EL PAíS › LAS RAZONES QUE ESGRIME
LAVAGNA EN LA BATALLA POR LOS SUELDOS

“Hay que bajar las expectativas”

Roberto Lavagna no quiere más aumentos de salarios impulsados desde el Gobierno, desconfía del “declaracionismo” de la CGT y la UIA y cree que la inflación está controlada “si se bajan expectativas”. El achatamiento de la escala salarial es lo que lo preocupa para una segunda etapa. Por ahora se inclina por dejar actuar al “mercado laboral”.

 Por Mario Wainfeld

“Todo lleva a pensar que va a haber aumento de costos. Las tarifas de servicios públicos están en discusión. Los usuarios domiciliarios seguramente zafarán, lo que induce a los empresarios a pensar que ellos serán el pato de la boda. Y las conversaciones entre la CGT y la UIA auguran una suba de sueldos. Eso genera expectativas inflacionarias que empujan a los formadores de precios a remarcar. La inflación está bajo control pero, para mantenerla, hay que bajar las expectativas.” El diagnóstico, vertido por Roberto Lavagna ante dos ministros del gabinete que dialogaron con Página/12, explica su eufórico raid de estos días: declaraciones, reuniones con la cúpula cegetista, armado de agenda con corporaciones empresarias para la semana que viene. El ministro de Economía quiere dejar claro que no habrá aumentos masivos por decreto, aunque no se opone a que haya incrementos sectoriales merced a la negociación colectiva. Y acepta (quizá se resigna) a aumentos del mínimo vital y móvil (SMVM). Controlar la inflación es su obsesión de estas horas. También aspira, de ese modo, a ir concretando otro objetivo, más complejo y de largo plazo: ampliar la pirámide salarial, a su ver demasiado achatada para lo que debería ser “un país normal”.
Los cónclaves entre dirigentes de la CGT y la UIA le sacan urticaria al ministro porque van exactamente en sentido inverso de lo que anhela. Lavagna cree que esas reuniones no arribarán a ningún acuerdo concreto, que son meramente declarativas y terminarán tirándole la pelota al Gobierno. El único logro patente de “ese mamarracho”, se enardece Lavagna ante integrantes de su equipo, será aumentar las expectativas. Pura espuma y excitación, el infierno más temido desde Hacienda. De cara a esa situación, Lavagna atisba a Susana Rueda y José Luis Lingeri como dos interlocutores sindicales perceptivos. Su problema es que los triunviratos, desde tiempos de los romanos, tienen tres integrantes. Para colmo, en este caso, el que falta (Hugo Moyano) es el más poderoso de los tres. Esta historia continuará.
Lavagna quiere que el Gobierno cierre el grifo de los aumentos salariales generales por decreto (que el año pasado acompañó) aunque se aviene a que se eleve el mínimo vital y móvil. Un allegado muy cercano al ministro explica que Economía asume que el mínimo está muy deprimido.
Pero, además, es evidente que Lavagna no ha de emprender una batalla que sabe perdida desde el vamos. El presidente Néstor Kirch-ner le ha dicho a su equipo de gobierno que aspira a que el SMVM llegue en 2005, como poco, a equiparar la línea de pobreza (alrededor de 760 pesos). Nadie del Gobierno reconoce la existencia de esa consigna pero Página/12 puede certificar su existencia. Tanto como que Kirchner la considera irrenunciable.
Agrandar la pirámide
Lavagna achaca a los aumentos generalizados otra disfunción, la de achatar la pirámide salarial. “En un país normal, en cualquiera –predica– las actividades más productivas, las requirentes de mano de obra calificada pagan buenos salarios. Las que son mano de obra intensivas, pero que convocan a personal de baja capacitación, pagan menos.” Echando una mirada retrospectiva a otros tiempos el ministro rememora: “Antes era así. Los sindicatos industriales obtenían mejor paga. Los empleados de comercio eran más que los de la UOM pero cobraban sueldos inferiores”. La estructura productiva ha cambiado, detalla, ahora el ramo de servicios es más vasto y sofisticado que el de los empleados de comercio, pero el lineamiento general se mantiene. Por traducirlo en un ejemplo, Lavagna cree que los sueldos de un matricero y de un motoquero que reparte pizzas deben tener una diferencia mayor que la que los separa hoy.
“Los sueldos debe determinarlos el mercado laboral”, propone, volviéndose si no ortodoxo, cuando menos clásico. A esta altura en Argentina la mano de obra calificada en algunas actividades está en condiciones de casi pleno empleo. En cambio, los trabajadores sin especialidad siguen sumando cantidades enormes de desempleados.
Las convenciones colectivas, entonces, no escuecen al ministro. Queda claro que si la política salarial se ciñe a ese juego, obtendrán mejoras aquellos que trabajen en actividades rentables y cuenten con capacidad de presión. Serán, en promedio, pocos y sus reivindicaciones tendrán escaso impacto sobre la economía global.
Un confidente del ministro comenta una reciente discusión salarial, la promovida por trabajadores de Molinos, una de las empresas beneficiadas por el boom exportador, el sojero en especial. Los trabajadores lograron un aumento muy importante pero su impacto económico (y aún su difusión pública que también eriza a Lavagna) resultó imperceptible. En esa negociación, añaden con agrado en Economía y en Trabajo, se analizaron variables imprescindibles. La empresa recordó que produce aceites de soja, de exportación pero también el conocido aceite Patito, de consumo popular en la Argentina. Molinos arguyó que un aumento desmedido lo obligaría a aumentar ese producto, que incide en los gastos de trabajadores, incluidos los de Molinos. Y el punto estuvo sobre la mesa de discusión. Esa Argentina, que parece del año verde, integra las utopías del Gobierno, no exclusivamente de Lavagna.
Y con el mazo dando
En Economía se calcula que en abril la inflación mermará. La presión impositiva será mayor, no incidirán ya los aumentos estacionales de las vacaciones y comienzo de clases. Los salarios, se descuenta, deben quedarse quietitos.
Claro que también habrá, ya hay, acciones directas respecto de los precios. El Gobierno firmó acuerdos con productores de carne vacuna, aviar y con la industria láctea. Y, como anticipó Página/12 anteayer, el equipo económico inició negociaciones con otros sectores de la alimentación (harinas, aceites, bebidas) y con los fabricantes de productos de tocador y de limpieza. El objetivo es concretar una suerte de concertación general antiinflacionaria, imprecisa de momento en su articulación concreta. Una idea fuerza, también lo adelantó hace dos semanas este diario, que Kirchner tiene entre ceja y ceja, imprecisión incluida.
Si se arma todo ese paquete, piensan en Economía, la recuperación del año 2005 tendrá poco o nada que envidiarle a la de 2004. Las condiciones ineludibles son las expectativas y dejar de lado la herramienta de los aumentos masivos por decreto. Carlos Tomada, ministro de Trabajo, razona de modo bastante afín (ver nota aparte).
Los disensos internos, entonces, no parecen ser importantes. Pero queda un detalle que todos en el Gobierno conocen. Los aumentos generales, un recurso que el Gobierno utilizó reiteradamente el año pasado, son una “bala de plata” a la que Kirchner podría acudir en algún momento de crisis o de mengua de su representatividad. Una hipótesis que, de momento, nadie zarandea pero que (asumen varios ocupantes de despachos oficiales) puede concretarse en el futuro, ese jardín de senderos que se bifurcan.

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El ministro Roberto Lavagna se resigna a aumentos del salario mínimo, vital y móvil.
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