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Desde siempre

Recuerdos de otros 24 de marzo. Los primeros pasos y los veteranos. Los niños, los HIJOS, los jueces.

 Por Victoria Ginzberg

Hay una primera vez para todo. Pero también hay cosas que parecen ocurrir desde siempre, como marchar el 24 de marzo. Muchos de los que están en la Plaza no pueden establecer la fecha de su bautismo, los marzos se mezclan con los diciembres de Resistencia, la movilización contra el indulto, la vigilia por el alzamiento de Semana Santa. El 24 de marzo de 1996 es un quiebre y un hito por todos (los que están en edad) recordado. La conmemoración de los 20 años del golpe marcó el inicio de la masividad de la convocatoria, que se consolidó luego en los últimos años.

Lila Pastoriza camina por Avenida de Mayo. Sobrevivió a la ESMA y escapó a México. Es la mujer de Eduardo Jozami, director del Centro Cultural Haroldo Conti: “La del ’96 no fue la primera, pero fue la que te encontrabas con todo el mundo. Antes de eso recuerdo, por ejemplo, un homenaje a Rodolfo Walsh en el Centro Cultural San Martín. Pero en el ’96 la gente se abrazaba porque hasta te reencontrabas con gente que creías que estaba desaparecida. Fue la primera vez que muchos se animaron a ir”.

1996 fue también el año de la irrupción de HIJOS en la Plaza. Paula Maroni y Verónica Castelli, históricas de esa agrupación, señalan ese día como su primera vez. “Había ido antes a la puerta de la ESMA y a otros actos, pero un 24 de marzo... creo que fue ése”, repasa Paula rápidamente mientras la espera un movilero para que salga en vivo por una radio. Para Verónica la imagen es más nítida. El tío con el que creció era policía. No la dejaba participar de marchas o actividades parecidas. Pero en el ’96 fue. Marchó con HIJOS o cerca de ellos, pero sin atreverse a contar que sus padres estaban desaparecidos también. Poco después ya era parte de la agrupación. Ahora está detrás de la bandera que dice “Defendemos las victorias, vamos por más democracia”. La llevan los hijos de los HIJOS, entre ellos, el suyo, Santiago, de nueve años, remera de Star Wars. El no está muy pendiente de su madre; más bien le interesa ir a repartir volantes. Pero accede a hablar con este diario. Dice que viene a la Plaza desde que tiene menos de un año. “Me gusta venir porque me encuentro a mis amigos. ¿Qué tiene hoy de diferente que las otras veces? Bueno... antes no había buitres”. Y mira hacia arriba, donde uno de esos pájaros y un juez de gomaespuma acompañan la movilización.


Para Justicia Legítima es la tercera vez. Antes, sus integrantes también iban a la Plaza, pero no como jueces, fiscales y defensores que buscaban cambiar la forma anquilosada de administrar justicia. Y los jueces son ahora protagonistas, desde carteles y pancartas que no son justamente un homenaje. Los recientes fallos que beneficiaron a los empresarios Vicente Massot y Carlos Pedro Blaquier contribuyeron para que los manifestantes se acuerden con poco cariño del Poder Judicial. La jueza María Laura Garrigós de Rébori, presidenta de Justicia Legítima, se hace cargo. “Creemos que la política de derechos humanos es y debe ser política judicial. Si bien el Poder Judicial ha logrado avanzar notablemente en el esclarecimiento y castigo de los crímenes de lesa humanidad, aún queda mucha tarea pendiente. Falta esclarecer y juzgar a los que financiaron y se enriquecieron con el golpe. Porque no se puede sostener que el golpe haya sido sólo de unos militares con ansia de poder. La dictadura favoreció a los dueños del poder real, quienes aún mantienen esa situación de poder. Esa tarea está pendiente. Y además hay que tener presente que no es posible afianzar un golpe de Estado sin la aquiescencia del Poder Judicial”. La acompañan, entre otros, Alejandro Slokar, juez de la Cámara Federal de Casación; la defensora oficial Fernanda López Puleio; Alicia Ruiz, integrante del Superior Tribunal de la Ciudad, y Jorge Auat, titular de la Procuraduría de Crímenes de Lesa Humanidad. También ex combatientes de Malvinas, a quienes la Corte Suprema les cerró la posibilidad de investigar las torturas que recibieron por parte de sus superiores y de reconocerlos así, judicialmente, como víctimas del terrorismo de Estado.

También está Raúl Zaffaroni en su regreso a las marchas luego de dejar su cargo en la Corte Suprema de Justicia.


Es la primera vez del drone que filma la bandera con las caras de los desaparecidos desde la altura mientras los manifestantes lo saludan con los dedos en ve. Cerca de allí el actor Leonardo Sbaraglia avanza acompañado de algunos amigos, su mujer y su hija. O trata de avanzar, entre pedido de selfie y pedido de selfie. Dice que la primera marcha a la que fue debe haber sido en los primeros ochentas, con su familia, pero recuerda como importante una posterior a la filmación de La Noche de los Lápices, donde interpretaba a Daniel Racero, uno de los estudiantes desaparecidos: “Es importante venir por uno, por los que nos precedieron y, fundamentalmente, por los más jóvenes. Para militar por la humanidad y contra lo más atroz que ha producido la humanidad. Y para seguir luchando por los resabios de la dictadura que quedan en el país”.

El cineasta David Blaustein, Coco, también es veterano de marchas. Estuvo en la de 1984 y todas las que le siguieron. “En muchas éramos un grupo de setentistas y los familiares, durante el menemismo eran actos de resistencia. Ahora hay esto, esta mezcla de memoria y alegría, compromiso y festejo. Compromiso porque seguimos estando y festejo porque estamos vivos”, dice mientras mira la multitud a su alrededor. “Me mata la gente que está arriba del cordón, que no baja de la vereda –observa y sigue–. Esto es fuertísimo. Y me refiero a esta marcha y a la de la izquierda que viene después. Todos juntos somos invencibles, la pregunta es cómo hacés para gobernar con esto en contra.”


Las chicas son jóvenes. Muy. Son de la Federación de Estudiantes Secundarios. Gritan, como otros cuando ellas no habían nacido, “el que no salta es militar”. “¿Por primera vez? Pero no, venimos hace mucho”, responden ante el interrogante. “No, acá no vas a encontrar”, contesta otro grupo de adolescentes, esta vez, del Centro de Estudiantes de la escuela Julio Cortázar.

Ema, Olivia, Malena, Uma, Vera y Violeta marchan con sus padres. Tienen entre cuatro y nueve años. Pero ninguna está allí por primera vez. Vienen desde siempre. Tantas veces como años tienen. El 24 de marzo de 2007 fue la primera salida al aire libre de Ema, después de pasar 49 días en la incubadora porque nació prematura y con bajo peso. Cuatro años después, su hermana Olivia, aunque no estuvo en la neo, también salió a la calle por primera vez para ir a marchar el 24 de marzo.


Encuentro, finalmente, a tres que vienen por primera vez. Son Vicente, Camrín y Lolo, tienen cinco años y marchan en esa columna sin bandera donde se agrupan los compañeros de jardín de mi hija menor. En la sala de barriletes hay tres nietos de desaparecidos, llegados de distintos lugares y con diferentes historias. Pero no fue ninguno de ellos sino otra amiga, Lola, quien explicó al resto que “nooo, el feriado no es porque chocaron dos helicópteros”. Este año los chicos leyeron cuentos de Elsa Bornemann y se sorprendieron de que alguien los considerara peligrosos. Hablaron de cómo y dónde se pueden guardar los recuerdos. Ayer a la mañana el papá de Vicente le anunció que iban a la Plaza. “Claro, porque en el jardín, además de la risa, estamos estudiando la memoria.” “Sí –le dijo la mamá– vamos por la memoria y también por la risa, que de eso se trata.”

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La bandera de los HIJOS llevada por sus hijos.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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