EL PAíS › OPINION

Como mucho

 Por José Pablo Feinmann

Desde hace años se ha instalado entre las modalidades lingüísticas nacionales el uso del “como que”. Viene, últimamente, decayendo, pero no ha decaído del todo, lo que significa que todavía existe y hay gente, mucha o poca, que lo usa. Algunos ejemplos ilustrarán la cuestión. Si alguien está triste está “como triste”. Si cansado “como cansado”. Si harto, “como harto”. Si podrido “como podrido”. No obstante, arriesgaré, hay una modalidad hegemónica (por usar una palabra de moda) de esta habitualidad: si algo, a alguien, le parece excesivo dirá que es “como mucho”. Por ejemplo: “Qué querés que te diga, para mí es como mucho”. Si Antonella tira a su marido por la ventana es: como mucho. Si River pierde 4 a 1 con un equipo del interior es: como mucho. Si un escritor publica tres libros por año es: como mucho. O, digamos, si Bucay le plagia a una española sesenta páginas también es: como mucho. (Lo cual es rigurosamente cierto.) Hay una reticencia en nombrar el ser. Una prudencia con las cosas que son. Nada es. Todo es como. No estoy triste. Estoy como triste. No estoy cansado. Estoy como cansado. Nada está lejos. Está como lejos. Nada está cerca. Está como cerca. Esta cautela por nombrar al ser lo ha devaluado. El ser no es, es como que es. Hoy, aquí, Parménides habría dicho: “El ser es como que es, el no ser es como que no es”.

La modalidad, al haber llegado a ciertos extremos, empezó a deslizarse en el silencio de la decadencia. La reemplazó otra. Siempre lo que viene después de algo es su contracara. Siempre o casi siempre. Ahora asistimos a los tiempos del exceso. Se exagera. Se llega demasiado rápido a conclusiones excesivas. Veamos: un periodista es expulsado de una radio. El periodista es Pepe Eliaschev. Pésima decisión. No había por qué echar a Eliaschev. La directora de la radio (mi amiga Mona Moncalvillo, amiga de los años gloriosos de la revista Humor) dice que la orden le vino de arriba. Si la orden le vino así, de arriba, debió decir quién se la dio y renunciar, dado que el que lo renunció a Eliaschev la puenteó alevosamente a Mona y Mona debió callarse y si habla tiene que renunciar para mantener la jerarquía de su puesto: la directora de la radio es ella.

La cuestión gana de inmediato el submundo de los mails, donde se expresa todo, la Biblia y el calefón, aunque, abusivamente, el calefón. Llega un texto de Eliaschev en el que interpreta la frase de Mona “vino de arriba” y, en general, la conducta de los funcionarios del Gobierno como “obediencia debida”. Aquí está el exceso. Y el exceso implica el manoseo de conceptos que debieran ser utilizados para lo que surgieron; si no, se corre el enorme riesgo de banalizarlos. “Obediencia debida” era la que tenían los torturadores del régimen militar hacia los superiores que daban las órdenes. Usar este concepto para referirse al sistema de funcionamiento de un gobierno al que se caracteriza de hegemónico es una desmesura. Los torturadores, agradecidos. Se los ha igualado a funcionarios no asesinos de un gobierno elegido por los votos de la ciudadanía en medio de un espacio democrático.

Sigamos: ante el conflicto desatado por la posiblemente errada decisión del Ejecutivo en un tema atinente al Consejo de la Magistratura se reúne todo el arco opositor, o, mejor dicho, se conforma, entre gallos y medianoche, un arco opositor en el que hay de todo, y hay dirigentes que no debieran estar junto a otros y que luego lamentarán la foto que (inevitablemente) les sacaron junto a esos otros y en la que (inevitablemente también) están, escrachados, ellos. El llamado oficialismo llama a ese, digamos, “arco opositor” ¡Unión Democrática! Con lo cual Kirchner vendría a ser Perón y Binner, Alfredo Palacios y acaso “lo que no le disgustaría” Carrió, Victoria Ocampo y Claudio Lozano, Rodolfo Ghioldi y López Murphy, Braden. Destino que no le deseamos a ninguno porque han transcurrido sesenta años desde la célebre Unión Democrática y sería penoso que el tiempo no pasara en vano. De todos modos, el exceso de la caracterización es evidente: la Unión Democrática nucleó a miles de manifestantes y este polo opositor apenas si nucleó a sus integrantes. Para los peronistas, sin embargo, es suficiente. Si se juntan más de dos antiperonistas, los peronistas gritan: ¡Unión Democrática! Dramática cuestión que nos lleva a otro exceso: ha retornado la contradicción peronismo-antiperonismo. Que fue, siempre, excesiva, desmesurada. Tanto, que ha nublado la política nacional durante varios años. Tanto que es absurdo esgrimirla ahora luego de que durante una década el peronismo y el neoliberalismo más salvaje han marchado juntos en la desnacionalización del país, en la liquidación de su soberanía, tema que fue el conflicto central entre el primer peronismo y los antiperonistas de entonces.

No acaban los excesos: al día siguiente o algo más de la reunión del “arco opositor” (del que inmediatamente se abriría Binner, advirtiendo que ése no era marco para un socialista, dado que muy socialistas no dan Macri y López Murphy) el llamado Bulldog Murphy crea un Foro para la defensa de las instituciones. Apela al espíritu ciudadano (espíritu que está veraneando de un modo más excesivo que todos los excesos posibles de gobierno y oposición porque la economía anda bien y los ciudadanos piensan más en consumir que en el deterioro o en la buena salud de las instituciones) y busca, Murphy, transformarse en el paladín de las virtudes republicanas horriblemente amenazadas por el hegemonismo presidencial. Su primer adherente es también un exceso: el comisario electrificado Luis Patti, quien, para defensor de las instituciones, mucho no da.

Como sea, el exceso (que irrita excesivamente al gobierno y lo lleva a exabruptos que la oposición considera, adivine qué, excesivos) trae algún tufillo desagradable. Se trata de machacar bien a fondo con esto de la hegemonía y la dictadura kirchnerista para preparar el campo propicio para cualquier aventura contrainstitucional que pueda presentarse. Conscientes de esto, es posible que el lunes o el martes o a más tardar el miércoles sea el gobierno el que cree un Foro para la defensa de ya saben qué.

Pero el exceso de los excesos está por venir. Carrió ya ha lanzado la calificación “fascista” para definir al gobierno. Seguramente ha leído en exceso Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt y esa palabra le sale fácil. Bien, si alguien creyó que Carrió había llegado al exceso más excesivo con el epíteto descalificante fascista, es porque no ha leído la nota (extensa) que publicó Julio Ramos en su diario Ambito Financiero el 6 de enero de este verano con, sí, excesivas temperaturas. Sólo nos limitaremos a citar algunos (imperdibles) párrafos. Ramos inicia su nota recordando que Carrió, célebremente, calificó a este gobierno de fascista. Esto lo autoriza a ir más allá. Sería, la de Kirchner, “la segunda dictadura civil con el solo antecedente de la que implantó Juan Manuel de Rosas en 1829 con facultades extraordinarias como gobernador”. Advierte, no obstante, que acaso esté incurriendo en algún exceso, por lo cual escribe: “Néstor Kir- chner tiene más fundamentos para no ser considerado dictador. En primer lugar viene de dos votaciones legítimas en las urnas, que no es poco”. Aunque sí: es poco, dice Ramos en seguida. Porque: “Adolf Hitler y Benito Mussolini llegaron al poder a partir de elecciones legítimas”. Aquí Ramos incurre en una cuestión discutible, sobre todo en lo que atañe a Adolf Hitler. Para el filósofo alemán Jürgen Habermas las elecciones que dieron el triunfo a Hitler “tuvieron lugar a la sombra de unas cárceles repletas de comunistas y socialdemócratas” (El discurso filosófico de la modernidad, Taurus, p. 192. ¡Qué exceso! ¡Usar una cita de Habermas para refutar a Julio Ramos! Nadie se salva de la era excesiva).

Ramos señala, como rasgos de la dictadura a la que enfrenta, el silenciamiento de opositores: “El caso Luis Patti, por ejemplo”. Incurre luego en el tema insoslayable del Consejo de la Magistratura, tema que le arranca uno de sus mejores excesos. Estaríamos ante “un paso grave de inconstitucionalidad que justificaría los calificativos mesianismo, fascismo, regresión política o directamente primer escalón de descenso a una dictadura”. Propone entonces a la oposición un slogan para la próxima campaña presidencial: “Salir de la dictadura y volver a la Constitución”. Y, por fin, concentra la expresividad de su pluma en consignar el “menoscabo” y hasta la “humillación“ (sobre todo “en sectores tradicionales“) que siente el “incisivo electorado porteño” ante “un matrimonio santracruceño que no gobernó más de 200.000 personas en su provincia” y ahora es “capaz de imponerles una dictadura a 38 millones de argentinos sin tener detrás ni la Policía como refuerzo de armas a su pretensión”. Sólo nos permitiremos una anotación a esto: ¿no es grave que un empresario que se hizo rico bajo el Proceso denuncie que un gobierno legal no tiene detrás ni a la Policía? ¿Qué tiene detrás Ramos? ¿Sólo su diario? ¿La Policía? ¿O el excesivo, muy excesivo, poder de fuego que tuvo en su experiencia procesista y que ahora no se expresa fronteras adentro sino en el gendarme del Norte?

¿Qué pasará si Kirchner, como muchos pedimos, toca intereses e inicia un proceso de redistribución de la riqueza? ¿Qué tendrá que tocar si (como tiene que hacer de una vez por todas si quiere el reconocimiento de los que encuentran en el hambre de los excluidos la mayor violación a los derechos humanos) emprende una cruzada contra el hambre y el analfabetismo? ¿De qué se lo acusará si grava –como pedía Moreno– las importaciones suntuosas o confisca las fortunas parasitarias? ¿En qué se convertirá si (al calor de lo más prístino de la Constitución del 49, que retomó en los setenta Salvador Allende y concibió Arturo Sampay) instaura la función social de la propiedad privada? Pero otra vez el exceso. ¡Comparar a Kirchner con Mariano Moreno! ¡Ese jacobino que quería un ejecutivo restringido para gobernar sin oposición ni aun de los propios!

En fin, todo esto es como mucho.

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Imagen: Télam
 
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