EL PAíS › EL DESPLIEGUE DE SEGURIDAD DURANTE EL VIAJE DE OBAMA Y LA HISTORIA DE ATENTADOS EN SU PAíS

Bajo el control de los agentes de EE.UU.

La comitiva de Barack Obama incluyó a unas 800 personas más centenares de agentes secretos, que recibieron apoyo de unos 3 mil efectivos de fuerzas locales. La ciudad de Buenos Aires recibió al avión presidencial estadounidense, cazas, helicópteros y otros vehículos.

 Por Gustavo Veiga

Barack Obama pasó por una Buenos Aires blindada a la medida de su visita. Una ciudad que en determinados lugares quedó bajo la exclusiva tutela del servicio secreto de Estados Unidos. Su viaje de dos días a la Argentina ya es historia, pero no el costoso operativo de seguridad que produjo, ni los motivos que pudieran esgrimirse para justificar su tamaño descomunal. El despliegue para custodiar al presidente de EE.UU. tiene obvias razones de Estado, pero también es consecuencia de cuatro magnicidios y de varios atentados sufridos por ex mandatarios estadounidenses. Lo que no se conoce demasiado, es que todos los asesinatos sucedieron en territorio norteamericano y también la abrumadora mayoría de los ataques sufridos por sus ex mandatarios. El Cadillac DTS negro, la Bestia acorazada con puertas de 20 centímetros de grosor que transportó a Obama, jubiló hace más de treinta años al Lincoln descapotable en que mataron a John Fitzgerald Kennedy y que se usó por última vez durante el mandato de Jimmy Carter.

Un avión presidencial, el Air Force One, que cuesta 325 millones de dólares y cuya hora de vuelo (a precio de 2014) era de 206.337 dólares, otras naves de gran porte, cazas F116, helicópteros Black Hawk H60, la Bestia valuada en 1,5 millón de dólares y varios vehículos de apoyo, fueron los medios de transporte en que se movieron Obama y su comitiva cívico militar entre La Habana, Buenos Aires y Bariloche antes de regresar a Washington. Sólo faltó el Ground Force One, el autobús negro y blindado del presidente que costó 1,1 millones. Es la última joya de su escudería y no vino porque lo usa en sus viajes domésticos por Estados Unidos.

Buenos Aires escuchó el rugido de motores de esos aparatos voladores, vio acelerar en soledad al Cadillac presidencial por la Avenida Del Libertador, sufrió la interrupción del tránsito en distintos puntos del centro, la Boca, Palermo, Belgrano y Núñez, vio alterado su cronograma de viajes en subterráneo y los recorridos de colectivos durante casi 48 horas.

La gente se quejó, también se la aguantó y tuvo que hacer malabares para llegar a sus trabajos o simplemente a sus casas. Desde la cero hora del miércoles 23, la Policía Federal cortó las calles hasta cinco cuadras a la redonda de la embajada de Estados Unidos. Pedía el DNI para comprobar si un vecino vivía en ese radio y dejarlo ingresar.

La comitiva de Obama, estimada en unas 800 personas más centenares de agentes del servicio secreto que se les adelantaron varios días antes, estuvo rodeada por unos 3 mil efectivos de seguridad de varias fuerzas nacionales. La cuenta da casi cuatro uniformados argentinos por un funcionario de Estados Unidos. Demasiada custodia en una de las zonas más custodiadas de la ciudad: donde se levanta el Palacio Bosch, la residencia del embajador de Estados Unidos y la propia sede diplomática a una cuadra. En Bariloche, último destino de Obama en su visita, los medios estimaron que hubo mil efectivos locales.

La sofisticada y costosa seguridad de Obama es tributaria de un pasado de asesinatos y atentados contra presidentes que surcan la historia de EE.UU. desde 1835. Pasaron 181 años desde que Andrew Jackson, el séptimo jefe de Estado, fue el primero en ser atacado a balazos. Hace cinco, el 11 de noviembre de 2011, un joven hispano llamado Oscar Ortega Hernández, disparó contra la Casa Blanca con un objetivo: matar a Obama, a quien llamaba el anticristo. Lo condenaron a 25 años de prisión en 2014 y lejos estuvo de cumplir el magnicidio. El presidente no se encontraba en Washington ese día. Estos dos intentos frustrados de matar a un presidente son apenas un botón de muestra de historias semejantes ocurridas en EE.UU. El peligro casi siempre estuvo ahí y mucho menos en el exterior.

Los presidentes republicanos Abraham Lincoln en 1865, James Garfield en 1881 y William McKinley en 1901 fueron asesinados a balazos mientras cumplían sus mandatos. Al primero lo mató un actor partidario de la Confederación sudista apenas seis días después de que terminara la guerra civil. A Garfield lo ejecutó un abogado frustrado que quería ser cónsul y a McKinley, un anarquista. Pero el último y más famoso crimen de un presidente lo cometió el ex marine Lee Harvey Oswald contra el demócrata Kennedy en 1963. Los hechos ocurrieron en Washington –en los dos primeros casos–, Búfalo (estado de Nueva York) y Dallas (Texas).

Varios jefes de Estado sufrieron atentados a lo largo de tres siglos, aunque no hubo más muertes. El servicio secreto de EE.UU., que en principio había sido concebido para combatir la falsificación de moneda, tomó la custodia de los presidentes después del asesinato de McKinley, quien no gustaba rodearse de personal de seguridad. Los dos Roosevelt, Teodoro y Franklin Delano, Harry Truman, Gerald Ford, Ronald Reagan y, más cerca en el tiempo, Bill Clinton y el propio Obama, fueron atacados en distintas situaciones, pero siempre dentro de Estados Unidos.

A esta nómina hay que sumar al único presidente contra el que se atentó de manera probada en el exterior: George W. Bush. En mayo de 2005, en Tiflis, la capital de Georgia, un hombre arrojó una granada que no explotó. El jefe del Consejo de Seguridad georgiano, Guela Bejuachvili, informó que el proyectil había sido “encontrado a 50 metros” y que no estaba activado. El entonces portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan, suscribió esta versión: “La vida del presidente nunca estuvo en peligro”.

El servicio secreto de EE.UU. que colonizó varias calles porteñas durante la visita de Obama venía muy desprestigiado. Incidentes de los agentes en 17 países durante la gestión de Mark Sullivan, lo llevaron a renunciar en febrero de 2013. En octubre de 2014, su directora Julia Pierson también se alejó del cargo por críticas de la Cámara de Representantes. En los últimos años, un intruso ingresó a la Casa Blanca con un cuchillo, un joven con problemas mentales saltó una reja en el mismo lugar, varios integrantes del servicio protagonizaron un escándalo en Cartagena, Colombia, con prostitutas y hubo borracheras en Holanda.

Desde febrero de 2015 el nuevo jefe es Joseph Clancy. Un hombre que en el pasado también había servido a Clinton y George W. Bush. Hace un año reconoció que en el servicio secreto hay “elementos que enfrentan el estrés volcándose hacia el alcohol” y que causan “grandes daños”. Por ahora en Buenos Aires no se reportaron incidentes de ese tipo. Sus agentes solo tomaron por asalto algunas calles.

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El servicio secreto norteamericano viene recibiendo fuertes críticas en los Estados Unidos.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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