EL PAíS › OPINION

Un camino con zigzags

 Por Mario Wainfeld

El progreso no suele avanzar en línea recta y la historia propende a parir contradicciones y hasta paradojas. La renovada Corte Suprema entró ayer en la historia, aunque todavía no haya conseguido su integración definitiva ni plena coherencia interna. Una mayoría muy amplia votó la inconstitucionalidad de las leyes del perdón, pero debió plasmarla en siete votos diferentes. Demasiada, no deseable, diversidad para sentar doctrina respecto de lo que es una cuestión de Estado. El tribunal toma posiciones, cada vez más rescatables, ante los temas centrales para la consolidación de la democracia. Pero todavía le cuesta mucho administrar sus propios consensos, generar o admitir nuevos liderazgos, encontrar mínimos denominadores comunes.
Reparar o pedir perdón: “La Corte, en su nueva integración, tiene que ir formulando una suerte de ideología propia. Un pensamiento jurídico actualizado, que tenga como norte reparar daños o discriminaciones producidos por el Estado (incluso por la Corte) en las últimas décadas”. La frase corresponde a uno de los jueces supremos de la nueva horneada. Fue comentada a (y publicada por) Página/12 meses atrás. “Reparar” equivale a asumir que el Estado ha cometido tropelías de diverso pelaje, cuyos damnificados deben ser resarcidos o compensados.
El año pasado, el 24 de marzo, Néstor Kirchner ordenó reabrir la ESMA y pidió “perdón en nombre del Estado argentino”. Ese formidable gesto de contrición hará historia aunque lo perjudicó la centralidad que se atribuyó el Presidente, omitiendo reconocer los logros de varios estamentos estatales (Juicio a las Juntas, leyes indemnizatorias a las víctimas, fallos contra la impunidad por no mencionar sino los más evidentes). El aleccionador pedido de perdón debe perfeccionarse con acciones estatales reparadoras.
La idea de “reparación”, dicho sea de paso, es connatural a las fuerzas nacional-populares, cuyo imaginario alude a un pueblo “privado” de bienes o derechos que alguna vez poseyó. La democracia tiene en la Argentina una larga tradición “reparadora”, que se puede bucear fácil en los discursos y proclamas de Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón.
En busca del derecho perdido: Un Estado que avasalló derechos humanos y económicos básicos, aunado a una Corte alineada con el Ejecutivo, amén de sospechada de negocios propios, generaron un estado de cosas que costará revertir. El actual tribunal viene dejando sus marcas.
Comenzó dictando fallos fulminando por inconstitucionales normas laborales esclavistas, incluyendo el régimen de las Aseguradoras de Riesgo de Trabajo.
Luego les tocó el turno a los jubilados. Sus haberes fueron reducidos arbitrariamente por decisión de la dupla Menem-Cavallo. Para consolidar su designio, el poli ministro de varios gobiernos con su proverbial inteligencia orientada al mal, amañó un sistema legal capcioso, derivando a la Corte los respectivos juicios. La finalidad era atosigar al tribunal, eternizar los pleitos, denegar justicia. El tribunal ya sentenció contra esa taimada subversión del orden jurídico, decretando la nulidad del engendro cavallista.
Los logros y los ripios: En el caso “Simón” el tribunal dio otro paso relevante removiendo un obstáculo contra la búsqueda de verdad y justicia. Nadie podrá seriamente decir que lo hizo en ciega obediencia a lo predicado por el Ejecutivo. La sólida reputación de los sentenciantes, los antecedentes y convicciones de casi todos ellos coinciden con el sentido humanista de la sentencia. Un fallo consistente, denso en sus fundamentos, que está técnicamente a la altura de la magnitud del cambio político que instaura.
Si se desbrozan los votos de la mayoría (con la excesiva celeridad que impone el cierre del diario para leer una decisión de centenares de fojas) se advierte que el tribunal no termina de tenerlas todas consigo. No está escrito en ningún lado pero es promisorio que los fallos de Corte concedan a la síntesis, a la búsqueda de puntos comunes, aunque eso postergue el brillo individual y la demarcación insistente de los criterios personales. En ese sentido, la existencia de siete razonamientos diferentes espeja que todavía hay mucho por hacer en términos de cohesión interna.
Dos de los votos hubieran podido, por peso específico, ser los convocantes a adhesiones más amplias, el de Enrique Petracchi y el de Eugenio Raúl Zaffaroni.
Mas es claro que Enrique Petracchi, el presidente, no era la persona adecuada para expresar el pensamiento del conjunto. Petracchi abandonó el punto de vista que expresó en el caso Camps, con la anterior composición del tribunal. Esa transición, necesariamente, debía ser núcleo de sus argumentos. Y lo fue. Los cortesanos nuevos no tenían por qué distraerse en esos circunloquios. El punto sugiere (o simboliza) los límites que tiene un presidente que viene de “lo viejo” (así lo haya vivido usualmente en minoría) para conducir “lo nuevo”.
La soberanía en acto: Un sugestivo argumento de Zaffaroni es el referido a la soberanía. Amerita más que estas líneas, que sólo valen a cuenta.
La defensa de la soberanía fue un escudo usado por los represores y sus abundantes “defensores oficiales” de la derecha vernácula. En su nombre se generaba impunidad fronteras adentro y se resistían pedidos de extradición fundados en normas de derecho universal. El rebusque ladino convertía a la Argentina en un aguantadero de genocidas que decían “alpiste” blandiendo banderitas celestes y blancas.
Zaffaroni, en un sentido virtuoso, resignifica el concepto de soberanía ligándola a la existencia de derechos inderogables de raigambre universal. La Argentina, explica el magistrado, acepta la validez constitucional de los tratados internacionales en ejercicio de su soberanía. Y queda, pues, sometida a ellos (como a su propia Constitución) por su estricta voluntad.
Pero, además, da vuelta como una media las argucias de los represores, explicando que, al negarse a juzgarlos, el país “admite lisa y llanamente su incapacidad para hacerlo y por ende, renuncia a su soberanía nacional”. Soberano es aquel que cumple la ley, no quien se ampara en un vacuo nacionalismo para burlarla.
Un cruce afortunado: La sentencia de ayer alude a dos logros institucionales de un gobierno mucho más propenso al paso a paso, al decisionismo cotidiano que a plantar raíces que trasciendan el corto plazo. Casi podría decirse que la reforma de la Corte, la política de derechos humanos (que cruzan de buen modo en este caso) y el canje de deuda son las únicas herencias institucionales importantes que deja la gestión Kirchner. Lo demás, bueno o malo, es manejo de la coyuntura.
El Gobierno sí que jugó fuerte respecto de la Corte. No apenas por la embestida contra la mayoría automática, sino también por el estimable perfil de sus sustitutos. En el día a día, esa obsesión de Kirchner, eso ha provocado y provocará algunos cortocircuitos. Incluso, como ya se dijo, cierta falta de articulación interna que tributa a la novedad de su composición pero también a vedettismos o a limitado espíritu de equipo.
Aun con esos límites, la Corte ha venido marcando rumbos en sus decisiones esenciales. Al tiempo, también le fue demarcando límites al Gobierno, menester al que se han dedicado (significativamente) varios de los recién llegados. Zaffaroni cuestionó las declaraciones del propio Presidente sobre la excarcelación de Chabán. Lorenzetti propició (contra el discurso de la Rosada y desoyendo una sugerencia de callar del propio Petracchi) la reducción del tribunal a siete miembros.
Rumbeada hacia un cambio institucional más que necesario, con sus integrantes rezongando porque los cambios de elenco no tocan a su fin, con muchas tareas pendientes, la Corte fue protagonista de una jornada histórica. No es suyo el monopolio del mérito por el avance logrado, ni lo es tampoco del Gobierno, pero es cierto que ambos honraron su papel.
El mérito principal de un logro que aireará el futuro de todos los argentinos es de quienes defendieron las banderas de los derechos humanos, aun estando en minoría, entornados por el silencio, afrentados por decisiones de gobiernos de origen democrático y raíz popular. Los organismos respectivos y los deudos a la cabeza. A su vera, alentada por su ejemplaridad, una parte importante de la ciudadanía fue cambiando su punto de vista haciéndose más permeable a la búsqueda de verdad y justicia. Nada hubiera sido posible sin ellos, los que nunca bajaron los brazos ni apelaron a la venganza ni cayeron en la sobreactuación o en la histeria.

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