EL PAíS › UNA MIRADA SOBRE LAS DESMESURAS DE CAMPAÑA

Serruchando el piso común

Las hipérboles y las desmesuras cunden. Los riesgos que provoca la falta de temple en un sistema político corroído. La oposición judicializa y el oficialismo se victimiza. Apuntes sobre cómo funcionan, en la realidad, los partidos. Bielsa regañado. La ronda de los ministeriables. Y crónica sobre un estudioso que seguro va a ganar.

Opinion
Por Mario Wainfeld

Todo el espectro político ha puesto su mejor carne en el asador. El Gobierno comidió a varios ministros y a la primera ciudadana sin privarse de propagar el apellido Kirchner en dos distritos. Presidenciables opositores (Elisa Carrió, Ricardo López Murphy, Mauricio Macri) son cabeza de lista. Otras figuras representativas y variopintas (Hermes Binner, Jorge Rivas, Jorge Sobisch, Luis Zamora) también se expondrán. No faltarán esperpentos que tuvieron su cuarto de hora, como Carlos Menem y Domingo Cavallo. Nadie se guardó nada, la oferta es surtida, de izquierda a derecha.
Así las cosas, los candidatos deberían empezar a pensar cuánto arriesgan como colectivo si insisten en una campaña que –recién en etapa de precalentamiento– es desmesurada por donde se la mire. La hipérbole, la descalificación, el desprecio, la exclusión del otro, son la cifra dominante en los discursos de casi todos los candidatos. La democracia es (debería ser) un régimen de reconocimientos mutuos. Por ahora, cuando restan más de tres meses, en la Argentina eso no se consigue.
Hace cuatro años el voto bronca prenunció la entropía del sistema político. La historia tiene la generosidad de no repetirse linealmente y las circunstancias no son iguales. Tanto económica como políticamente hay mayor consistencia. El Gobierno no está de salida, ni privado de legitimidad como el de Fernando de la Rúa. Pero, bien resaltadas esas asimetrías, cabe sopesar en el otro platillo de la balanza un dato cuantificable: el “que se vayan todos” sucedió en esta misma comarca, apenas ayer. Nada puede haber mudado tanto, los cimientos del sistema político siguen corroídos, la incredulidad está a flor de piel.
La vocinglería genera una sensación ciudadana de hastío que los jefes de campaña y los candidatos deberían incorporar a sus hipótesis de trabajo. Un riesgo, ya vivido por añadidura, acecha al conjunto del sistema político que persiste en negarse como tal. “La gente” puede resignificar las invectivas mutuas creyendo en todas las críticas pero en ninguno de los críticos. Esto es, dándoles razón, sólo en cuanto demuelen al contendiente.
El albur de la deslegitimación colectiva sería (nada más, nada menos) una recidiva. Un escenario indeseable, para nada inexorable pero tampoco imposible, que habría que precaver.
Pero la gritería cruzada no deja espacio para oír ni para pensar.

Un cheque desde Estocolmo

El decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo tipea enérgico el teclado de su notebook. Se ha reconciliado con su discípulo predilecto, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre Argentina, inclusiva de un año de estudio de campo que ya se prolonga un trienio. Pero su pollo tenía razón, ese ignaro país es un laboratorio único y el peronismo un fenómeno muy productivo para la investigación y el descubrimiento. “Me enteré de que el peronismo fue proscripto. Es un ricorso de la historia como jamás se ha visto. Le confieso que me perdí la información acerca del golpe de Estado que lo derrocó. Le pido me envíe un abstract con sus características más salientes. Desde luego, apruebo la prórroga de su beca y el nuevo contrato a una científica social nativa, con experticia en el conurbano. Eso sí, por razones administrativas, preciso un perfil de la profesional”. El politólogo, si algo está estudiando, es el perfil de la pelirroja progre con la que recorre la provincia de Buenos Aires. El estudio de campo incluye entusiastas paradas en parrillas ruteras y en otros edificios menos expuestos al aire libre.

Proscripciones

La judicialización de la elección bonaerense y la reacción oficialista son sólo un ejemplo de la extendida tendencia al desvarío. El socialismo y el radicalismo llevaron a tribunales un intríngulis esencialmente político. Es un dislate suponer que un tribunal puede emparchar la formidable crisis de los partidos políticos (que afecta también a socialistas y radicales) de la que la fractura peronista es un síntoma más, calificado por su magnitud pero no por su esencia. Dejar en manos de magistrados (corporación no menos desleída que la política) la llave de una elección es, por quedarse corto, una propuesta poco feliz. La presentación radical (que propone una medida cautelar suspendiendo las inscripciones de PJ y Frente para la Victoria hasta que se dirima el entuerto) es menos enojosa que la socialista, que promueve que no se admita la inscripción de todos los afiliados al PJ de la lista kirchnerista, que pinta como más votada. Una “solución” que nadie puede reputar virtuosa para la consolidación de la democracia.
La argumentación opositora podría tener algún color en lo atinente a la lista de senadores, pero parte de una premisa fáctica sujeta a corroboración. La violación legal (de existir) sólo se produciría si el kirchnerismo y el duhaldismo resultaran primero y segundo. Por ende, el derecho a agraviarse es, en términos legales, virtual y sujeto (nada menos) que a la decisión soberana del pueblo.
En cuanto a los diputados, existiendo representación proporcional, no se capta cuál es el gravamen de los opositores. Proponer que se confunde a los votantes metiéndolos en una interna en la que no quieren participar es un argumento chocante, que insulta la inteligencia de los ciudadanos, algo que los demócratas deberían evitar.
Desde el punto de vista de la ética política, vale recordar que los ahora litigantes consintieron los neolemas en 2003, cuando tenían en mira vencer al menemismo. Si son odiosos a la Constitución ahora, ya lo eran antaño. Ocurre que, en ese trance, se consideraba prioritario sacar de la pista al menemismo y la herramienta (que hoy leen como lesiva para sus chances) era funcional.
Es peliagudo definir qué es (en la realidad y no en apolillados textos que aluden a un pasado ya inexistente) un partido político en un país donde cualquier candidato expectable arma uno casi como chasis de su figura. Carrió, López Murphy, Macri, Alicia Castro por no citar más que algunos casos entre docenas, fungen así. Urden pactos, configuran alianzas, convocan candidatos de otros partidos (que no renuncian a sus afiliaciones) sin echar mano a gestiones orgánicas, plenarios, asambleas de militantes. Su predicamento, su liderazgo, priman sobre las estructuras o más bien las evaden. Esa realidad sociológica puede reputarse indeseable o superadora o lo que fuera. Lo que no puede hacerse es ignorar su existencia y discutir en función de un quimérico sistema de partidos que, sencillamente, no existe. Suponer la identidad peronista (o la radical, la socialista, la de centroizquierda) contenida inexorablemente en el molde de fuerzas preexistentes se da de narices con lo que sucede en el campo de cada sector, incluidos socialistas y radicales.
Lo dicho, que sugiere a los dirigentes no acudir al Foro para buscar lo que les niegan las urnas, no tiene por qué validar la victimización que eligió como discurso el Presidente, para que luego le hicieran coro sus partidarios. Es infausto que la oposición lleve la querella a tribunales, pero es legal. No hay abuso de poder de fuerzas minoritarias, ni tampoco proscripción. Homologar situaciones pasmosamente diferentes es un recurso retórico excitado e incorrecto, a su modo también despectivo de la inteligencia popular.
El peronismo gobierna, lo que derrumba cualquier analogía con el pasado. El tremendismo erosiona el sistema todo y el Gobierno (que supo consolidar poder político y, por ende, lo tiene) debería promover la sensatez. Mas no.

Bonaerenses

Tras fulminar a Eduardo Duhalde comparándolo con Don Corleone, Cristina Fernández de Kirchner comanda la campaña más ordenada (y generosa en recursos) que se despliega. El 26 de julio sus compañeros de ruta, unos cuantos recién colgados del bondi, le prometen 20.000 personas en José C. Paz, pagos del intendente Mario Ishi, sobre quien cabe preguntarse qué papel hubiera merecido en la filmografía de Francis Ford Coppola.
Prolija pretende ser la campaña de la senadora santacruceña, con dos adalides en el territorio. La candidata es una. El Presidente, que prevé viajes casi diarios a la provincia, es el otro. En diez días, contando parte de la semana que terminó y de la que comienza mañana irá a diez ciudades, no todas grandes, ni todas gobernadas por compañeros.
En pos de garantizar el mejor perfil de Cristina Fernández de Kirchner, su fuerte serán actos chicos, como el de lanzamiento, en ámbitos cerrados, con poco ruido y poco sudor rodeando al proscenio. Pero también deberá haber caminatas y trámites más convencionales. La candidata les hizo saber a varios de sus pares que nadie le dirá cómo debe vestirse pero seguramente asumirá sus consejos y acudirá de vez en cuando al jean y las zapatillas.
No es el atuendo, empero, el intríngulis mayor que preocupó al oficialismo en el microclima de campaña de estas horas. Lo más chocante fue la falta de uniformidad de discurso, problema centrado en el desempeño de Rafael Bielsa. El canciller se diferenció netamente del discurso kirchnerista en la caracterización de Duhalde y en lo referido a la proscripción. Más allá de que tuviera o no razón, es cabal que una fuerza en campaña no puede sonar como una jaula de grillos. Bielsa desafinó y los gritos no se hicieron esperar.
Kirchner, cuentan circunstantes que le son muy cercanos, se enconó mucho. El Presidente suele achacar a su candidato porteño dos tendencias (a su ver) criticables: la de querer congraciarse con todo el mundo y la de ser individualista. Por eso, en la mesa chica, fue el que más dudó en ponerlo como cabeza de lista. Las intervenciones de Bielsa fueron traducidas en la Rosada como corroboración de ambas sospechas. Alberto Fernández lo regañó de cuerpo presente, sobrio almuerzo de por medio. “El manual del buen candidato –le sugirió– establece que no debe pelearse con los que lo sostienen.”
En este caso, Fernández transmitió, seguramente bajando el tono, el vero pensamiento presidencial. Pero la (compleja) relación entre el jefe de Gabinete (que lidera el PJ capitalino) y el canciller (afiliado a otro partido) tiene toda la pinta de ir convirtiéndose un recurrente tópico de campaña.

La ronda de los nombres

Una versión periodística hizo repercutir la –ya conocida– posibilidad de Chacho Alvarez de ser designado canciller. Las desmentidas y el zarandeo damnificaron sus chances, que de todos modos persisten. Alvarez también podría estar en la terna para sustituir a Eduardo Duhalde en su cargo en el Mercosur. Es un hecho que el ex presidente dejará ese sitio, más pronto que tarde. Su “mandato” (las comillas aluden a que el cargo es un traje a su medida, acordado con gobiernos hermanos) vence en octubre, mes en cuyo transcurso sucederán muchas novedades.
La Corte Suprema también requerirá cierta atención porque Augusto Belluscio ya se va. León Carlos Arslanian, cuentan en Palacio, es mejor prospecto para ese cargo que para el Ministerio de Justicia. Una obsesión, diferente a la de sus horas augurales, domina los castings del Gobierno. Es la de sumar mujeres y hombres “que acompañen el proyecto”, lo que implica un cuestionamiento a “librepensadores” que, tal parece, existieron en etapa de parto. En ese nuevo perfil calza un senador no muy conocido por el gran público, el chubutense Marcelo Guinle, a quienes algunos auguran próxima presencia en ligas mayores. La senadora María Cristina Perceval también cumple con ese listado de anhelos. Ambos se mencionan como potenciales ministros de Defensa.
De relevos el Gobierno no quiere hablar pero no podrá evitar que se siga comentando, aun en sus propias entrañas. Otra obsesión de la Rosada, mantener a los ministros hasta octubre, ya le está costando a Bielsa, quien compite contra candidatos full time y no las tiene todas consigo. El tiempo dirá.

Ojo al piojo

“¿Así que determinar quién es o no peronista, un arcano que insumió ríos de tinta y hasta derramamientos de sangre, ahora será determinado por un juez? Fantástico, hágame un paper que firmaremos juntos para presentar en el Simposio de Oslo. Quiero dejar con un palmo de narices a los noruegos que siempre hablan de temas monótonos.” El decano está fascinado con la Argentina. También se ha mimetizado un poco con la mal llamada picardía criolla, en eso de apropiarse del trabajo de su pupilo. Pero el politólogo sueco no se hace drama. La campaña recién empieza, la transita junto a la pelirroja progre. Como a Marco Polo, le sobrarán portentos para referir a sus comitentes.
A diferencia de lo que les ocurre a los candidatos, no hay ningún escenario en el que se imagine perdedor.

Retomando

Un candidato en campaña debería definir identidad, proyecto, adversarios. Nadie se priva de elegir adversarios. Y, aunque dificultado porque cada sector tiene sobreoferta de lemas, algo se dice de la identidad respectiva. Los proyectos, en general, suelen merecer menos tiempo de exposición, por decirlo de modo piadoso.
Demasiados discursos en primera persona del singular confirman que lo colectivo está en crisis aun en boca de quienes deberían invocarlo más.
Todo dispositivo de seducción (una campaña lo es) incluye un poco de floreo o de verso. Pero también, bien entendido, debería abarcar la promesa o el diseño de un futuro mejor. Qué poco se habla del futuro en medio de la demonización recíproca, que transcurre al interior de una apatía ciudadana que podría ser un síntoma predictivo de un mal mayor. Y que, aun si no causara mayores daños, es algo que los políticos deberían atender y no agravar.

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