EL PAíS › OPINIóN

Marcelo conducción

 Por Mario Wainfeld

El regreso de ShowMatch es siempre espectacular, súper producido hasta el alarde. El del lunes a la noche, además, fue precedido de tratativas y negociaciones que no saltan a la vista, aunque demarcaron el juego. Ochocientas personas en la pista se autoelogió Marcelo Tinelli porque, en ciertos ámbitos, la cantidad es también calidad. La presencia de los tres presidenciables llegó al final, todos acompañados por sus esposas. Ninguno cometió errores severos, nadie les puso una banana en el piso. Es verosímil que los candidatos y sus equipos de campaña se hayan ido conformes: como en tantos partidos de Copa, empatar puede equivaler a un triunfo y perder sería letal.

El gran triunfador de la noche fue Tinelli, quien cosechó decenas de halagos. El gobernador Daniel Scioli, el jefe de Gobierno Mauricio Macri y el diputado Sergio Massa se mostraron orgullosos de ser sus amigos y convalidaron sus aspiraciones a ser presidente de la AFA. “Mauricio” lo propuso como ejemplo de lo que deben ser los argentinos, el self made man que crece desde su infancia en Bolívar. Scioli evocó que se conocen desde hace más de treinta años. Marcelo correspondió, llamó “gran amigo” a Scioli y “mina de oro” a su compañera Karina Rabolini. No se quedó tan atrás con los otros presidenciables.

La première de ShowMatch no precisa ese elenco para trepar en el rating, lo trae puesto. Pero el capital simbólico del programa se eleva.

Las mediciones de Ibope están cuestionadas con buenos argumentos, como casi todo en el trucho universo mediático. De cualquier manera, sus guarismos condicionan las decisiones de las empresas que pagan publicidad, el imaginario de los competidores. Y, en cualquier caso, aunque hayan mediado exageraciones, hubo millones de espectadores prendidos a la tele durante casi dos horas y media.

La repercusión ulterior, las reacciones críticas de otros dirigentes políticos, ratifican el fenómeno. Tinelli ganó, fue un anfitrión generoso: comió y dejó comer.

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Conviene contener las tentaciones apocalípticas. Tinelli es un tipo con poder, cuenta con un haz de recursos. Es un comunicador afamado y exitoso, un empresario ídem. Es un sponsor deportivo y también dirigente de fútbol en ascenso. Plata no le faltará, relaciones menos, ya no es un pibe y lleva años de recorrido.

Si pudiera “hacer” un presidenciable con la plataforma de ShowMatch, ya lo sería él o tendría su elegido. Si pesca entre los que, con sus más y sus menos, construyeron una carrera, es porque la tele “instala”, embellece y tiene más capacidad de daño que de consagración. Es que, afortunadamente, la política existe. La tele es una plataforma potente, deseada, quién sabe sobrevalorada.

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El formato de las apariciones fue simétrico, imparcial en apariencia. Los invitados entraron, anunciados a gritos. Se abrazaron y besaron con el conductor, intercambiaron palmadas o caricias. Una jornada entre amigos, diría un distraído o tal vez un lector fino. Para ciertas vertientes del periodismo, el distanciamiento luce como virtud. En el info-entretenimiento el principio se invierte.

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Las primeras preguntas fueron para las mujeres, el itinerario fue casi idéntico. Los dirigentes no son románticos, según sus medias naranjas, pero sí afectuosos y muy buenos padres. Un calco de los relatos supuestamente confrontados.

Las reglas de estilo, no consensuadas pero sí compartidas por los competidores, incluyen sonreír todo el tiempo. Sólo correspondió ponerse serios para responder a la pregunta sobre cuándo se decidieron a volcarse a la política. En ese trance, sin ponerse ceñudos, hay que explicar cómo fue eso con cara de estadista en ciernes. “Mirá, Marcelo...”.

La buena onda es esencial, hay que reír ante las imitaciones: sobreactuar es preferible a quedarse corto.

Para la mirada del cronista (que tiene sus límites, ya se dirá más) nadie en la terna estuvo ingenioso o chispeante. Tal vez no lo sean o no se inspiraron o el guión propio no lo promovía.

La ecuanimidad del conductor admitió desvíos mínimos aunque sugestivos. Tinelli gastó con ironía al ex jefe de Gabinete Jorge Capitanich (que supuestamente le debe una por Fútbol de Primera) justo por haber dejado de serlo. En la remake de Forrest Gump uno de los chicos malos que le quieren robar al protagonista se llamó “Amado”.

En un programa sin tandas publicitarias (ya se compensará el faltante) se mecharon un par de “chivos” políticos. Publicidad no tradicional (PNT en jerga) a favor de Horacio Rodríguez Larreta, aludido un par de veces al acaso por Marcelo y mostrado por las cámaras mientras esperaba a Macri. Fueron licencias menores, quizás advertencias... la ecuanimidad marcó la regla.

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El cronista sabe, merced a las novelas de Henning Mankell, que en Suecia el tuteo es universal. En la Argentina ha crecido mucho, el “usted” retrocede sin dejar de existir. En algunos registros periodísticos (sobre todo por escrito) pervive la resistencia menguante al tuteo. En ShowMatch no sólo hay tuteo, sino ostentación de confianza.

Marcelo, se supone, comió en casa de todos, aun en la de Massa, a quien conoce desde hace menos tiempo. Pero le basta para dar fe de que es un buen asador, atento a los comensales y de que Malena (Galmarini) prepara excelentes ensaladas. Fue uno de los esquicios dedicados al machismo. El más chocante fue cuando Fredy Villarreal, bailando el tango pautado con Karina Rabolini, dejaba caer su “brazo ortopédico”, tomándose rústica confianza. Scioli rió de buena gana.

Tres que aspiran a lo mismo procuran potenciar sus diferencias, el relato confluyente exaltó similitudes. Son gentes parecidas, con un mismo estilo familiar, integran un núcleo que se re-conoce. No será el círculo rojo, pero sí un círculo restringido.

Nadie mentó al círculo rojo, todos fueron ahorrativos con los nombres propios. Al cronista se le pudo escapar media mención, pero traduce que ni siquiera la presidenta Cristina Fernández de Kirchner fue aludida.

Con diferencias de edad integran, como dice el periodista y ensayista Martín Rodríguez, una suerte de generación política, posnoventista. En versión propia, laxos en lo ideológico, afectos a los placeres de la vida, sin drama en mostrar gustos, hábitat y esparcimientos de clases elevadas. El vocablo “ideología” no inficionó los diálogos, tampoco se evocó la militancia en las autobiografías.

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Massa coló más bocadillos programáticos que sus adversarios. La inseguridad, hasta el número de drones necesarios para resolver el flagelo del narcotráfico. La violencia de género, cómo no, una frutilla progre.

Los dos opositores concordaron en que “todos” (lo que nos implica a quien lee esta nota y a quien la escribe) nos merecemos un país mejor. Nadie perderá nada de lo que tiene. Unos cuantos, parece, pondrán menos: ambos prometieron baja de impuestos.

Macri algo enunció, pero menos que el tigrense. Fue el más confiado en las dotes de showman y bailarín.

Scioli optó por ser más genérico. Aceptó de buen grado las chanzas sobre tópicos discursivos (el trabajo, el esfuerzo, etc.) y las apuntaló cuando hablaba “en serio”.

En el improbable ranking personal de este escriba, fue el que pensó el mejor acting televisivo. Tinelli los enfrentó a sus dobles-imitadores, desafió a las respectivas cónyuges a que discernieran cuál es el verdadero. El gobernador propuso una prueba práctica: hacerse el nudo de la corbata con una mano. El maneja esa destreza, que deriva a su accidente y al modo en que se rehízo, un puntal del autorretrato. Armó el moño con soltura, cerró un nudo redondo mientras el imitador hacía sapo. Era el único circunstante que lució corbata. En una de ésas el criterio genérico de los asesores de imagen (que suelen pensar de modo parecido allende sus banderías transitorias) era el “sport”, que Macri reforzó calzando zapatillas. Ponerse la corbata contemplaba un objetivo.

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Como predicaron grandes analistas de la comunicación de masas (desde Umberto Eco a Oscar Landi, por mencionar preferidos de quien esto escribe) la manipulación no es absoluta ni infalible. Como enseña la historia democrática argentina, sus candidatos y hasta sus “armados” son derrotables en las urnas.

Retrocedamos a la historia para enmarcar la crónica. Herminio Iglesias no fue el causante de la merecida derrota del peronismo en 1983. El ex presidente Fernando de la Rúa no fue defenestrado por artilugios de Tinelli. Sus espadas mediáticas acordaron una visita amigable, tan regulada como la del lunes. Pero un joven de H.I.J.O.S se coló en la transmisión en vivo. Interpeló al mandatario por los presos de La Tablada, que hacían huelga de hambre. La realidad no tiene derecho a irrumpir en el mágico mundo del circo: puede desbaratar lo tramado. De la Rúa quedó como un zoquete porque eso confirmaba su imagen previa. El ex presidente Carlos Menem (que en sus buenos tiempos supo pasar por la tele mejor que nadie) posiblemente habría superado el brete.

Quizá el diputado Francisco de Narváez le deba a ShowMatch una fracción de su batacazo electoral en 2009, pero éste se deja explicar también por otras variables políticas evidentes. El desempeño de Massa en 2013 confirma que no todo es “alica-alicate”.

No es simple para quien hace campaña desoír los cantos de sirena de la tevé masiva. El presidente Néstor Kirchner, en aquel entonces, optó por no ir al estudio como sus rivales. Pero dialogó telefónicamente con Tinelli, en tono un poco más confrontativo aunque sin dejar de lado el sesgo bromista y el buen trato.

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Siempre es pertinente sincerar “desde dónde” se habla. Este cronista no disfruta la oferta de Tinelli: rechaza su humor guarro, machista, la propuesta ética y estética. Eso lo diferencia de las mayorías que son platea. Si hubiera tenido franco el lunes y ganas de ver la tele, habría mirado las series norteamericanas Mad Men (pudo) y The Newsroom. No son programas elitistas, pero sí cultivados por un público minoritario.

Así que se declara incompetente para descifrar qué vio y tradujo el público usual. No integra ni la elite de amigos que departieron y comparten quinchos ni la multitud que los observó. Una pequeña anécdota puede servir de ilustración. Se dijeron bromas y chistes todo el tiempo, la primera carcajada de este espectador brotó a las dos horas de transmisión. Fue ante un chiste menor, no importa cuál. No caben dudas: el “carcajómetro” colectivo ha de registrar una marca mucho más generosa.

Las intervenciones están guionadas, lo que no las priva totalmente de sinceridad. Adrián Suar le avisó a Tinelli que el jueves de esta semana, por excepción, no saldrá al aire. Se sabía de antemano, fingieron conversarlo en ese momento. Suar explicó que se hacía para no competir con el Superclásico, que restaría rating. “Queremos cuidarte.” He ahí lo que se cuida y cultiva, exigir otra cosa es pedir peras al olmo. Hay valores relevantes en juego, la crítica es pertinente o necesaria... pero en la tele privada de masas caerá en saco roto. Quienes integran la cofradía que valora el discurso político deben fatigar otros ámbitos. No proliferan, pero eso no es culpa de Marcelo.

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