EL PAíS › PANORAMA POLITICO

Tecno-piolas

 Por Luis Bruschtein

Internet fue creada para un uso militar y luego pasó al ámbito civil. Muchas de las técnicas de comunicación fueron diseñadas tras complejos estudios del comportamiento social, como estrategias de ventas. Fueron dos vías de llegada a través de puertas abiertas al ámbito de las empresas. Más confiados en sus propuestas y en sus militantes, los movimientos populares y de izquierda no prestaron atención a estos fenómenos y fueron tomados por sorpresa por las derechas. En poco tiempo esas nuevas tecnologías que se acoplaban en perfecta sincronía se convirtieron en una de las principales herramientas para la difusión política disputando de igual a igual el espacio comunicacional con los medios tradicionales donde la relación de fuerza ya era desigual. A la derecha le calzaron como un guante porque no sólo reemplazaron su falta de militancia de contacto real con la gente y le permitieron disimular sus programas poco presentables, sino que además se convirtieron en un arma eficaz para desacreditar a la militancia y los programas de sus adversarios que perdían así sus principales herramientas.

Cuál fue la dimensión de su aporte al triunfo electoral de Mauricio Macri es discutible, pero sin duda fue importante. De hecho, muchas de las primeras medidas de este gobierno consistieron en trasladar a la gestión esa experiencia de comunicación altamente tecnologizada, tanto desde el punto de vista de la infraestructura de la informatización y robotización, como de construcción del mensaje. Varios ministerios tienen grupos de operadores de redes sociales tanto para intervenir los mensajes adversos, como para diseñar el propio. No fue casual que el organismo que pidiera a la ANSES los datos personales de la población no fuera el Ministerio de Salud y Acción Social, sino la secretaría de Medios. Los textos se construyen con un sentido más publicitario y emotivista que político y realmente propositivo y tienden a segmentar y construir lenguajes diferentes y coloquiales, casi intimistas, de vos a vos, para cada uno de esos segmentos. La derecha llegó a las redes mucho antes que los movimientos populares y les da un uso altamente profesionalizado.

La herramienta principal de la política para Cambiemos no puede radicar en la gestión de gobierno porque las medidas que toma no son populares y porque no tiene militancia activa, la presencia de sus militantes en el territorio es pasiva. Y tampoco en las promesas de lo que hará, porque está en el gobierno. Su principal herramienta, obviamente que no es la única, es la tecnología. Escenifica un viaje presidencial en colectivo y lo convierte en cientos de miles de viajes supuestamente reales. En un despliegue inmenso de tracción humana, los militantes populares hacen miles de timbreos reales y se arriesgan a situaciones muchas veces desagradables. En cambio el gobierno hace un timbreo armado y lo viraliza y difunde como si hubiera hecho miles y no de cualquier militante sino del presidente y los ministros. Así, desde un discurso puramente virtual lograron que muchas personas descreyeran de cosas reales que incluso las habían favorecido. Fue un éxito tecnológico que reafirmó esa fe de los viejos liberales en la tecnología como vía de modernidad. Lejos de esas corrientes de pensamiento, ahora se los denomina “tecno-optimistas”. Sin embargo, no creen que la incorporación de la tecnología por sí sola genera progreso y mejora la calidad de vida como alucinaría un tecno-optimista verdadero, pero sí creen que el uso de herramientas tecnológicas los hace más competitivos y les da ventaja sobre las propuestas populares. Ven a la tecnología como una herramienta de poder, en todo caso, el progreso es un derivado.

El uso de la tecnología apunta a la creación de ilusiones virtuales con un discurso emotivo. También se le dice mentir. Son recursos que el PRO incorporó a la política y desplegó sin límites de ningún tipo, por ejemplo en las encuestas robotizadas que difamaban al padre de Daniel Filmus o en los miles de llamados a casas de familia en horas de la noche en nombre de supuestas encuestas de las fuerzas contrarias. Hubo muchas estrategias tecnológicas tramposas que se aplicaron en las elecciones, donde lo único que importó fue ganar a cualquier precio. Ahora está circulando en las redes el debate de Macri con Daniel Scioli, donde el presidente jura que no hará ninguna de las medidas que está tomando, desde la devaluación, hasta la desaparición de Fútbol para Todos. Macri se indigna y se ofende y acusa de mentiroso al candidato del Frente para la Victoria. La intención de utilizar información que tiene el Estado, información personal de los ciudadanos, para diseñar con ella su propaganda a través de las redes es otra muestra de la ausencia de algún marco ético que regule el aprovechamiento tecnológico. No se preocupan demasiado en ocultarlo porque consideran legítimo utilizar esos mecanismos en una contienda política.

Es difícil pensar que la misma fuerza que incorporó estas herramientas tecnológicas y las usó con todas las trampas posibles, ahora proponga con toda inocencia la aplicación del voto electrónico que logró aprobar esta semana en Diputados con el respaldo del massismo y el Bloque Justicialista. Por lo menos es sospechoso cuando la propuesta viene de un lugar que asume a la tecnología como herramienta de poder.

La única novedad importante de esta “Reforma Política” de Cambiemos consiste en la incorporación del voto electrónico que es presentado como remedio milagroso frente al supuesto fraude electoral del populismo. El PRO alimenta su aureola de modernidad con esa efusión tecnológica a la que asigna implícitamente virtudes de transparencia y democratización. El PRO es tecnológico, el populismo es “militonto”. Tracción electrónica versus tracción a sangre. En el discurso del PRO, que es multiplicado por la corporación mediática y por la corporación de medios públicos, el voto electrónico tiene esas connotaciones que se difunden como méritos del gobierno, que aportaría así tecnología, transparencia y honestidad.

Es un discurso parecido al de la democratización de la comunicación por parte de las redes, cuando Estados Unidos tiene un presupuesto multimillonario y 40 mil agentes para espiar y operar sobre ellas, y cuando se han multiplicado las agencias que ofrecen servicios pagos de trolls y hackers y que venden la utilización de “bots”, identidades falsas, y millares de “seguidores” y “megustadores”. No se democratizó nada. La relación de fuerzas en las redes es igual de desfavorable para los sectores populares que en los medios tradicionales. Con la diferencia que la derecha llegó primero y tiene más recursos.

Desde 1983 no se ha podido demostrar un solo fraude electoral, aunque muchos veces se lo denunció en los medios. Ni uno solo fue probado. Pero el argumento de la derecha ha sido siempre que los movimientos populares cometieron fraude para ganar. Es una acusación ilógica porque la única fuerza que tienen es la cantidad. En todo caso, la que ha realizado fraude históricamente ha sido la derecha. Pero ese discurso genera el mito y entonces aparece la falsa pureza del voto electrónico. Primera limitación: consagra la lista sábana porque nadie podrá saber el nombre de todos los que integran las listas. Habrá una pantalla en la que solamente tendrán cabida los primeros candidatos de cada una de ellas.

En vez de transparentar y amigar el Estado a los ciudadanos, la tecnología en este caso oculta y hace menos transparente al sistema electoral. El técnico Joaquín Sorianello demostró que el sistema de voto electrónico que se usó en las elecciones en la CABA tenía defectos. Otros demostraron que con un simple celular es posible que un puntero pueda controlar los votos que compra. Y se mostró un chip elemental que se coloca cerca de la urna electrónica que puede meter 20 votos y sacar otros tantos. No hay sistema perfecto. La tecnología no es un blindaje contra el fraude, simplemente lo complejiza y, en algunos casos, puede hacerlo más efectivo y disimulado.

Solamente seis países en el mundo tienen voto electrónico. Otros cinco países lo adoptaron y luego lo prohibieron. En el resto del planeta se aplica la elección tradicional, es decir, de tipo manual. Los países que prohibieron el voto electrónico, como Alemania, Dinamarca y Gran Bretaña, indicaron que ese mecanismo hacía más opaco al sistema político. La razón es simple: el sistema tradicional puede ser auditado y controlado por cualquier ciudadano. La persona común pone su voto en la urna electrónica y no sabe lo que sucede allí dentro. El sistema electrónico solamente puede ser controlado por técnicos altamente calificados. Es decir, que le saca al ciudadano ese derecho de control y lo traslada a un núcleo de elite que por lo general integra una empresa con la que tiene dependencia económica. El tecno-optimista es un tecno-piola: no resuelve los flancos vulnerables ante el fraude, pero queda como el gran transparente; vende que se trata de democratizar el sistema pero le quita la capacidad de control a la sociedad y lo traslada a una elite, y se adorna como progresista por incorporar nuevas tecnologías, pero las aplica con un sentido de control y poder. Lo más probable es que con el voto electrónico se produzca la misma manipulación que se da en las redes.

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