EL PAíS › OPINIóN

Unión Cívica

 Por Julio Maier *

Creo que así se llamaba el partido de Leandro Alem cuando pronunció esas dignas palabras: “Que se rompa pero que no se doble”. Luego Alfonsín, siguiendo el mismo camino, advirtió que acostumbrarse a perder elecciones era, sin embargo, el derrotero correcto y digno antes que convertirse en conservadores. Por supuesto, no conocí a Alem y conocí escasamente a Alfonsín, pero me animo a vaticinar que, si ambos vivieran ahora, terminarían por pronunciar las mismas frases y acto seguido vomitar ante los excrementos de su partido. Verdaderamente lo siento íntimamente, pues, aun cuando mi formación europea me cerró las puertas de estos partidos abiertos desde joven –antiguamente, pues hoy en día socialismo y conservadurismo son, a la manera de republicanos y demócratas de Norteamérica, más o menos lo mismo, consumidos por el capitalismo y las finanzas– en mi casa y por vía de mis padres y algunos amigos de ellos se respiraba radicalismo.

Como en el cambalache del tango inmortal de Discépolo la cosa se dio vuelta, porque hoy “da lo mismo ser derecho que traidor”, frase que, despejados los paréntesis, expresa precisamente lo contrario: “que se doble, pero que no se rompa”. Sin embargo, más tarde o más temprano, sobrevendrá el final del partido centenario, parte de nuestra nacionalidad. No puedo imaginar cómo los radicales pueden aliarse al conservadurismo y, peor aún, al conservadurismo de Macri –siempre para ellos, con razón, una mala palabra en épocas previas– por un puñado de poder provincial o parlamentario, resignarse a ser menos que segundones políticos de ellos y a defender y tolerar formas de gobierno abiertamente autoritarias. Ellos, los dirigentes actuales, van a tener que responder ante la ciudadanía, ante Alem, Illia, Alfonsín y los cordobeses, ante Amadeo Sabattini, por esta traición sin límites.

Seré sincero, aun siendo muy joven mi almita familiar me transformó en un curioso “contrera” del peronismo, al que le alababa ciertas batallas culturales –como su facilidad para pensar en los pobres y sumergidos, en los obreros–, pero le reprochaba métodos y formas de gobierno en abierta pugna con un Estado democrático, como la utilización política de la cárcel y la necesidad del exilio para políticos opositores –¿recuerdan a Alfredo Palacios exiliado en Uruguay?–, la intervención federal casi perpetua de mi provincia, las leyes penales antidemocráticas, ciertos manejos electorales turbios, la discriminación infantil por intermedio de la introducción de la religión católica en las escuelas estatales y no estatales, el asalto a la Universidad. No estoy arrepentido de ese modo de pensar. Sólo expresaré que hoy comprendo a los peronistas, pues reconozco lo imposible que habrá sido en aquella época defender a los que hoy siguen llamándose despectivamente “negros” –gentilicio que volví a escuchar en esta Nochebuena en boca de alguien idiota– y estimo que yo mismo hubiera reaccionado de esa manera de tener que escuchar mil veces por día la palabra “yegua” referida a mi esposa o a mi madre, las imputaciones de ladrones, cuando al frente tengo a un supermillonario inculto que nunca intentó –tan siquiera– trabajar, cuya familia nunca rindió cuentas acerca de cómo coleccionó esa cantidad de cosas y dineros y, más aún, se le conocieron negocios turbios que, en algún caso, evitaron la reacción penal mediante acuerdos con sus perseguidores, permitidos hoy en materia penal, pero extraños a las buenas costumbres.

No he sido funcionario del gobierno anterior. Más aún, hasta supongo que, en algún punto o en algún funcionario debe estar teñido por la corrupción, que parece inevitable en el seno del poder económico-político actual. Pero ello no me impide reconocer ninguno de los métodos antidemocráticos, por mí criticados históricamente, si hubieran sido utilizados por ese gobierno. No hubo presos políticos, no se utilizó a la policía ni a los militares como fuerzas de choque, se expandieron derechos y no hubo discriminación, hoy penada por ley, a pesar de no tener mayoría legislativa siempre acudió a pelear parlamentariamente las mayorías necesarias, hasta se bajó del pedestal del poder cuando no las obtuvo –ejemplos: las retenciones agrarias que planeó un ministro hoy del otro lado, traicionero, y el nombramiento de la actual Procuradora General de la Nación que reemplazó al Dr. Righi–, el reconocimiento a ciertos demócratas extrapartidarios.

Me apena el triste final del radicalismo y también del socialismo, a quienes tuve por compañeros en mis días de reformista universitario. He experimentado traiciones, pero como ésta antes sólo una.

* Profesor consulto de Derecho Penal y Derecho Procesal Penal (UBA).

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