EL PAíS › OPINION

Nadie se hace el banana

 Por Martín Granovsky

Si viajar es un placer, para un Presidente puede ser un suplicio. Néstor Kirchner cerró inversiones en China mientras se ocupaba de cuatro cosas: la muerte de un dirigente social en La Boca, la toma de la Comisaría 24ª, la crisis en las fuerzas de seguridad y el enfrentamiento sordo con el encargado de América latina del Departamento de Estado norteamericano. Después firmó negocios con Hugo Chávez en medio de otra crisis de seguridad que remató en el desplazamiento de Gustavo Beliz en el Ministerio de Justicia.
“Ya vamos aprendiendo, ahora hacemos todo antes”, bromeaba el lunes un funcionario. A esa altura Kirchner ya había paseado por el Central Park de Nueva York y preparaba su primera intervención en la sede de las Naciones Unidas. El día y la semana habían comenzado con el dato de cero reacción negativa, en la Argentina y en Estados Unidos, frente al relevo de Alfonso Prat Gay por Martín Redrado en el Banco Central, que Kirchner produjo dos días antes de subir al Tango 01.
Esta vez, antes y durante y después de la visita a Nueva York no hubo terremoto ni cundió ninguna sensación de inestabilidad. ¿Fue algo casual o marca un clima nuevo? En todo caso, la verdad es que el Gobierno pudo, por fin, concentrarse en la crisis de la deuda sin otros frentes abiertos.
Tampoco los abrió afuera. La dureza estuvo concentrada en el Fondo Monetario o en los tenedores de bonos, pero no en Estados Unidos, que no aparecieron por nombre y apellido en los mensajes sino a través del cuestionamiento a conceptos como el unilateralismo. Los discursos presidenciales pidieron la reforma del FMI y anunciaron que no habrá una oferta diferente de la que está por entrar en el organismo de control de valores de Nueva York. “Será la última”, dijo. Sin embargo, evitaron marcar blancos políticos. Al contrario: reforzaron el compromiso internacional en misiones de paz como la de Haití y, sobre todo, señalaron el terrorismo como un enemigo identificado por la política general del Gobierno.
Salvo el contacto informal de Rafael Bielsa con su colega Colin Powell, no hubo una entrevista de Estado a Estado con la contraparte norteamericana. Tampoco parece haber hecho falta. El 23, la misma noche en que Kirchner tomaba su vuelo en Nueva York, el embajador Lino Gutiérrez pronunciaba en Adepa el discurso más conciliador y realista de un representante estadounidense en muchos años.
“Apoyamos el liderazgo demostrado por el presidente Kirchner para sacar a la Argentina de su crisis económica, y hemos defendido a la Argentina ante las instituciones internacionales y ante nuestros colegas del G-7”, dijo Gutiérrez.
La ventaja es que después puso el análisis bajo la lupa de los intereses, donde las cosas suelen ser más claras. Dijo: “Asumimos esa posición no sólo para proteger nuestros intereses financieros y empresarios aquí, sino también porque ver a un importante aliado nuevamente de pie beneficia a Estados Unidos”. Estaba reconociendo, así, que la estabilidad política es un capital que Buenos Aires puede jugar en la relación con Washington.
“Los títulos de algunas notas periodísticas infieren que nosotros presionamos al Gobierno en formas que no son aceptables para la Argentina, pero puedo decirles que mi rol aquí es apoyar y asistir los esfuerzos de su gobierno cuando así nos lo requiere y donde quiera que podamos”, añadió.
También dio gran importancia a la seguridad en aeropuertos y aduanas. Tanta importancia que pareció un punto esencial de su agenda. Mencionó el control del aeropuerto de Ezeiza, la detección de material peligroso en contenedores y el rastreo de elementos radiactivos en el acceso a los puertos.
Para la Casa Blanca, el punto es importante por la identificación constante de lo que el gobierno estadounidense identifica como amenazas a su propia seguridad.
Para la Casa Rosada, con expectativas mundiales mucho más modestas, queda configurada una coincidencia de hecho sin costo interno. Más bien al revés: la Argentina podrá avanzar en esa agenda a medida que el Gobierno vaya completando el proceso de control de las fuerzas de seguridad y los organismos de control, que en la Argentina a menudo terminaron pareciéndose a bandas mixtas, con un componente estatal y otro privado.
También la cuestión de la seguridad volvió a asomar en el discurso de Gutiérrez desde otro costado. “No estamos presionando a los militares argentinos para que asuman poderes de policía, como algunos han escrito”, dijo. “Al contrario, la posición de Estados Unidos ha sido siempre la que sostiene que cada país es soberano para decidir las misiones y roles propios de sus Fuerzas Armadas.” Dijo que a Estados Unidos le hubiera gustado “que la Argentina hubiera estado a nuestro lado para lograr un Irak estable y democrático, pero aceptamos que su gobierno quiera colaborar de otra forma”.
En medio de alusiones a sectores donde puede haber conflictos, como la pelea por un mismo mercado, y a discrepancias en algunos temas de política internacional, Gutiérrez dijo que “es enteramente posible –y probable, como ha sido el caso entre la Argentina y Estados Unidos– que estemos de acuerdo en la mayoría de los temas, estemos en desacuerdo en algunos otros, y aún mantengamos el tipo de relación que el presidente Kirchner ha descripto como ‘amplia, madura y seria’. Estoy completamente de acuerdo con esta aseveración –señaló–, y mi labor aquí en representación del presidente Bush se ha beneficiado con el diálogo abierto y cooperativo que ha promovido conmigo”.
Cuando, con el gobierno en China, Noriega habló de los piqueteros como de un gran peligro, pidió menos peleas políticas y alertó contra una supuesta chavización de Kirchner, Página/12 marcó la diferencia entre esa postura y la más cauta de Gutiérrez. Podría argumentarse que uno, el subsecretario, habló en off the record y el otro, el embajador, sabiendo que iba a ser citado por su nombre. Podría pensarse que era sólo el juego del policía bueno y el policía malo. Pero si John Taylor, el número dos del Tesoro, sigue representando, dentro de las naciones ricas, al país que menos trabas pone al acuerdo con los acreedores, eso quiere decir tres cosas: que las diferencias no eran un jueguito; que, salvo cambio inesperado, Washington decidió no tensar la cuerda que fabrique estúpidamente otra zona inestable para el mundo; y que la Casa Blanca no comparte la visión tropicalista y bananizante del Wall Street Journal sobre la Argentina.

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Kirchner, de gira en Nueva York, mientras el embajador de EE.UU. en Buenos Aires, Lino Gutiérrez, expresaba apoyo.
 
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