EL PAíS › UN BARRIO DONDE COMBATEN EL HAMBRE CON CARNE DE RATA, GATO, SAPO Y CABALLO

Quilmes, a pocos kilómetros de la Rosada

La escuela IAPI tiene 1208 alumnos, todos bajo el nivel de pobreza. En las últimas semanas las maestras se alarmaron con los relatos: muchos chicos contaron que cazan sapos y ratas y los asan. También se faenan los caballos. En el barrio, ya casi no se ven gatos por la calle. Para la mitad de los chicos, la merienda que reciben en la escuela es la única comida diaria.

 Por Alejandra Dandan

De pronto todas las maestras lo rodearon. Ariel quedó sentado en un banco, sin tiempo para escapar. Sin querer, se había trasformado en el motivo de espanto de sus caras. Una de ellas le preguntó por la historia de los caballos. Ariel obedeció. Por un momento volvieron las imágenes de la feria del barrio y de la silueta de su tío montada un mediodía sobre el animal: “El caballo se había lastimado fuerte y no andaba –explicó–: primero mi tío le clavó un cuchillo, después le sacó las tripitas y lo iba cortando”. Un rato más tarde su tío terminaba de faenarlo y puso algunos cortes en la cacerola, junto a una cuchara sopera para ir probando. Ariel dice que el gusto no es rico ni feo. Pero asegura que “el caballo es más rico que el sapo”.
–¿Y el sapo y la rana cómo los diferenciás?
–Por el gusto: una tiene un gustito rico y otro no tanto. Y es más duro el sapo.
Ariel es uno de los 1208 alumnos de la Escuela 65 del IAPI, uno de los barrios más pobres del distrito de Quilmes. El ciento por ciento de los chicos está debajo de los indicadores del índice de pobreza. El 90 por ciento de sus padres no tiene trabajo, en ningún caso tienen ingresos de más de 400 pesos. Para más de la mitad de los alumnos la porción de pan o la factura que reciben como merienda en la escuela es la única ración de comida diaria. En estas últimas semanas, la directora Beatriz Hamari buscó distintos canales para denunciar el hambre que se presenta de forma corrosiva y sin antecedentes. La gente del barrio siempre buscó alimentos entre la basura, pero en los últimos meses también come ratas, ratones, ranas y sapos. Se hacen guisos con carne de caballo y aprenden a condimentar sin espanto hasta la carne más tierna y blanca de los gatos.
–Arroz señora, comimos arroz.
–¿Arroz solo o con alguna gallina?
–Arroz.
Arroz el sábado, arroz el domingo y el lunes. A la mañana dos de los hijos de esta mujer tuvieron la merienda en la escuela: mate cocido y una factura con azúcar negra, algo que parece un manjar. La mujer tiene su casa sobre la calle Bermejo, detrás de la quema donde se crían las ratas bien conocidas entre quienes acuden cada tanto a desinfectar la escuela. El frente de la casa es un pajonal de barro negro. Dos chicos de no más de diez años se hunden en la zanja de lluvia intentando una pelea inútil para sacar el agua. Al fondo saltan unas gallinas y un establo de chapa protege a un caballo: “Lo peor de todo no es que se coman los caballos –dirá más tarde Sandra Somosierra, del gabinete psicopedagógico de la escuela–, sino que se están comiendo su única herramienta de trabajo”.
El IAPI se formó como barrio obrero durante la segunda presidencia de Perón. Cuando se desarrollaba el segundo Plan Quinquenal se asentaron unas cuantas fábricas, curtiembres y frigoríficos. Exactamente en el límite entre Avellaneda y Bernal y alrededor de las fábricas se levantaron las casas de lo que ahora es una de las villas de emergencia más importantes de la zona sur. Sus habitantes ya no trabajan. Los sectores de empleo formal como las viejas curtiembres están cerradas desde hace varios años. En su lugar, se expandieron los nodos de producción del Trueque, los planes Trabajar en todas sus variantes y también los carros tirados por caballos. Excepto el 10 por ciento, que aún vive sostenido al sistema de empleo formal, el resto sobrevive del trabajo en negro por cuenta propia o contratados por terceros. La mayoría hace changas o se dedica a la recolección informal de cartones y botellas.
En ese contexto, la escuela 65 no es todo el barrio pero es uno de sus emergentes más claros: en un solo día las autoridades distribuyeron 600 constancias de regularidad para los planes de asistencia entregados por el gobierno.
–¿Querés saber si los chicos tienen el nivel de alimentación suficiente? No. ¿Querés saber si el rendimiento es suficiente? No. Y si querés saber si los índices sanitarios son normales, te digo que no.
Somosierra es la trabajadora social del gabinete de la escuela. Sobre su mesa de trabajo están las carpetas con los resultados de una encuesta a los padres. Con esos datos elaboraron los gráficos de ocupación y alfabetización donde cuentan un 3 por ciento de los adultos con secundaria completa, un 50 por ciento de las mujeres con primaria y un 11 por ciento de casas con madres ausentes.
“Yo recién tengo 28 años –dice ahora Carlos, uno de los papás– y estoy como coordinador del movimiento de desocupados en mi zona: ¿Me querés decir para qué me sirvió la escuela? Si a veces no tengo ni siquiera para darles de comer a mis hijos.”
En este lugar, y entre los bancos de esa escuela hace unas semanas comenzaron a oírse las historias de otras recetas, las recetas que para la directora de la escuela son parte de un fenómeno macabro.
Al spiedo
El año pasado la cooperadora recibía una cuota mensual para intentar palear la situación de emergencia del barrio. La Dirección de Escuelas de la provincia les negó la posibilidad de funcionar como comedor pero reforzó la cuota de las meriendas: todos los meses enviaban 25 centavos por día y por alumno. Este año la cuota no bajó, pero cambió el contexto: “Te puedo explicar –dice la directora–: el azúcar valía 60 centavos y ahora vale 1.10, la leche larga vida valía 46 centavos y ahora esta 1,80 y la milanesa que estaba 2,30 ahora no baja de 4. Todo eso deterioró la merienda, pero ahora en las casas no hay nada: y antes había: había una sopa caliente, un mate; cualquier padre te invitaba con un pan o un mate cocido cuando dabas una vuelta. Ahora eso se acabó. No hay nada. Absolutamente nada”.
Hace unas semanas las docentes descubrieron otras historias: “Los chicos llegaban contando que se reunían los sábados y en unos palitos ponían unos bichos gorditos que salen de una zanja”.
Con la profesora de Ciencias Naturales de la escuela se organizó un relevamiento en los alrededores del cauce del arroyo San Francisco y de la laguna Las Piedras que rodean al barrio. La contaminación del arroyo rápidamente despejó todo tipo de dudas: “Ahí nomás –continúa la directora– vimos que en la zona cuises no había”.
Lo que había eran otras cosas: sapos, ranas y ratas y por las evidencias notaron que la alusión del “palito” significaba un spiedo. “Lo único que sobrevive en las lagunas son unas pocas anguilas, y en el barro lo que hay son sapos y también ratas.” Y las ratas son una de las pestes más extendidas en el lugar: el año pasado en Quilmes se detectaron varios casos de leptospirosis. Aunque en el barrio no hubo infecciones, la escuela suele cerrar con frecuencia por desratización. Pero con las ratas no se terminaba el tema: “También observamos una cosa curiosa –continúa la mujer–, en el barrio han desaparecido los gatos: hay alguno cada tanto pero se lo mira básicamente como un animal curioso”.
Los síntomas no sólo aparecieron en las historias narradas por los chicos. En la calle, frente a la escuela, donde solían transitar los carros tirados por caballo, comenzaron a advertirse más cambios:
–Al tiempo vimos que los botelleros ya no pasan con el carrito tirado por caballos: ahora nuestros chicos faltan a la escuela para arrastrar los carros.
–¿La falta de caballos a qué obedece?
–A que los faenan –dice la directora–. Hoy nos contaban cómo los faenaban, están los hornos donde los cocinan, y algunos papás nos contaron que ya se venden en algunas carnicerías del barrio milanesas de caballo, como un precio competitivo con el vacuno, que en esta zona es inalcanzable.
A partir de ese momento comenzó el testeo de los casos entre las familias del barrio. A pocos les resultaba extraña la pregunta por el consumo del animal: el caballo es parte de la cultura más cotidiana del lugar, no son animales domésticos sino cuerpos y herramientas de trabajo. Por eso tal vez existe una suerte de permiso abierto y poco silencioso para faenarlo. Por eso tal vez se compra, se vende, y se suele cortar en espacios públicos y abiertos. Sirve una calle del barrio o el área de la quema, ubicada en el borde de un estanque de agua muerta.
Tal vez fue la desesperación ocasionada por el hambre lo que disparó en los últimos meses una sistema semiorganizado de producción, distribución y aprovisionamiento de carne de caballos. Como mencionaba la directora de la escuela, los cortes pueden adquirirse en lugares públicos: hay carnicerías del barrio donde se venden y nodos del circuito del clubes del Trueque para comprar. También existen dos ferias en Solano y Villa Dominico donde se vende y en este tiempo comenzaron a ser frecuentes los robos del animal.
Antonia Boba es una de las maestras de sexto grado. Entre sus alumnos no hubo desmayos, pero sí hipoglucemia, caras cansadas y panzas vacías crujiendo en las primeras horas de clase: “¿Sabés cuál es el tema del día? La merienda, sin eso no podés empezar”. Más del 50 por ciento de los estudiantes de su aula no reciben otra comida.
La escuela está en el cruce de Malvinas Argentinas y los Andes, en el barrio de Bernal. En su larga lista de necesidades también incluyen el viaje para los egresados. La escuela no tiene recursos para llevarlos y ellos dicen que alguna vez les gustaría poder viajar.

Compartir: 

Twitter

Cuando llueve, el barro hace la zona intransitable. Pero aun así los chicos intentan llegar a la escuela, por la merienda.
 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.