revuelta impresionante con la policía. Pero las que se ponían en el cordón cercando todo eran las ancianitas. Así que se tuvo que armar una mesa de diálogo. Y diálogo va y viene... se resolvió el conflicto. Terminó el gobierno expropiando tierras para dárselas a sus verdaderos dueños, que eran los Huisca. Y a partir de ahí tomamos el tema del derecho territorial, de la autonomía, de la autodeterminación. Hicimos muchas recuperaciones de tierras pero paralelamente había una búsqueda de fortalecimiento de la identidad. Bueno, producto de este fortalecimiento, en 1999 me voy a recuperar tierras. Yo que era una warriache.
–¿...?
–Warriache es gente de la ciudad. “Warria” es ciudad. “Che” es gente. Gente de la ciudad. Entonces, ya se sabe: los warriaches son más intelectuales, yo también lo era. Pero he cambiado un montón. Mi gente me ha hecho cambiar un montón. Entonces empieza a discutir, “hay que recuperar territorios”. Bueno, y cómo, vamos a ver. Y empiezan a (discutir) ¿cuál sería el marco propicio, la forma ideal, el momento perfecto? Y nunca lo hay, porque el Estado se encarga de que sea así. Entonces decían, “para recuperar tierras tenemos que ir todos en comunidad porque así eran los antiguos”, y vos te decías, “bueno, pasaron tantos siglos de dominación y no pudieron acabar con nosotros... hoy nada va a ser como antes”. Entonces fui. Sola, porque estaba separada de un hombre que era una porquería, que me maltrataba. Después quedé embarazada de un mapuche que era recombativo, pero era mujeriego. Se me fue con otra y nunca más volvió. Quedé abandonada con tres hijos...
–¿Cuántos hijos tiene?
–Cuatro.
–¿Del mismo matrimonio?
–No, no, yo soy una mujer muy liberada. (Ríe). Tuve dos hijos con el que me maltrataba, una hija con el mujeriego y ahora tengo una hija con mi actual compañero. Y se llama Raintuy, que significa “la que renueva”. Bueno, vuelvo a ese momento, cuando me fui al campo y sufrí una profunda crisis porque cómo me iba a ir yo, criada en la ciudad, al campo. Y, además, con mis tres hijitos. Los demás mapuches de la ciudad no me acompañaban y se fragmentó la organización. Después a partir de ahí me puse a leer mucho y estoy escribiendo sobre la idea, el concepto de consenso desde la perspectiva mapuche. No sé si sabías, por ejemplo, que los mapuches somos los que le incorporamos al mundo occidental la práctica del Parlamento.
–No.
–Ese es un elemento cultural nuestro. Bueno, la cuestión es que los mapuches que vivían en el campo sí apoyaron la recuperación de tierras.
–¿Esto era en el ‘99?
–Sí, en el ‘99. Para mí eso fue muy simbólico, ¿no? Y bueno, me quedé en el campo. Fue una experiencia muy dura pero también muy importante. Ocupamos unas tierras que le pertenecen a la policía (de Chubut). La gente se mataba de risa y decía “a la misma policía que protege la propiedad privada de los ricachones, a la que no nos deja pasar, ustedes vienen y les chorean la tierra”. Se mataban de risa en el pueblo. Y eso es algoimperdonable para los milicos, no nos perdonan hasta el día de hoy. Entonces empiezo a entender un montón de cosas. Empiezo a mirar con claridad cómo se podía ir construyendo. Vos fijate un detalle nomás. Antes, como yo nunca había vivido en el campo no sabía los ciclos de la tierra y las actividades a que te obligaban esos ciclos. En fechas como el 11 o el 12 de octubre nosotros en la ciudad programábamos actos y pretendíamos que la gente del campo bajara masivamente. Pero esa es época de parición de los animales y la gente tiene que quedarse en el campo para que no se les mueran. Y así fui descubriendo un montón de cosas, los ciclos que tenían para la siembra, para la cosecha, para la esquila. En esos momentos no podés armar ninguna revuelta política porque no se te van a sumar. Tampoco podés transportar modelos de lucha urbana. Por ejemplo, nunca van a salir a cortar la ruta por los planes “Jefes de Hogar”, porque no viven de eso. Entonces la lucha cobra sentido en la tierra y sí moviliza a nuestros hermanos todo lo que tenga que ver con romper la armonía con la naturaleza, como la contaminación o la deforestación. Y entonces fui entendiendo la lógica. Y me fui dando cuenta del antagonismo. Incluso todos los elementos que enviciaban mi propia vida. Ponele, yo era repobre, sigo siendo repobre, pero yo vivía en la ciudad y tenía otro tipo de pobreza que hoy no tengo. Entonces yo me decía: “¿Cómo puedo ser coherente y al mismo tiempo vivir con dignidad, no andar mendigando recursos para sostenerme?”. Y un día viene un lounko, que es la autoridad política y espiritual de nuestro pueblo, y me dice “cuando un mapuche tiene conocimiento nunca puede ser pobre”. Me acuerdo que me sentí insultada, me dije “éste me está acusando de que soy una ignorante, que no sé nada de mi pueblo”. Pero su frase cobró sentido cuando recuperé tierras. Cuando empecé a sembrar la tierra, a ver que se podían recolectar hongos y venderlos, que se podía diversificar la actividad económica. Que de hecho lo estamos haciendo: desde la recuperación de todas las artes mapuches, hasta turismo indígena. Este año instrumentamos el turismo indígena, un acercamiento a la cosmovisión mapuche y al compromiso combativo de la lucha por la diversidad.
–¿Y qué clase de turistas llegan? ¿Viene gente del exterior?
–Es turismo argentino. Aparte perdería sentido: no hablamos inglés y la riqueza que tiene la convivencia con nosotros es la palabra. La que permite contarles sobre la cosmovisión mapuche. La mayoría es gente de Buenos Aires, que viene buscando algo muy especial. Tenés que tener muchas ganas de ir, porque imaginate que llegás a Esquel y tenés que hacer todavía 100 kilómetros de camino sinuoso, de ripio. Aunque vale la pena porque el lugar es realmente un paraíso. Entonces se encuentran con nosotros, salimos a caminar, nos metemos en el bosque, hablamos sobre cosmovisión, les explicamos todo el tema de las cosmologías en el arte y finalmente se habla de la lucha, porque lo importante es que entiendan por qué peleamos, desde dónde. Ahora bien, lo interesante de esto es que generamos una actividad autosuficiente, porque el gobierno no nos permite acceder a ningún plan de desarrollo.
–¿Por qué?
–Porque el gobierno nos tiene catalogados como usurpadores. De hecho hay una causa en trámite y un pedido de desalojo en la Fiscalía del Estado. Por eso, al no contar con el apoyo del Estado, generamos la creatividad necesaria para sustentarnos. Y como vimos que es posible ahora no queremos nada del Estado. Y vivimos. Vivimos humildemente, pero vivimos. Comemos todos los días, tenemos nuestras casas, tenemos nuestra tierra, nuestra forma de entretenimiento, nuestra forma de crecimiento incluso intelectual. Con pautas distintas, desde luego, a las de la sociedad de consumo. Vas descubriendo cuáles son las verdaderas prioridades.
–¿Cuántas hectáreas tiene la tierra que recuperaron?
–Ciento cincuenta.
–Y cuál es el cultivo fundamental?
–Es diversificado. Nosotros hacemos un fuerte cuestionamiento de los modelos de economía impuestos. La economía del ganado, por ejemplo, ¿por qué nos desalojaban a nosotros? Porque tenían un proyecto de país sustentado en el ganado. Y lo primero que hacían era quemarte la siembra.
–¿Cuántos viven en su comunidad?
–Somos poquitos: cinco familias. No da para más la tierra.
–¿Qué población mapuche hay en Chubut?
–Hay 65 comunidades. Desde comunidades que son cinco familias, como nosotros, a comunidades de cien familias. El porcentaje poblacional en Chubut es altísimo, por lo menos un 70 u 80 por ciento es mapuche en Chubut. O sea que para el gobierno hablar de este tema no es una pavada.
–Tampoco lo es el tema de la mina de oro por el que vienen dando una larga lucha...
–El tema de la mina... La mina iba a tener su epicentro a cuatro kilómetros de la ciudad de Esquel, pero con una superficie de prospección minera amplísima que afecta a todo el paralelo 42. Y... bueno, eso a nosotros nos hace bolsa, nuestra comunidad se llama Pilial Mauica, que significa “Montaña sagrada”. Y resulta que ahí hay oro. Y para poder explotar el oro tienen que dinamitar la montaña. O sea que ahí ya no hay diálogo posible, porque qué vas a discutir. Cuando nosotros empezamos con el tema, el 11 de octubre del año pasado, cortamos la ruta por el “No remate de la Patagonia”. Hablábamos sobre la concesión de masa boscosa a compañías extranjeras, las ventas de grandes superficies de tierra. Están quedando cercados todos los lagos, todos los ríos. Todos les pertenecen a gringos, todos. Y vos decís, ¿es casual, lo compran porque el paisaje es bonito? Cuando nosotros cortamos la ruta no hubo adhesión de toda la gente, porque no entendía. Pero nos fuimos reuniendo...
–¿Hay un movimiento que reúna a las distintas comunidades?
–Sí. Yo estoy dentro de una suerte de coordinación de comunidades que se llama Puelche Williche, con la que se conectan Lago Rosario, una comunidad de 100 familias; Sierra Colorada, que son unas 40 familias; Cerro Centinela, que son 30 familias, y Pillan Mahuiza, que es la nuestra y somos 5 familias. Estas son las comunidades, entre comillas, más combativas. Pero después están todas las comunidades de la meseta que también están dando su lucha. Nosotros empezamos a trabajar el tema de la mina y hubo como un antes y un después de aquel 11 de octubre. La gente empezó a tomar fuerza, empezaron a recibir información sobre la mina; en eso trabajó muy bien el Movimiento Ciudadano, que reúne a distintas fuerzas sociales y políticas. Los vecinos de Esquel se empezaron a organizar y crearon la Asamblea por el “No a la Mina”. Generamos una articulación que acá no se puede dar. Allá sí, allá nos sentamos todos, de todos los colores, de todas las culturas, de todas las razas y dijimos a esto hay que darle un corte definitivo.
–¿Teniendo como objetivo el no a la mina?
–Claro, éste fue el elemento que nos unificó. Al principio la discusión de los compañeros pasaba por no al cianuro. Después nos dimos cuenta de que si no usan cianuro van a usar mercurio, ¿y?, ¿cuál es la diferencia? Entonces empezamos a ver que en realidad no es no al cianuro, sino no a la mina. Porque para separar el oro de la piedra sin dañar la calidad del oro, se necesita una sustancia tóxica que les permita desprenderlo. Aparte porque ellos quieren hacer en el menor tiempo posible la mayor cantidad de extracción. Si no tendríamos que hablar de pala y pico como antiguamente se hacía. Además, los dueños de la mina se llevarán el 97 por ciento y sólo le dejan el 3 por ciento al Estado argentino. Aunque después averiguamos y no queda nada porque el 2 por ciento se los da el Estadoargentino para el estímulo a la exportación, y hay un 2 por ciento más por usar un puerto patagónico. Total, que pagamos para que se lleven el oro.
–¿De quién es la mina?
–La empresa se llama Meridian Gold y es canadiense. Algunos decían ¿por qué los capitales deben ser canadienses y no capitales privados argentinos? Y nosotros les decíamos: cuál es la diferencia entre Macri y los canadienses. Otros proponían que la mina se estatizara. Nosotros siempre dijimos que no queremos discutir cómo se la lleva adelante; simplemente decimos no a la mina. No nos importa si la dinamita la pone el Estado argentino o la pone un yanqui. Lo que nos importa es que no se dinamite la montaña. Que no vengan a contaminarnos, que no vengan a romper nuestra armonía con la naturaleza.
–Pero la lucha de ustedes es por este caso puntual o contra la minería en general?
–La postura de los mapuches es contra la minería en general. Entonces, si nosotros con nuestra argumentación ponemos en jaque a estos gringos que quieren instalar la mina no solamente está en peligro la inversión de la Meridian Gold en Chubut, está en peligro el proyecto minero en Argentina; este proyecto minero impulsado por el FMI que exige entregar todos los recursos auríferos y minerales a costa de cualquier cosa.
–Pero... ¿no hay una forma racional de explotar los recursos mineros?
–Nosotros hemos averiguado y dicen que no hay. Mirá, es un tema complejo. En alguna oportunidad generamos un espacio de discusión que se llamó “Desarrollo desde la Identidad”. Y allí dijimos: “éste es el planteo filosófico de nuestro pueblo, desde ahí tenemos que determinar el camino de desarrollo y progreso”. El cuestionamiento de la palabra “desarrollo”. Vos que has estado en México seguramente lo conocés a Gustavo Esteva.
–Claro.
–Cuando nos conocimos quedamos así, porque los dos expresamos de diferente manera la misma idea. El me decía: “esa palabra, desarrollo, la tenemos que eliminar del vocabulario porque es impuesta”. Y hablábamos de este tema: para nosotros la minería no es la alternativa para Argentina, por lo menos no en esa zona. En abril pasado nosotros viajamos a Buenos Aires porque queríamos hacer entender que no se puede dirimir este conflicto dentro del contexto exclusivamente provincial; había que nacionalizarlo. En cualquier caso, el tema minero es una demostración más –entre otras– de que la Patagonia está siendo subastada. Y que esta subasta no obedece solamente a una cuestión de negocios sino a un proyecto político de secesión de todo el territorio patagónico. Para algunos el proyecto de secesión de la Patagonia ya estaba presente desde los tiempos de la independencia nacional. Este es un tema que nos está costando mucho instalar. Pero no solamente en la población común, incluso entre ciertos intelectuales de izquierda que no lo terminan de ver. Pero lo que uno observa cotidianamente es que esto se va consolidando. Ese es el motivo por el cual nos movilizamos en abril, aunque la campaña va a seguir todo el año. Vamos a estar trabajando, haciendo talleres, espacios de participación, para instalar el tema del remate de la Patagonia. Creemos que tiene que trascender fuera del país, que debemos reflexionar sobre cómo van instrumentando nuevas metodologías, Porque es terrible como ellos van sofisticando sus formas de avance, de usurpación, de saqueo. Aunque la disfracen bien bonito. Por eso nuestra lucha no es sectorial sino nacional. Y supone, también, la esperanza de construir una nueva sociedad para todos.

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