EL PAíS › OPINIóN

De París a Boudou, sin escalas

 Por Eduardo Aliverti

La citación a indagatoria del vicepresidente de la Nación, que para algunos medios es y será tema casi excluyente, obliga a un delicado equilibrio analítico. Por empezar y salvo que se crea en las casualidades permanentes, las circunstancias que rodean al asunto son, por lo menos, curiosas.

De acuerdo con las seis carillas que insumió su resolución, el juez Ariel Lijo considera que Amado Boudou y José María Núñez Carmona estarían involucrados en la “maniobra” de adquirir Ciccone Calcográfica mientras el vice era ministro de Economía. Según el magistrado, tuvieron la intención de apropiarse de una empresa monopólica para contratar con el Estado nacional la impresión de billetes y documentación oficial. El fallo de Lijo es contundente, como se supone que debe ser cualquier llamado a indagatoria, y eso debe quedar al margen de las suspicacias sobre el momento que su señoría eligió para proceder. Defender a Boudou a capa y espada mientras se sustancia el caso no resiste. Es tan inadecuado como sellarle de antemano el rótulo de culpable. Y tan veraz como eso es el hecho de que, en efecto, el vice es objeto de linchamiento mediático hace ya tiempo, lo cual no lo hace ni más ni menos responsable de aquello que lo compromete en la Justicia. Los interrogantes reiterados son legítimos. ¿Por qué a Mauricio Macri jamás se lo menciona como procesado, que es su situación por el episodio del espionaje telefónico? ¿Por qué la oposición no exige juicio político para el alcalde porteño, o bien que renuncie o tome licencia? La lógica que puede seguirse vale –debería valer– para unos y otros. Si se otorga credibilidad a cuanta versión y conjeturas esparcieron los medios opositores en el affaire que complica a Boudou, también cabría alimentar todas las sospechas que envuelven la decisión de indagarlo. Sin ir más lejos, que el juez tomó la medida cuando arreciaban los indicios de que podían desplazarlo de la causa. ¿Eran síntomas firmes o fueron operaciones para que acelerara su disposición? ¿Por qué se lo cita para cuando haya concluido el Mundial, que según afirman en Tribunales es el momento esperado, en el fuero federal, a fin de despertar causas contra funcionarios varios? ¿Hay ganas de revancha en lo que se denomina “corporación judicial”, tras que el Gobierno fracasara en su intento de meterle mano? ¿Algunos jueces huelen el dichoso “fin de ciclo” y se preparan para reacomodarse? Como en tantas oportunidades, nadie podría estar seguro de las respuestas, pero sí de que son (algunas de) las preguntas. Y mientras tanto, en la oposición se vive la fiesta de que la citación al vice haya caído, justo, a las horas del acuerdo con el Club de París.

Ese ámbito es precisamente eso, un club, no un instituto oficial, donde se nuclean países acreedores y deudores. La deuda de Argentina con las naciones prestamistas se originó, en gran medida, durante la última dictadura militar. El Estado argentino renegoció varias veces, pero al haber el default de 2001 y el cese de pagos de la deuda externa, dispuesto por Adolfo El Breve, comenzaron a multiplicarse los intereses junto con la revaluación de las monedas internacionales. Para fines de abril último, la deuda llegó a 9700 millones de dólares y era una de las infecciones que faltaba atacar. Desde un punto de vista técnicamente elemental, no invasivo de aspectos en los que puedan detenerse los colegas especializados en economía o transacciones financieras internacionales, el arreglo es conveniente para Argentina. Se cancela la deuda en un plazo de apenas cinco años, a una tasa de interés que del doce por ciento exigido por los acreedores bajó a un porcentual de tres. Pero lo más significativo es que la fórmula acordada habilita pagos mayores, dentro de lo estipulado, sólo en el caso de que haya inversiones extranjeras directas. De lo contrario, Argentina se reserva posponer vencimientos hasta por dos años. Lo neurálgico, de todos modos, es que se haya llegado a este arreglo sin intervención del FMI. Según reconocieron representantes del propio club, es una de las pocas veces, si no la única, en que negocian sin el Fondo Monetario de por medio, porque la otra fue con Indonesia tras el tsunami de 2004. Bien lo tituló Alfredo Zaiat en su columna del viernes en este diario (“La ñata contra el vidrio”). El FMI mira de afuera. No pudo imponer condiciones. “No es una cuestión menor en un mundo donde las finanzas globales van dictando en materia económica a los gobiernos. Para grupos conservadores puede parecer un tema menor defender la soberanía de la política económica, pues consideran que Argentina debe tener una integración pasiva a la economía global. Esta implica resignar el desarrollo industrial para subordinarse a ser proveedor mundial de materias primas, receptar bienes industriales y someterse al casino financiero global como endeudador serial. Los hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica global volvieron a fallar.” Y tanto volvieron a fallar en sus operaciones y pronósticos que, hasta ahora y desde el jueves a la madrugada, cuando se anunció el acuerdo, no pudieron hacer otra cosa que balbucear comentarios desorientados. La sola excepción quizá haya sido una columna increíble publicada en el Panorama Empresarial de Clarín, según la cual el arreglo fue “fácil”, porque Kicillof aceptó todas las condiciones que le impusieron. El resto, de casi todo el conjunto de adversarios del Gobierno, terminó por admitir que el convenio es propicio para el país y que, como mucho, debería preguntarse por qué no se lo impulsó antes. Esto último es de una hipocresía estremecedora, porque en 2008, cuando Cristina quiso pagar en efectivo la deuda con los países acreedores, fueron éstos quienes lo rechazaron, debido a la catástrofe arrancada por la quiebra de Lehman Brothers. También fueron esos países los que exigían que el FMI controlara la propuesta. Es el gataflorismo consuetudinario de que cualquier medida amerita ser objetada porque, si es antes, resulta apresurada; si es en el momento justo, no conviene reconocerlo, y si es después, ya es tarde. Lo que ese resto no pudo desconocer es la favorabilidad del acuerdo. En algunos casos se objetó que el peludo le caerá al próximo gobierno, como si no se tratara exactamente de lo contrario: cualquier signo político gobernante desde 2015 hallaría prácticamente resuelto el frente financiero externo, siendo que el default de comienzos de siglo fue superado con la quita de deuda más grande de la historia financiera mundial, que la contraída con el FMI ya está saldada desde 2006 y que en la atinente al Club de París acaban de programarse sus pagos. Sólo falta saber, en cuanto a estructuración total de una deuda externa menor al diez por ciento del tamaño de la economía argentina, qué resolverán los tribunales neoyorquinos sobre la pretensión de unos fondos buitre. Como lo señala en forma insistente el diputado Carlos Heller, los Estados Unidos enfrentan un problema: si fallan a favor de la Argentina, estarían promoviendo el gesto de aceptar la rebeldía de un chico malo, pero si dictaminan en contra provocarán la idea de que negociar y acordar no tiene mayor sentido, aunque el 93 por ciento de los acreedores aceptaron la quita que les impuso Kirchner. Está en danza que el pequeño puede animársele al grandote patotero, con ciertas o considerables perspectivas de éxito, aun dentro de los marcos del sistema capitalista.

Desde Mauricio Macri hasta Sergio Massa, pasando por Ernesto Sanz y Ricardo Alfonsín, entre otros, señalaron que el arreglo es beneficioso para los intereses nacionales. Y hasta podría decirse que la noticia terminó favoreciéndolos, porque relegó que el presidente ruso convocó a Cristina a la cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los países emergentes, la cuarta parte del Producto Bruto mundial), que será en Fortaleza, al norte brasileño, en julio próximo, justamente el día en que deba declarar Boudou. Entre eso y el acuerdo con los acreedores en París, el trazado de una Argentina aislada del mundo, repudiada, imprevisible, acaba por ser un chiste. Por supuesto, que figuras y figurillas de la derecha, partidaria o mediática, deban reconocer un avance del Gobierno por obra de lo que se firmó en París, llama a la sospecha desde un pensamiento de izquierda. Es ahí donde cabe detenerse en cuál es la sustancia de esa izquierda presunta, mientras sea cuestión de juzgar el ejercicio de poder realmente existente y no el que se cultiva desde posiciones acomodaticias, cínicas, educadas en la comodidad del comentarismo. Se oponen a este acuerdo la flamante diputada izquierdista Elisa Carrió, quien, ahora, llama a diferenciar entre la deuda externa legítima e ilegítima tras haber retrucado que Fauna no es una fuerza siquiera de centro-izquierda, sino un amplio abanico que incluye a liberales y conservadores. Se opone el senador nacional Fernando Solanas, socio político de Carrió y de quien, empero, viene diferenciándose por izquierda a raíz de los coqueteos explícitos de la diputada con el macrismo. Y coinciden con ellos agrupaciones y partidos del trotskismo neoliberal (hallazgo descriptivo de Federico Bernal, bioquímico y biotecnólogo de la UBA, quien suele despuntar el vicio de refutar a los mentores del catastrofismo permanente). A tales sectores cabe reconocer el haber sostenido, siempre, que corresponde posponer todo hasta tanto se hagan cargo del gobierno los soviets sublevados.

De esa mescolanza de aceptaciones a regañadientes y críticas destempladas; de festejos por una causa judicial, y de la rareza de que haya sido impulsada en el momento justo, vuelve a surgir con cuáles herramientas y dirección se decide en qué lado pararse.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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