EL PAíS › LAS ELECCIONES CONSOLIDARON EL PODER DEL GOBIERNO, ENTRE OTROS

Cómo avanzar en forma transversal

La victoria da derechos, piensa Kirchner. El objetivo de transversalidad y el mapa real de provincias e intendencias. El segundo y el tercer partido, sendos problemas, por no hablar del primero. Capital, territorio kirchnerista, propicio para otra ofensiva. Otras avanzadas en carpeta en la Rosada. La política social, a la espera de cambios.

 Por Mario Wainfeld

El maratón electoral seguirá durante meses pero la parte del león, incluida la definición de los cuatro distritos más grandes, está cumplida. El mapa exacto se conocerá a fin de noviembre, pero son inamovibles los trazos esenciales de cómo estará distribuido el poder político durante los próximos años (en dos hay elecciones legislativas, los ejecutivos provinciales y comunales durarán cuatro, tanto como Néstor Kirchner) en Argentina. El nuevo diagrama de poder muestra dos datos esenciales, en buena medida contradictorios, cuya dialéctica será inexorable y determinante.
- El primero es el crecimiento del poder y del proyecto presidencial.
- El segundo es la persistencia de viejas estructuras y partidos que por ahora acompañan, de un modo u otro, a Kirchner pero que tienen con él, con su política, un conflicto latente, quizás inconciliable.
Empecemos por el principio. El voto popular y el liderazgo de Kirchner han obrado una sinergia inesperada y gratificante. Espigando con inteligencia dentro de opciones acotadas, la sociedad descartó en las urnas a lo peor a nivel nacional y en los dos distritos más importantes (Carlos Menem, Ricardo López Murphy, Mauricio Macri, Aldo Rico, Luis Patti) optando por lo “mejor posible” si se quiere ser optimista o por el “mal menor” si se busca ser descarnado. Como fuera, aun tabulando que lo horrible se alzó con carradas de votos, lo ligado a la década del 90 y a la dictadura cosechó más rechazos que adhesiones. La gente hizo lo suyo, lo que pudo, en pro de la recuperación de la política.
El gobierno nacional, ambientado en ese clima y potenciándolo (de eso se tratan los liderazgos populares) emprendió una acelerada puja por la recuperación de lo público, del Estado, de la palabra política, de banderas nacionales, populares y humanistas que habían sido archivadas por cobardes o conversos de fuerzas sedicentes nacionales, populares y humanistas.
El resultado es a la par auspicioso y sorpresivo: el prestigio presidencial orbita muy alto, el poder público ha crecido, el Estado ya no es algo que produce náuseas. Las acciones decididas contra los poderes fácticos no son utopías de café sino prácticas oficiales que, para sorpresa de tantos pragmáticos o vendidos, acumulan consensos altísimos.
En la Casa Rosada se percibe un clima distinto, mejor, y aunque las personas del común no conocen sus comidillas y sus trastiendas, sí da la sensación de percatarse de lo esencial.
Clima estable
Si se recorren otros palacios de gobierno, el cambio no es tan patente, a veces literalmente no existe. Las elecciones de gobernador registran una aplastante tendencia a convalidar los respectivos oficialismos: catorce
provincias eligieron gobernador en 2003, en trece ganó el partido que ya estaba. Nadie puede sospechar que esos mandatarios mayoritariamente reflejan una nueva forma de hacer política.
La dominación peronista es aplastante. Por ahora solo la esquivan la Capital y cuatro provincias radicales, Tierra del Fuego, Catamarca, Río Negro y Chaco. Los boinas blancas tienen módicas chances de conservar Chubut y ganar Corrientes. Y van derechito a perder las gobernaciones en Mendoza y Entre Ríos.
El Movimiento Popular Neuquino seguramente revalidará su títulos. Todo, todo lo demás será peronismo.
La maltrecha UCR, rémora del pasado, es el segundo partido del país. Tendrá cuatro o cinco gobernaciones, ostenta centenares de intendencias, un toco de senadores desacreditados, aderezados con aceite de Olivos, atornillados a sus bancas. También el mayor bloque de diputados, detrás de la mayoría justicialista.
Con unos pocos diputados menos que la UCR, el duhaldismo es un partido en sí mismo. Un bloque de casi 40 legisladores, disciplinados y de perfil alto, será una referencia ineludible en los años por venir. Eduardo Duhalde bancó las críticas a su lista de los fueros que es también la lista con la que premió acompañamiento en momentos difíciles. “El Negro garpó. Los dejó a la Negra Camaño y a Ruckauf, contra viento y marea”, explica un avezado dirigente peronista, sin disimular el tono elogioso. “Garpar” en su jerga y sus códigos implica reconocer en la buena a quien estuvo en la mala. El que garpa promueve lealtades, adhesiones futuras. Parafraseando un viejo dicho, garpar –según los ojos de la cruel cultura pejotista– no es gasto, es inversión.
Con estos bueyes –mañosos, potentes, lentos, aferrados al pasado– tendrá que arar Kirchner. La transversalidad que preconiza el patagónico solo tiene ancla en suelo porteño. El resto del país repite añejas pertenencias, varias encalladas desde 1983. Extrapolar el –ciertamente importante– resultado capitalino sería un enorme error. Los partidos tradicionales están en crisis –quién lo duda–, han azotado con malos gobiernos por veinte años al país, pero conservan envidiables cuotas de poder. Kirchner sería un pésimo político –y no lo es– si dejara de percibir algo tan ostensible. Cierto es que el Presidente no ahuyenta a eventuales aliados con dichos o cánticos de la liturgia peronista, pero es también real que ha concedido a sus compañeros de partido. Por lo pronto, ha archivado la expresión “pejotismo” con la que hace menos de un año descalificaba sus prácticas y alineamientos. Amén de eso hizo campaña con varios compañeros impresentables, antitransversales por donde se los mire. Carlos Rovira, Gildo Insfrán, el PJ santafesino, el bonaerense nada tienen que ver con la prédica y los contenidos con los que el Presidente construye “hacia afuera”. Y allí están, a su lado. El jueves pasado Kirchner fue recibido en triunfo por la mayoría de los intendentes peronistas del Gran Buenos Aires cuya relación con los nuevos aires es mucho menos intensa y perdurable que la que los enlaza con las redes de financiamiento espurio de la política.
Con el peronismo, con el duhaldismo, con el radicalismo, con estos gobernadores y estos legisladores deberá convivir Kirchner. Una correlación de fuerzas compleja que no debe considerarse totalmente estática porque, como todo, depende de la acción futura de los actores. Kirchner supo acrecentar su poder y, barrenando en la ola de su prestigio, viene imponiendo el rumbo a esos peculiares compañeros de ruta. Sujeto ala ordalía de una revalidación permanente de títulos, podrá seguir mandando mientras cuente con el consenso social. El peronismo idolatra el éxito y puede subordinarle remilgos ideológicos o metodológicos. Pero es impiadoso e indisciplinado con el que pierde. Así serán las cosas por años.
La relación con Eduardo Duhalde es el disco rígido del actual esquema de poder, aquel que permite a Kirchner traccionar al PJ con predicamento logrado cuestionando al país que el PJ nos legó. La alianza entre los dirigentes más poderosos de Argentina es consistente, pero contiene en su interior una bomba de tiempo cuyo detonador no tiene horario definido. El núcleo de la potencial explosión no es la transversalidad (que el bonaerense puede aceptar como un mal menor) sino la regeneración que promueve Kirchner, que en algún lugar del horizonte choca con el duhaldismo realmente existente.
Estos días alumbraron acaso la primera zancadilla de Duhalde a Kirchner en meses, tal su oferta de “cederle” el liderazgo del PJ, un regalo que tiene toda la pinta de ser un caballo de Troya. El Presidente no da la impresión de ser proclive a aceptar ese presente griego, pero todavía no está dicha la última palabra.
El foco
“Acá está el principal territorio de Kirchner, el foco revolucionario.” El funcionario muestra con un ademán la Plaza de Mayo, San Telmo, la City, pero alude, claro, a la Capital. El funcionario es setentista y (como a varios de sus colegas) le encanta matizar su verba con vocablos propios de otras épocas y otras épicas. Pero, salteando detalles, su observación es irrefutable. Jugó fuerte el Presidente en la Capital. Ganó y entonces...
...”Hay que avanzar”, propone el hombre del Presidente, entralazando los dedos de ambas manos como para formar una pseudo muralla que efectivamente arremete desplazándose horizontal sobre su escritorio. “Hay que pedir pronto la renuncia de los mariscales de la derrota. Y si resisten, la intervención del PJ.” Se refiere al PJ porteño que jugó también fuerte a manos de Mauricio Macri. Miguel Angel Toma y su ballet están en la mira. Peronistas son los hombres del Presidente y su concepción de poder es inequívoca: perdiste, fuiste.
El Gobierno tuvo su internilla referida al apoyo a Aníbal Ibarra. Alberto Fernández fue el adalid de la jugada. Lo acompañaron entre otros Enrique “Pepe” Albistur y Daniel Filmus. Pero varios miembros del gabinete, incluidos patagónicos de la mesa chica, temían arriesgar el prestigio presidencial. El resultado de la primera vuelta reavivó la polémica y varios miembros del Gobierno sugirieron “preservar a Kirchner” de un traspié. El resultado final acrecienta la figura del jefe de Gabinete, que ahora tiene una fascinante apuesta a placé en el mejor territorio del kirchnerismo.
Kirchner, en verdad, jamás dudó. Su ligazón política con Ibarra es previa a las elecciones. Allegados muy cercanos a ambos explican que, ya antes de la segunda vuelta electoral nacional, habían concertado pactos importantes. Ibarra hizo público su apoyo a Kirchner para el ballottage, Kirchner acordó entonces con él que si, como era un hecho, ganaba se llevaría a Daniel Filmus a Nación.
No todas son flores entre el jefe de Gobierno y el Presidente. Sus entornos tributan a culturas políticas distintas y se sacaron chispas en la tensión de la campaña de una elección pareja. No es cosa menuda compartir decisiones entre peronistas y “progres”, pero al fin prevaleció el objetivo común. Les cabe ahora, en proporciones bien disímiles cuyo reparto algo dará que hablar, el desafío de gobernar en forma distinta a los partidos tradicionales, adquiriendo su aptitud para perpetuarse en el voto de los vecinos.
Alguien va a haber
La derrota de Macri dio pábulo a epitafios algo prematuros. Cierto es que un candidato emblemático sufrió una caída plena de contenido y de simbolismo. Pero es claro que el sector que representó no deja de existir por un resultado electoral. La propia coalición que rodeó al heredero de don Franco revela que fuerzas arraigadas en el pasado saben dónde reciclarse y jugarse a fondo. Las agrupaciones del grossismo, las huestes de Enrique “Coti” Nosiglia, dinosaurios como Santiago de Estrada o Borocotó tornaban risible el alarde de novedad que proclamaba el presidente de Boca. Puede añadirse que el candidato era de madera, muy bien trabajada, eso sí, por un entorno político creativo y por especialistas en imagen y en discurso. Tan buenos eran que el hombre no osó levantar la vista del papel que le habían escrito ni siquiera al momento crucial de reconocer la derrota.
Pero si los aliados eran inmostrables y el candidato era flojo, cabe valorar doblemente la carrada de votos que lo acompañaron. Revelan que hay un sector ansioso de representación capaz de subirse a cualquier bondi y de tallar la madera más arisca. Macri podrá seguir o no en política, depende de su temple y su capacidad de trabajo, pero la derecha peronista seguirá en pos de un representante para confrontar con el proyecto político presidencial. Por ahora, huido Carlos Menem, desleído Ricardo López Murphy, anonadado Macri no hacen pie. Pero porfiarán. Y el voto, tanto en Capital como en lo nacional, demostró que conservan su potencial de daño. Perdieron, pero “ahí”. Seguirán porfiando porque defienden intereses concretos, cerriles. La primera reacción de los portavoces mediáticos de la derecha, el diario La Nación y periódicos de negocios de la Capital tiene su interés. El lunes posterior al comicio coincidieron en elogiar y alabar la figura del gobernador bonaerense Felipe Solá, como un posible contrapeso al –a su ver– izquierdismo de Kirchner y al populismo de Duhalde. Esa coincidencia difícilmente sea casual y vino a coincidir con la gestualidad del gobernador quien lució (mucho) más fastidiado por el éxito de Ibarra que alegre por el propio.
La chinche de Solá puede ser contingente, pero es reveladora de un estado de ánimo dentro del PJ. El bonaerense es un justicialista de una nueva generación, con una imagen renovada y presentable que puede interpelar a no peronistas, a un target bastante más amplio que la base fiel al peronismo bonaerense. Así y todo, el juego transversal lo incordia. Qué no pensarán Manolo Quindimil o Insfrán.
Avanzar, avanzar
El Presidente eligió un estilo de confrontación para sustentar su poder. Opta siempre por ser el más duro dentro de su propio equipo, como lo demostró en las tratativas con el FMI y en estos días en el debate sobre la inmunidad de las tropas norteamericanas en el que su intervención dejó algo desairado a Rafael Bielsa. Si así actuó desde los albores de su mandato, qué no hará ahora, fortalecido por su trepada de imagen, el acuerdo con el FMI y los resultados electorales. La etapa que se terminó de cerrar el domingo habilita avanzar en pos de otras batallas sin desguarnecer las ya trabadas.
Las privatizadas sentirán los primeros embates, desamparadas del aval del guapo de la esquina, el FMI. La concesión del Correo y la de Aguas Argentinas están en la cuerda floja. Eduardo Moliné O’Connor entra en cuenta regresiva y su sucesor(a) ya está in pectore del Presidente, quien no suelta prenda.
Un territorio minado por el menemismo que la avanzada K aún no ha explorado es el de los medios de difusión. Se trata de un poder construidoa base de irregularidades, concesiones capciosas o ilegales, que sucesivos gobiernos han tolerado por una mezcla –en surtidas proporciones– de connivencia y temor. Todo remite a un par de nombres y en especial al del banquero Raúl Moneta, un privilegiado que funciona como intocable.
En algunas oficinas de Gobierno hay estudios avanzados respecto de medios concesionados que no cumplen las reglas legales y que se dedican a operar políticamente. El canal 2, por caso, tiene su concesión vencida. El canal 9 está concursado comercialmente, algo expresamente vedado a los concesionarias. Radio 10 emite al triple de potencia permitida por las leyes respectivas, asegura un especialista en la materia consultado por el primer nivel de la Rosada. Tal vez haya novedades al respecto aunque, ya se sabe, el qué, el cómo y el cuándo siempre quedan sujetos a decisión presidencial.
Otra política
El Presupuesto 2004, tal como se adelantó en esta columna, ha privilegiado las áreas de contención social, obras públicas y ciencia y técnica. En lo que hace a las políticas sociales, despejado el enigma del acuerdo con el FMI, el Gobierno debería cumplir algo que promete e intenta pero que aún no ha plasmado: superar el esquema de emergencia armado por el duhaldismo. Ese esquema, que tiene como viga maestra el plan Jefas y Jefes de Hogar, está plagado de irregularidades y muy ligado a su estilo político asistencial. Competerá a la cartera social hacerse cargo del Plan, que cumplió funciones útiles durante la crisis filo terminal de 2002, pero que a esta altura es insuficiente, flojamente gerenciado y con nichos de corrupción. También deberá encarar el gobierno un New Deal con los movimientos de desocupados que han establecido una red de relaciones informales muy porosas con el peronismo bonaerense pero que no son un gran modelo de cara al futuro para garantizar cabales mejoras a los desocupados.
Un nuevo Congreso, con la task force del duhaldismo ahí, seguramente forzará a la Casa Rosada a buscar algo de lo que ha carecido, un interlocutor oficial con los dirigentes parlamentarios, en especial con los compañeros. Centralizador y radial como pocos políticos, Kirchner ha evitado delegar esa función con un resultado poco apetecible y poco funcional a futuro: no la ejerce él, no la ejerce nadie. Tal vez esos cambios de función incidan en eventuales cambios de gabinete que no tienen por qué ser urgentes ni ineludibles. Al fin y al cabo, el Gobierno sigue ocupando el centro de la escena y, más que cambiar, lo suyo es avanzar.

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