EL PAíS › LOS APOYOS QUE RECIBIERON LOS TRABAJADORES DEL SUBTE

“Lo que se armó fue una cofradía”

Enfermeros, ceramistas, trabajadores de recuperadas, docentes, ferroviarios, desocupados: los grupos que ayudaron a los del subte en la huelga que ganaron.

 Por Laura Vales

El miércoles, día de paro por 24 horas en el subte, Metrovías anunció que pondría en marcha un diagrama de emergencia. A las 11.30 saldría un tren desde Primera Junta a Plaza de Mayo conducido por personal jerárquico; luego lo harían otros dos, con una frecuencia de 15 minutos. A la hora indicada un jefe de tráfico llegó al subte que esperaba junto al andén. Cuando entró a la cabina del conductor, la formación fue rodeada por los trabajadores que, parados sobre la línea amarilla del andén, comenzaron a abuchearlo. Otros se tiraron a las vías para impedir su salida. En medio del griterío, el jefe de tráfico bajó y volvió a subir varias veces a la máquina, hasta que finalmente desistió de su intento y abandonó el lugar. “Ponele nafta”, escuchó que le gritaban cuando se iba.
Detrás de los molinetes, en las cabeceras de las cinco líneas –sobre todo en la de Constitución– se habían reunido grupos de integración dispar. El diario Infobae habló, por ejemplo, de la “insólita” presencia de delegados del hospital Garrahan. Lo ilustró con la foto de arriba en la que se ve a un enfermero de guardapolvo y un megáfono en la mano. Atrás hay otra gente: ferroviarios, trabajadores de recuperadas, docentes del gran Buenos Aires, desocupados.
“Se armó una cofradía”, define el delegado del subte Andrés Fonte. En la semana de conflicto, agrega, en los subtes hubo trabajadores “del hospital Israelita, el Francés, el Garrahan y el Italiano. Estuvo un delegación de ceramistas de Zanon, ferroviarios de las seccionales antiburocráticas del Mitre y Sarmiento, judiciales de Morón, maestros de General Sarmiento. Nosotros estuvimos apoyándolos en sus luchas y ellos ahora nos respaldaron a nosotros. A la gente de los hospitales la conocemos, porque estuvimos con ellos el año pasado, en el Garrahan tuvieron problemas salariales, fuimos a sus asambleas y vinieron a las nuestras. La otra vez, en Castelar, metieron presos a once ferroviarios; cuando pasan cosas tratamos de coordinarnos”.
En general, señalaron los militantes que estuvieron allí, se trata de comisiones internas y activistas que se identifican como antiburocráticos, utilizan asambleas para tomar decisiones y se plantean como método de trabajo llevar las discusiones políticas y gremiales a las bases.
“Nosotros conocimos a la gente del subte en una situación difícil”, dice Raúl Godoy, de Zanon, fábrica que desde hace tres años produce bajo control obrero. “Cuando todavía estábamos afuera de la planta, acampando en la puerta, vinimos a Buenos Aires para hacer un fondo de huelga. Estábamos recorriendo las facultades, dando charlas, y aparecieron un par de delegados. Unos días después nos trajeron tres cajas con alimentos, habían hecho una colecta. Era una cosa elemental, cajas con arroz, polenta y cosas así. Más tarde, sin conocernos demasiado, se pusieron a vender bonos para el fondo de huelga. Hubo un tiempo que perdimos el contacto y con este cuerpo de delegados lo retomamos”.
“Los del subte vinieron cuando estábamos tomando la clínica”, contó en los días del conflicto una integrante de la Cooperativa de Salud recuperada del Israelita. “Ahora en la clínica ya estamos trabajando. Vine a apoyar el paro porque es parte de la lucha que hay que dar para recuperar lo nuestro”.
La presencia de esos militantes en las medidas de fuerza ejerció una presión más simbólica que real. En el conflicto, el punto que definió las cosas fue la cohesión interna de los trabajadores de Metrovías. Esa fortaleza se reflejó especialmente el viernes, cuando la conducción de la Unión Tranviarios Automotor anunció un acuerdo con Metrovías y levantó la huelga, pese a lo cual el paro siguió 18 horas más, hasta que el convenio estuvo aprobado por las asambleas en las cinco líneas.
Para el delegado Beto Pianelli, en el plan de lucha jugaron tres factores: “Lo principal fue que tenemos una fuerte unidad interna. El segundo elemento es que el cuerpo de delegados es independiente y democrático, avanzamos sólo cuando tenemos el acuerdo de las bases. Tercero, creo que tuvo peso el haber definido bien cómo dar la pelea política, con qué mensaje hablar al resto de la sociedad”.
La unidad interna que menciona Pianelli es producto de un proceso iniciado luego de la privatización del servicio, diez años atrás. En el inicio del manejo de la concesión por parte del grupo Roggio, allá por el ’94, lo que primaba en la vida del subte era el miedo a los despidos. Quienes trataban de organizarse tenían que hacer sus reuniones fuera, de manera secreta. Se armaron agrupaciones en varias líneas, que no siempre se conocían entre sí. Recién en febrero del ’97 consiguieron dar una respuesta masiva a los despidos. Fue cuando la empresa intentó echar a un empleado y los trabajadores pararon las cinco líneas. Sorprendida, la concesionaria mandó 200 cesantías, pero el paro se mantuvo y tuvo que retirarlas y reincorporar al despedido.
“A partir de ahí la empresa no pudo seguir echando gente para atemorizar. Tuvo que adecuarse al hecho de que si mandaba un telegrama, lo más probable es que pararan las cinco líneas”, cuenta Pianelli.
La novedad estaba vinculada a la renovación del cuerpo de delegados, un proceso que se dio en oposición a la dirigencia de la Unión Tranviarios Automotor (UTA). En el ’96 había sólo tres delegados dispuestos a impulsar reclamos. En el ’98, luego de frenar los despidos, eran cinco.
Una de las tareas que se dieron fue la de vincular a la gente: en el subte están desperdigados a lo largo de las estaciones, los talleres y el Premetro. Se acostumbraron a recorrer las líneas haciendo circular la información. En el 2000 los delegados antiburocráticos ya eran mayoría. En el 2002 comenzaron a reclamar la reducción de la jornada laboral a 6 horas, por insalubridad. Lo consiguieron el año pasado. El conflicto que acaba de terminar es el primero centrado en recomponer los salarios.
El 7 de agosto un grupo de trabajadores del subte recorrió la cola de feligreses que esperaban en San Cayetano para pedirle trabajo al santo. Repartieron 13 mil estampitas que de un lado mostraban la imagen religiosa tradicional y en el otro proponían reducir la jornada laboral a 6 horas. Al entregarlas cara a cara aprovecharon para explicar el planteo: con la reducción de la jornada se podrían crear dos millones y medio de puestos de trabajo de manera inmediata. Ese día tuvieron un éxito inesperado en la difusión: un niño cantor que daba a conocer las adhesiones desde el escenario leyó la propuesta por los parlantes. Al cardenal Jorge Bergoglio también le dieron una estampita y le pidieron que la leyera, cosa que Bergoglio hizo, pero para sí.
La campaña es parte de la búsqueda de vincularse hacia afuera. Los delegados suelen hacer tareas de difusión con los piqueteros, recorriendo los barrios del conurbano, y en las universidades. Buena parte de los que la semana pasada apoyaron el paro del subte habían compartido un acto de lanzamiento de la campaña por las 6 horas en la Federación de Box y una serie de reuniones de discusión previas en el Hotel Bauen.
Varias de esas organizaciones están armando un nuevo encuentro, posiblemente en abril, para crear un espacio de coordinación sindical.

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El enfermero del Garrahan en el subte, trayendo sus apoyos.
 
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