EL PAíS › ENTRE LOS DATOS DEL INDEC, EL PONTAGATE Y LAS MARCHAS PIQUETERAS

¿Qué vas a ser cuando crezcas?

Los datos oficiales y su lectura en Economía. Los límites del crecimiento actual y los escenarios que imagina Lavagna. Dos posturas dentro del Gobierno respecto del escándalo de las coimas, que remiten al gran dilema de Kirchner. Los actos del 19 y 20, las marchas piqueteras, la oratoria de D’Elía y algunos diálogos sobre héroes.

 Por Mario Wainfeld

En Economía se rezuma satisfacción. Los números no pueden ser mejores; la actividad crece, el desempleo merma, hasta los gurúes menemistas se resignan a aceptar que el año que viene continuará la reactivación. Las críticas por el desprolijo manejo de la presentación de los índices oficiales no hacen mella en Roberto Lavagna. El ministro de Economía es, como casi todos los políticos argentinos de primer nivel, un lector híper atento de los diarios, un recurrente crítico de la mayoría de las cosas que se escriben y un inquisidor impiadoso puesto a condenar posibles operaciones o imperdonables torpezas. Su celo registra muchas, posiblemente más de las que cabalmente existen. “Si los medios vendieran galletitas en vez de información, casi todos habrían quebrado”, susurra burlón a su gente sugiriendo que la mercadería en mal estado supera en mucho a la comestible, ni qué decir a la sabrosa.
Lavagna tiene varios puntos a favor. Los datos conocidos, parcialmente, en estos días son positivos, hay mejoras tangibles en empleo y actividad económica. Y le asiste razón cuando dice que las dos series de índices que miden la situación ocupacional (supuestamente conflictivas) emanan del mismo organismo, el Indec, cuyos datos siguen siendo confiables a los ojos de los conocedores.
Pero, aunque el ministro se enfade por el reproche, el manejo oficial de la emisión de la información fue taimado y vueltero, acaso sin necesidad. La postergación de la nueva serie es difícil de explicar en términos técnicos y se asemeja demasiado a esas operaciones, motorizadas por terceros, que levantan borrascas en Hipólito Yrigoyen y el Bajo. La confiabilidad se construye constantemente y funciona en un contexto histórico. Demasiados ministros de Economía han enturbiado la comprensión y hasta la difusión de los relevamientos del Indec como para que una jugadita dilatoria en sí misma, irrelevante, no sea vista con suspicacia por analistas, periodistas y –lo que es bastante más serio– por la gente del común.
La actividad, el PBI y el número de personas ocupadas han crecido pero, al unísono, como expresa el mismísimo Presidente, la Argentina sigue en el infierno. Millones de personas no tienen trabajo, muchas otras lo tienen de baja calidad y remuneración. Y hay un dato que el discurso oficial suele soslayar y la lectura lineal de los índices omitir, que es la enorme inequidad de la distribución de la riqueza, que lo es también de las oportunidades de mejorar la posición relativa. La Argentina es un país del Tercer Mundo no sólo por la cantidad de parados que tiene, también por el abismo que media entre quienes integran el primer decil de la pirámide de ingresos y los que están en los subsiguientes, ni qué hablar de los últimos.
El Gobierno prefirió conservar la regresiva estructura fiscal parida por el menemismo (retocada con las retenciones a las exportaciones) procurando combatir la evasión. Lo hizo en aras de la celeridad: pensaron que mejorar la recaudación, máxime partiendo desde el bajísimo piso existente, aseguraba resultados más inmediatos que implementar una reforma progresiva y cosechar sus frutos. Tal vez así sea, pero un sistema IVA dependiente es ínsitamente injusto.
Lavagna también decidió –quizá meramente asumió– que el motor del crecimiento de 2003 fueran las exportaciones de productos sencillos de producir en cantidades pasmosas, con escaso o nulo valor agregado y escasa demanda de mano de obra (barata). O sea, bien a lo Tercer Mundo. Ese crecimiento se hizo exponencial en función de los precios record de algunos productos exportables. Y aprovechó nefastas ventajas comparativas:
u a) el homérico desempleo muchas veces afectando a trabajadores capacitados y
u b) la enorme capacidad ociosa instalada en la Argentina. Según el Informe de Inflación del Banco Central, para fin de año la industria manufacturera trabaja al 67 por ciento de su cabal capacidad. En ese contexto el crecimiento, importante, casi no impactó en los salarios individuales, salvo en un racimo de sectores muy privilegiados, por así decirlo. El viejito Marx no está muy de moda, pero el ejército proletario de reserva aún existe e induce a la baja y a la explotación a las relaciones de trabajo, empezando por el salario.
Lavagna está convencido de que en 2004 las exportaciones seguirán siendo propicias pero se añadirá un nuevo motor de la actividad, mejor generador de empleo y más dinamizador de la economía. A su ver, la construcción será la niña bonita del año que ya está llegando, en especial la ligada a obra pública o a obras privadas vinculadas a infraestructura pública. Si las predicciones-intenciones oficiales fueran certeras, el nuevo escenario sería más parecido a la clásica utopía argentina nacida en la posguerra del ‘45, desarrollista, industrialista, integradora, conceptualmente superior al actual esquema extractivo, ruralista, ínsitamente conservador.
La analogía no puede avanzar mucho más. La Argentina de hoy es profundamente dual, como jamás lo fue, signada por la exclusión. El crecimiento, un bien al fin, tiende a remedar lo que ocurre con otros recursos, se reparte con feroz desigualdad.
Un Estado nación no merece llamarse así si no garantiza a todos sus habitantes los atributos básicos de la ciudadanía, entre los cuales se encuentra un ingreso mínimo digno y la perspectiva de un porvenir mejor. No hay Estado sin una reasignación permanente de recursos atravesando los sectores sociales y las generaciones. Cuando hay poco empleo, paga en negro y enorme asimetría, los viejos, los futuros jubilados, los recién nacidos en cuna humilde tienen mutilado su futuro. No son, cabalmente, ciudadanos.
La referencia presidencial al infierno debería primar sobre la euforia que se observa en variados despachos oficiales (aun en la Rosada, aun muy cerca de Kirchner) de cara a los datos de la economía. Cabría agregar que un crecimiento similar al que obró en este año mejoraría a muchos pero dejaría a muchos más en el infierno actual, sumidos en un constante presente de privación.
El Gobierno tiene sus “líneas” internas bien perceptibles sobre las que algo se dirá más abajo. Entre ellas son minoría (muy minoría) quienes bregan por una mejora de la política actual respecto de la desocupación. Sobre todo, existe cierta dejadez –tanto en el ala patagónica como en el “duhaldismo portador sano”– respecto de algún cambio presto que mejore el precario Plan Jefas y Jefes de Hogar. Lavagna aspira a que en un futuro no inminente exista un cabal seguro de desempleo y capacitación, que subsidie a quien está sin trabajo y promueva su reinserción. Pero esa herramienta, propia de países más avanzados, no se aviene a la actual emergencia ... y queda pendiente qué hacer en la contingencia.
En la “mesa chica” del oficialismo y arrabales (compuesta por dirigentes que hasta hace seis meses no tenían contacto alguno con la pobreza extrema y masiva de los grandes centros urbanos) predominan las críticas al manejo clientelar de los planes, cuando no al fraude “hormiga” que realizan los interesados. Y cunden los reproches a la dirigencia piquetera. Pero todas estas críticas, válidas si se las dimensiona bien, se tornan inocuas si no perversas cuando prevalecen sobre el dato esencial: los desocupados existen, existirán por mucho tiempo, aun si se plasmara el más feliz de los porvenires que imagina el oficialismo. Y la sociedad debería, hoy y aquí, hacerse cargo de instar su incorporación plena y su subsistencia con mejores planes y mayores recursos que los que provee ahora. No se trata –aunque es imprescindible– sólo de ampliar el espectro de beneficiarios y el montante de los subsidios, sino de mejorar cualitativamente el modo de la cobertura.
Desde el estadio
Centenario
Kirchner eligió la inesperada tribuna de la Cumbre del Mercosur realizada en Montevideo para lanzar uno de sus ya clásicos misiles verbales contra el Fondo Monetario Internacional (FMI). Advirtió que no aceptará imposiciones respecto del acuerdo concluido este mismo año. En la Rosada se perciben presiones del organismo, asegura una primera espada del Gobierno. “Piensan que se quedaron cortos al exigirnos el 3 por ciento del superávit fiscal. Que las perspectivas ahora son superiores y nos quieren reclamar una tajada mayor. Es una prueba de que Alfonso Prat Gay tenía razón cuando preconizaba arreglar en el peor momento de la crisis.” El titular del Banco Central es bastante requerido (y hasta re-querido) por el Presidente y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Bastante más de lo que admite Prat Gay, un devoto cultor del perfil bajo. Lo que embronca a Lavagna bastante más de lo que reconoce el ministro, devoto cultor de un estilo flemático cuando no perdonavidas.
En Economía, como fuera, se comparte el anticipo ofensivo a que apeló el Presidente. Lavagna no registra mala onda en la cúspide del FMI pero sí en algunos tramos de su “línea”. Y también vio con recelo que un documento interno del organismo pidiendo mano dura con Argentina se filtrara en un diario de la city porteña, muy poroso al menemismo. El radar que Lavagna utiliza para detectar jugadas del establishment financiero y del menemismo es muy sensible y está siempre encendido.
Como fuera, el Gobierno dejó en claro que anhela honrar su –gravoso– compromiso pero no ampliarlo en lo más mínimo.
Pontagate
Ya se dijo, varias líneas alberga el equipo de gobierno que Kirchner maneja de un modo radial, muy bichoco a los contactos horizontales o a las reuniones gregarias. “La última vez que nos vimos todos los ministros fue el día que juramos”, describe, no exagera (y un poquito se queja) uno de ellos. El método, por ahora, le permite al Presidente concentrar la iniciativa y la información a costa de desleer algo la imagen de sus colaboradores. Por ahora, también todo su equipo le responde con fidelidad y presteza. Lo que no quiere decir que todos piensen igual o tengan similar acceso a las decisiones presidenciales.
El Pontagate detonado hace unos días suscita, simplificando algunas sutilezas, dos lecturas diferentes en el interior del propio Gobierno. Una, marcadamente optimista, es la de los “pingüinos” y del jefe de Gabinete, protagonista de la ofensiva. Otra, más propia de los duhaldistas fieles a Kirchner, más cercanos a los códigos tradicionales de “la política”, es más cauta, cuando no pesimista. “No es bueno para Néstor –dice un operador de primera línea del Gobierno– meterse con la corporación política. Es el revival del “que se vayan todos”. El escándalo salpica a todos los políticos y nadie sabe dónde para la mancha de aceite. Kirchner no tiene que probar que está contra la corrupción, la gente está convencida de que su gobierno es honesto. Kirchner tiene que abrochar a todo el peronismo, está a un tris de lograrlo dejando afuera apenas al menemismo, que es residual. Estas movidas generan malestar entre los gobernadores y los legisladores que ya se sienten un poco olvidados y maltratados por el Flaco. “Yo no digo que abrace al Gallego De la Sota, pero a Jorge Obeid, Gildo Insfrán y Jorge Busti debería darles más bolilla, recibirlos en la Casa de Gobierno, contenerlos.”
Los celos no existen en el relato de los que urden “la política”, pero un observador poco avisado podría pensar lo contrario. En el sector proliferan los reproches a la amable relación que tiene el oficialismo con Aníbal Ibarra y echan sapos y culebras por el resucitado protagonismo de Carlos “Chacho” Alvarez. Pero el núcleo verbalizado del análisis es la real politik teñida de federalismo. “Esto de Pontaquarto es una operación armada entre Alberto Fernández e Ibarra pensando en el público de la Capital. El peronismo predomina en casi todas las provincias donde estos quilombos importan poco y Kirchner debe aprovechar su buen momento para acomodar ahora las cargas.”
–¿Todo el peronismo piensa como usted? –se interesa Página/12.
–El 90 por ciento y me quedo corto.
–¿Incluido (el ex presidente) Duhalde?
–No le quepan dudas.
–Pero el peronismo bonaerense sacó una solicitada a favor de la investigación...
–El PJ bonaerense tiene sus héroes en esta batida (Cafiero, Villaverde) y a Duhalde no le costaba nada hacer un gesto en sintonía con el Presidente, que venía enojado con él... Pero no les crea mucho.
El hombre sonríe tras su parrafada. No da trazas de creer que los supuestos héroes lo sean dendeveras. Los armadores de la política pueden y hasta suelen vender carne podrida pero son muy desafectos a ingerirla.
–Son héroes... repite y ríe de buena gana.
Más cerca de Kirchner prima otra lectura. Un ministro de estrecho diálogo con él la resume para este diario. La lucha contra la corrupción riega la fecunda relación del Presidente con “la gente”. La ofensiva es a pura ganancia, casi todos los implicados son “muertos políticos”.
–¿Y si se involucra a José Luis Gioja o a Carlos Verna, que están vivitos y coleando?
–Si se los involucra serán muertos políticos... –se encoge de hombros respecto de los costos diferidos el interlocutor de este diario.
Chacho Alvarez también divide aguas. Desde el Presidente para abajo, todo su entorno se alegró por su resurgimiento. Cristina Kirchner lo acompañó en la presentación de un libro del que fue editor. Lo cual no significa que hubiera pleno consenso respecto de su hiperquinesis de estos días. “Yo le aconsejé que dejara de ir a todos los medios. ‘Dejá que otros hablen de vos pero no hables’”, cuenta que le dijo un protagonista de la Rosada que lo quiere bien y dialoga asiduamente con el ex vicepresidente.
Anécdotas y buen humor al margen, la discusión que recorre al Gobierno y que nadie hará explícita alude a su dilema político más complejo, el que regirá 2004. Se trata de conciliar la relación con el PJ, base de la gobernabilidad, con el consenso público fundado en buena medida en la ruptura de códigos de “la política”. Esos que los hombres del PJ, en su noventa por ciento tal parece, honran a diario.
Vertical al éxito antes que a las ideas y los valores el peronismo (tal cual como lo hizo con Carlos Menem) reconoce el liderazgo de Kirchner porque éste conserva un potente apoyo social. Pero este apoyo se basa en buena medida en la transversalidad y la voluntad transgresora que son equipaje del santacruceño y que sus compañeros miran con marcado resquemor. El Pontagate, novedad que mezcla lucha a la corrupción con la alianza con dos dirigentes “transversales” (Ibarra y Chacho), puede ser un leading case acerca cómo se resuelve el entuerto.
Los incondicionales
y los otros
Al cierre de esta nota, el tórrido ocaso del sábado porteño, terminan los actos rememorando el 19 y 20 de diciembre de 2001. El más masivo, lejos, fue el de cierre en Plaza de Mayo, de espaldas a la Casa de Gobierno (del que se habla en detalle en las páginas 2 a 5 de esta edición). La izquierda y varios movimientos de desocupados demostraron importante poder de convocatoria y una capacidad organizativa y de encuadramiento dignos de mención. A la dirigencia del sector le caben asimismo varios reproches, que el Gobierno suele prodigar y que este acto también reflejó. La fragmentación de sus cúpulas y su militancia, ajena a la relativa homogeneidad y vastedad numérica de sus representados, es la más severa. La segunda es la distancia, usual, entre la retórica inflamada de ciertos dirigentes y su praxis de negociación cotidiana y no siempre transparente. De cualquier modo, los límites de los líderes y aun sus perversiones no deberían hacer perder de vista los –muy vulnerados– derechos de sus bases. Si los derechos de los trabajadores con empleo se midieran a través del prisma de las calidades de los líderes de la CGT o los de los ciudadanos comunes por los presidentes que asolaron esta tierra todos seríamos parias en nuestro país.
Epílogo sobre la
autoindulgencia
–¿No le parecieron macartistas las declaraciones de Luis D’Elía hablando de banderas rojas y celestes blancas? –induce el cronista a un inquilino de una vasta oficina en el primer piso de la Rosada. El Presidente atiende en ese piso y las oficinas aledañas cotizan alto.
–Estuvo mal, ¿no? Dijo macanas... –responde el hombre.
–Pero él viene a menudo a la Casa Rosada...
–El no necesita venir acá para decir macanas...
El funcionario ironiza y añade, guiñando un ojo:
–D’Elía es un pícaro...
El guiño sugiere, parafraseando a Teddy Roosevelt, “es nuestro pícaro”.
D’Elía armó un acto propio, lejos de sus pares, y solo tuvo elogios para el Gobierno. Su alineamiento es una elección política, opinable como todas pero válida. La falta de propuestas o de reclamos de un militante social, respecto de flagrantes deudas del Gobierno y la sociedad, es más preocupante.
Otro dirigente de la CTA, elegido diputado con los colores del ibarrismo, Claudio Lozano, suele ser más crítico con el oficialismo y proponer que las asignaciones familiares se utilicen como vehículo para un nuevo salario ciudadano. Su mención en la Rosada o en Economía no deriva precisamente en guiños sino en broncas y desdenes. Y sin embargo, al Gobierno le vendría mejor prestar más atención a los compañeros de ruta que le exigen más, en su mismo rumbo, que a los aliados incondicionales que sólo pronuncian ditirambos.
La lectura más entusiasta de los números y de las alabanzas es una recurrente tentación de los que gobiernan que suelen recibir con molestia cualquier reclamo o reproche. Pero la autocomplacencia es una pésima consejera, máxime si lo que se anhela es cambiar la sociedad y no sólo empalagarse con sus aplausos.

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