EL PAíS › TRES SOBREVIVIENTES DICEN QUE SIENTEN CON EL MUSEO DE LA MEMORIA

Recuerdos del horror en la Esma

Basterra, Pastoriza y Lordkipanidse sufrieron los tormentos que la dictadura reservaba a los prisioneros de la ESMA. El 24, la
cárcel clandestina se transformará en museo. ¿Pueden volver a pisar ese edificio? La pregunta dispara asociaciones, recuerdos terribles, emociones por
algo que nadie
puede olvidar.

 Por Victoria Ginzberg

Mientras estaba secuestrado, Víctor Basterra fue usado como fotógrafo por los marinos. Sacaba fotos para los documentos falsos de los represores. De cada juego, se guardaba una copia. Fue su forma de oponer una resistencia. Cuando salió en libertad, aportó las primeras imágenes de los miembros del grupo de tareas de la ESMA. Durante los últimos veinte años declaró ante todos los jueces que le fue posible, pero –reconoce– pocas veces pensó en el edificio de la ESMA. En realidad, sólo lo hizo en los momentos “más jodidos”. Lo que le vino a la cabeza no es una imagen sino un olor, el de las personas sometidas a la tortura. Hoy rescata que en la ESMA se proyecte instalar un Museo de la Memoria y deja en claro que “las 17 hectáreas del predio tuvieron que ver” con el centro clandestino.
–En estos días se habló mucho de la ESMA, cuando escucha nombrarla ¿de qué se acuerda?
–A lo largo de años y años estuve constantemente tratando de recordar cosas, aportar a la investigación de los hechos, especialmente sobre los represores. El edifico en sí solamente en los momentos más jodidos lo tenía presente. Conocí determinados lugares de la ESMA que eran sencillamente aterradores. Estuve mucho tiempo en el sector cuatro, que era el sótano del casino de oficiales. El sótano era...era algo horrible. El sector cuatro y la “capucha” tenían unos olores muy particulares. Desde los olores de la suciedad de los cuerpos hasta un tipo muy particular de olor que había en el cuerpo de las personas sometidas a torturas, un olor a adrenalina medio espantosa mezclado con un ozono que metían ahí para que se respire un poco mejor, porque era un sótano. En “capucha”, recuerdo que en una oportunidad se rompió un baño al que nos llevaban. Estuvo casi un mes así. Hacíamos nuestras necesidades en un tacho de helados. Ni los guardias querían entrar. Todas esas cosas solamente en algunos momentos me vienen a la memoria.
–¿Podría volver a entrar al edificio?
–Sí. Una vez que uno se pone las pilas lo hace, pero no deja de ser impactante.
–¿Cómo se imagina el lugar convertido en espacio para la memoria?
–No sé cuál será el funcionamiento. No soy especialista en museología, no tengo bien en claro cómo sería, tendría que hablarlo con otros compañeros, pero es estremecedor el hecho de poder acceder a ese lugar.
–¿Qué no podría faltar?
–Me interesaría que se vea lo que era el sótano y la “capucha”. “Capucha” era donde estábamos tirados las 24 horas del día con esposas, con grillos y con capuchas. En el sótano era la tortura y donde yo estuve tanto tiempo haciendo esos “laburos” que me obligaban a hacer. Por supuesto, yo englobo a la mayoría de los edificios de la ESMA. Todo o buena parte de las 17 hectáreas tuvieron que ver con el centro clandestino.
–¿Esperaba que en algún momento la Armada hiciera un reconocimiento institucional de lo que pasó en la ESMA?
–Creo que los tiempos los obligan a aggionarse. Esto no implica compromiso, pero ellos no pueden seguir negando, diciendo que allí no pasó nada, quedarse callados u ocultar. Creo que ellos pensaron que no les podían sacar el lugar, que es un símbolo, confrontando, entonces lo tienen que ceder, como diciendo que es un gesto de buena voluntad. Lo saliente del discurso es que Jorge Godoy no nombra a la ESMA y habla como si la calificaran otros. Ahora tendría que dar los pasos para abrir los archivos, para dejar al descubierto toda la trama de represión que hubo en ese momento.
–Usted sacó de la ESMA fotos de represores y de desaparecidos. ¿Cuando las escondió ya pensaba en que eran la prueba para denunciar lo que pasaba?
–Yo era un resistente en inferioridad de condiciones. No sabía si al otro día me mataban o no. Era como una compulsión a hacer cosas riesgosas que a los tipos les significaran un costo, aunque no sabía cómo les iba a significar un costo. En el momento en que lo estaba haciendo, los tipos no sabían que yo lo hacía, no sabían qué pensaba yo. Yo no sabía qué iba a pasar el día de mañana y ellos tampoco, pero ellos eran la omnipotencia, la autoridad total. La cuestión era que no se la lleven de arriba. Nada más. Yo no sabía cómo iba a encontrar a la sociedad. Que estaba muy golpeada. Pero la necesidad de lucha siempre existe.
–¿Cómo evalúa el recorrido desde sus primeras declaraciones a hoy?
–Mi primer testimonio fue en la Conadep, a pesar de que yo no estaba de acuerdo, prefería una comisión bicameral. Cuando fui a la Conadep lo hice con un compañero que me hacía contraseguimiento porque todavía tenía controles de los tipos. Yo tengo una especie de obsesión obligada. Hay otros compañeros que han tenido durante un tiempo la posibilidad de bajar la cortina y hacer alguna otra cosa. En mi caso no he tenido tiempo. Nunca pude hacer un paréntesis. No sé si ha sido la acción de estos ñatos, el tiempo que estuve ahí o el peligro, pero no puedo construir proyectos para mí en lo personal. Me resulta muy difícil proyectar algo en mi vida.

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