EL PAíS › OPINION

La pelota dobla, las campanas también

Un vistazo sobre la celebración. El Mundial, entre la globalización y la identidad. Versiones sobre el Himno. Tradiciones y memorias, con nuevas herramientas. El Estado y los poderes sin fronteras. El espacio democrático, las políticas públicas. Y algo sobre Brasil.

 Por Mario Wainfeld

“En un cierto sentido la vida humana gira alrededor de la fiesta, se mueve en pos de la celebración. Nos esforzamos de sol a sol por lograr aquello que le dé alimento y sentido a la vida y que, por ende, merezca ser celebrado gozosamente en compañía de nuestra gente querida. (...) Luchamos constantemente por tener razones, tiempo, espacio y otros recursos para celebrar la vida sin miedo ni culpa.”

Mapas para la fiesta.
Otto A. Maduro

“Solo los fundamentalistas querrían, como la dictadura militar argentina durante la guerra de Malvinas –que prohibió a los Beatles porque consideraba que escuchar música británica era una posición bélica–, hacer coincidir las fronteras de la cultura con las de la identidad.”

Los límites de la cultura.
Alejandro Grimson

Se espera que cien mil argentinos hayan llegado a Río de Janeiro para pasar allí la final del Mundial de Fútbol. La expresión “pasar allí” es deliberada: serán contadísimos los que entren al Maracaná y lo saben. No van por la reventa de entradas, a precios siderales. Van para participar o como quiera neologizarse. Llegan en todo tipo de transportes, desde autos de alta gama hasta bondis de línea o charterizados. Acampan en la playa o donde pueden. Corean cantitos bastante ingeniosos, por encima del promedio internacional. El ya clásico “Brasil, decime qué se siente” lleva música de Creedence. El tema “foráneo” ya se usaba para acompasar consignas políticas nacionales y populares, dato que estas líneas no quieren inflar ni extrapolar.

Termina la fiesta cuatrienal, que fue demarcada por el de-sempeño de la Selección, la llegada a la final, la proximidad geográfica, la rivalidad deportiva con Brasil.

En cada pueblo o ciudad de Argentina se repitieron hábitos, ritos, modos culturales. Hubo oficinistas que hicieron una vaquita para comprar una tele, que luego se sorteará entre ellos. Se armaron encuentros familiares o amicales. La comida forma parte del encuentro, es también una tradición. Otro tanto rige para las cábalas admitidas aún por personas formadas e incrédulas. Con los años, todos recordarán esas jornadas, entreveradas con otras más o menos parecidas, gozosas o bajoneantes. Los relatos familiares evocan dónde se vio o escuchó cada partido en la vida corta o larga de cada cual.

Los cambios incorporan rutinas no transitadas antes. Las redes sociales intervienen: el furor de “los chistes sobre Mascherano” es el ejemplo consabido. Los apotegmas, las hipérboles, los memes circulan a velocidad notable, un ingenio colectivo se pone a prueba. Resignifica las viejas prácticas, chistes sobre gallegos o sobre elefantes. Los hinchas se toman un poco en solfa a sus ídolos contingentes mientras los enaltecen. La creatividad colectiva es divertida, tan efímera cuan memorable como el mate, la picada o el asado.

Hay un modo de hinchar propio de los argentinos. Para eso no hay campeonatos ni rankings: no es mejor ni peor que otros. Ni es ajeno a influencias culturales ni a flujos mediáticos. Es peculiar y con eso alcanza. A muchos de nosotros (la primera del plural se usa adrede, como excepción) nos gusta porque a veces es grato mirarse al espejo con autoestima.

Nadie ignora –en una sociedad demandante, bastante incrédula y jacobina– que los momentos de diversión y fiesta son un intervalo de pocas horas en pocas semanas. Igual son sabios el disfrute y la pasión, consabidamente provisorios.

La hipótesis de una sociedad eternamente caracúlica e indignada recibe un llamado de atención, un mensaje. Tal vez, solo tal vez, “la política” (toda “la política” incluye al oficialismo y no solo el conjunto opositor) debería reparar en ese punto.

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Oíd mortales: El Himno Nacional también es peculiar aunque no único. Es una canción que tiene una apertura musical larga, no una marcha breve y “toda arriba” como, por ejemplo, “La Marsellesa”. Las reglas de tiempo y estilo de la televisación resuelven abreviarlo. Los hinchas decidieron transformar el comienzo musical en coral, ya lo habían hecho para acompañar a Los Pumas. Cantan, entonces, con euforia y pertenencia cumpliendo el objetivo primero de la canción patria. La letra completa se seguirá enseñando en las escuelas y cantando en actos públicos. No hay traición, entiende entre tantos el cronista, sino una adaptación a los tiempos. Otro tanto puede decirse de las versiones que ensayaron tantos músicos y cantantes, con mayor o menor fortuna.

Los brasileños, acotemos, se rebelaron a su modo, completando la parte cantada que el ceremonial de FIFA recortó en su caso.

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El estado de lo global: La FIFA es un organismo internacional arquetípico. Maneja fortunas, atosiga de condicionalidades a los países que la integran, controla al mango las transmisiones y la plata, censura a Diego Maradona porque opina distinto. Arma un torneo carísimo y, todo lo indica, participa en el curro de la reventa. La formidable transmisión televisiva, como todas, edita y editorializa.

De cualquier modo, los jugadores-protagonistas meten su baza y reformulan el mensaje. Javier Mascherano aleccionando a Sergio Romero, David Luiz confortando y enalteciendo al pibe James Rodríguez, el mismo brasileño orando y llorando después de la catástrofe deportiva ante Alemania.

Para interpretar esos fenómenos masivos seguramente la mejor guía es la expresión y el libro Culturas híbridas de Néstor García Canclini. También las enseñanzas de quienes creen o creyeron (como el venerable maestro Oscar Landi) en la capacidad del público de resignificar los mensajes. La gente de a pie no es omnipotente pero tampoco pavota o pasiva, son más que unidimensionales. Por eso siguen las emisiones, en buena medida adoptan sus lecturas más evidentes pero las tiñen con sus paladares y memorias.

Se embanderan porque tienen una patria chica y lo bien que hacen. El sociólogo Zygmunt Bauman en un reciente reportaje publicado en el diario Clarín critica a los gobiernos nacionales porque: “Proponen soluciones locales a problemas globales. No se puede pensar con esta lógica. Es preciso desarrollar soluciones que renieguen de las fronteras territoriales del mismo modo que lo han hecho los bancos, los mercados, el capital de inversiones, el conocimiento, el terrorismo, el mercado de armas, el narcotráfico”. Es cierto que esos poderes, casi todos nefastos y arrasadores, saltean las fronteras nacionales. El cuestionamiento a los estados merece, empero, ser revisado o complejizado. El historiador Eric Hobsbawm traduce mejor las tensiones y límites. Los gobiernos coexisten con fuerzas que, cuanto menos, ejercen el mismo impacto que ellos en la vida cotidiana y escapan a su control. Sin embargo, no pueden claudicar ante esas fuerzas. Ni pueden aducirlo. Ni deben, aún a sabiendas de las correlaciones de fuerzas.

Tras la caída del Muro de Berlín, desde el centro del mundo se fabuló el fin de la historia y de ciertos modos de agrupamientos y luchas. No fue así, para nada. No tocó a su fin la era de los imperios, sí la de los equilibrios y controles. Una sola potencia hegemoniza el poder en todo el globo terráqueo, como jamás en la historia universal.

Los estados nacionales con sus fronteras porosas, tantas veces atravesadas, son uno de los pocos vallados a los flagelos de la globalización.

Las identidades se reformulan a nivel planetario, la democracia representativa (con sus límites y bemoles) solo se ejercita a nivel nacional. En una aldea global en la que (se supone) coexisten dialécticamente mercados y democracia, los pueblos eligen sus representantes solo a nivel estatal. Hay atisbos supranacionales, por caso en la Unión Europea, pero son menores en su dimensión y capacidad de intervenir.

“La gente”, “el pueblo”, los “ciudadanos” (usted elige y no tiene por qué ceñirse a una sola variable) pronuncian sus veredictos dentro del estado nacional. Esa es su residencia, antes que su contingente y mudable domicilio. Tiene su lógica que se embanderen, lo hacen (entre otros motivos parciales o festivos) en defensa de sus derechos e intereses.

En un reciente e interesante artículo (“Existen tres clases de inflación y tenemos las tres”) el economista Julio Olivera señala algo que es notorio pero no siempre atendido. Enseña que “la provisión de los bienes públicos continúa siendo responsabilidad de los estados nacionales individualmente considerados. Esta limitación de la economía global no constituye meramente un dato histórico. Aun en el plano de la teoría y de los conceptos abstractos, la existencia misma del Estado, tienen por fundamento racional la provisión de bienes públicos. Ha de recordarse que la noción moderna de bienes públicos comprende no solamente los bienes públicos materiales (los bienes que integran el ‘dominio público’) sino los bienes públicos inmateriales o intangibles, como la educación, la salud, la Justicia y la seguridad”.

Es una gran virtud señalar lo patente y oculto a la vez. El oxímoron es solo aparente: uno de los mayores escollos para el saber humano es no reconocer lo que se tiene delante de las narices.

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La vida continúa: El Mundial “roba cámara” ya irá cediendo. De cualquier modo, la pulseada con los fondos buitre y la causa Ciccone siguen al rojo vivo. En estas semanas con pausas, se cerraron casi todas las paritarias sin cesar la puja distributiva ni poner fin a los conflictos. Las visitas de los gobernantes de Rusia y China no repican en las tertulias de café lo que no les resta importancia. Vendrán las vacaciones de invierno y tras ellas, por ahora, se anuncia algún paro de docentes.

La sociedad argentina, baqueana en eso de tomar la calle, dedicó una fracción de su energía colectiva a hacerlo en tono de festejo. También hubo protestas, con salvaje represión que debe ser investigada y sancionada, tanto judicial como políticamente.

Los argentinos que quisieron (muchos, jamás todos) supieron sacarle el jugo a la fiesta mundialista.

Por razones obvias en lo deportivo y temático no se aborda en esta nota el mensaje de los jugadores y del técnico. Tienen su miga pero se redondearán con el terrible partido de hoy en el que, quizá como nunca antes, vamos de punto.

El antropólogo Grimson, aludido en una de las citas iniciales, escribió bien en un artículo reciente. “Mejor jugar en equipo y unirnos en cada grito de gol. Pero no mezclemos eso con nuestros otros debates y conflictos. Los problemas solo empañan la ilusión si ésta pretendiera negarlos. El juego es un juego, el más intenso, el más importante, el más trascendente. Dejamos ahí el aliento, la voz, los abrazos, las lágrimas. Pero nadie muere por un Mundial. Y no por eso el fútbol deja de ser vida.”

La previa, desde el miércoles, fue confortante. El cronista llegó a desear que durara un poco más el buen humor palpable en “la calle”. Pero la brevedad es inherente a la fiesta en sentido estricto.

Construir una sociedad más igualitaria y un Estado más fortalecido es un desafío superior a un Mundial. Un modo necesario de acercar a las mayorías populares a una vida cotidiana más acogedora. Esa búsqueda, que cifra nuestro sistema político actual, no cesa. Saber aprovechar colectivamente los recreos no la frena. Más bien al contrario, supone el autor de estas líneas.

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Imagen: Leandro Tysseire
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