EL PAíS › EL TESTIMONIO DE MARTíN GALLI, UNA DE LAS VíCTIMAS DE LA REPRESIóN DE DICIEMBRE DE 2001

“Nunca imaginé que querrían matarme”

Galli declaró en el juicio a los policías responsables de la represión, en la que recibió un disparo en la cabeza. En esta entrevista cuenta cómo reconstruyó su vida. “Tiene que haber justicia por la gente que murió ahí, no puede ser de otra manera”, dice.

 Por Ailín Bullentini

Corría algún mes de 2005. Martín Galli había hecho suya su nueva vida, aquella que empezó tres días después del 20 de diciembre de 2001, cuando se despertó en la cama de un hospital con una bala de plomo alojada en su cabeza. Ya había construido una nueva pareja, conseguido un nuevo trabajo, tenido su primer hijo. Pero no recordaba lo que le había ocurrido aquella tarde de crisis generalizada sobre la 9 de Julio, hasta que encontró en No habrá más pena ni olvido, de Osvaldo Soriano, la punta del ovillo de su memoria: “El libro cuenta en un momento la convalecencia de un hombre en una camilla de chapa, cuenta que el hombre estaba en cueros sobre esa cama. Me vino una sensación tremenda, me vi a mí mismo esperando en el hospital”. La vida nueva de Galli lleva 13 años, cuatro meses y un puñado de días, de los cuales el miércoles pasado fue uno de esos inolvidables: fue el primer sobreviviente de la represión en declarar frente al Tribunal Oral en lo Criminal Federal número 6 que lleva a cabo el juicio contra un grupo de policías, entre los que figuran los que supuestamente le dispararon: Orlando Oliverio, Carlos López, Eugenio Figueroa y Roberto Juárez; los ex jefes de la fuerza que comandaron el operativo, Rubén Santos, Raúl Andreozzi y Norberto Gaudiero, y el único funcionario del gobierno de la Alianza que llegó al debate, Enrique Mathov, acusado de ordenar el ataque.

–¿Cómo define la llegada del juicio, después de más de una década de los hechos?

–Es sin duda el momento más esperado de todo este proceso tan duro, después de tantos años de espera y, para mí, de lucha por reconstruir mi vida. Siento que ahora se viene nuestra parte en la historia, ahora nos toca a las víctimas. Lo difícil fue declarar. Ese día sentí una mezcla de ansiedad, de angustia previa y, una vez sentado frente a todos, nunca me sentí más hostigado. Fueron tres horas durante las que los abogados de los policías se la pasaron desacreditándome y acusándome a mí, cuando ellos fueron los que pegaron, los que dispararon. El abogado Loiácono (Virgilio, ex secretario de Legal y Técnica del gobierno de Fernando de la Rúa, luego de haber sido sobreseído en la causa asumió la defensa de Santos) me preguntaba en dónde militaba, por qué había ido a la plaza, como si hubiera tenido la culpa yo de haber sido baleado. Fue muy duro. Pero la cuestión avanza, el juicio sigue.

–¿En qué consistieron esas desacreditaciones?

–Comparaban todo el tiempo lo que yo decía ahí con lo que había dicho hace 10 años, cuando recién había salido del hospital, me trataron de mentiroso, pero lo que yo pude decir el miércoles tiene que ver con un proceso de reconstrucción de lo que ocurrió en mi cabeza, que me llevó muchos años, mucho trabajo. En 2002 yo declaré en un pasillo de Comodoro Py; estaba en silla de ruedas, rodeado de los abogados de los policías, hacía un mes que me habían pegado un balazo en la cabeza. Estaba confundido y con todo lo que me había pasado en carne viva. Pude recordar muchas cosas en estos más de diez años.

–¿Pensabas en el día del juicio?

–A mí el balazo me cambió la vida. Me dejó epiléptico, por lo que tomo medicación de por vida. Un día tenía un trabajo, estudiaba, tenía una novia y de repente me encontré en una cama por meses, sin trabajo, sin estudios, sin siquiera poder leer o pensar, prácticamente. Me costó bastante superar esa situación. Hice terapia para tratar de acomodar algunas cuestiones y aprender a convivir con este cambio y, a la par, tuve el gran patrocinio de Rodolfo Yanzón, mi abogado, de todo mi entorno y de mucha gente que pasó por lo mismo. Pero mi recuperación no tuvo que ver específicamente con el juicio: yo quería estar bien y lo cierto es que lo básico de lo que yo pude contar a los jueces ya lo mostraban las filmaciones. En las imágenes se ven los autos, se los ve llegar hasta donde estábamos nosotros, parar y rajar a toda velocidad. Que me vuelvan loco con qué dije antes y qué recuerdo ahora apunta a confundir al tribunal, al que por suerte veo firme en la búsqueda de justicia.

Aquel 20 de diciembre de 2001, Martín llegó a la zona de Plaza de Mayo a eso de las 14, con dos amigos. No pudo llegar a la plaza, así que se quedó en los alrededores del Obelisco “con mucha gente que estaba ahí manifestándose”. Para las 16.30, 17, estaban agotados de los gases lacrimógenos, así que empezaron a caminar hacia el sur. Pararon en algún lugar de la 9 de Julio entre Sarmiento y Perón, y ahí se quedaron un rato. Descansaban. Tomaban agua. Charlaban. “Tipo 19, 19.30, vinieron estos tres vehículos del lado de Constitución, se pusieron en abanico delante nuestro, a unos 40 metros. Unos tipos bajaron de los autos y empezaron a tirar indiscriminadamente. Fueron tres segundos”, contó a Página/12 casi como lo escucharon los jueces José Martínez Sobrino, Javier Anzoátegui y Rodrigo Giménez Uriburu. Cayó herido de un balazo en la cabeza. Se despertó a los tres días en el hospital y durante muchos años sólo recordó “fotos” de lo que le ocurrió. “Según me contó la terapeuta, tuve un shock con el que me autodefendí de todo aquello y lo bloqueé. Ahora, después de mucho trabajo, recuerdo la película entera”, explicó.

–¿Cómo fueron esos años de recuperación?

–Fueron durísimos, pero estuve muy acompañado. Tuve el apoyo de mi familia y de mis amigos; un apoyo muy importante del Toba, que fue quien me salvó. Pero fue muy difícil. Porque yo tenía conciencia de lo que sucedía en este país, pero nunca me había imaginado que iban a querer matarme. También tuve que familiarizarme con la sensación extraña de estar vivo, a lo que siempre le buscaba una explicación. ¿Por qué yo sí y el resto no? Sentí culpa. Al lado mío murió Alberto Márquez con un tiro en el pecho. Después conocí a su esposa, Marta Pinedo. Nos juntamos a charlar y en estos años muchas veces estuvimos juntos, con el resto de los familiares de las víctimas y algunos sobrevivientes. Fui saliendo adelante con la ayuda de todos.

Por estos días, Martín es quien acompaña. Desde el jueves pasado no se despegó de la cama del hospital en la que estaba el Toba, quien finalmente falleció antenoche. Héctor “Toba” García fue quien vio caer a Martín y se quedó a su lado; lo ayudó cuando convulsionó, ahí nomás en la calle, y cuando tuvo un paro; lo defendió de los ataques policiales que siguieron y lo acompañó al hospital. No se separaron más. “Lo que al principio fue una figura paternal se convirtió en un hermano”, lo definió Martín.

–¿Qué espera ahora del juicio?

–Que vayan presos todos: los policías que dispararon, Santos y Mathov, que dieron las órdenes. De la Rúa, luego de que la Corte lo mande a juicio. Incluso Loiácono, que debería también ser juzgado. Yo salí vivo, tuve dos hijos, tengo una mujer, avancé bastante. Pero ellos tienen que ir presos por la gente que murió ahí: tiene que haber justicia para ellos, no puede ser de otra manera.

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“Siento que ahora se viene nuestra parte en la historia, ahora nos toca a las víctimas.”
Imagen: Télam
 
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