EL PAíS › PANORAMA POLITICO

La encrucijada del PJ

 Por Luis Bruschtein

“Si gana con muchos votos, la soberbia hará que el kirchnerismo desprecie las críticas y el disenso” es un comentario. Otros son del tipo de “si gana ya no sentirá la presión de gobernar sin fuerza propia y se abrirán espacios para el debate”. Los resultados anunciados también abren interrogantes sobre la oposición. Para unos, la dispersión de sus votos obligará a acuerdos y reencuentros. Para otros, dependerá mucho de lo que haga el kirchnerismo.
Los interrogantes se disparan a los extremos: abroquelarse en un resultado o aprovecharlo para abrirse e impulsar cambios también en la estructuración de su fuerza. Los resultados pueden dar algunas sorpresas, pero los anticipos de las encuestas dan un piso suficiente para aceptar que el oficialismo ocupará un lugar hegemónico en un justicialismo muy lavado pero con gran caudal electoral. Puede intentar lo que hizo Carlos Menem cuando cooptó a toda la estructura partidaria para un proyecto neoliberal que en otro momento hubiera espantado hasta a un peronista de derecha. O esta vez puede cooptar nuevamente esa estructura para llevarla hacia un proyecto opuesto, de tipo centroizquierdista, como se ha planteado.
Pero una estructura que sirve tanto para un roto como para un descosido no es creíble ante la sociedad ni ante sus propios integrantes. Sus adhesiones generan suspicacias y es lógico que se sospeche que se asientan más en el clientelismo y el asistencialismo que en una propuesta política. Una estructura que acaba de enterrar sin pena ni gloria a la figura que fue absolutamente indiscutida durante diez o doce años, como Carlos Menem, mañana lo puede enterrar a Néstor Kirchner y pasarse otra vez al otro bando. Desde el punto de vista de un proyecto político que aspira a trascender en el tiempo, así como quedó el PJ tras la era menemista, no ofrece ninguna garantía de continuidad.
Pensar que el oficialismo abjurará del PJ después de haberlo ganado sería pecar de ingenuidad porque cualquiera que gobierne necesita una masa crítica para sostenerse e impulsar medidas. La ecuación no se construye solamente desde el aspecto ético o programático, sino también a partir de la necesidad de ejercer el gobierno sobre la base de una relación de fuerzas que le sea favorable. La ética sin una acción por la construcción de una fuerza que la sostenga, no es ética porque termina favoreciendo al sistema, al mantenimiento del statu quo. Pero el desarrollo de una fuerza sin un planteo ético que la oriente tampoco sirve para cambiar nada. Sería una estructura organizada a partir de negocios mutuos y conveniencias.
El kirchnerismo saldrá de la contienda con el trofeo del PJ, con el que correría el riesgo de quedarse a mitad de camino. Tendrá una cafetera que necesita motor, chapa y pintura. Una estructura que provee votos, pero vetusta para ofrecer una alternativa a la sociedad. Desde sus orígenes y durante mucho tiempo, la dinámica del peronismo se asentó en la militancia, tanto o más que otras fuerzas políticas. Pero a partir del menemismo cualquier actitud humana –la militancia incluida– que no redituara algún beneficio material individual se concibió como una estupidez y los militantes pasaron a ser una minoría bastante depreciada. Si bien ese fenómeno se extendió a todos los partidos, menos a los de izquierda, en el justicialismo fue más fuerte porque era el protagonista principal, el que imponía esos valores al resto de la sociedad. No aparece convincente la imagen de un PJ impulsando las reformas políticas de transparencia, lucha contra la corrupción, la recuperación de valores éticos, doctrinarios y educativos.
Si no lo abandona, y así no le sirve, la conclusión es que deberá transformarlo, darlo vuelta como una media. La riqueza del PJ siempre ha sido su base social, consolidada en una identidad que se extiende aún más allá de las fronteras partidarias. Mientras los contenidos de las estructuras partidarias se fueron vaciando, el peronismo, como identidad cultural de la gran mayoría de los sectores populares, se mantuvo. En muchos sectores ser pobre o trabajador es lo mismo que ser peronista. Y ser peronista no se contradice con estar en agrupaciones piqueteras de todos los colores políticos, la mayoría de ellas enfrentadas al PJ, o votar a veces al radicalismo, como sucedió con Raúl Alfonsín o incluso con Graciela Fernández Meijide o como sucede ahora con Martín Sabbatella o el socialista Hermes Binner. Es cierto que hay un cruzamiento con las estructuras partidarias, pero a esta altura es más una identidad de masas que una identidad partidaria.
En ese sentido, la construcción de una fuerza de centroizquierda en Argentina no podría crecer sin una fuerte impronta de esa identidad. El mismo Chacho Alvarez reconoció como una “ilusión” del Frepaso haber intentado construir una fuerza política en ese espacio sin contar con una vertiente peronista, circunscribiéndola de antemano a compartir la clase media con el radicalismo.
Si por un lado resulta sorprendente la permanencia del peronismo a lo largo de varias generaciones pese a la desnaturalización de sus contenidos, de la misma manera llama la atención la permanencia del gorilismo, ambas cuestiones que a esta altura más que definir una propuesta política o programática aluden a una referencia social, describen con trazo grueso al grupo social del que se proviene. Hay gorilismo de todos los colores igual que en el peronismo, desde la derecha hasta la izquierda, que muchas veces prefieren aliarse entre sí con tal de oponerse a cualquier peronismo, con el mismo instinto gregario concesivo y no programático que se le ha criticado, con justicia, al peronismo.
Confundir identidad de masas con estructuras partidarias del PJ y, dentro de éstas, tampoco discernir entre las diferentes vertientes que generó la crisis, implica una mirada con veinte años de atraso y arrogarle al justicialismo inmunidad absoluta frente a una crisis que golpeó a todas las demás fuerzas. La consecuencia más peligrosa de esta confusión sería profundizar un discurso antiperonista que es tomado como antipopular por los sectores populares. Es un discurso que se reproduce con facilidad en los medios de comunicación que llegan a los sectores medios, dándole una falsa sensación de masividad –ratificando así su carácter identatario– para luego revelar su alto grado de impopularidad en los barrios humildes. En un país con cerca del 40 por ciento de su población bajo la línea de pobreza, construir una fuerza política transformadora solamente desde las capas medias constituye, por lo menos, una paradoja.
En un pizarrón de director técnico, las flechitas de los posibles movimientos y reagrupamientos se entrecruzarían hasta el infinito. El centroderecha también avanzará en su discusión sobre el presidenciable para el 2007 y dependerá mucho del desempeño bonaerense de Ricardo López Murphy en la provincia de Buenos Aires, ya que los de Mauricio Macri y Jorge Sobisch son más previsibles. En el centroderecha hay una vocación de confluencia clara, a la que se podrían agregar Carlos Menem, Luis Patti y, en el futuro, otros desprendimientos del justicialismo.
La izquierda profundizó un proceso de fragmentación lo cual disminuirá su ya menguada representación parlamentaria y empobrecerá, en alguna medida, la composición de las nuevas legislaturas.
El espíritu de crear un espacio importante en el centroizquierda está muy instalado entre diferentes fuerzas, incluyendo al oficialismo. Pero es cierto que el porcentual de los resultados de todo el país para aquellas distanciadas del Gobierno o en la oposición frontal, difícilmente ronde el diez por ciento, o menos, para cada una. En algunas provincias se produjeron aproximaciones cruzadas entre el socialismo, el ARI o el radicalismo, y Binner dejó abierta la posibilidad de un acercamiento poselectoral con Lilita Carrió. El rosarino representa en el Partido Socialista al sector menos confrontativo con el Gobierno frente a otras corrientes encabezadas por el senador Rubén Giustiniani o el diputado Jorge Rivas. En todo caso, el radicalismo reclamará en ese debate un espacio central a partir de las gobernaciones que mantiene. Y Carrió expresó su vocación por una construcción más selectiva que frentista. En general, los números mejorarían mucho para este espectro si no fueran por separado. Y en el mismo espacio el kirchnerismo hará su esfuerzo por reacomodar sus filas y encontrar nuevos aliados, sobre todo donde el voto de centroizquierda tenga un fuerte componente de sectores humildes, que obliga a los candidatos a no mostrarse enfrentados con el Gobierno.

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