EL PAíS › LO QUE DEJó LA PROTESTA OPOSITORA DE LA SEMANA PASADA

Discursos y silencios del 18-A

¿Una marcha sin banderas?

Opinión

Por Mara Brawer *

“Acá no hay banderas políticas, acá se manifiesta el pueblo”, decía esa noche un manifestante a las cámaras del canal TN. Pero ante esa definición: ¿quién es el pueblo? ¿Quiénes son los que marchan para denunciar al Gobierno? ¿Quiénes son los que se juntan para decir basta?

No lo sabemos, no se identifican. Y no sólo no se identifican sino que se vanaglorian en el anonimato. Lo reivindican. Dicen que como son “nadie”, son todos. Se autodenominan “la gente”. Con consignas huecas y sin banderas políticas, son “la gente”.

Es un planteo muy similar al que recientemente apareciera en los operativos de ayuda a los damnificados por las inundaciones. La crítica a la portación de identidad colectiva, partidaria, en las pecheras de miles de militantes trabajando solidariamente.

Surge entonces ante estos dos hechos políticos la pregunta: ¿por qué es más digno manifestarse o colaborar desde el anonimato que hacerlo desde un lugar identificado, como una agrupación política, una corriente religiosa, un colectivo barrial o desde donde cada uno elija hacerlo? ¿O es que acaso se enaltece el objetivo buscado si cada uno deja de lado sus convicciones, valores, deseos, intereses y pertenencias?

Salgamos de la ingenuidad/trampa que homologa el anonimato con el altruismo y el desinterés personal. En estas convocatorias el anonimato es una figura que arrasa y anula las múltiples identidades colectivas en función de una supuesta unidad. De allí que necesariamente las consignas requieran ser vacías, huecas. ¿Cuál es la comunidad de ideas que convoca a marchar? ¿Dónde está la unidad de concepción sobre un camino que nos indique hacia dónde vamos y por qué? ¿Desde qué lugar ideológico se cuestiona al Gobierno? No hay respuestas. Hay silencio. Y se cubre ese vacío con slogans marketineros que priorizan el público masivo por sobre el colectivo de ciudadanos.

Tanto esta marcha como el debate sobre las pecheras parecen fotos en sepia, imágenes fuera de época. Porque fue la década de los ‘90, con su atmósfera de posmodernidad, la que se basó en el relativismo como signo de tolerancia, en tanto se destrozaba a una sociedad y a su Estado, dejándola librada a los avatares del mercado. Fue sin banderas como supuestamente se borró la política. Pero la no política es política, instrumento de un salvaje neoliberalismo.

Hoy, en cambio, la política está primero. La reconocemos como transformadora de la realidad, la reivindicamos como proceso y como identidad. Por eso portamos pecheras, por eso llevamos banderas y las levantamos. Y por eso también nos encolumnamos en la solidaridad con pecheras y no en la beneficencia anónima.

Lo maravilloso de una sociedad no es el anonimato, sino las múltiples identidades que conviven en ella. No hay por qué ocultarse. Mostremos quiénes somos, la diversidad es una riqueza, la hemos ganado y hoy, a treinta años de la recuperación de la democracia, debemos seguir defendiéndola.

* Diputada nacional (FpV).


Cacerolazo modelo 2013

Opinión

Por Norma Giarracca *

En este 18-A recorrimos distintos lugares de la ciudad de Buenos Aires y registramos las provincias a partir de materiales de terceros. Habíamos estado entrevistando el 13 de septiembre y luego tomamos el 8 de noviembre de 2012 con entrevistas y una pequeña encuesta y logramos analizarlo en muchas de sus aristas. El interrogante que proponemos aquí es cuáles son las particularidades de estas marchas otoñales. Empecemos por las semejanzas, que son muchas.

Las imágenes de las grandes mareas humanas por las calles de Buenos Aires, la composición social estimada y los rangos de edades no diferían demasiado de las anteriores ni en la ciudad ni en Ramos Mejía (provincia de Buenos Aires) o en Tucumán. En la manifestación del jueves pasado observamos muchos jóvenes con uniforme de colegios privados, grupos de jóvenes amigas y mucha gente mayor. Había menos exasperación, menos violencia verbal y todos se prestaron cordialmente a las preguntas que solemos hacerles en estas circunstancias. Había mejor predisposición aún cuando pequeños grupos repitieron las agresiones a periodistas y hubo una situación de violencia en el Congreso.

Las condiciones de contorno fueron casi las mismas, los llamados desde los blogs, Facebook, diarios nacionales (Clarín y La Nación); grupos como El Cipayo, Movimiento de Argentinos Indignados, Yo soy antik, Argentina ContraK, etc., Luciano Bugallo y ahora Patricia Bullrich, sin tapujos, adjudicándose la coordinación.

Nuevamente, las organizaciones que luchan y resisten por cosas mucho más concretas e importantes no asistieron; las asambleas territoriales volvieron a enunciar “Estas no son nuestras broncas”, mientras un importante grupo de organizaciones de base urbana y rural enunció “No te vi cacerolear por mí” (ver Página/12, 19 de abril) y muchos otros grupos muy críticos de muchas políticas del Gobierno se manifestaron en el mismo sentido en las redes sociales.

Las diferencias en este modelo 2013 fueron pocas pero significativas para la política institucional: encontramos en la ciudad de Buenos Aires mayor concentración de los votantes, en las presidenciales de 2011, de Elisa Carrió y de Hermes Binner (combinado con Macri en la ciudad) que la que había aparecido en el 8N. Casi desaparecieron las demandas económicas, muy presentes en septiembre (“cepo al dólar”), mermadas pero aún con importancia en noviembre (“inflación”). Pero sin duda la particularidad de esta protesta en todo el país fue la convocatoria del arco político de la oposición en el nivel nacional.

Esta presencia de los políticos hizo explícito el origen de las principales demandas ya que son las que ellos, y los periodistas que los invitan día a día, expresan en todos los programas de televisión o en cuanto micrófono se les ponga delante. En esta ocasión, además, se sumaron varias consignas o imágenes en los modos discursivos del periodista Jorge Lanata (“Kristina, Lanata te manda un beso”, o la caricaturas de los gobernantes y el dinero).

El interrogante que estas presencias disparan es cómo puede compatibilizarse esta “política de calles”, aparentemente inorgánica, esporádica, que fluye (hasta en un sentido literal) sin discursos, con la lógica de las instituciones partidarias. La marcha con los “caceroleros”, por supuesto, desató tensiones. Si bien los aplaudieron, no todos antes y durante la marcha estuvieron conformes con esa presencia de los políticos opositores, que acaparaba cámaras y micrófonos, y trataban de “despegarse” unos de otros. El radical Nito Artaza, quien apoyó los reclamos pero no participó de la manifestación, planteó muy claramente esta tensión: “Yo pertenezco a un partido de poder, que puede disputarle al Gobierno las discusiones en las urnas”. El senador, cacerolero en 2002, tiene clara la diferencia entre la política de calles y la política institucional. No se confundió.

Como en el 8N, las demandas de tipo “institucional” fueron las más escuchadas y llama la atención el fuerte y sentido reclamo por recuperar/tener/construir/que no nos roben “la república”. Pareciera que este difuso concepto lo enfrentan a las democracias “populistas” que incluirían también al “chavismo”, a la Bolivia de Evo Morales y otros gobiernos latinoamericanos. (Llamó la atención un grupo de venezolanos contrarios a su gobierno en la marcha.) No obstante, enunciaban también demandas concretas como corrupción, debates serios en el Congreso (sobre todo el de reforma de la Justicia), inseguridad, concentración de poder, etcétera.

Un último interrogante que podemos formular es si este descontento se traducirá en votos a quienes los acompañaron en la calle y facilitaron las consignas. No podríamos afirmarlo ya que los entrevistados respondían fluidamente hasta la pregunta acerca de su posible voto legislativo de octubre, allí había un silencio y gestos de “qué se yo”. Es decir, la promesa de la imaginada “república” impoluta, o posicionarse en las calles periódicamente con esta franja de la población, no garantizaría per se la conducta electoral de los “caceroleros” que, como todo fenómeno esporádico y heterogéneo, constituye un “nosotros” bastante precario, sin orientación partidaria o tal vez insatisfecho con todos.

* Socióloga, Instituto Gino Germani (UBA).

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Imagen: Pablo Piovano
 
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